Historias de la Pandemia X
Todos hemos conocido mejor a los vecinos, y yo particularmente a una vecina
CAPITULO IX
¡CAMBIO DE VIDA!
Visitábamos el estudio con asiduidad. Había semanas en que íbamos todos los días, aunque lo normal eran lunes, miércoles y viernes, que Nuria había dicho en casa que tenía cursillos de formación esos tres días.
Bueno todo servía, y además el marido se había quedado definitivamente en el paro, con lo que el trabajo de Nuria les venía como agua de mayo. De hecho, ahora con su sueldo y el subsidio de desempleo del marido, no sabía si llegarían a fin de mes.
Ella ganaba 1.500 euros netos mensuales, más los 800 del paro del marido, pero lógicamente la casa y las dos niñas, le comían mucho dinero. Bueno tenía el remanente de casi 3000 euros en la caja fuerte, por si la hacían falta en algún momento.
No obstante, el carácter de Nuria empezó a cambiar. Ya no era la mujer dicharachera que estaba siempre feliz, y que se enfrentaba a todo. Ahora se notaba que la preocupación la atenazaba. Pero bueno era una situación nueva, tendrían que apretarse un poco el cinturón, y verían otra forma de vivir la vida. No hay que olvidar que las familias de los famosos mil euristas, vivían o mal vivían, con la mitad de ellos.
Así se lo hice ver a ella,
“Nuria, te veo preocupada. Supongo que será por el tema del paro de tu marido”, la dije.
“Sí, Samuel, me da pánico que pasen los dos años del paro, que no encuentre nada, y a ver que hacemos”, me dijo ella apesadumbrada.
“Bueno, cari, hay dos años de margen. Creo que el estará buscando trabajo desde ya, y desde ahora te digo que estés tranquila que si te hace falta dinero aquí estoy yo”, la dije intentando calmarla.
“Ya lo sé, Samuel, pero no es eso. Imagínate que yo no sigo en la empresa, o que no seguimos tu y yo. ¿Entonces que?”, me dijo entre lloriqueos.
“Bueno, bueno, cálmate. Ya veremos que podemos hacer”, la dije acompañándola a su mesa, yéndome yo después a mi despacho.
No paraba de darle vueltas a la cabeza, buscando la forma de ayudar a Nuria. Pensé en ofrecerle horas extras de por vida, pero eso no llegaría a conseguir un importe que la calmara.
Comiendo la pregunte,
“Pero a ver a ti cuanto te hace falta al mes para vivir sin problemas”
“Hasta ahora, bueno desde que estoy trabajando, metíamos 3200 euros en casa todos los meses, y habíamos ajustado los gastos a ese dinero”, me dijo ella.
“Bueno, eso quiere decir que en dos años tienes 1000 euros menos al mes”, la dije.
“Pues ese es mi problema. Ni aun tirando de los de los japoneses, tengo para mucho más tiempo Ya podían venir todos los meses, joder”, dijo Nuria muy contrariada.
“A ver, a ver, a ver. Vamos por parte. ¿Eso quiere decir que estarías dispuesta a volver a hacerlo con los japoneses?”; la pregunté.
“Japoneses, chinos, o rusos. Ahora mismo con quien sea”, dijo ella muy convencida.
“Bueno no es fácil encontrar a gente que se encoñe tanto como los japoneses, para darte 1500 euros cada uno por acostarte con ellos, pero esto me recuerda al chiste de la Señora y la chacha”, la dije.
“Cual chiste?”, me dijo Nuria.
“Ese que va un día la señora a casa con un abrigo de pieles y le dice la chacha, señora que abrigo más bonito, y le dice la señora, ya ves, un amigo, 2000 euros.
Pasa el tiempo y aparece la chacha un día en casa con el mismo abrigo de la señora, y esta le dice, pero manolita, ¿y ese abrigo?, y le contesta la otra, ya ve señora 2000 amigos a euro”, la dije.
“O sea eso quiere decir que solo tengo que acostarme con 60 tíos al mes a 50 €”, dijo ella con cara de decirme ya te vale.
“O con 30 a 100 euros, que quitando los fines de semana, regla y demás, te saldría a una media de tío y medio al día”, la dije yo muy en plan contable.
“En serio me estás diciendo que me prostituya?”, preguntó ella con cara de incrédula.
“No se trata de que te pongas en una esquina, o en una rotonda, pero si tienes un problema, y no sabes cómo solucionarlo, hay que barajar todas las posibilidades”, al dije.
“Vale, supongamos que sopeso esa posibilidad. Solo es una suposición. ¿Como sería?”, preguntó Nuria empezando a interesarse en el tema.
“Pues, este mundo de las ventas es bastante putero, bueno los comerciales en general. Pasan mucho tiempo fuera de casa, y tienen sus necesidades. Si a eso le añades el que tienen dinero, es la mezcla perfecta. Supongamos también, que cuando vienen aquí comerciales y preguntan por marcha nocturna, se les da un número de teléfono, recomendando a la chica, como muy buena y eficiente. Lógicamente comerciales que no te conozcan.
Eso sería una opción. Otra opción, sería poner un anuncio en Pasión, o en alguna página así”, la explique.
“Si, o las dos, y dejo este trabajo y me dedico solo a ser puta, ¿no te parece?”, me dijo un poco rebotada.
“Oye, no te soliviantes. Estamos hablando. Yo nunca pensé que aceptarías lo de los japoneses y lo hiciste. Es todo cuestión de dar ideas”, la dije.
“Vale, vale, como tal las cojo”, me dijo.
Corté el tema de raíz, ya que vi que se estaba molestando, o al menos que no estaba cómoda con la conversación.
Durante los días siguientes, no volvimos a hablar del tema, aunque ella no recuperaba su carácter.
En ese tiempo, vinieron los Técnicos japoneses de la fábrica, para impartir la formación a nuestros mecánicos. Me sorprendió enormemente que casi lo primero que hicieron cuando llegaron a la empresa, y después de las presentaciones de rigor, fue preguntar por Nuria.
Los llevé hasta su mesa, y se los presenté.
“Nuria, te presento a los señores Yamagawa y Daigo, son los Técnicos del proveedor, que vienen a impartir los cursos de formación y me ha pedido hablar contigo”, la dije.
Yamagawa era un tipo mayor, bastante mayor, no sé a que edad se jubilarían en Japón, pero a este le tenía que faltar poco. Daigo era bastante más joven, me atrevería a situarlo en la treintena.
La hicieron mil y una reverencias, y la pidieron permiso para sentarse, que ella concedió, lógicamente. Una vez sentados, cogieron una gran bolsa que traían, y se la dieron, diciéndola que era de parte del Señor Ishikawa, el sobón, que le mandaba todos sus deseos de felicidad, y saludos y…
En ese momento se percataron de que yo aún seguía allí, y los tres me miraron, como queriendo decirme, sobras, majo, así es que me retiré ya me contaría luego ella lo que la decían si es que la decían algo de importancia.
Me metí en mi despacho, para atender las cosas que tenía en la mesa.
Al cabo de un buen rato, entró Nuria.
“Has estado hasta ahora con los técnicos?”, la pregunté.
“Hasta ahora mismito”, me dijo ella.
“Tanto tenían que decirte?”, la pregunté.
“Hemos estado negociando”, me dijo ella.
“Negociando?, ¿y que negociabais?”, la pregunté yo intrigado.
“El que llevaba la voz cantante, era, Yamagawa, el mayor. Me ha dicho que el señor Ishikawa, les había contado la noche que pasé con ellos. Te puedes imaginar, los colores se me iban y se me venían. Me ha dicho que le había dicho que era muy buena, pero que me faltaba alguna cosilla para ser la mejor. ¡Toma ya!
Bueno el caso es que lo que me traía, pásmate, era un muñeco hinchable. Así como suena. Con un pollón de 27 x 8 y me han dicho que es para que aprenda y desarrolle la técnica de “La Pinza Birmana”. Que ellos, después del trabajo, en la habitación del hotel, me enseñaran todo lo relativo a esa técnica, y cómo usar el muñeco hinchable. Menos mal porque lo mismo el Ishikawa se pensaba que sacara el muñeco en el salón de mi casa y me pusiera a follármelo con mi marido y mis hijas haciéndome la ola.
Me ha dicho que pasara la noche con ellos, por 1000 euros cada uno. Les he dicho que no, que estoy casada, que tengo dos hijas, y que no puedo dormir fuera de casa, así como así. Les he dicho que lo máximo, tres horas por ese dinero y en esas negociaciones andábamos. Me han regateado mucho, pero al final han aceptado. Aunque ha dicho algo que me ha dejado pensativa. Me ha dicho más o menos textualmente. Pasadas las tres horas, tu querrás seguir. Y en eso hemos quedado cuando salgamos de aquí, cogemos dos taxis, para que no vean aquí que me voy con ellos, y al hotel. Ya te contaré mañana”, me dijo con total seguridad en si misma.
“Joder, joder, no paran de sorprenderme estos japoneses. ¿Y que coño es eso de la pinza birmana?, la pregunté.
“Es el arte de amasar el pene usando la vagina como si fuera una mano. Para ello, debo tener un gran dominio de los músculos de mi vagina. Dice que suelen emplearse bolas chinas para ello, pero que con el muñeco hinchable es mucho más realista y se consigue el dominio mucho antes y mucho mejor, para masajear y estimular convenientemente el miembro viril. Como aparentemente el placer que se transmite al pene es inmenso la eyaculación no tarda en llegar, y es en ese momento en el que debes de saber cuándo es, y pinzar la base del pene con los dedos de la mano o del pie, para retardar el orgasmo el mayor tiempo posible. Me ha dicho que las occidentales que saben hacerlo no tienen, literalmente precio”, me dijo muy puesta ella.
“Oye, pues me está empezando a gustar hasta a mí. Aprende, aprende”, la dije, haciendo de tripas corazón, porque así entre nosotros, no me hacía ninguna gracia que Nuria se follara por ahí a otros, pero no podía impedírselo y menos dada su situación económica.
El resto de día lo pasamos como un día normal y eso de las 5 Nuria entro en el despacho y me dijo,
"Bueno Cari me voy ya te contaré mañana qué tal" Y se fue.
Estaba empezando a independizarse sexualmente cosa que si bien no me parecía mal qué duda cabe que me molestaba un poco. Pero debía ser consecuente yo la había sugerido la idea de prostituirse y lógicamente yo no iba a estar presente en todos sus servicios. Y, además, la volvía a ver animada. No sé si por los 2000 euros, o si por las dos pollas, pero, si, estaba más animada.
Al día siguiente, la esperé con ansiedad en el bar, para que me contara.
"Vengo muerta", me dijo nada más verme.
"Tres horas intensas", la dije
.
"Tres horas?", contestó, "eran casi las 12 cuando salí del hotel"
"O sea que el doble de tiempo. ¿Y eso?"
"Es larguito de contar. Casi mejor te lo cuento en la ofi", me dijo.
"Vale, ¿y como solucionaste el tema en casa?", la pregunté.
"Echándote la culpa a ti, con una cena de última hora", me dijo riéndose.
" Siempre es bueno que haya niños", la contesté, "pero bien, ¿no?"
"Si, genial. Lo único es que con tanto practicar la pinza birmana esa de los cojones, tengo unas agujetas en el chichi tremendas", me dijo cargada de razón.
Ya había conseguido, otra vez, que tuviera unas ganas tremendas de que me contara que es lo que había hecho.
Cuando llegamos a la empresa, y como ya se lo sabía, se vino directamente a mi despacho conmigo.
“Toma, guárdame esto”, me dijo entregándome un sobre con los 2000 euros dentro.
“Esta vez no ha habido propina?, la pregunté.
“No, porque como ahora te contare, la prolongación del tiempo la pedí yo”, me dijo ella sentándose enfrente mío.
CONTINUARA