Historias de la pandemia

Todos hemos conocido mejor a los vecinos, y yo particularmente a una vecina

CAPITULO I

PREAMBULO

Hola, me llamo Samuel. Tengo 52 años. Estoy casado, tengo dos hijos, y trabajo de director comercial en una empresa del sector de automoción.

Hasta el 14 de marzo, pasado, yo me consideraba una persona normal. Buen padre, aceptable marido, y espero que buen trabajador para mi empresa. No voy a decir que fuera el marido perfecto, ni mucho menos. Mi trabajo me hacía viajar mucho, y bueno más de una canita al aire ya había echado.

Pero a partir de esa fecha, con el maldito confinamiento, todo ha cambiado.  Al margen del brutal parón por el Covid-19, cuando se pudo empezar a arrancar, lo hice con teletrabajo desde casa. Algo nuevo para todos. Para mí, para mi familia, y para mis vecinos.

Sí, digo bien, también para mis vecinos. Es difícil, cuando el único contacto que tienes con la calle, es la terraza o las ventanas, no sumergirte un poco en la vida de algunos vecinos. Bueno para ser más exactos diría que en la vida de algunas vecinas y su entorno.

Hasta entonces, no había tenido ocasión de ver con detalle el vecindario, y la verdad es que descubrí cosas interesantes.

Tenía en el bloque de enfrente, que está como a 15 metros del mío, Dios, casi no guarda la distancia de seguridad, algunas vecinitas interesantes. Me di cuenta de que cada uno tiene sus temitas en su casa, y que aquella situación, había alterado las costumbres de todos. Todas las costumbres, incluso las de ocultar las vergüenzas, que, si bien al principio no fue así con el paso de los días, las costumbres se fueron relajando, y llegue a comprobar lo ricas que estaban algunas vecinas desnudas o en ropa interior.

Se pintaron todas las terrazas de los bloques, yo creo, y casi todas las pintoras eran mujeres. Algunas pintaban con pantaloncitos cortos y al pintar las zonas bajas de las barandillas, se abrían de piernas, y dejaban al descubierto su ropa interior, ya fuera tanga, braga o lo que fuera, y una incluso no la dejo al descubierto, porque directamente no llevaba. Yo me afané por no perderme detalle de aquello, y provisto de unos prismáticos, me acomodé en la terraza, viendo el quehacer de la vecina.

La mujer tendría unos cuarenta años, con un coño de 20. Todo depilado, se apreciaban perfectamente sus labios e incluso en mi mente calenturienta, llegué a ver que le caía alguna gota de él. Tuve una pequeña discusión con mi mujer, ya que me pillo con los primaticos, y me preguntó que qué miraba. La dije que a los pájaros. Y me contestó que si a los pájaros o a las pájaras. Pero bueno al margen de una buena erección con aquella visión el tema no fue a mayores.

Había otra vecina que la vi un día desnuda en la cocina, buena forma de no mancharse la ropa cocinando, un par de veces en tanga, cambiándose, y otra vez también en la cocina en tetas. La visión en la cocina no es muy nítida, ya que se ve a través de una terracita que hay en ella, que tiene una celosía, pero bueno menos era nada.

Me voy a centrar en esta última. Tiene 37 años, está casada, tiene dos hijas, se llama Nuria y es la típica ama de casa, que había trabajado hasta quedarse embarazada, y luego ya se había dedicado al cuidado de las niñas.

Ella vive un piso más abajo que el mío. Y a la hora de aplaudir, coincidíamos y nos saludábamos como hacíamos con otros muchos vecinos.

Una vez ya en la “Nueva Normalidad” todo volvió a ser un poco como antes, aunque yo alternaba la presencia física en la empresa con el teletrabajo. Esto me daba la oportunidad de no perder el contacto con mis vecinitas.

Tanto ella como el marido, me pillaron más de una vez mirándola descaradamente mientras estaba en su cuarto. Al principio, corrían los visillos o bajaban la persiana, pero dejaron de hacerlo, es como si les diera igual, aunque también es cierto que Nuria no se exhibía.

El tema no fue a mayores, hasta que una noche del mes de junio, que ya hacía bastante calor. Como casi todas las noches, dejaron las ventanas del dormitorio abiertas con la persiana bajada hasta la mitad. Las dos crías, correteaban por la habitación supongo que saltando por la cama de vez en cuando, y los papis ya acostados.

El marido en calzoncillos, como siempre. No sé si al meterse en la cama se los quitaría, y Nuria, con un pijama que la verdad era el mejor antídoto contra la lujuria. O se ponía un camisón que parecía un saco, o un conjunto de chaqueta y pantalón y además el pantalón de esos que llegan a medio muslo, que hasta tienen que resultar incómodo para dormir.

Al rato se levantó el marido y se llevó a las dos crías a sus respectivas camas, y el volvió con Nuria.  Solo tenían encendida una luz de mesilla, con lo que la iluminación era más bien escasa.

Habitualmente, bajaban más las persianas, apagan la luz nada más meterse en la cama, y a dormir, o a hacer lo que tuvieran que hacer. Pero aquella noche, no fue así.

Realmente desde mi ventana, yo no veía mas allá que los laterales de la cama por ambos lados, pero claro no sabía lo que pasaba en ella. Así es que, con un cigarro y el mechero en una mano, y los prismáticos en otra, me fui para la terraza.

Desde la terraza, divisaba algo más tampoco todo y bien porque las ramas de un árbol hacían de improvisado visillo. Los vi en la cama, sin grandes alardes, pero lo que si me fijé es que de vez en cuando miraba el marido hacia la ventana donde debería estar yo. Aquello, me dio que pensar, y mucho. Posiblemente sin saberlo, estaba siendo objeto de algún juego con ellos.

Decidí no darme a ver esa noche, y esperar a la siguiente, a ver que pasaba. Si era lo que yo me imaginaba, estarían con más ganas, y quizás arriesgaran más.

Y así lo hice. La verdad es que esperé todo el día siguiente como un quinceañero. Con inquietud de ver que pasaba.

Por fin llegó la noche y esta vez no me moví de la ventana. Mas o menos el modus operandi, fue el mismo. Introdujeron también los móviles, que pusieron en linterna, apagando la luz de la mesilla. Yo permanecía atento a las ventanas, ni siquiera disimulaba como otros días con la tele o el ordenador. Al poco vi que una de las luces se movía, y como Nuria pasaba por delante de la ventana camino al baño.

Fue una visión rápida, pero adiviné que iba en tetas.

Al poco vi apagarse la luz del baño, y como la luz del móvil del marido, se dirigía a la puerta del baño. Y allí salió solo con la braga en tetas, y además estándose un ratito parada frente a la ventana, sin duda asegurándose de que podía verla bien. Joder, no estaba mal. Mucho mejor que con el pijama o el camisón.

Se apagó la luz del móvil, y hasta me pareció escuchar unas risas.

Las noches siguientes no pasó nada. Actuaron como lo hacían habitualmente.

A la semana más o menos, repitieron el juego. Esta vez, sin bragas, aunque tampoco vi mas allá que una mata de pelos. Y eso sí el culo porque al entrar en el baño también iba iluminada.

Ellos eran conscientes de que, con ese ángulo de visión y la persiana a media altura, solo yo

podía ver lo que ellos querían que viera.

No en vano había visto días atrás al marido, con esa misma colocación de persiana, mirar

repetidas veces y desde diferentes ángulos hacia mi ventana.

Así es que podía confirmar que estaba ayudando a la generación de morbo a la pareja.

Me hubiera gustado en ese momento corresponderles, enseñándoles la polla, pero la

diferencia de altura me lo impedía a no ser que me subiera a una silla, y tampoco era plan.

Aun pasaron dos shows más, en que, en mayor o menor medida, Nuria, se exhibía para mí.

Entendí que había llegado el momento de pasar a la acción, aunque no tenía ni idea de como. Pensé en abordarlos un día por la calle y decirles que me había dado cuenta del juego y que si quería podíamos hacerlo más intenso, más participativo. Vamos que me podía follar a Nuria delante del marido. Lo deseche rápido. Lo más seguro es que me mandaran a tomar por culo, si no se me ponía farruco el marido y terminábamos a tortas, así es que decidí ir por la parte más fácil, en teoría, ella.

Tampoco era tan sencillo entrar al trapo diciéndola que había visto el juego y que quería follarla. Tenía que ser algo más sutil. Pero hacía años que no ligaba. Mis técnicas de seducción se limitaban a follarme a mi mujer, o a alguna puta cuando estaba de viaje, que lógicamente hacía falta poca seducción y mucho dinero.

La veía muchas mañanas que salía a pasear al perro. Bueno una cosa blanca lanuda pequeñaja, que si porque ladraba, debía de ser un perro. Pero yo no tenía perro, y ese tonteo que se crea entre los que tienen perro, no podía darse en mi caso.

Siempre podía aparentar un encuentro casual y romper el hielo. Ella me conocería seguro, y suponía que se cortaría si me dirigía a ella. Bueno si no se ponía a la defensiva, ya llevaba algo ganado. La sorpresa.

Y así lo hice.

Sabía más o menos la hora en que solía bajar al chucho, así es que aquella mañana decidí esperarla metido en el coche, para que no me viera nada más salir de su casa y pudiera darse cuenta de que le estaba esperando.

Tardó, pero al final salió, como casi todos los días. La verdad es que el aspecto era de lo más maruja posible, pero bueno al final tendría lo que todas, y si podía calzármela, pues tan ricamente.

Se fue a hacer el recorrido de siempre, así es que decidí esperarla cerca de la farmacia, es un sitio donde se puede ir, aunque sea a comprar condones, cosa que claro no la diría. La farmacia estaba más o menos en la mitad de su paseo con lo que si lo hacía con tiempo aun tendría tiempo libra para dedicarme un rato.

Esperé pacientemente hasta que la vi venir de lejos. Me gire un poco para no llamarla la atención y que no cambiara el itinerario.

Al poco rato, y como era de esperar, el chucho me estaba olisqueando los pies.

“Que mono”, dije girándome y agachándome a acariciar al puto perro. “¿Es macho o hembra?”, la pregunté ya mirándola a ella a la cara.

“Macho”, contestó ella con cara de tierra trágame.

“Yo soy Samuel”, la dije tendiéndole cortésmente el codo.

“Nuria”, dijo ella con voz de ultratumba.

“Si, creo que somos vecinos, hasta nuestras ventanas dan a una zona común”, la dije.

“Sí?, pues no me he fijado”, contestó ella por decir algo.

“Mujer, si con el que os traéis tu marido y tú, el jueguecito de la exhibición”, la dije

“Cómo?, no entiendo”, dijo ella.

“Vamos Nuria. Te he visto las tetas, el culo, el coño, que por cierto tienes que rasurártelo, por higiene, y porque así podré verte la raja”, la dije

“Que dices, guarro, se lo voy a decir a mi marido. Eres un cerdo”, me dijo haciéndose la indignada.

“Bien, díselo. Y dile también que quiero una exhibición más explícita”, la dije mirándola con descaro las tetas.

“Como más explícita?”, me preguntó traicionándola el subconsciente.

“Está bien verte desnuda de pasada, pero quiero verte también en posiciones, por ejemplo, buscando algo en la mesilla con el culo en pompa hacia la ventana, y las piernas abiertillas, en fin, que me enseñes más”, la dije sonriendo.

“Eso no lo puedo hacer con el delante. Primero porque no querría y segundo porque me moriría de vergüenza sabiendo que mi marido ve como otro hombre me mira”, dijo ella que parecía haber reconocido al final el juego.

“Pues fácil, hazlo cuando no esté”, el dije resolutivo.

“Si claro y que más?”, dijo ella sin saber que decir.

“Bueno ya veremos que más, pero de momento, dime, ¿cuándo no está tu marido en casa?”, la pregunté

“Cómo?, ¿Para que?, él tiene turnos. ¿Pero eso que más da?”, me dijo Nuria visiblemente descolocada.

“Pues que sin estar él te será más fácil exhibirte”, la dije.

“Pero que yo no me voy a exhibir. A ver que te has creído”, me dijo haciéndose la indignada, y dándose media vuelta con el chucho yéndose para su casa.

El caso es que los días siguientes, las persianas permanecieron cerradas, como si las hubieran pegado con silicona. Y si las levantaba, los visillos nunca los corría.

Llegue incluso a pensar que había patinado.

CONTINUARA