Historias de guerra: El primer contacto
Una saga de las vivencias experimentadas por un soldado que fue capturado por sus enemigos.
EL PRIMER CONTACTO
Me dispongo a contar en este diario todas mis vivencias en la segunda guerra mundial. Me alisté en las tropas aliadas allá por el año 1942, cuando apenas contaba con 19 años. Mi nombre por aquel entonces era Paul Brown, aunque por después me lo cambie para romper con el pasado.
Nada más alistarme me destinaron a la frontera franco-alemana, donde las tropas aliadas asediaban a los nazis. No me gusto mi destino ya que aquel era un foco muy activo y podría ser peligroso. Pero lo que aun me gustó menos fue la primera misión que me encomendaron. Un grupo de cinco hombres debíamos adentrarnos unos 100 Km en territorio alemán para descubrir el refugio de uno de los generales nazis.
La situación no era para alegrarse, pero a pesar de ello yo me lo tome con entusiasmo. Yo ya sabia a que venía a la guerra, y esta era una oportunidad para demostrar mi valía. La misión comenzó un viernes a primera hora de la mañana. Un jeep nos acercó a la frontera, en la zona menos vigilada. Una vez allí mis compañeros y yo nos adentramos a pie en territorio alemán, donde nos esperaba una dura misión. Debíamos recorrer muchos kilómetros, lo cual nos supondría bastantes horas.
Llegamos a nuestro destino el sábado por la noche, y nos dispusimos a reconocer el poblado, en el cual debíamos encontrar el refugio del general. El poblado apenas estaba formado por 7 u 8 calles, y llamaba la atención que había numerosas mansiones. En total habría unas 15 casas, todas ellas de gran tamaño. Decidimos dividirnos para hacer un reconocimiento, lo que resultó ser una mala idea, ya que todo se nos fue al traste. Cuando nos adentramos en el poblado no nos percatamos de vigilancia alguna, pero al rato empecé a escuchar disparos. Yo me refugié en un callejón estrecho, en el centro del poblado, donde esperaba que no me encontraran. No fue así y a los cinco minutos me vi rodeado por 8 nazis, que me impedían todo tipo de escapatoria. No me resistí y dejé que me capturaran. Me requisaron el rifle y me llevaron a una de las calles principales. Allí pude ver que había un numeroso grupo de nazis rodeando los cuatro cadáveres de mis compañeros. Yo me asusté al ver aquella escena, y pensé que mi final sería el mismo.
Uno de los nazis me dijo que mi destino sería el mismo que el de mis compañeros si no me portaba bien. A continuación me llevaron a la mansión más grande del poblado, en cuyo sótano había una prisión. Me encerraron en una celda y me dejaron descansar, advirtiéndome de que el día siguiente iba a ser muy especial para mí. Yo no pude pegar ojo pensando en lo que sucedería, y a las siete de la mañana un nazi abrió la celda, se presentó como el oficial Meissner y ordenó que le acompañara. Me llevó a una estancia no muy grande, que era una barbería. Allí aguardaba un barbero, que me indicó que me sentara en una silla. Pensé que me cortarían el pelo, ya que tenía una melena bastante larga. El oficial de dijo al barbero que me dejara muy suave, cosa que no entendí en aquel momento.
El barbero me afeitó, y luego me dijo que me bajara los pantalones, que me afeitaría las piernas. Aquello me desconcertó pero no puse resistencia. El barbero puso una olla al fuego y a continuación me hizo la cera. Una vez que me afeitó las piernas me ordenó que me quitara los calzoncillos, tras lo cual me asusté e intenté huir de allí. El oficial echó mano de su pistola y apuntándome me ordenó que obedeciera. Por aquel entonces apreciaba demasiado la vida y accedí a sus órdenes. El barbero cogió unas tijeras y comenzó a cortar mi bello púbico. Cuando ya estaba corto extendió una capa de cera y de un tirón desaparecieron todos los bellos. A continuación me hizo tumbar en el suelo y mientras el oficial levantaba mis piernas, el barbero me enceró todo el trasero. De un nuevo tirón dejó todo mi trasero sin pelos. Repitió esta operación varias veces y en diferentes posturas, hasta que mi cuerpo quedó sin ningún bello, tan solo los de la cabeza. Mi cuerpo había quedado totalmente suave, y en aquel momento comencé a sospechar lo que el oficial haría conmigo.
Cuando el barbero terminó la faena, el oficial me dio un uniforme nazi y ordenó que me lo pusiera. A continuación me llevó a un salón bastante grande, cubierto totalmente por alfombras. Los muebles eran escasos y había una gran chimenea. El salón daba al exterior por una gran cristalera que lo iluminaba totalmente. Meissner me llevo al centro del salón y allí me hizo tumbar boca arriba, con las manos por encima de mi cabeza. Fue entonces cuando definitivamente tomé conciencia de lo que haría conmigo. El oficial tomó unas esposas y me esposó a una arandela que había clavada en el suelo. A continuación me dijo que esperase, que volvería en un momento. Acto seguido abandonó la estancia, quedando yo allí solo. Me puse entonces a pensar en lo que se me venía encima. Sabía que aquel oficial me iba a violar, y seguramente me mataría a continuación.
Pasados cinco minutos escuché abrir la cerradura de la única puerta que daba acceso a la sala. Fue entonces cuando se produjo algo que no esperaba. El oficial entró acompañado de cuatro hombres, todos ellos, a juzgar por sus uniformes, de alto rango. Todos eran jóvenes y no pasaban de los 35 años. Pasaron los cinco y cerraron la puerta con llave. Una vez dentro me preguntaron el nombre, y ellos me dijeron el suyo. Yo me puse muy nervioso, consciente de que aquellos cinco cabrones me iban a violar. Sus nombres eran, además del oficial Meissner, Bernd, Vukic, Kholer y Wosz.
Uno de los nazis, Bernd, se acercó con unas tijeras y comenzó a rasgar mis vestiduras, quedando mi torso al descubierto. Yo me mantenía inmóvil, totalmente aterrorizado. A continuación comenzó a acariciarme, lo cual me dio mucho asco. Acto seguido se dispuso a desabrochar mis pantalones, a lo cual yo opuse resistencia. El nazi sacó la pistola y apuntándome a la cabeza me pidió tranquilidad, y que como no me portase bien acabaría igual que mis compañeros. Intenté entonces tranquilizarme y decidí dejarme llevar. Una vez bajó mis pantalones me dijo que levantara las piernas y me acarició el culo con los calzones puestos. Aquellas caricias produjeron en mi una inesperada excitación, y mi pene comenzó a erguirse. Al rato me bajó los calzones, descubriéndose mi pene totalmente erguido. Cuando los nazis vieron aquello se rieron y me dijeron que al final acabaría gustándome aquella fiestecilla. Aquel comentario no me hizo ninguna gracia, pero al final acabaría siendo verdad.
Una vez me encontraba totalmente desnudo y esposado, Bernd siguió con su labor. Estaba claro que aquel nazi era el más maricón de todos y se estaba dando un festín a mi consta. Me hizo levantar mis piernas y acercó su cabeza a mi trasero. Después de olerlo se ensalivó un dedo y lo metió por mi culo, lo cual me produjo una sensación muy agradable. Cuando lo sacó comprobó que no había restos de excrementos y comenzó a lamerme todo el trasero. Mi excitación subía por momentos, y aunque en un principio me asusté por mis reacciones, decidí entregarme al máximo y disfrutar de aquello. Cuando Bernd acabó, se acercó Vukic, que también me comió el culo. Así fueron pasando uno y otro hasta que los cinco me lamieron el trasero.
A continuación decidieron desatarme, ya que vieron que me estaba comportando bien. Lo primero que hice fue ponerme de rodillas, esperando ordenes. Vi que los nazis comenzaron a desnudarse, mientras yo me acariciaba el trasero, el cual había quedado muy suave. Estaba muy excitado y yo mismo me introduje un dedo en el culo para calmar mi excitación. Cuando los nazis estaban desnudos se colocaron en fila y me ordenaron que me acercase. Por aquellos momentos ya no las consideraba órdenes, puesto que yo estaba disfrutando más que ellos.
Cuando me acerqué al primero de los nazis, Meissner, sin que él me ordenara nada agarré su pene, que estaba a media erección, y tras echarle el pellejo hacia atrás me lo introduje en la boca. Un extraño sabor, que a mí me supo a gloria, invadió mi boca, y de la mejor manera que pude comencé a mamar aquella poya. A pesar de ser la primera vez que lo hacía, al oficial parecía gustarle y notaba sus espasmos de placer. Intentaba tragar todo lo que podía y cuando la sacaba de mi boca no paraba de chuparla a la vez que la pajeaba. La recorría con mi lengua en toda su extensión y volvía a meterme aquel vergajo en la boca. El resto de los nazis comenzaron a impacientarse y me rodearon para que también se las comiera.
El verme rodeado de cinco poyas no hizo más que aumentar mi excitación, y con más ímpetu que nunca me puse a mamar poyas. Aquello era lo máximo, y el tener una poya en mi boca me hacía llegar al cielo. Mientras mamaba una poya pajeaba otras dos, y así me iba turnando para satisfacer a todos, tal y como ellos lo estaban haciendo conmigo. Notaba además como varias manos acariciaban todo mi cuerpo, especialmente el ano, que cada vez que era penetrado me provocaba ganas de gemir, aunque estos gemidos eran casi siempre silenciados por alguna poya que tenía en mi boca. Cuando los nazis notaron que se iban a correr decidieron parar.
Pensé que a continuación iban a desflorar mi culito, cosa que me impacientaba, pero vi que los cinco se colocaron a cuatro patas ofreciéndome sus traseros. Bernd, que era el que estaba más cerca de mí me ordenó que le chupase el culo, lo cual no me desagradaba, es más, deseaba hacerlo. Me acerqué a gatas hasta tener su trasero a un palmo. Lo primero que hice fue acercar mi nariz a su ano para percibir su olor, el cual me excitó aun más de lo que ya estaba. Con mis manos separé sus nalgas y comencé a chuparle el ano con desesperación, deleitándome con su extraño sabor. Intentaba penetrar con mi lengua hasta lo más profundo de su recto, y de vez en cuando lo penetraba con un dedo. Mi poya comenzó a sufrir una gran erección y sentía una gran tentación por tocarla. Me contuve como pude y continué con mi labor, chupándole el culo al nazi que había a su derecha, Wosz. En esta ocasión, al penetrarle con el dedo, lo saqué con restos de excrementos. Aunque en un principio me dio algo de asco, poseído por la excitación metí el dedo en mi boca y lo limpié con la lengua, notando un sabor que en aquel momento no me disgustó. Cuando acabé de comerles el culo a los cinco, me hicieron tumbarme boca abajo en el centro del salón.
Noté como uno de los nazis se acercaba, después descubrí que era Kholer, y cogiendo mi cintura me hizo levantar el trasero, dispuesto a follarme de una vez por todas. Comenzó a chuparme el ano y me introdujo un par de dedos, para después untarme el culo con una pastilla de jabón. A continuación noté unos golpecitos de su pene en mi ano, advirtiéndome de la penetración que se aproximaba. Intenté mantener la calma y relajar mi culo, para que la penetración fuese menos dolorosa. Cuando Kholer comenzó a penetrarme noté un leve dolor, que se agudizó cuando consiguió penetrar su glande, tras lo cual continuó empujando. Yo intentaba abrir mi ano para facilitar las cosas, pero el dolor seguía persistiendo. Cuando la sacó me volvió a frotar con la pastilla de jabón, esta vez en mayor cantidad. Volvió a penetrarme, y en esta ocasión sentí un gran placer, ya que esta entró sin dificultades. Kholer comenzó a follarme con ímpetu, y en aquellos momentos sentí una sensación indescriptible. Sentía ganas de correrme, a pesar de que en aquellos momentos mi poya estaba flácida. Me olvidé de todo, cerré los ojos y grité como una putita, mientras los nazis se excitaban aún más. Desgraciadamente aquel nazi paró bastante pronto, supongo que para no correrse, y al sacarla de mi ano éste quedó totalmente abierto, ya que yo lo mantenía relajado. Al verlo se acercaron los nazis y se rieron, para a continuación escupir dentro de él. Todos depositaron las babas en mi trasero y con un par de dedos me las extendían por mis adentros. Yo mismo me toqué el ano y pude notar como éste acogió a dos de mis dedos sin ninguna dificultad.
Yo estaba deseando que me volvieran a encular, cosa que no se hizo esperar, pues Bernd me hizo ponerme a cuatro patas. Noté como su poya entró de golpe, lo cual casi me hace desmayar de placer. El resto de nazis se colocaron delante mía para que volviera a chupar sus penes. Wosz me puso la poya en la boca, y yo me la introduje para mamarla. Fue entonces cuando noté una extraña sensación, y noté unos espasmos de placer en mi recto, como si me hubiese corrido. Noté al momento que mi ano estaba empapado de jugos, y deduje que aquello había sido una extraña corrida anal, puesto que el nazi no se había corrido. Aquello no me desvió mi atención y seguí lamiendo la gran poya que tenía en mi boca con ímpetu, a la vez que disfrutaba como loco con cada embestida de Bernd.
Cuando Bernd paró, Vukic se tumbó en el suelo boca arriba colocándome yo sobre él. Mi cuerpo quedó sobre el suyo, y el roce de mi pene con su cuerpo hizo que éste volviera a erguirse. Vukic acarició mis nalgas y después metió dos dedos por mi culo. A continuación cogió su pene y lo ensartó por mi ano, que esperaba ansioso volver a ser penetrado. Vukic acariciaba mis nalgas con suavidad mientras yo reposaba mi cuerpo sobre el suyo. El roce de su cuerpo hacía que aumentase mi excitación y tuve que hacer verdaderos esfuerzos para no correrme. Un nazi me agarró de los pelos y me obligó a incorporarme, para que chupase su miembro. Mientras galopaba sobre Vukic comencé a comerle la poya a aquel nazi y con las manos pajeaba otras dos. Uno de ellos, Meissner, se dio la vuelta y me ofreció el trasero para que lo lamiese. Incliné mi cuerpo, solté las poya que tenía en mis manos y me abalancé sobre aquel culito, con el que disfruté un buen rato. Vukic paró, habiéndome dejado más que satisfecho, y me hizo limpiarle la poya, que estaba totalmente pringada de mis jugos. La chupé hasta dejarla impecable.
Llegó el turno del oficial Meissner, que me ordenó tumbarme boca arriba. Levantó mis piernas y sin ninguna dificultad me penetró hasta el fondo. El resto de los nazis colocaron sus penes sobre mi cara para que los chupase. Todos intentaban meterme el glande en la boca, y en ocasiones llegué a tener dos poyas en mi boca. La excitación que invadía mi cuerpo me hacía gemir, cosa que le encantaba a los nazis. El oficial paró bastante pronto, dejándome insatisfecho y con ganas de volver a acoger una poya en mi trasero.
Le toco al turno a Wosz, que poseía el pene más grande de los cinco. Me hizo tumbar de lado, se colocó a mi espalda y me insertó todo su miembro, notando en esta ocasión un placer aún más intenso. Wosz me mantenía abrazado y levantaba una de mis piernas, haciendo que mis nalgas quedaran bien separadas. Como de costumbre tenía al resto de nazis esperando que se la chupara, pero en esta ocasión me fue muy difícil, ya que la enculada que estaba recibiendo me estaba llevando al más profundo de los placeres, y simplemente me dispuse a disfrutar de ello. Mi boca se limitaba a soltar los gemidos que Wosz me estaba provocando con aquella tremenda follada. Volví a sentir de nuevo como mi ano se corría, segregando gran cantidad de flujos. Al rato Wosz la sacó, quedando mi culo totalmente abierto y ansioso de acoger un nuevo vergajo. Desafortunadamente ya no me iban a follar más, pero lo bueno aún no había acabado.
Los nazis se me explicaron que tenían reservada una sorpresita para mí. Bernd me explicó que todos ellos llevaban más de un mes sin eyacular, y que yo sería el afortunado de disfrutar de tanto semen. A pesar de que aquello era humillante, tomé la noticia con gran satisfacción, y lo consideré una buena manera de acabar aquella fiesta. Me tumbé en el suelo boca arriba y Wosz me dio órdenes de lo que debía hacer. Debía mantenerme inmóvil, tragar todo el semen que cayera en mi boca y dar las gracias cada vez que uno de ellos se corriera. Aquellas órdenes volvieron a encender mi excitación, y aunque era consciente de la humillación a la que iba a ser sometido, esperaba ansioso a que depositaran sus corridas sobre mi cara.
El primero en acercarse fue Kholer, que se colocó a mi derecha y comenzó a pajearse. Yo esperaba ansioso la corrida, totalmente parado como me habían dicho. Tan solo movía los ojos para ver la poya del nazi. No tardó mucho en llegar el primer chorro de semen, del que gran parte fue a parar al suelo debido a la potencia con la que salió, dejando sobre mi cara una fina línea de semen. A este chorro le siguieron otros cuatro muy abundantes, cayendo todos sobre mi cara, quedando ésta totalmente empapada. Comencé a reírme, tal vez por la vergüenza que estaba pasando. Cumpliendo las órdenes le di las gracias a Kholer y abrí la boca para tragar los restos de semen que habían quedado sobre mis labios. A continuación se acercó Bernd, que de inmediato se corrió, en tres chorros que cayeron principalmente sobre mis ojos, viéndome obligado a cerrarlos. Todos los nazis se rieron, y yo también me reía, mientras le daba las gracias a Bernd. Después se acercó Meissner, que se colocó sobre mi cabeza. Su primer chorro fue a parar a mi boca, y a continuación lo hicieron otros cuatro. Fue impresionante la cantidad de leche que depositó en mi cara, especialmente sobre mi boca. Al darle las gracias gran cantidad de semen entró en mi boca, el cual tragué con mucho gusto. El siguiente fue Vukic, que acabó con tres potentes chorros que cayeron mayormente sobre mi pelo, y parte en los ojos, que tuve que volver a cerrar. Llegó entonces el turno de Wosz, cuya corrida fue monumental. Cinco chorros de denso semen cayeron sobre toda mi cara. Mientras se corría comencé a reírme, motivo por el cual cayó abundante semen en mi boca. Cuando terminó le di las gracias y me tragué todo el semen que tenía en mi boca, el cual me supo a gloria.
Mi cara quedó hecha un cuadro, totalmente pringada de denso semen. A penas podía abrir los ojos, mi pelo estaba totalmente pringado, y mi boca se mantenía llena de semen, a pesar de que había tragado gran cantidad. Los cinco comenzaron a aplaudir mientras gozaban al verme humillado. Yo no paraba de reír, debido a la vergüenza que me daba el verme humillado, pero mi excitación seguía al máximo. Al darse cuenta los nazis de que mi pene volvía a erguirse con fuerza, me dijeron que me corriera sobre mi cuerpo. Yo no les hice esperar y tras pajearme durante unos segundos, de mi poya brotaron cuatro cálidos chorros de semen que cayeron sobre mi vientre y pecho, llegando incluso a salpicar mi cara. Los nazis volvieron a aplaudir y agradeciéndome el buen rato que les había hecho pasar me dieron una toalla y me indicaron la dirección del servio, al que me acompaño el oficial para que me duchara.
De camino al servicio el oficial agradeció mi comportamiento, y me dijo que si continuaba con aquel comportamiento mi estancia con ellos sería bastante agradable. Aquellas palabras me llenaron de felicidad, no solo había salvado la vida, sino que además sabía que mi estancia con ellos sería bastante agradable. Llegarían en el futuro grandes experiencias que ya os contaré en sucesivos relatos.