Historias de mi amiga scort 1

Espero que sea la categoría correcta...

La conocí una noche, en casa de una amiga común. Íbamos a cenar, y más tarde iríamos a una discoteca de la ciudad a celebrar el cumpleaños de nuestra amiga. Era una chica morena, resultona, que se cuidaba mucho, y más o menos de mi edad, unos veinticinco años. Las palabras que mejor la definías eran "sexy" y "exuberante". No teníamos nada en común, pues yo, aunque me considero resultona, soy mucho más natural y me cuido mucho menos de mi sensualidad, prefiero la simpatía y la naturalidad.

Sin embargo, y a pesar de su aspecto algo estirado, resultó que era una chica de lo más normal, simpática, abierta, y con la que tenía muchos gustos y costumbres comunes, por lo que hicimos muy buenas migas. De hecho, a partir de entonces nos hicimos uña y carne. Salíamos los fines de semana, íbamos al cine, charlábamos de todo… Estábamos encantadas la una con la otra, la verdad.

Y tanta fue la confianza, que una noche cenando las dos solas en su casa, y tras consumir un par de botellas de vino, me dijo que tenía algo que confesarme. La noté algo violenta, por lo que le di tiempo para que cogiera valor, mientras en mi cabeza una afirmación se abría camino: me iba a confesar que era lesbiana. ¿Qué podía ser, si no, lo que costara tanto confesar? Recordé en ese momento las llamadas que contestaba siempre en un aparte y ciertos comportamientos sospechosos.

Pero me equivoqué. Al final se armó de valor y me lo soltó. Era chica de compañía. Estas fueron sus palabras, y yo, inocente de mi, no capté el significado de inmediato.

-Bueno, ser chica de compañía no es nada malo, que yo sepa.- dije, sin comprender. Siempre me había dicho que era azafata en eventos, y yo no veía demasiada diferencia (sí, era muy inocente para estas cosas, qué pasa). Ella se puso colorada y me miró con cara de "no me digas que te lo tengo que explicar".

-Ya, bueno. A ver. Soy señorita de compañía. De señores que me contratan por horas.- dijo lentamente y con cierto arrobo, sin mirarme a los ojos. Yo aguanté la respiración y controlé mi expresión facial para que no demostrara mi sorpresa.

-Y… ¿te acuestas con ellos por dinero?- pregunté controlando el tono de voz para que pareciera que le restaba importancia. Parecía increíble, pero el color escarlata de su rostro se acentuó aún más: temí que le estallara la cabeza, así que sin darle tiempo a responder, añadí: - no tienes por qué avergonzarte, no pasa nada, no te voy a juzgar.- aquello pareció surtir el efecto deseado, su rostro se relajó un poco y consiguió mirarme a los ojos con expresión agradecida y aliviada.

-Sí, lo normal es que sí me acueste con ellos.

-¿Y por qué me lo cuentas? Quiero decir, te agradezco la confianza, por supuesto, pero… ¿Por qué yo?

-Pues no lo se. Confío en ti. Necesito contarle esto a alguien, ¿y quién mejor que tu? ¡Y también está el vino, claro! Se me ha soltado la lengua, y mira, ya está hecho, no ha sido tan difícil.-

Y vaya si necesitaba contar. Desde entonces me convertí en su confidente. Una mujer con una profesión como la suya no suele poder hablar de su jornada laboral con nadie, y yo jamás la juzgué. Por ello, aparte de afianzarse nuestra relación, yo me introduje como espectadora en ese mundo que es la prostitución de lujo; aprendí muchísimo, tanto de sexo, seducción y dinero como de negocios y hombres. Al principio me sorprendía con cada historia que me contaba, pero después de un tiempo, reconozco que esperaba morbosamente sus historias.

Recuerdo una de aquellas cenas, al poco de saber su secreto. Cenábamos en un restaurante de moda en la ciudad, las dos muy arregladas para salir (a ella le encantaba vestirme y maquillarme para salir a matar, y a mi dejarme hacer), sentadas una enfrente de la otra. Nuestra mesa estaba situada de tal manera, que teníamos una vista perfecta de casi todos los comensales del restaurante. Charlábamos entonces sobre lo que haríamos aquella noche, cuando a ella se le abrieron los ojos de par en par y la boca se le cerró de golpe.

-¿Qué te pasa?-le pregunté mientras intentaba seguir la dirección de su mirada. No contestó de inmediato, se limitó a (cómo no) sonrojarse y apurar su copa de un trago. Repetí mi pregunta dos veces más antes de captar su atención del todo.

-No estoy segura, creo que acabo de ver a un cliente.- dijo ella en voz baja.- Mira, creo que es aquel que está en la mesa de la esquina.- Miré hacia allí disimuladamente y vi a un hombre de unos cuarenta años sorprendentemente atractivo acompañado de una mujer de aproximadamente la misma edad.

-¿Ese? ¡Pero si es muy mono!-exclamé sorprendida. Siempre había pensado que los hombres que pagan por sexo suelen ser feos, gordos o calvos. O todo junto.

-Pues sí, ¿o qué te crees, que son todos feos los que pagan? –sonrió – te sorprenderías.- calló y se quedó pensativa mientras yo llenaba las copas de nuevo.- ¿Sabes que es accionista de una de las empresas más grandes del país?- comentó.

-Bueno, los ricos también follan, ¿no?-contesté sonriendo.

-Claro.- Y se rió pícaramente.- Y cuanto más modositos, más cochinos, créeme.

-La verdad es que éste en concreto no tiene pinta de modoso.- dije, volviendo la cabeza para echarle un nuevo vistazo.

-Sí, pero jamás dirías que en la cama es como es. Le conocí como a lo demás, por anuncio. Muy discreto y educado, eso sí. Así que quedamos un día para hablar de tarifas, de lo que iba a pasar, de dónde… Esas cosas, ya sabes.- Yo asentí con la cabeza, alentándola a hablar.- Así que cuando llego al lugar donde hemos quedado, lo veo. Y casi me caigo de espaldas ¡Qué mono oye! ¡Así da gusto trabajar!- y se rió de buena gana, acompañada de mis carcajadas.- Nos sentamos, él muy caballero me pide un cóctel y empezamos a hablar. Hasta ahí todo normal. Me dijo que le gustaba el rollo liberal, así que al final acabamos en un local que no queda lejos de aquí, muy conocido. Nos vamos a una habitación y nos empezamos a enrollar. Al principio sólo nosotros dos. Había una pareja a la que le hicimos gracia, pero él no parecía demasiado dispuesto porque no le atraían mucho, así que nos metimos los dos solos a la habitación. Nada más entrar, me tiró a la cama, a lo bestia, y se echó encima de mí, chupándome entera.-

-Oye, de verdad que no es necesario que me des tantos detalles, mujer…- corté yo, algo azorada. Tanta intimidad me hacía sentir demasiado violenta al principio.

-Pero si no pasa nada nena, a mi me da igual. Total, en general no es nada que no hayas hecho ya.- contestó ella, meneando la mano como restándole importancia. Yo sonreí y la invité a continuar.

-Así que se me echa encima y me empieza a chupetear entera, vamos, que me hizo un traje de saliva. Yo no me suelo poner demasiado con estas cosas (ya sabes, sólo es trabajo), pero la verdad es que el tío me estaba poniendo a mil con tanto lametón. Y como el hombre no está nada mal, pues pensé "¿y por qué no disfrutar un poco?" Así que yo también me metí en el papel, me puse encima de él y le desnudé poco a poco mientras le iba estimulando con la boca y las manos. De lo que no me había dado cuenta era de que en aquella habitación había uno de esos "agujeros de la gloria".- se calló para ver si le preguntaba lo que era, pero no soy tan inocente, le dije que siguiera contando mientras daba otro sorbo de aquel interminable vino.- Y así estábamos, en plena sesión, yo encima de él chupándosela, él gimiendo muy concentrado, cogiéndome la cabeza. Cambiamos de postura, me puso contra la pared justo donde quedaba el agujero (en ese momento no me había dado cuenta de lo concentrada que estaba), se puso detrás de mí y me penetró. La verdad, no tiene un pene pequeño, así que no me da vergüenza admitir que me puse a gritar como si me fuera la vida en ello.- dijo con las mejillas arreboladas por la excitación del recuerdo.

-¡No, si es casi como si lo estuviera viendo! ¡Hija, que me están entrando unos calores…! –exclamé yo sin poderme contener mientras me abanicaba con la carta de vinos. Ella rió alegremente, pero no se cohibió al ver mi reacción. Más bien al contrario, aquello la alentó.

-Espera, que ahora viene lo bueno. Mientras estábamos en aquella postura, y yo tan feliz, de pronto aparece un pene del tamaño del un calabacín maduro delante justo de mi cara. Así, sin avisar ni nada, toma. Me paré, sorprendida porque no me lo esperaba, y él se dio cuenta. Al verle la cara, te juro que pensé que me iba a pedir que chupara aquel pene. No sería la primera vez, por lo que me preparé para ponerme manos a la obra mientras él trabajaba mi entrepierna de aquella manera que, nena, me estaba poniendo cachondísima. Vamos, que estaba más mojada que cuando me ducho.

Pero no te vas a creer lo que pasó: me pidió cambiar de postura. Se colocó en la posición en la que yo estaba antes y me dijo que se la chupara. La verdad, lo veía algo incómodo, y se lo iba a decir cuando de repente veo que el tío, ni corto ni perezoso, se mete aquel pedazo de pene en la boca y empieza a gemir.- dijo, ya entre risas. Yo exclamé un "¿¡qué?!" totalmente anonadada mientras ella ya no podía contenerse y se echaba a reír a carcajadas.- Sí, sí, como lo oyes. Se puso manos a la obra y oye, como un bebé con el biberón, que no había manera de sacárselo de la boca. Yo, por supuesto, a lo mío también, claro. Se la dejé reluciente oye. Quizá esperaba que tuviera algo de piedad de mi y del calentón con el que me estaba dejando, pero qué va. Se corrió no sabes de qué manera, cómo gemía. Me sentí orgullosa de hacer que un tío se convulsionara de manera tan salvaje. Pero ni por esas, no soltó el pene de la pared hasta que se le corrió en la boca. Y para ese entonces, yo estaba ya duchada y vestida, ya ves el caso que me hizo.

-No me lo puedo creer- musité, mirando al hombre de reojo. Se le veía tan caballero, tan hombretón, tan maduro, que me costaba imaginármelo de esa guisa. Y tan concentrada estaba en mis pensamientos mientras lo miraba, que no me di cuenta de que él miraba en nuestra dirección hasta que la oí decirme "mierda Jes, me ha visto"- ¿Y qué? Es él quien tiene que disimular delante de su mujer, ¿no crees?- Ella no pareció quedarse muy conforme con aquello, pero no dijo nada más, incluso cambió de tema, dejándome a mi con un mal cuerpo… Entonces recibió un mensaje de texto en su móvil, lo leyó y me dijo que iba al lavabo un momento. Yo contesté que de acuerdo, mientras tanto iba a pedir el café.

Pasaron los minutos y ella no aparecía. Me aburría como una ostra, y además me sentía bastante mareada del vino, por lo que intenté despejar mi mente observando a la gente del local en un intento de apartar su historia de mi mente y así rebajar los calores. Pero con aquello del vino no me di cuenta de que él no estaba en su mesa tampoco. Vino el café, y me lo tomé tranquilamente mientras hacía una llamada a una amiga mía. Y ella sin aparecer. Empecé a preocuparme, así que cogí el bolso y al lavabo que me fui, a ver si estaba bien. Cuando entré, al principio no oí nada. La llamé por su nombre y nadie contestó. Pensé que era imposible que se hubiera ido sin mi, así que insistí. Y fue cuando oí un suave y rítmico pum-pum-pum detrás de la única puerta que había a medio cerrar.

Yo lo que quería era irme de allí y esperarla fuera, porque intuía lo que estaba pasando, pero mi cuerpo tomó el control y se fue acercando poco a poco al origen de aquellos sonidos. Asomé mi cara, sin saber por qué, por la puerta entreabierta, mientras mi cabeza me gritaba "¡vete! ¿no ves que está follando?". Pero como si nada, mis pies dieron un par de pasos más hasta quedar situada frente a la puerta. Y entonces apareció su cara. Lo recuerdo todo como a cámara lenta, su rostro emergiendo del interior del cubículo, con la mirada vidriosa de placer. La cara de mi amiga, claro. Estaba inclinada hacia mi, y él detrás suyo, penetrándola. Ella enfocó entonces la mirada, y me miró pícaramente, sonriendo, mientras todo el arco iris se paseaba por mi cara. ¡Qué vergüenza pasé, madre mía! Así que a pesar de lo hipnótico del golpeteo contra la puerta, y del calor de mi entrepierna (que a esas alturas estaba que daba palmas), salí corriendo lo más silenciosa que pude.

Al cabo del rato la vi salir. Me sentí incapaz de mirarla, estaba tan avergonzada que me hubiera ido de allí sólo por no ver su expresión irónica.

-¿Qué tal?- me preguntó mientras intentaba que no se le escapara la risa.

-Bien. ¿Y tú?- contesté sin mirarla.

-Pues mira, yo acabando la historia que te he contado antes, como ya has visto- dijo enfatizando las últimas palabras y sonriendo de oreja a oreja mientras me clavaba sus ojos inquisitivos y risueños.

-Oye, yo… yo lo siento. Lo del lavabo. Es que no lo sabía, y claro…- empecé a decir mientras volvía a ponerme granate. Ella rió entonces a carcajadas, una risa cristalina.

-No pasa nada, ya lo se. No tenías por qué saberlo. Pero –me cogió la mano y la acarició mientras esbozaba una sonrisa de medio lado- saber que estabas allí mirando me ha puesto como una moto, nena. Te podrías haber apuntado.- dijo, con la mirada divertida ante mi reacción.

-¡Pero qué dices anda! ¡Tú estás tonta!- atiné a contestar mientras deseaba que la tierra me tragara.

-Escucha lo que te dice la profeta de tu amiga: La curiosidad mató al gato. Y tú tienes mucha, pero que mucha curiosidad.- dijo, aguantando a duras penas la risa.

-¡Sólo he ido porque estaba preocupada, has tardado más de media hora! ¡Yo qué me iba a imaginar que estabas echando un polvo!- dije indignada. Ella rió.

-Tranquila mujer, no te ofendas. ¡Pero no me digas que no te ha puesto la situación, anda, mojigata mía!- hice un mohín de disgusto ante la verdad de la afirmación.

-Joder, pues claro, me cuentas aquí tus cosas y luego veo eso, pues yo qué se. Claro que me he puesto. Pero de ahí a participar, va un trecho. A mi déjame, que estoy muy bien como estoy. ¡Además, que no sea como tú no quiere decir que sea una santa, coño!- contesté tajante para acabar con la conversación y dejar clara mi postura.

-Lo se, mujer. Me queda perfectamente claro y cristalino.- y de nuevo una sonrisa pícara apareció en su rostro y me sacó los colores.- ¡Ay, amiga mía, cuánto tengo que enseñarte!