Historias de guerra: El viaje

Nuestro soldado disfruta de un placentero viaje a Tunez, donde conoce a un nuevo amigo.

EL VIAJE

Después de la maravillosa fiesta que tuve con aquellas tropas me encontraba hecho un lío. Seguía pensando que mi tendencia era heterosexual, pero la verdad es que en momentos de excitación sentía atracción por los hombres. Lo que no sabía era si esta atracción sería pasajera o si por el contrario me haría plantear mi condición sexual.

Pasaron dos semanas y mi convivencia con los nazis seguía siendo estupenda. Aunque ya estaba un poco aburrido de mi estancia en aquella mansión, no me podía quejar del trato recibido. Los días pasaban lentos y no sucedía nada que rompiera la monotonía.

Pero por fin una noche se produjo la llegada de un general, Greiner, al que se le preparó una calurosa bienvenida y una gran cena. Uno de los nazis me comentó que aquel general era uno de los más destacados de la nación, y que estaba cosechando grandes triunfos. Durante la cena hubo un ambiente festivo y pronto comenzó a rodar el vino por la mesa. La fiesta no paró hasta altas horas de la madrugada, cuando el cansancio nos obligó a retirarnos a nuestros respectivos lechos.

A la mañana siguiente me despertó el oficial Meissner para darme una urgente noticia. Me comunicó que debía recoger mi equipaje puesto debía marcharme con el general a Túnez. Tardé unos segundos en reaccionar tras los cuales quedé extrañado. El oficial me explicó que había recibido órdenes del propio general para que le acompañase a su viaje por tierras africanas. Aunque no las tenía todas conmigo la noticia me entusiasmó, pues me apetecía salir ya de aquella mansión, en la que llevaba varias semanas sin pasarlo bien.

Preparé mi equipaje tan pronto como pude y salí al recibidor donde me encontré con el general Greiner. Tras despedirme de los compañeros con los que había pasado mis últimos días, especialmente del oficial Meissner, fui saludé al general y juntos abandonamos la mansión. Fuimos andando hasta las afueras del poblado donde había un coche esperándonos. Subimos los dos a la parte de atrás del coche y partimos hacia el este. Llegamos a nuestro destino, un aeropuerto, tras una hora, y bajamos del coche para dirigirnos hacia una avioneta. Subimos a la avioneta junto a una tropa y comenzamos un viaje que duró cinco horas. Durante el trayecto entablé conversación con el general, que parecía un hombre íntegro.

Tras el aterrizaje volvimos a subir a un coche, que nos llevó a la que sería nuestra residencia durante nuestra estancia en Túnez. El lugar era precioso, junto a un puerto, rodeado de preciosas casas de arquitectura árabe. Seguí al general hasta llegar a nuestra morada. La casa era muy grande y muy extraña. Había pocas ventanas y numerosos pasadizos estrechos que comunicaban las diferentes estancias. Parecía que aquella casa era utilizada para apresar a algunos enemigos, pues existían un par de habitaciones cerradas con una gran puerta de acero. La casa tenía dos grandes salones, ambos con una gran alfombra, dos plantas y varias habitaciones.

El general me llevó a la que sería mi habitación y se despidió hasta el día siguiente, pues ambos teníamos que descansar. A la mañana siguiente me desperté y fui al salón para desayunar. Cuando llegué vi que estaba el general con dos hombres más. Al acercarme a la mesa Greiner me los presentó. Eran el general Schober y el soldado Binz. El general tendría la misma edad que Greiner, cerca de cincuenta años, mientras que el soldado tendría unos veinticinco años.

Después de desayunar los dos invitados se levantaron y se dirigieron a una habitación. Greiner también se levantó y me llevó hasta una habitación. Una vez allí me explicó lo que ocurría. Me comentó que al general Schober le gustaba presenciar como dos chicos hacían el amor, y era por ello que yo me encontraba allí. Debía follar con Binz para satisfacer al general. La idea no me desagradaba, pues el muchacho estaba de buen ver y además llevaba tres semanas sin practicar sexo, por lo que estaba muy excitado. El general Greiner me pidió que no le defraudara, y yo le prometí no hacerlo.

A continuación me tuve que desnudar, ya que el general me iba a depilar. Fue a la cocina y calentó una olla de cera para depilarme todo el cuerpo. Estos nazis tenían una gran obsesión con la depilación, y cada vez que tenía sexo me veía sometido a una de éstas sesiones. Una vez terminó de depilarme me aplicó una lavativa, quedando mi recto totalmente limpio. Tras estos preparativos me di una ducha y me vestí, llamándome la atención un tanga negro que debía ponerme. Aquella prenda me hacía sentir como una putita, lo cual me encantaba.

Cuando terminé, el general me llevó hacia la habitación donde sería el encuentro. Para llegar a ella había que cruzar un estrecho pasillo con tres puertas. Al llegar a la habitación quedé sorprendido porque ésta era preciosa. Era muy grande y estaba totalmente cubierta por una preciosa alfombra. Había dos ventanas con forma de arco, ambas sin cristales, que permitían que el sol iluminara totalmente a sala, a la vez que proporcionaba unas maravillosas vistas al puerto. Mientras esperábamos allí el general me recomendó que me portara bien, pues el general Schober era muy generoso.

Tras cinco minutos esperando llegaron a la habitación, momento en el cual me puse un poco nervioso. Los dos generales se sentaron en un extremo de la habitación y nos dieron órdenes de comenzar. Durante unos segundos me mantuve parado, sin saber que hacer, pero Greiner me hizo un gesto de apoyo, tras el cual me acerqué a Binz, que estaba muy nervioso. Comencé a acariciar su cuerpo y pude notar que poseía una gran musculatura, que despertó mi frenesí. Quité su camisa, y al quedar su torso al descubierto comprobé que efectivamente estaba tremendamente musculado. Me abalancé hacia él y lo acaricié con ímpetu. Fruto de mi excitación llegué a besar y lamer aquel delicioso torso, notando que el muchacho comenzaba a relajarse. Yo estaba tremendamente excitado y tan solo pensaba en que aquel nazi me follara.

Estando el soldado de pie desabroché sus pantalones y comprobé que también llevaba un tanga. Quedó ante mi un precioso trasero que no tardé en palpar. Agarré sus endurecidos glúteos y mientras los besaba y acariciaba hice que el soldado se agachara, quedando a cuatro patas. Fue en esta posición en la que me abalancé sobre su trasero, dispuesto a disfrutar al máximo de él. Chupé sus nalgas y a continuación agarré el tanga para echarlo a un lado y descubrir su precioso ano. Acerqué mi cara hacia mi nuevo objetivo y pude percibir un olor que me llevó a la gloria. Jamás había sentido un olor que me hubiera excitado tanto, y fue por ello por lo que estuve varios minutos olfateando su trasero, intentando incluso penetrar con mi nariz aquel delicioso orificio. Después acerqué mi lengua y lamí su ano durante unos minutos. Noté que Binz reaccionaba a mis lamidas con pequeños espasmos de placer, que me demostraron que estaba disfrutando con mi trabajo. Cuando su ano comenzó a dilatarse introduje un dedo y acaricié las paredes de su recto, notando que éste estaba, al igual que el mío, totalmente limpio. Nada más sacar el dedo lo acerque a mi nariz para volver a disfrutar del maravilloso olor que desprendía aquel culito. Después lo chupé y pude notar un suave sabor que encendió aún más mi fogosidad.

Cuando acabé con su trasero me desnudé con la ayuda del muchacho, quedando tan solo con el tanga puesto. Noté en la mirada del general Schober que estaba disfrutando con el espectáculo, lo cual me dio confianza para seguir con mi labor. Le dije a Binz que se tumbara y éste obedeció al instante. Una vez tumbado me acerqué y comencé a chupar sus magníficos pectorales y sus duras abdominales. Disfruté como loco con semejantes músculos y a continuación pasé a chupar sus muslos, muy suaves por la depilación a la que habían sido sometidos. Cuando me percaté de que el chaval estaba excitado bajé su tanga y dejé al descubierto su miembro, totalmente erecto. Al verlo me llevé una nueva alegría, pues tenía un tamaño considerable. Me coloqué a sus pies y agarré aquel miembro con suavidad y dulzura. Con un ligero movimiento destapé su glande y sin poder resistirme lo introduje en mi boca. Pude saborear sus jugos, que dejaron en mis papilas un sabor de lo más exquisito. Me di cuenta de que los generales estaban tras de mi, y aproveché para colocar mi culo en pompa, pues me excitaba mucho que pudieran contemplarlo. Retiré hacia un lado el tanga y dejé mi trasero a la vista de los dos generales para de vez en cuando acariciar mi ano, intuyendo que a Schober le gustaría. Mientras seguía mamando aquella poya, en lo que se convirtió en la mamada más deliciosa de la que había disfrutado hasta aquel entonces. Chupé aquel pene con deleite y con toda la experiencia que había adquirido. Succionaba la punta y después la introducía en mi boca todo lo que podía. Lo lamía de arriba abajo e incluso chupaba sus huevos. Todo con tal de dejar contento al general y principalmente a Binz, que me estaba haciendo gozar como nunca. A él también parecía gustarle y tras un rato mamándole la poya agarró mi cabeza para sujetar mis pelos, a la vez que la movía para que prosiguiese con el ritmo de la mamada. Cuando noté que se iba a correr decidí parar para poder proseguir con el espectáculo.

Me coloqué a cuatro patas, dispuesto a que Binz tomara la iniciativa y me follara de una vez por todas. El chaval se acercó y yo aparté el tanga hacia un lado para que pudiera contemplar mi bonito trasero. Aunque dudó en un principio no tardó en acercar su rostro y olfatear mi culito. El sentir su respiración hacía que mi ano se dilatara, deseoso de ser penetrado. Noté que su lengua rozó mi agujerito tímidamente, lo que me provocó un ligero espasmo. Por fin el soldado se lanzó y tras bajarme el tanga se acercó a mi trasero dispuesto a lamerme todo el culo. Su lengua húmeda acarició todos los rincones de mi ardiente trasero, llegando incluso a explorar mis adentros. Noté que las paredes de mi recto eran ensalivadas y poco después un dedo se abrió paso hasta lo más profundo de él. Fue entonces cuando no pude evitar que de mi boca escaparan numerosos gemidos, provocados por el intenso placer que mi culito estaba recibiendo. No pude aguantar más y le supliqué que me follara, comprobando que los generales rieron al escucharme en aquella actitud.

Binz pareció convencido por mi ruego y acercó su pene a mi cara para que lo lubricara. Lo agarré y con mi lengua fui depositando cantidades de saliva por toda su poya, especialmente el glande. Cuando estaba suficientemente lubricado volvió a colocarse detrás mía, yo seguía a cuatro patas, y con un dedo ensalivado penetró mi ano para lubricarlo, aunque éste ya lo estaba bastante. Muy despacio colocó la punta de su verga sobre mi ojete y empujó suavemente. Relajé mi ano y poco a poco su pene fue penetrándome, provocándome un excelente orgasmo. Tras unas primeras penetraciones suaves, mi culo quedó bastante dilatado y aquello se convirtió en un verdadero deleite. El tremendo pene del nazi entraba por mi orificio sin apenas resistencia, y ambos disfrutamos de una enculada maravillosa. Me costaba trabajo mantener la compostura y me vi obligado a gemir por el intenso placer que recibía por el trasero. Binz acercó uno de sus dedos a mi boca y lo chupé con entusiasmo, notando un grato sabor, que supongo vendría de mi propio recto.

Tras un rato en aquella postura decidí cambiar porque me molestaban un poco las rodillas de la dureza del suelo. Como era yo el que llevaba la iniciativa, ordené a Binz que se tumbara, obedeciendo al instante. Comprobé que el chaval estaba muy excitado y que deseaba seguir follándome, por lo que no le hice esperar. Una vez tumbado me acerqué a su pene y lo volví a lamer, notando el sabor de mis adentros. Consciente de que el soldado estaba muy excitado decidí hacer tiempo para que la follada pudiera extenderse por más tiempo. Aproveché entonces para recorrer con mi lengua el cuerpo perfecto del chaval. Pude disfrutar de su precioso durante unos minutos, hasta que decidí volver a acoger aquella poya en mi culo.

Separé mis piernas para colocarme sobre el chaval, quedando su pene bajo mi cuerpo. Incliné entonces mi cuerpo y agarrando su miembro lo guié hacia mi ano, en el cual se introdujo sin apenes esfuerzo. Comencé entonces a galopar sobre él, notando un intenso placer en cada embestida. Apoyé mis manos sobre el pecho de Binz pero al rato acabé acostado sobre su torso, quedando nuestros cuerpos en pleno contacto. Dicho contacto elevó mi excitación a límites que desconocía y durante varios minutos disfruté de sensaciones jamás experimentadas. Binz agarró mis nalgas mientras yo apretaba sus bíceps y besaba su pecho. La enculada se prolongó durante varios minutos, en los cuales no paré de gritar, poseído totalmente por el placer que recorría mi cuerpo. El chaval también estaba muy excitado y agarrando duramente mis nalgas aceleró el ritmo de la follada, provocándome un tremendo orgasmo, acompañado de una abundante corrida anal. Fue entonces cuando paró de follarme, extrañado por aquel suceso. De mi ano había brotado gran cantidad de flujos que habían quedado sobre su pene. Tuve que esperar varios segundos para reponerme y cuando lo hice me acerqué a su poya para dejarla limpia. Cuando lo hice le propuse a Binz un cambio de postura, el cual aceptó.

Me tumbé en la alfombra de lado y el soldado se colocó detrás mía, para follarme como ya lo habían hecho en ocasiones anteriores. Era aquella postura la que más me había excitado en mis anteriores experiencias, y esta vez no iba a ser menos, pues Binz era con diferencia el que más me había hecho disfrutar. Levanté mi pierna derecha ofreciéndole mi trasero al muchacho, que no tardó en ensartarme de nuevo. Con sus brazos me mantenía abrazado con fuerza y podía notar sus duros músculos sobre mi espalda. Comenzó a follarme de manera suave, volviendo a encender mi frenesí. Las paredes de mi recto parecían amoldadas a su pene y en cada penetración experimentaba un gran placer. Con mi mano acariciaba sus nalgas y metía uno de mis dedos en su culo, para a continuación olerlo y chuparlo. Poco a poco mi excitación aumentaba y comencé a gemir nuevamente. Los generales contemplaban extrañados y no se me ocurrió otra cosa que provocarles, invitándolos con gestos a que se acercaran. No parecían obedecerme y seguí entonces disfrutando de aquella magnífica enculada. Yo mientras no paraba de explorar el culo de Binz, pues aquel olor era mi debilidad. Me gustaba mucho el olor que desprendía cualquier ano, pero el de aquel muchacho era lo máximo. No tardé mucho en volver a sentir un tremendo orgasmo, volviendo a sentir una corrida anal. Comenzó a brotar de mi recto gran cantidad de flujos, provocando que la follada se acelerara, aumentando aun más mi excitación.

Fue entonces cuando la locura se apoderó de mí y supliqué a los generales que se acercaran, pues quería disfrutar de sus penes. Dudaron un instante tras el cual optaron por acercarse, dándome una gran alegría. Cuando los tuve delante bajé sus pantalones y calzoncillos, quedando sus duros penes ante mi. Ambos eran de un tamaño medio y gozaban de buena salud a pesar de la edad de los generales. Empleando tan solo una de mis manos agarré una de las trancas, en aquel momento no sabía de quien era, y la introduje en mi boca para mamarla. Durante varios minutos fui mamando ambas poyas, hasta que Binz paró de follarme, dispuesto a correrse en mi cara.

Me coloqué de rodillas y el soldado se colocó delante mía, meneando su pene en mi cara. Con mi lengua intentaba alcanzar su enorme verga y con mis manos agarraba sus duros glúteos, llegando a introducir mi dedo índice nuevamente por su ano. No tardó mucho en brotar el primer chorro de semen, que quedó depositado sobre mi cara. A este primer chorro siguieron otros cuatro, todos ellos muy abundantes, que acabaron por dejarme toda la cara pringada de semen como tanto me gustaba. Con mi lengua intenté recaudar la mayor cantidad de semen para poder saborearlo. Cuando Binz escurrió hasta su última gota en mi cara agarré su miembro y lo introduje en mi boca, notando el espléndido sabor de su semen. Sin tiempo para deleitarme con aquel pene los generales reclamaron mi atención pues también iban a correrse. Levanté mi cara y abrí mi boca para intentar tragar mayor cantidad de semen. Los dos generales se corrieron a la vez, provocándome unos segundos inolvidables en los que mi cara no paró de recibir semen. Gran parte de éste fue a parar a mi boca, el cual tragué con entusiasmo. El resto fue a parar a mis ojos y frente, que quedaron totalmente cubiertos por el espeso liquido. El semen resbalaba y caía sobre mi pecho, hombros y piernas. Como en las anteriores ocasiones quedé totalmente bañado de semen en lo que suponía una nueva humillación, aunque en esta ocasión fui yo quien así lo quiso pues me encantaba.

A continuación llegó mi turno, para el cual pedí a Binz que se colocara a cuatro patas. Al soldado no le hacía mucha gracia pues ya había pasado su excitación, pero se vio obligado a aceptar pues al fin y al cabo estábamos allí por órdenes de los generales. Cuando Binz estaba preparado me coloqué tras de él, también a cuatro patas. Una vez quedó su trasero ante mí, me abalancé hacia él y comencé a chuparlo y olerlo, como todos ya sabréis, mi gran debilidad. Mientras me deleitaba con aquel trasero pajeaba mi pene, pues ya era hora de que yo acabara. Lo que llamó mi atención fue que el general Schober se acercó a mi trasero y con un dedo penetró mi ano. Era consciente de que no aguantaría mucho tiempo en aquellas circunstancias, y efectivamente al minuto me vino el orgasmo definitivo. Me incorporé tan rápido como pude, recuerden que tenía un dedo en mi culito, y acerque mi pene hacia el trasero de Binz para correrme en la entrada de su ano. Cuatro abundantes brotes de semen cayeron sobre su trasero, resbalando por la raja de su culo hasta caer en la alfombra. Cuando acabé de correrme quedé sentado en la alfombra, exhausto por todo lo acontecido. El general Schober, sin dejarme descansar, hizo que lamiera el culo al muchacho para limpiarlo de los restos de semen. Aunque en aquel momento quedé sin apetito sexual me acerqué rápidamente y relamí todo su culo, notando el sabor de mi semen mezclado con las segregaciones corporales de Binz. Mientras lamía toda la raja de su culo noté que su pene sufría nuevas contracciones, y fue entonces cuando decidí parar, pues no me encontraba con fuerzas para una nueva sesión. Cuando su trasero quedó bien limpio el general nos mandó a las duchas, agradeciéndonos nuestro comportamiento, aunque el más agradecido era yo, que había disfrutado del mejor momento de mi vida.

Fue así como terminó esta nueva aventura, que me había convertido por un tiempo el hombre más feliz del mundo. Cuando Binz se duchó, tanto él como el general se marcharon, quedándonos Greiner y yo solos en la casa. El general me preguntó si había disfrutado, a lo que yo respondí afirmativamente. A continuación me dijo que a la semana siguiente volveríamos a Alemania, donde volvería a disfrutar de nuevos encuentros. Con esta maravillosa noticia fui a mi habitación a dormir un rato, con mi mente puesta en las futuras aventuras, las cuales os contaré en próximos relatos.