Historias de infidelidad (1)

Vuelvo a publicar este relato, desaparecido misteriosamente al igual que la categoría en que estaba. Las otras dos partes están en mi ficha, y lo publico en la misma categoría que las otras, aunque esta primera parte tiene poco que ver con la temática de infidelidad.

HISTORIAS DE INFIDELIDAD-1

Todo empezó hace mucho, mucho tiempo, aunque no en una galaxia muy, muy lejana. Tan sólo deberíamos remontarnos a 1983, en Barcelona.

Conocí a Marta en la facultad. Fue una de esas típicas historias de película: nos presentó una profesora porque teníamos que hacer un trabajo de campo sobre el mismo tema. Y ya se sabe, el roce hace el cariño y... Pero mejor no adelantar acontecimientos.

Marta. En aquella época, 20 años recién cumplidos, era una chica que, sin destacar físicamente, tenía un algo que hacía que todos la miráramos cuando pasaba por delante. No tenía unas medidas perfectas, pero debajo de sus siempre tejanos, se antojaba un trasero bien puesto, ni mucho ni poco. Y lo mismo cabe decir de sus pechos. Ya por aquel entonces le calculé una talla 90, y no me equivoqué. Siempre sonriendo, cabellos castaños muy rizados y largos, y una mirada despierta pero que no era capaz de sostenerla si la mirábamos fijamente.

Durante ese año, nos veíamos durante las clases y después para complementar el trabajo. El resto de amigos llegó a llamarnos la parejita, y a mí me hacía gracia. Es más, me esforzaba por no desmentirlo, mientras que Marta  simplemente bajaba los ojos y no decía nada al respecto. Con decir que el primer beso fue en público y ella se dejó llevar...

Así que a nadie le extrañó que fuéramos a finales del curso cogidos de la mano, y en el portal de su casa  nuestras salivas casi mojaran nuestra ropa de los largos morreos que nos dábamos. Como siempre nos encontraba su hermano, que volvía de trabajar,  acabamos pactando con él que nos dejara el coche para hacer una despedida menos pública, ya que en su escalera todo el mundo supo que salía conmigo.

Así, en un lugar recóndito de las montañas que rodean  la ciudad, los besos dieron paso a las caricias, cada vez más íntimas, hasta que a la semana, mis dedos alcanzaron territorio prohibido. Abrazada a mí, deslicé mi mano por debajo de sus tejanos, hasta tocar su culo, pero  decidí que no sólo bastaba con amasar esas nalgas firmes, y toqué su ano y perineo. ¡Marta chorreaba! Estaba mojada, y exhaló un suspiro y se aferró más a mí y me besó con más fuerza mientras acariciaba esa delicada zona. Sin embargo, no se dejó acariciar más hacia delante, no quería, a pesar que su cuerpo la delataba. Recuerdo que era miércoles, y el jueves por la mañana, mientras íbamos a la facultad me dijo que no quería llegar a más porque quería llegar virgen al matrimonio. 20 años y aún virgen. Eso sólo podía pasar en la Transición, fruto de una mentalidad aún encerrada en el pecado.

Ese mismo viernes su virginidad se fue a hacer puñetas.

Sus padres tenían una casa fuera de la ciudad, y me permitieron ir con ellos. Pro la noche de ese viernes, cuando ellos ya dormían, y sus hermanos (tiene 3, dos chicas y un chico) ya hacía rato que estaban en sus habitaciones con la luz apagada, me decidí al ataque final. No eran sólo besos, era roce de cuerpos en pijama, que ambos llevábamos, y yo nunca llevo ropa interior para dormir, así que la senté sobre mí en una silla con las piernas abiertas, y notó por primera vez una virilidad en su entrepierna.  Recuerdo que dijo: ¿eso es tuyo? Y por respuesta la cogí la mano y la llevé a mi polla. La retiró asustada, pero sólo fue un instante. Luego la cogió con cariño, explorando, mirando. Por supuesto yo no estaba quieto. Mis manos ya se lanzaron veloces a sus bragas, apartándolas y dejando paso a un tacto rizado, muy mojado. Cuando le toqué el clítoris, suspiró. No estoy seguro, pero creo que ahí ya se corrió por primera vez en su vida.

Un ligero paréntesis: Yo fui el primero que la folló y que descubrió su cuerpo, aunque a los 17 años, tuvo un noviete que sólo llegó a morreo y sobado de tetas por encima de la ropa, y un jueguecito pseudolésbico con una amiga a los 15 años, pero que no pasó de piquitos y dormir juntas desnudas.

Volviendo a los 20 años: tras esos suspiros, la abracé mientras sus pechos quedaron a la altura de mi cara. Le abrí la blusa del pijama y se mostraron erguidos, desafiantes, con los pezones de punta. Esta chica necesita un repaso total, pensé mientras jugueteaba con la punta de mi lengua, y ella cerraba los ojos. A todo esto, no dejaba de tocarle el coño sin meterle ningún dedo. Estaba en el séptimo cielo. Y me lo demostró diciéndome: Tengo muchas ganas. Estaba realmente a punto. Pero necesitaba que me lo implorara.

Fuimos a su habitación, y con la luz de los fanales de la calle, la tumbé sobre la cama y la desnudé toda. Ella me miraba fijamente, mientras yo aprobaba la calidez de su cuerpo. Su aprendizaje estaba a punto de comenzar.

Nuevo paréntesis: Mis experiencias pre-Marta fueron  de gran utilidad. A los 18 tuve mi primera vez con la madre de un crío al que daba clases. Ella me inició en los secretos de satisfacer a una mujer con dedos, lengua y polla, sin centrarme sólo en la penetración. Supe cómo comer bien un coño, cómo hacerlo desear más, y con un par de chicas más con las que salí simultaneando esta gran dama (Gracias Cristina, siempre te he llevado en mi corazón) el éxito fue rotundo. Así que con Marta, el éxito estaba casi asegurado.

Empecé a besarle los ojos, la nariz, los lóbulos de las orejas, que mordisqueé mientras le decía que era muy guapa, que la deseaba, y que la iba a hacer gozar, y ella gemía mientras acercaba su mano a mi calzón para que me lo quitara.

Los besos eran muy incendiaros, cuando dejé de someter a esta dulce tortura a sus pechos y bajé a lamerle el ombligo y el vientre, ya estaba a punto, suspiraba por que la follara, pero no me lo decía. Cuando estaba a punto de acariciar su vello púbico (sí, en aquella época apenas había rasurados de coño), me detenía y le decía que cuando quisiera que la follara (así, tal cual), me lo pidiera. Y ella sólo decía: “sí, ya, por favor”

Aun no era el momento.

Mi lengua siguió bajando, hasta que por fin humedades diferentes se encontraron. Nunca le habían comido el coño, y el tacto de mi lengua en su virginal agujero, en su inexperto clítoris, la acabaron de inflamar.

-Por favor, decía

-Por favor qué? Pedía yo

-Ya, lo deseo, yaaa,

-¿Qué deseas, le volví a pedir. Quería que me lo pidiera con todas las letras:

f-ó-l-l-a-m-e

-Quiero que me folles, que me folles ya, dijo por fin suplicante

Era el momento.

Acerqué  mi polla a su boca. Le dije: antes debes acabar de ponérmela muy dura.

Y tal fue su deseo que abrió la boca y acercó la lengua a mi glande. Le dije cómo debía hacerlo, y aprendió rápido. Cuando ya la había ensalivado bien, le dije que se levantara. Sabía que la primera vez era un poco dolorosa, y si ella se lo clavaba sentándose encima, sería menos doloroso y más placentero. Me estiré en su cama, y con la polla en alto, ella ya no necesitó que le dijera nada. Se sentó a horcajadas sobre mí, restregando la punta sobre su clítoris. Eso me gustaba mucho. La hice poner con las piernas hacia delante, sentada y no de rodillas, cuando empezó ese coñito deseoso a engullir mi rabo.

En el punto crítico decía que le dolía un poco, pero era cuestión de unos segundos, así que puse mis manos sobre sus hombros y empujé hasta que entró toda hasta el fondo. Previamente le puse sus bragas en la boca, y gracias a ello no gritó. Lágrimas le resbalaban por las mejillas, pero ya estaba hecho. Ya no era virgen. Estuvimos unos minutos así, sin movernos, hasta que ella, empezó a moverse. Acababa de dejar de lado el dolor para entrar en el mundo del placer. Ahora yo debía ir con cuidado, no podía correrme dentro de ella sin condón.

Sus movimientos eran cada vez más rápidos. Yo notaba cómo su canal se contraía con sus movimientos circulares. Y su primer orgasmo coital lo tuvo cuando empecé a levantarla y dejarla caer, en su primer mete-saca.

Cuando la abracé, aún sin sacársela, le dije que era preciosa, y que había disfrutado mucho, pero ahora se trataba de hacerlo juntos. Así que cogí un condón (siempre llevo), me lo puse y le dije que ensayaríamos posturas. La que más le gustó fue a cuatro patas, y allí tuvimos un orgasmo simultáneo, con un dedo travieso abriendo su culito a la vez.

Casi amanecía cuando me fui de su habitación. Pensé en Cristina, porque la vería el lunes, y le contaría que Marta ya no era virgen...eso la excitaría.

CONTINUARÁ