Historias de familia (2): Historia de un matrimoni
El padre explica a su hijo sus vivencias como homosexual hasta el divorcio con su madre
HISTORIAS DE FAMILIA
2.- Historia de un matrimonio
- Las cosas son a veces más complicadas de lo que parecen
- No entiendo. ¿Querías a mamá o no?
- A tu madre no se la podía no querer, la quería pero no estaba enamorado de ella.
- Pero te casaste y tuviste un hijo
- No es una disculpa; pero para mí todo era muy difícil, las circunstancias me empujaron y yo no supe o no quise reaccionar. Déjame que te explique
Rubén sentado junto a su padre escuchaba atentamente sus palabras, había muchas cosas que desconocía y que le estaban ayudando a comprender mejor a su padre, al que adoraba; pero que a la vez le producía sentimientos encontrados. José Angel relató a su hijo la historia de su vida:
Ambas familias estaban estrechamente unidas, tus dos abuelos era amigos desde la adolescencia y se casaron con dos amigas, también muy unidas. Todo lo hacían juntos, yo creo que hasta follar, tu madre y yo nos llevábamos días en nuestro nacimiento.
Rubén sonrió ante el comentario de su padre y siguió escuchando.
Tu madre y yo crecimos juntos, hasta de vacaciones íbamos juntos, nos llevábamos muy bien y en ambas familias se dio por sentado que estábamos hechos el uno para el otro. Yo con ella me sentís muy bien, éramos grandes amigos y lo compartíamos todo; bueno, todo no. Había una cosa que nunca le dije y que en el fondo no quería reconocer: No me atraían las chicas.
Todos mis compañeros y amigotes, como corresponde a esa edad, se pasaban el día hablando del culo y las tetas de esta o aquella chica e incluso alguno explicaba aventurillas de sexo (probablemente con más imaginación que realidad). Yo escuchaba y, la mayoría de las veces, callaba y empezó a correrse la voz de que era maricón.
En el fondo tenía miedo de que fuera verdad, una verdad que era incapaz de aceptar y que me hizo dar un salto hacia adelante, pidiéndole a tu madre que fuera mi novia. Cuando se lo pregunté su respuesta fue tajante: “Pues claro, tonto, creía que nunca me lo ibas a pedir”.
Fue un noviazgo casto y puro, yo tenía mi tapadera; pero no me atraía sexualmente en absoluto. En cambio, en los vestuarios de gimnasios y piscinas tenía que esforzarme en no mirar la desnudez de los otros chicos. A pesar de ello, seguía negándome a aceptarme como era y me refugié en una estúpida religiosidad que no venía de mi familia; pero que me servía para justificarme a mí mismo que no quisiera tocarla más allá de algún beso y alguna caricia (que siempre iniciaba ella). Mis sentimientos reprimidos hacia las personas de mi mismo sexo la vivía muy mal, con sentimiento de culpa, y no me atrevía a explicarlo ni cuando me confesaba, lo que me generaba aún más sentimiento de culpa. Era una espiral maldita que me estaba haciendo polvo mentalmente.
Así llegamos a nuestra boda y yo temblaba sólo de pensar en la primera noche, aunque me decía a mi mismo que no tenía por qué: Yo era un hombre “normal” y una vez casado, el sexo no es pecado; así que no habría ningún problema. Curiosamente no lo hubo, tu madre es (o al menos era) una fiera en la cama.
Rubén vuelve a sonreír, jamás se había imaginado esa faceta de su madre.
Aquella noche y durante los primeros años de matrimonio me hizo olvidar mi atracción por los hombres, el sexo con ella era maravilloso, no había tabúes, ni momento, ni lugar que nos impidiera hacerlo. Y lo mejor, también olvidé a los curas.
Las cosas empezaron a cambiar cuando se quedó embarazada de ti. Como es frecuente, su libido fue disminuyendo; pero yo necesitaba mantener el ritmo de nuestra vida sexual, era como si supiera que mientras siguiera así no pensaría en otra cosa, que era como los parches de nicotina de los fumadores o como la metadona de los heroinómanos. De ella jamás recibí un rechazo; al principio las cosas cambiaron poco, menos frecuencia pero nada más; más adelante sexo oral y anal y finalmente sólo oral. A ella no le apetecía; pero me hacía unas mamadas hasta el final con igual habilidad que en sus mejores momentos. Ella no quería llegar al orgasmo, tenía miedo por ti y yo empecé a sentirme culpable de mi apetito sexual y volvía a refugiarme en mi abstinencia mística.
Una tarde de primavera, más o menos a estas alturas del año, tú ya habías nacido y no tenía clases por la tarde en la Facultad, acabé dando un paseo por el parque disfrutando del buen tiempo y terminé sentándome en un banco en la semisombra bajo unos árboles que filtraban el sol de la tarde. Al poco tiempo, un joven que debería tener unos 23 o 25 años se sentó a mi lado, me saludo y transcurridos un par de minutos me pidió tabaco. Me volví a mirarlo para decirle que no fumaba y me encontré con una belleza de facciones suaves coronada por una mata de pelo negro acaracolado, casi africano, que se movía dulcemente cuando agitaba la cabeza. Se había sentado apoyando los brazos abiertos sobre el respaldo del banco y las piernas separadas, su físico era soberbio sin ser excesivamente musculado y el bulto de su entrepierna indicaba a todas luces que estaba bien dotado. Por primera vez en años volvía a fijarme en un hombre y eso desataba en mí sentimientos que creía olvidados.
Me sonrió mostrado unos dientes blancos, perfectos y sus labios se me aparecieron apetecibles, golosos, deseables. “Buscas algo en especial por aquí”, me dijo mirándome fijamente y sin dejar de sonreír. No acerté a contestar, no acababa de entender que me estaba preguntando; pero me tenía cautivado. Se levantó, me tomó de la mano y dijo: “Vamos, ven conmigo”.
Lo seguí como un autómata, como un perro sigue a su amo. Salimos del parque, cruzamos dos o tres calles, entramos en un portal, subimos en el ascensor y entramos en su piso. Todo eso sin decir palabra, como en una nube que me ocultaba el mundo y sólo lo veía a él.
Cerró la puerta, me pidió dinero, se lo di sin rechistar y se desnudó. Sin ropa era aún más atractivo, simplemente escultural. “¿Tú no te desnudas?, pregunto moviendo lascivamente la cintura, haciendo que su polla oscilara como un péndulo. Me desnudé, sin quitar la vista de su miembro largo y grueso que me tenía como hipnotizado. “Te gusta mi polla, ¿verdad?”, yo asentí con la cabeza; “pues es tuya”, añadió, “no voy a correrme; pero puedes hacer lo que quieras”.
Me arrodillé ante aquel ídolo de la sexualidad y por primera vez en mi vida me tragué una polla ¡Y Dios, que polla!.
Rubén en silencio, como intentando asimilar lo que estaña oyendo, volvió a sonreír.
Fue una mamada intuitiva, sin premeditación; pero aquel trozo de carne que al inicio estaba flácido rápidamente se iba endureciendo. Me la sacaba de la boca para comprobar mi obra y me la volvía a meter con glotonería. No se hizo mucho mas larga ni gruesa; pero brillante por efecto de la saliva, más oscura que el resto de su cuerpo moreno, con un glande carmesí, terso y reluciente y casi horizontal, ligeramente curvada hacia arriba, era impresionante.
Hizo que me levantará, me dio un suave beso en los labios y asió mi polla también erecta, de lo que no me había percatado hasta ese instante. Me llevó hacia el interior de la casa, hasta una habitación con espejos en las paredes y una amplia cama, sobre la que seguí mamándole la polla mientras él jugaba con la mía con la lengua.
Paró por un instante y preguntó: “¿La quieres en el culo?, ya te he dicho que no me correré; pero puedo follarte”. Su sugerencia me espantó, mi culo era virgen y nada más de pensar en que me la metiera con ese tamaño me dolía. Rechacé el ofrecimiento, reconociendo mi virginidad; él rió a carcajadas y después de tranquilizarme con caricias, me dijo al oído: “Tranquilo, voy a hacerte feliz”.
Me colocó bocabajo y me dio un suave masaje que acabó acariciándome el ano con los dedos. Un agradable cosquilleo recorrió todo mi cuerpo y lancé un gemido cuando su lengua rozó la entrada de mi recto. Me volvió loco con aquel beso negro, sentía mi polla aprisionada entre mi cuerpo agitándose a cada nueva sensación a cual más intensa. En eso se colocó sobré mí y encajó su verga en mi culo, creí que me penetraba sin consideración, en mi pugnaba el deseo de sentirlo dentro con el pánico al dolor y él se percató de ello. “Tranquilo, no voy a hacerte daño, goza del momento”. Era algo muy fácil de decir; pero el temor no desaparecía.
Su polla quedó atrapada entre su cuerpo y mis glúteos y se movía como si me follara; pero no me penetró. Eso me tranquilizó y disfrute de las caricias de su miembro y de sus besos. Instantes después, se separó de mí, me dio la vuelta y se lanzó sobre mi polla. Me la chupaba lentamente y haciéndome sentir un enorme placer y no me percaté de que iba metiendo un dedo en mi culo hasta que lo movió en mi interior. Noté como una descarga desde mis entrañas a la punta de la polla, creí que me corría de inmediato; pero no fue así. Lentamente sacó el dedo de mi culo y sin problemas logró volver a meter ahora dos, la descarga fue ahora más intensa y en la punta de mi verga aparecieron unas gotas blanquecinas. “Estas a punto”, me dijo, y empezó a darme la mejor mamada de mi vida hasta ese momento (y probablemente de toda mi vida) mientras no paraba de mover los dedos en mi culo con una suave presión interior. Me corrí de una manera brutal
Con la boca llena de semen me beso en la mía y mientras mi semen pasaba de una boca a otra una y otra vez, él había abandonado mi culo y me masturbaba con energía. No paraba de agitarme, mi cuerpo era incapaz de procesar la nueva y placentera sensación de sentir semen llenándote la boca.
Ese día cambio mi vida. Llegué a casa avergonzado, diciéndome que había sido una locura y que no volvería a suceder; además, ahora era padre y tenía que ser responsable. Pero es imposible poner puertas al campo, acabé siendo cliente habitual del chico y reconociendo por fin que me gustaban los hombres.
Con el tiempo, tu madre volvió a la actividad sexual; pero ya no era lo mismo. El que con toda seguridad no era el mismo era yo; necesitaba una polla de tanto en tanto y empecé a tener una vida sexual alternativa, que complementaba la de marido atento y sesudo profesor universitario, que busqué primero en cines X y luego en saunas gay; no volví nunca más a pagar un chapero cuando un día despareció el chico que me abrió los ojos a mí sexualidad.
Mamé y me la mamaron en las filas de atrás de los cines X, la mayoría casados o supuestos heteros como yo que buscaban satisfacer sus instintos reprimidos. Una y otra vez, tras cada encuentro furtivo en la oscuridad de la sala o en sus aseos, me decía que era la última; pero volvía de nuevo. Cuando descubrí las saunas, se me fueron los remordimientos, paseando desnudo por sus pasillos poco iluminados, follando y siendo follado en los cuartos oscuros, ligando en la sala de proyección (porno gay sin paliativos, en lugar de los cines X para heteros donde comencé) y acabando en una cabina con uno o dos tíos que buscan lo mismo que tú, viendo follar en la sauna y uniéndote a la fiesta si te aceptan me siento bien; pero no sólo ahora que soy maricón confeso, sino incluso en los últimos tiempos con tu madre. Nunca he creído que la engañaba, no era que buscara otra mujer pues ya no la quería, necesitaba una polla de tanto en tanto como el aire que respiraba.
Rubén observaba a su padre con cierto desconcierto. “Un punto de vista curioso”, pensó para sí. Su padre seguía hablando
En una sauna me sodomizaron por primera vez.
Rubén volvió a sonreír y exclamo “¡Que fino te has vuelto!
Si lo prefieres me dieron por culo por primera vez. Lo había intentado varias veces; pero al final lo había dejado correr. Aquel día me ligué a un tipo extraño, alto y muy delgado, con una barba larga me explicó que era vegetariano y practicaba el yoga. Tenía una verga larga y delgada y antes de que me diera cuenta, me la había metido. Me sujetaba las manos para evitar que me masturbara. “Goza de tu cuerpo, olvida por unos instantes que tienes pene” me decía. Me follaba sin parar y el placer era inmenso, no sé si estaba al borde del orgasmo que no llegaba nunca con la polla goteando o era un orgasmo infinito sin eyaculación. Paró y me dejo descansar, el no se había corrido, hablamos un rato sobre sexo tántrico y otras cosas y volvió a follarme otra vez. Al final desistió, me dejo que me la cascara y me corrí como un animal y él se marcho sin correrse. Sus orgasmos eran secos, decía.
- ¿Mantuviste esta situación sin problemas?
- Durante 16 años, en viajes y congresos o inventándome falsas reuniones para llegar tarde a casa.
- ¿Cómo te pilló con ese tipo en casa?
Fue mala suerte. Ese día tu madre tenía que volver tarde y yo estaba en casa esperando al agente de seguros de toda la vida. Un hombre mayor a punto de jubilarse que tenía que traerme unas pólizas para que firmara la renovación.
Al abrir la puerta me encontré un joven trajeado, que al ver mi cara de extrañeza se presento como el hijo del Sr. Roca que ya se había jubilado y ahora era él el agente. Nos estrechamos la mano, le hice pasar y nos sentamos en el sofá y le pregunté por su padre. No pude evitar fijarme en él, en lo atractivo que era.
Creo que se dio cuenta y nervioso se levantó a buscar los papeles en su cartera. Al agacharse su culo se veía magnífico y al volverse, ambos nos dimos cuenta de la erección que teníamos los dos.
Volvió a sentarse a mi lado, le acaricié el muslo mientras me explicaba atropelladamente la nueva póliza; pero su polla se elevaba cada vez más. No pude reprimirme y le besé, él me devolvió el beso y en minutos estaban con las pollas al aire pajeándonos el uno al otro en medio de un tremendo morreo. Animado, bajé hasta su polla y se la mamé con ganas, gemía como un loco y no tardo en correrse. En ese momento, tu madre entraba en el comedor; al oírla levanté la cabeza y la imagen del semen del chico escurriéndose de mi boca, debió ser demoledora.
Aquel día me fui de casa…
(Continuara)