Historias de Ariki (Continuación de Rapanui)

El goce increíble de una mujer polinesia que recibe por sus dos agujeros sin distinción pero siempre disfrutando y dando placer.

Se había venido en el avión a última hora con nosotros. Tarita la había invitado a vivir en nuestra casa. Y a compartir una nueva aventura que había planeado... Después con el tiempo, me doy cuenta de que nunca debimos abandonar Rapa-nui... Una a una se desencadenaron las situaciones desgraciadas que nos hacen recordar con nostalgia la vida en Isla de Pascua. Celia era una muchacha típica polinésica: piel aceitunada, pelo largo, negro y sedoso, ojos brillantes y penetrantes. Labios gruesos, carnosos y siempre húmedos. ¡Cómo mamaba! Pero lo más delicioso de su anatomía era su cuerpo: un culo impresionante, muslos gruesos y torneados que albergaban un coño casi lampiño... Si su boca parecía coño, su coño era una verdadera boca que aprisionaba el pene, lo succionaba con una maestría increíble. Tierno, jugoso, estrecho a veces, amplio y suave en otras... Se adhería al miembro viril como una enredadera o una planta carnívora y lo envolvía en la suavidad de sus pliegues y la humedad de sus néctares... Mamárselo era un verdadero placer para mí, podía estar horas bebiendo sus fluidos, mientras ella, en un orgasmo continuo se agitaba, ronroneaba o rugía, de acuerdo con el estado de excitación, que acompañaba con exclamaciones en su lengua rapanui... Le gustaba cabalgarme y a mí me excitaba verla en su majestuosa desnudez saltar sobre mi cuerpo e introducirse el pene alternativamente en su coño o en su culo, según su preferencia... Jamás rehuyó el contacto anal, a pesar de que diferenciarlos era extremadamente difícil. Los jugos de su vagina le mojaban el ano y le daban aquello de que carecía: lubricación. Se dilataba a límites extrahumanos y a veces le introducía mi puño casi completo, sin que ella exhalara ni el más mínimo reclamo... Por el contrario, la sentía en cada orgasmo cómo me apretaba y me soltaba al ritmo de su divina estructura corporal... En el avión, se vino varias veces mientras le acariciaba el coño y bebía su exquisito licor... La primera vez, ocurrió una mañana en que me llevó el desayuno... Tarita había salido temprano y me había dejado durmiendo... Cubierto sólo con la sábana, empapada en el sudor producido por el calor que ya, a esas horas, era insoportable... Santiago en verano es un horno asfixiante... Celia vestía un pareu turquesa con blancos hibiscos, colocado alrededor de su lujurioso cuerpo y... nada más. Lo supe porque al inclinarse su sexo se me presentó en un rápido flash reflejado en el espejo de la habitación. Me hice el dormido, y cuando dejó la bandeja, suavemente introduje mi mano hasta llegar a su coño... Una sonrisa de sorpresa: ¡Hamaore! (sinvergüenza) ¡Ki eve-eve taúa!, me dijo en su lengua... y acto seguido se quitó el pareu y desnuda, húmeda y abierta se me ofreció; en un rápido movimiento se montó en mi miembro y se lo introdujo de un golpe. Sentí un chorro de líquido vaginal que me mojó hasta el abdomen. La cogí de las nalgas y aprisioné su culo. Un orgasmo tras otro le sobrevinieron con quejidos y exclamaciones: ¡Ko te nene! ( ¡Qué rico!) ¡Ko te ure nene! Yo me concentré en sentir cómo su vagina se estrechaba y se abría alrededor de mi ure y me lo amasaba con destreza y lascivia...De pronto, se desmontó y se puso en cuatro arrastrándome hacia ella ofreciéndome el kaúha (culo): ese agujero enteramente mojado con los fluidos de su vagina. Besé la entrada del apetitoso bocado, al tocarlo con la lengua se abrió como una flor. La sentí dispuesta y lista. Introduje el pene en esa deliciosa abertura y después de bregar un momento tratando de retener el semen que se me venía como una avalancha... No pude más y abrí la llave por la que se me escapaba la vida... Celia me recibió con bramidos, rugidos de hembra habituada a expresar todo su potencial emotivo sin refrenarse como la mujer occidental... Eso era lo que más apreciaba en la mujer polinésica: su candorosa lascivia, su lujuriosa ingenuidad. Coger para ella es algo natural y hecho para la plena realización de la persona... Por la noche, y después de la rutina diaria de la comida, Tarita debía cumplir algunas obligaciones sociales con su familia, así que quedé de nuevo solo con Celia... Pero esta vez me correspondía a mí sorprenderla con las delicias del conti (así llaman los rapanui al Chile continental). Salimos en el automóvil a recorrer el Santiago veraniego. Luego y para sorpresa de Celia, nos introdujimos en el acceso de un conocido hotel, de moda en ese tiempo, el Hotel "Valdivia"... Para los hipócritas santiaguinos el sexo se disfruta en compañía de amantes y en moteles, jamás con la pareja propia...La habitación, regiamente decorada, tenía una pequeña alberca en que el agua vertía por varios lugares dándole el aspecto de pequeñas cascadas que fascinaron a Celia. El calor reinante la hizo zambullirse en la laguna artificial que le recordaba su Isla natal. Allí la cogí varias veces. Su boca hizo empalmarse mi pene cada vez que, producto del esfuerzo, bajaba su rigidez. Me hizo acabar en sus tetas, en su boca, en su ombligo. En fin, cuando llegué a casa, Tarita me esperaba viendo televisión. No había reproche en su mirada, así que le conté sin tapujos lo ocurrido ese día con nuestra huésped. Sonrió y con guiño picaresco, me dijo que ahora era su turno. Yo intenté aproximarme, pero me rechazó cariñosamente: "Contigo no, tontito. Descansa".

Y se dirigió a la recámara de Celia. Me quedé dormido casi en el acto, extenuado... Los quejidos de la habitación contigua me despertaron a altas horas de la madrugada. No pude dejar de asistir al espectáculo: el albo cuerpo de Tarita entrelazado con el moreno cuerpo de Celia. Llevaban horas de actividad lésbica... Excitado me fui al lecho conyugal, sonriendo, entusiasmado con los buenos momentos que vendrían en el futuro...O por lo menos, eso era lo que creía en ese momento...