Historias de la mili 7
Relato coral de un grupo de soldados de reemplazo del Tercio de Armada en los años 80, durante los últimos meses de servicio militar. Historias de infidelidad, sexo de juventud, amor y también inevitable transición entre la adolescencia y la edad adulta.
Desayuno en el Tercio de Armada.
Juan Antonio entró en el comedor y se dirigió a la mesa donde desayunaban sus compañeros.
- Hala, mira qué bien, está todo el convento reunido.
- Sí, faltaba la madre superiora y acaba de llegar - río el gallego.
El resto del grupo lo celebró con alegría no fingida, porque a pesar de que apenas había amanecido, no era habitual que la pandilla estuviera reunida a la hora de desayunar. Sobre todo, el Cordobita y el de Málaga, los dos Antonios, que ya prestaban servicio de vehículos antes de que se abriera el comedor, trayendo el pan para el desayuno, recogiendo oficiales y suboficiales o haciendo tareas varias. Normalmente, desayunaban antes de irse o después, cuando volvían. Así que eran raras las ocasiones en que podían disfrutar de unos cafés juntos.
- Ayer te metiste en la piltra nada más llegar, no dijiste ni buenas noches - comentó Eduardo.
- Si es que llegué raspando: un poco más y tengo que colarme. Además, estaba reventado.
- ¿Reventado de currar o de quilar? seguro que anoche hubo visita al caño - apostilló el gallego.
- De todo hubo, sí señor. El fin de semana una verdadera paliza, pero bueno, ayer tuve mi desahogo. La mora me pegó un repaso que me dejó fino.
- ¿Otra vez la mora? Esa se va a hacer de oro contigo, te va a sacar todo lo que has ahorrado cuidando cabras.
- Ovejas, yo lo que tengo son ovejas.
- Bueno, lo que sea.
- Hombre, lo que sea no: no se parecen en nada, las cabras tienen...
- ¡Joder Cordobita! No te enrolles otra vez con el ganado, que no es el tema. Tú cuéntanos cómo te fue con la mora.
- Puff, cada día nos llevamos mejor. Ayer me dejó hasta metérsela a pelo.
- ¿A pelo? - se sorprendió Eduardo - ¿estás loco? te va a pegar hasta la triquinosis.
- Que no, que fue un momento: luego me puso como siempre el condón. Fue guapo porque ¿sabéis que? me corrí, pero luego me hice el loco y así continúe follándola un ratito más. Lo que pasa es que la muy lagarta se dio cuenta. No tiene tablas esa...- Murmuró más con admiración que con otra cosa - Bueno y por aquí ¿qué?
- Pues no ha estado mal el fin de semana. El Edu sin ver a la novia y yo en dique seco para variar - dijo el gallego - pero estos dos han triunfado - remató señalando alternativamente al Madriles y al malagueño - alguno por partida doble...
- Coño ¡un doblete!
- Sí, el Julián se acostó ayer con una de Algeciras y (agárrate que vienen curvas): ¿a qué no sabes a quién se tiró el viernes?
Juan Antonio miró al de Madrid con ojos interrogativos y expectantes.
- Venga, suéltalo…
Como si le costara un gran esfuerzo superar esa modestia que no sentía, ni había sentido en su vida, el Madriles lo dejo caer:
- Me enrollé a la hija del comandante.
- ¡Enga ya!
- Que sí, tío - comentó el Eduardo - en el pub de la calle mayor. Lo vimos todos. El muy joputa además se trajo las bragas.
- ¿Las bragas? Jajajaja - El de Córdoba aplaudió: le encantaban esas historias - El comandante te va a capar cuando te pille.
- Ya veremos si me pilla - contestó con la suficiencia que le daba ese punto de chulería madrileña en el que siempre trataba de envolverse.
- Me parece que con esa no vuelve, hay otra que le gusta más - dijo el gallego - Conocimos el sábado en Cádiz a dos chicas de Algeciras. Venían buscando marcha y vaya si la encontraron.
- El Madriles, como siempre, vio la oportunidad y la cazó al vuelo, ya sabes que este aprovecha cualquier golpe de viento para poner proa a una buena presa - intervino Eduardo.
- Sí - contestó Pedro - en este caso además le facilitó las cosas al Malaguita, que fue el que le cayó en gracia a la que dejó libre. Se lo montaron en La Caleta con ellas.
- ¿Os las follasteis? - Exclamó el Cordobita, incapaz de no ir directamente a los detalles escabrosos del asunto.
El Malaguita asintió:
- Yo si mojé.
- Cuenta, cuenta…
Antonio se removió inquieto. La vanidad le había podido, por una vez, había quedado por encima de Julián y eso no era frecuente que pasara, pero lo suyo no era dar detalles, no le gustaba contar sus intimidades con pelos y señales como el de Córdoba.
- Pues eso, que follamos y ya está.
- Hombre ¿cómo que ya está? habría preliminares o algo…
- A ti te voy a contar… para que luego te pajees con mis historias.
- ¡Pero bueno! ¿Que más te da? ¿No te cuento yo todo lo que hago? - Al de Córdoba ni se le pasó por la cabeza negar o siquiera disimular, la posibilidad de que se la cascara con los ligues de sus amigos de protagonistas.
- Sí, a veces sin que nadie te lo pida.
- Bueno y tú ¿qué? - cambió de tercio, pasando a intentarlo con el Madriles, con la esperanza de que su tendencia a bacilar le soltara la lengua.
Éste dudo un momento (para su sorpresa), no porque no supiera si contar o no lo que había hecho, sino porque en su interior valoraba si mentir o decir la verdad. Para él, mantener su prestigio seguía siendo el principal objetivo de esta guerra. De cualquier guerra, vamos… Al final se decidió: una mentira podría complicarle la vida más adelante y eso era algo que él no quería que pasara con Laura.
- Pues tuvimos un buen revolcón, pero nos conformamos con jugar sin meterla.
- ¿¿¿¿Que te conformaste tú????
- Sí. Con algunas mujeres no se puede ir a saco, esta es distinta.
- ¿Distinta en qué? ¿No tiene un coño, como todas? - Respondió Juan Antonio incapaz de comprender sutilezas.
- ¡Mira qué eres bestia! - dijo el Malaguita.
- ¿Yo? Pero ¿que he dicho yo ahora?
- Joder, pues que no todo es meter y ya está - dijo Eduardo.
El de Córdoba los miraba sin comprender nada. No entendía por qué parecía que le estaban riñendo.
- Tíos ¡que estamos hablando del Madriles!
- Sí, eso - rio el gallego - éste es un perro de la guerra, una máquina de follar sin sentimientos, la peor pesadilla de los padres de Cádiz...No como Eduardo, que está enamorado.
- ¡Venga! - dijo el Malaguita - levantemos el campamento que a las ocho tengo que estar recogiendo a los tenientes coroneles en las puertas de tierra.
- Y yo tengo que abrir el club de suboficiales - añadió Eduardo poniéndose también en pie.
El Cordobita los miraba todos desde su asiento. Aún no había tocado su café ni las tortas que se había echado en la bandeja para desayunar.
- Pero bueno ¿ya os vais? Decirme por lo menos si habéis quedado otra vez con ellas.
- Tienen nuestro teléfono, ahí estará el gallego en la centralita atento a la guardia, por si llaman.
- Esta noche me lo contáis todo ¿eh?
- Que sí, que sí…. Pesado…