Historias de mi matrimonio 3
Sigo relatando experiencias, para los impacientes que no entienden porque escribo en esta categoría, ya queda menos para que salgan de dudas.
Voy a por el tercer relato, intentaré seguir escribiendo, si no me cansan antes. Para los que se pregunten porque los publico en la sección de intercambios, diré que supusieron nuestro inicio en el mundo liberal, igual no fue de la manera más usual pero surgió así, y nos sirvió como trampolín para seguir probando cosas nuevas.
Podría haber escrito solo un relato, diciendo que empezamos follando con un hombre mayor y terminamos haciendo intercambios de pareja, pero me dejaría un montón de situaciones morbosas por contar. He preferido publicar todas las historias en la misma sección para que, quien las quiera seguir pueda hacerlo con más comodidad, sin tener que rastrear todas las secciones. Para los que me critican, solo comentarles que criticar es fácil, también es lícito, pero no estaría de más que, además de criticar, escribieran algo.
Incluso me comentan en una crítica, que mis relatos deberían estar en la sección de “cornudo consentido”. Por lo visto tener mentalidad liberal y hacer un trío con tu mujer y otro hombre se llama así. Si haces un trío con tu mujer y otra chica eres un macho muy liberal, si es a la inversa eres un cornudo consentido. Creo que quien hace estos comentarios no tiene nada de liberal, más bien mentalidad retro.
También podríamos hablar del término “cornudo sin sentido”. Se podría aplicar, por ejemplo, en el caso de que llegaras a casa y pillaras a tu mujer en la cama con otro, y que el tipo al verse descubierto, te diera un golpe en la cabeza y te dejara sin conocimiento tirado en el suelo, entonces serías un cornudo sin sentido, jajaja.
Para quienes disfruten de mis relatos, gracias, no espero ganar el premio Nadal, más bien no espero nada, solamente divertir y hacer disfrutar a quienes les guste el sexo y las situaciones morbosas. También compartir algunas de mis vivencias, aunque en ellas he cambiado algún que otro dato, para que todos los involucrados no puedan ser identificados, el mundo es un pañuelo y nunca se sabe.
Podría relatar lo que sucedió en nuestros siguientes encuentros con el amigo de mi suegro, pero sería volver a contar experiencias similares a las que ya he descrito en los anteriores relatos. Aunque sí que hay alguna que otra situación diferente, lo cierto es que no me parecen lo suficientemente significativas como para describir la experiencia completa. Me limito a comentar que tuvimos varios encuentros más, en su chalet, y el último en nuestro piso, porque su mujer acababa de llegar de viaje.
Nuestras historias con Juan tuvieron que terminar como consecuencia de la llegada de su mujer. María y yo seguíamos follando igual que siempre, fantaseando y recordando los encuentros con su maduro amigo.
Una tarde, a la salida del gimnasio, me topé casi de bruces con Helen, la mujer de Juan. Ya la conocía porque este nos la había presentado a María y a mí. Le había dicho a su mujer que éramos un matrimonio conocido, ya que el padre de María era un íntimo amigo de toda la vida y que había tenido una relación de mucha amistad con su familia hasta que se marchó al extranjero.
Nos saludamos y nos dimos un beso en la mejilla, había cierta confianza por lo que he explicado y porque después habíamos coincidido varias veces. Me preguntó por María y yo le pregunté por su marido. Me comentó que iba a tomar un café y que si me apetecía acompañarla, yo acepté su invitación, ¿por qué no? Había una cafetería muy cerca de donde nos encontrábamos y nos acercamos hasta allí.
Helen era una mujer madura, en mi anterior relato comenté que, según su marido, tenía 58 años, era holandesa, y había que reconocer que bastante atractiva y cuidada para su edad. Era alta y delgada, aunque en su piel morena y curtida por el sol, se adivinaba el paso de los años. Sus piernas eran largas y delgadas, quizás con los gemelos demasiado marcados. Su culo no era respingón, más bien plano, pero al tener caderas anchas, sí que se adivinaban unas amplias y alargadas nalgas. Su pelo era de color rubio platino y sus ojos de un verde intenso.
En aquel momento iba vestida con una falda de tubo, que realzaba su figura, y una blusa blanca con amplio escote, bajo la cual se adivinaban dos grades pechos, aproximadamente una talla 100 o 105. No sabía porque, pero me daba las sensación de que eran operados, por su forma y aparente firmeza parecían siliconados. Sus pies eran visibles al llevar sandalias de tacón alto, a pesar de no tenerlos pequeños, debía calzar un 39 o 40, los tenía muy bonitos, con unos dedos perfectamente formados, rematados por unas uñas pintadas de color rojo intenso. Los pies son una parte de la mujer que me encantan, son uno de mis fetiches.
Resumiendo, era una mujer bastante madura, pero muy atractiva y apetecible a pesar de su edad. Me preguntaba como Helen y María, dos mujeres físicamente tan distintas y con 26 años de edad de diferencia, podían estar igual de buenas y deseables.
Entramos en la cafetería y nos sentamos a una mesa, ambos pedimos café solo. Mantuvimos una conversación intranscendente hasta que nos lo sirvieron. Hablamos del tiempo, del pueblo, de nuestras parejas, etc.
Yo, tras poner azúcar al café y revolverlo, cogí la taza para tomar un sorbo. En ese momento Helen me preguntó: ¿Te gusta que mi marido se folle a tu mujer?, porque además de consentir, participas. ¿Verdad?
Casi me atraganto, bueno, casi no, me atraganté, y casi le escupo el café en la cara. Mi rostro pasó a ponerse rojo, y del rojo al blanco, para luego volver a quedarme rojo como un tomate, era incapaz de articular palabra, apenas pude balbucear: ¿Cómo?
Helen prosiguió hablando: Tranquilo, nadie me lo ha dicho y creo que nadie en el pueblo lo sabe. Tampoco Juan me lo ha dicho, pero se cómo es él y lo que le gusta. Además hace muchos años me comentó que había una chiquilla que en su momento lo tenía como loco, y que fue parte del motivo por el que decidió divorciarse e irse al vivir al extranjero. No es difícil imaginar que esa chiquilla es ahora tu mujer, los ojos de mi marido lo delatan, y sé que algo hay entre él y vosotros. También tengo muy claro que en un pueblo, por muy grande que sea este, es muy difícil que ellos tengan margen de maniobra sin que tú no estés al corriente y consientas, o participes.
Yo intenté disculparme, le reconocí que era verdad todo, pero que debía saber que nosotros no sabíamos que él seguía teniendo pareja, ya que los rumores del pueblo apuntaban que se había separado. Le prometí que hablaría con María y que todo terminaría en aquel momento. Ella sonrió condescendientemente, y agradeció mi franqueza e interés por intentar arreglar las cosas.
Tras el accidentado café, Helen me pidió que la acercase a casa. Yo sabía que Juan estaba fuera unos días en viaje de negocios, nos lo había comentado a María y a mí. Eran las siete de la tarde, y mi mujer no terminaba el turno en el hospital hasta las nueve, así que tenía tiempo de sobra y podía alcanzar a Helen hasta su chalet.
La acerqué hasta allí, el trayecto se me hizo interminable, a pesar de ser de solo cinco minutos. Ella era consciente de mi estado de nerviosismo y en un par de ocasiones posó su mano sobre mi antebrazo y me pidió que me tomara las cosas con tranquilidad.
Llegamos a su casa, aparqué en la puerta y procedí a despedirme de ella, pero Helen me respondió: Al final me siento mal por haber sido tan directa, incluso te he chafado el café, lo menos que puedo hacer es invitarse a uno en casa, así te sientas aunque sean un par de minutos y te serenas un poco, si te vas a casa así será mucho peor.
Acepté su propuesta. Entramos en su casa, yo me senté en el salón y ella se fue a la cocina para preparar el café. Luego oí su voz diciéndome que subía a cambiarse mientras el café se estaba haciendo.
Al rato regresó, traía una bandeja con el café, se había cambiado de ropa, ahora tenía puesta una bata larga anudada a la cintura. Puso la bandeja del café sobre la mesita y permaneció un momento de pie, frente a mí, mirándome fijamente. Entonces se desanudó el lazo de la bata y dejó que esta se deslizara por sus hombros y terminara cayendo al suelo, quedándose totalmente desnuda.
Yo me quedé entre sorprendido, encantado, cabreado, e incluso si me hubiera estado tomando el café, atragantado. Hoy aun lo pienso y hasta me parece una situación graciosa, pero en aquel momento no me lo pareció así. Me quedé sorprendido porque no imaginaba ni por asomo esta reacción por parte de Helen, aunque siempre tienes la duda, me negaba a creer que pudiera querer rollo conmigo. Encantado porque ¿A quien no le apetece que una mujer madura, atractiva y sofisticada, como era el caso de Helen, se le insinúe, desnudándose ante uno? Cabreado porque me estaban sucediendo demasiadas cosas, una tras otra, a mí que me gustaba la tranquilidad, no paraban de ocurrirme historias que no suelen darse habitualmente, no creo que sea algo muy usual compartir a la pareja con un amigo de su padre, y ahora liarse con la mujer de este. Y casi atragantado porque si se llega a desnudarse justo cuando me estoy tomando el café, seguramente me hubiera vuelto a atragantar.
Lo cierto es que allí estaba Helen, delante de mí, totalmente desnuda. Tenía un cuerpo muy bonito a pesar de su edad. Aunque sí se notaba el paso de los años, era una mujer bastante madura. Efectivamente estaba operada, sus pechos eran muy redondos y permanecían totalmente erguidos, no habían cicatrices alrededor de la aureola de los pezones, pero si una muy bien disimulada en la parte inferior de cada pecho. Sus pezones eran poco corrientes, de color oscuro, con la aureola muy pequeña, casi inexistente, y la punta muy gruesa. Resumiendo, tenía unas tetas riquísimas. Su marido se volvía loco por unas tetitas en forma de pera, como las de mi mujer, de piel blanca y pezones rosa pálido. Y yo estaba encantado admirando las tetas operadas de Helen, redondas como dos globos, y con sus pezones puntiagudos como dos pitones.
A pesar de su edad tenía el vientre plano, su cintura era estrecha, pero poseía unas rotundas caderas, que eran las causantes de que tuviera unas amplias nalgas. Sus piernas eran muy largas y esbeltas, como ya comenté, con los gemelos muy marcados, y tenía el pubis casi rasurado, solo poseía una fina hilera de vello a modo de corte decorativo.
Helen me miró y me preguntó: ¿Qué te parece lo que ves? ¿Estoy tan mal como para que me desprecien?
Yo le respondí: Mira Helen, estas buenísima, no te puedo decir más. Si me lo preguntas porque tu marido se ha liado con nosotros, está claro que no ha sido culpa tuya, ni siquiera porque no le gustes, se trata de algo morboso y excitante que viene de muchos años atrás, y yo reconozco que soy un vicioso, me gusta probar cosas nuevas y me gustó la idea de compartir a María con él.
Helen siguió hablando: Pues ahora me toca a mí, me casé con Juan porque los españoles me ponían mucho y él era guapo y atractivo. Ahora quiero probar otro, más joven y guapo. ¿Y que mejor candidato que tú? Reúnes estos requisitos y además me lo debes, porque mi marido se está follando a tu mujer.
En el fondo sus argumentos eran razonados, si su marido follaba con otra mujer mucho más joven, ella tenía derecho a hacer lo mismo con un hombre joven. En cuanto a mí, tenía razón, era mucho más joven que ella, y según decía, le parecía atractivo, para colmo su marido follaba con mi mujer, así que ¿Por qué no follar ella conmigo?
Helen se aproximó a mí, yo me levanté del sofá, quedándome frente a ella. Me despojé de la camiseta, dejando mi depilado pecho al descubierto. Ella me lo acarició y seguidamente, tomándome por la cabeza me atrajo hacia ella y me besó en los labios.
Nos fundimos en un apasionado beso, me gustaba el sabor de su boca, el tacto de su lengua, mi polla iba a reventar dentro del pantalón. No duró mucho tiempo dentro de este, porque Helen me lo desabrochó y lo bajó, junto con mi bóxer, hasta las rodillas, liberándola de toda presión. Me dijo que tenía un miembro muy bonito, que era perfecto y proporcionado. Su comentario me resultaba incluso curioso, otra prueba más de que nadie está contento con lo que tiene, María se volvía loca por la gruesa polla de Juan, y Helen por un miembro, según ella, bien proporcionado como el mío.
Lo cierto es que terminó arrodillada ante mí, saboreando mi polla. Sabía cómo trabajarla, me estaba dando un placer increíble, me la repasaba desde el escroto hasta la punta del capullo, luego el borde de este, para terminar engulléndola completa hasta la garganta.
Me sentí en la necesidad de recompensarla por su trabajo, bueno, eso es mentira, estaba deseando comerle el coño, así que la hice tumbarse sobre el sofá, con las piernas abiertas. Me mostró una almeja madura y exquisita, de grandes labios alargados, que separé para admirar su clítoris. Me sorprendió por su tamaño, era mucho más grande que el de María.
Le repasé la almeja a conciencia, disfrutando de su olor, de su sabor y catando su espeso flujo vaginal, recalco lo de espeso porque lo era en comparación al de María, y si detallo tanto las diferencias entre una fémina y otra, es porque desde que estaba con mi mujer no había tenido ninguna historia con otra chica y no estaba ya acostumbrado a disfrutar de otras mujeres.
Helen me pidió que se la metiera, y eso hice. En la postura del misionero, a mí, particularmente es la que más me gusta, eso no quiere decir que las demás no, pero sí que tengo predilección por esta.
La follé con intensidad, aprovechando cuando podía para magrear sus duras tetas. Por mi cabeza pasaban un montón de cosas, estaba disfrutando de otra mujer, y eso de por si es excitante, además, me ponían las mujeres maduras, el que Helen lo fuera era una aliciente más. También me ponía mucho poder montarme a la mujer de Juan, aunque yo consintiera que él se follara a mi mujer, el poder follarme a la suya me parecía una especie de revancha.
Helen se corrió en mis brazos, y acto seguido me pidió cambiar de postura. Lo hicimos a cuatro patas, de pie dándole desde atrás, luego apoyada en la pared, en fin, demasiadas posturas. Ella estaba muy cachonda, quería disfrutarme en todas las variantes, pero cambiaba tanto de postura y tan rápidamente que me dejaba con ganas de más. Al final la convencí para que parase un poco, por lo menos que permaneciera en una misma postura algo más de tiempo. Me parecía que su comportamiento era algo egoísta porque una vez que le llegaba al orgasmo en una postura, inmediatamente quería cambiar a otra. Al final me impuse a ella, la obligué a permanecer a una postura fija, estábamos haciendo la del perrito. No la dejé moverse, simplemente le di polla hasta que se corrió, y mantuve así hasta que volvió a correrse una vez más, y luego otra vez.
Ahora si estaba agotada y satisfecha, pero la hice permanecer a cuatro patas hasta que descargue mi corrida dentro de su coño.
Como es sabido los hombres, suelen pensar con la cabeza equivocada, y yo no iba a ser una excepción. Fue correrme y comenzar a darle vueltas a las cosas. ¿Qué había hecho? ¿En qué lío me había metido?
Tras pensar con la cabeza de abajo, ahora comenzaba hacerlo con la de arriba. Me había colocado en una situación delicada. Si Helen quería, podía complicarme la vida si le decía a su marido que había estado follando conmigo, incluso aún peor, podría quedar con María y soltárselo tal como había hecho conmigo. Ya me lo imaginaba, las dos frente a un café y Helen comentándole a María, como si estuviera hablando del tiempo: Por cierto, el otro día me follé a tu marido, mi hizo gozar mucho, ni te imaginas como se corrió conmigo, es una joya.
Pero no ocurrió nada de esto, Helen me confesó que ella y Juan tenían experiencia swinger, Holanda era un país muy liberal en cuanto al sexo y el swinger era algo que practicaban muchas parejas. Aunque le molestaba que su marido se hubiese liado con nosotros sin comentarle nada, tampoco era para tanto. Pero a partir de ahora si sucedía algo entre nosotros tenía que ser con su participación. De eso se encargaría ella, sabía cómo convencer a su marido para poder conseguir lo que se proponía. También me dijo que era mejor que no le comentase nada a María, que dejara todo como estaba, era mejor que no se enterara de nuestro encuentro.
Yo me quedé bastante tranquilo con su exposición, después de la movida tarde que había tenido, esperaba poder volver a casa sin más contratiempos. Miré la hora, no faltaba mucho para que María saliera del trabajo, así que me despedí de Helen y regresé a casa. Siempre recuerdo esa despedida por ser la primera, y la única vez que tuve a solas con ella. Los dos desnudos, abrazados en el salón de su casa, sentir el tacto de su piel madura y el sabor de su boca, ahora lo disfrutaba más porque estábamos relajados después de habernos desahogado.
Regresé a casa con suficiente antelación como para no levantar sospechas, aunque aún estaba bastante excitado, no solo por haber tenido el placer de follarme a Helen, sino también porque estábamos planificando otra aventura. Tenía curiosidad por saber cuál sería la reacción de María cuando me viera en brazos de otra mujer.