Historias de adolescentes: una pequeña orgía

Durante un botellón, los jóvenes se desinhiben inevitablemente. Una chica dará buena cuenta de cuatro chicos.

Cuando me sirvieron el quinto cubata debí haberlo rechazado, pero me lo estaba pasando tan bien! La mezcla de whisky y limón pasaba por mi garganta en tragos lentos y largos. Estábamos haciendo un botellón en un conocido parque donde solemos reunirnos los jóvenes para beber a placer sin gastarnos un ojos de la cara. Eché un vistazo rápido a mis colegas. Todos estaban pasándoselo bien. Pude ver cómo algunos de los chicos babeaban alrededor de Lorena, cómo charlaban otros con Susana y con Rebeca, cómo Elena... dónde estaba Elena? Había desaparecido.

Curiosamente también había desaparecido Roberto, el chico que había hecho que nos juntáramos los dos grupos. Porque inicialmente nosotras íbamos solas y ellos ídem. Pero la semana anterior, Roberto se había acercado para presentarse entre nosotras y acabó liándose con Elena al final de la noche. El resto intentó rondar a Lorena, la tía buena del grupo, pero fue inútil. Sabe manejar a los tíos de una forma impresionante. Los hace babear durante toda la noche y luego les deja sin llegar a hacer nunca nada, calientes y sedientos de sexo. Aquella noche iba radiante, con el largo pelo anudado en una coleta, un sugerente escote y una corta minifalda.

Y mientras los chicos seguían bebíendole los vientos, yo seguía bebiendo cubatas que, generosamente, me servía Sergio. Con tanto alcohol ingerido, era irremediable que me acabaran entrando ganas de hacer pis, así se lo hice saber a mis amigas, las cuales pasaron de mí. Iba ya a irme sola cuando Sergio se ofreció a acompañarme. Bueno, mejor eso que nada, no? No fuera a ser que algún borracho se quisiera aprovechar de mí.

Me costaba decidirme por un lugar. Siempre aparecía alguien de entre los matorrales que venía de haer exactamente lo mismo. Y como tenía pantalones, pues no iba a ser una maniobra sencilla. Pero mi vejiga no entendía de lugares y me apremiaba cada vez más para que le diera rienda suelta. Sergio también comenzaba a meterme prisa. Unas gotitas de orina escaparon a mi control y noté cómo mojaban ligeramente mi ropa interior. Vi un árbol que podría servirme y me acerqué a él. Pude oír un suspiro de “Por fin” proviniente de Sergio.

Me agaché rápidamente, al tiempo que arrastraba mis pantalones casi hasta las rodillas. Un tremendo alivio me invadió cuando por fin pude soltar todo lo que llevaba dentro. La orina salía a presión de mi interior, vaciándome por completo. Mientras seguía orinando, me fijé en el tanga. Había mojado bastante más de lo que pensaba. La tela protectora estaba empapada.

Niñaaaaaaa, que se te ve el chuminoooo!!!

Me asusté al oír gritar a unas chicas que iban por uno de tantos caminos. Mi corazón tardó en darse cuenta de que era una broma. Entonces apareció Segio, bajándose la cremallera.

Lo siento, pero yo también me estoy meando y tú tardas una eternidad. No te importa, verdad?

No pude responder cuando su miembro emergió a apenas tres palmos de mi cara y un potente chorro de orina comenzó a salir en dirección al matorral más cercano. La tenía grande. No, la verdad es que la tenía morcillona, en estado de semi-erección. El glande asomaba casi por completo. Terminé de orinar. Cogí un kleenex del bolso y me limpié a conciencia. Estaba un poco cortada por el desparpajo del que había hecho gala Sergio, pero también estaba enfadada, no me había hecho ni pizca de gracia lo que había hecho. Apenas nos conocíamos de dos semanas!!! Cuando terminó y me vio algo mosqueada, me comentó:

No te habrá molestado, no? Total, ni que no hubiéramos visto ya suficientes pollas y chochos como para tomarnos esto a la tremenda!

Lo poco de enfado que pudiera tener se disolvió en un segundo, justo cuando empecé a descojonarme de risa por la situación. En aquellos momentos me parecía tremendamente graciosa. De vuelta a nuestro puesto, nos cruzamos con las chicas que me habían gritado antes y, no falta de desparpajo, les grité:

Qué? Os ha gustado mi chuminooo?

Las pilló tan de sorpresa como a mí, y no dio tiempo a que me respondieran. Sergio se reía ante mi actuación. Cuando llegamos a donde se suponía que estaban todos, vimos que faltaba mucha gente. De hecho, todas mis amigas y parte de los chicos, habían partido ya hacia no sé qué local. Tan sólo tres chicos nos esperaban a “la parejita”, como nos llamaron al llegar. Éramos cinco y todavía quedaba una botella de whisky casi enterita. No sé de quién fue la brillante idea de pulírnosla a chupitos pero el caso es que, casi media hora después, todavía quedaba un cuarto de botella y yo llevaba encima un pedo que no podía casi tenerme en pie. Me tambaleaba de un sitio a otro, sujetándome sobre ellos, que se reían al unísono y trataban, entre trago y trago de tocar todo lo que podían. Yo lo interpretaba como un simple juego y me daba la vuelta acusadora cuando alguno me tocaba el culo o me agarraba una teta. De modo que, además del colocón que llevaba encima, que no era poco, sólo estaba consiguiendo marearme aún más.

En una parada del “juego” para dar otro trago de la botella, pude oír algo de un tanga. Tardé en darme cuenta que hablaban de mí. El jueguecito había ido tan lejos que el primer botón de mis pantalones estaba desabrochado y mis pantalones tenía una cintura un poco demasiado baja, de tal forma que mi tanga blanco con rayas azules se veía bastante bien y, por ende, aunque yo no fuera capaz de advertirlo en aquel momento, se transparentaba la parte de vello púbico que estaba al descubierto, pues el tanga dejaba ver lo suficiente a través de él. No contenta con el espectáculo que ya de por sí les estaba brindando, me puse a mover el culo de forma claramente provocadora de un lado a otro, ofreciéndoselo a los muchachos, que me tocaban el trasero sin miramientos. Algún atrevido tiró de la parte trasera del tanga hacia arriba y, bueno, aquello me dolió, sinceramente. Una prenda tan ajustada y encima pegar aquel tirón, pues no me resultó precisamente una caricia. Me enfadé. Me abroché el botón que estaba suelto y devolví los pantalones a un lugar más natural y decente. Pero el enfado no duró ni cinco minutos. Me estuvieron haciendo mimos y pidiéndome perdón. De hecho me ofrecieron colgar de los huevos al inhumano que había dado el tirón. Cómo podía enfadarme con unos chicos tan majos?

Sea como fuere, el caso es que volvimos al estado inicial, pero con la botella ya prácticamente vacía, un poco más borrachos y algo más calentorros. Se arrimaban mucho a mí y procuraban rozarse afanosamente contra mí.

De pronto, noto una mano en mi trasero. No se aparta, se mueve bruscamente, aprieta mi nalga derecha. Para ser un roce, dura mucho, me vuelvo pero no me suelta, sino que aprovecha para empujarme hacia su dueño. Nuestras caras se encuentran sonrientes. Noto su bulto en uno de mis muslos. Más manos en mi culo, apretando y sobando. Un listo planta su mano en mi pubis, voy a girarme, pero entonces se juntan nuestros morros y noto su lengua entrando veloz en mi boca. Los otros parecen detenerse, le dejan vía libre. Oigo breves discusiones en la lejanía, el beso embarga mis sentidos. Vuelvo a notar un montón de manos en mi cuerpo: pubis, culo, ahora también en los pechos. Alguien suelta el primer botón de mis pantalones, que bajan un par de centímetros. Otro botón y otro par de centímetros. Cae el tercer botón, mi culo está al descubierto. Mi pubis aún permanece oculto gracias al tanga. La camiseta se arrolla debajo de mis tetas. Me cogen una mano. Va directamente al paquete de alguien. Me cogen la otra, va a otro paquete, pero es distinto, más suave, son los calzoncillos. Esto empieza a desmadrarse pero no soy capaz de detenerme, el alcohol no me deja razonar. Cuando quise darme cuenta la ropa había desaparecido, y allí me encontraba yo, de pie con los pantalones por los muslos, el culo al aire y pajeando a dos chicos al tiempo que otros dos me manoseaban las tetas y me metían la mano dentro de las bragas.

El ritmo con la mano derecha era muy exigente, Jorge no paraba de resoplar. Por contra, movía la mano izquierda más lentamente, con más delicadeza. Manolo me miraba directamente a los ojos mientras le pajeaba. Por otro parte, Sergio me tocaba ansionsamente las tetas mientras intentaba meter su lengua en mi boca y el otro había conseguido poner mi tanga a la altura de los pantalones, dejando mi pubis completamente a la vista. Sus manos se pusieron manos a la obra y yo también empecé a sentir un profundo placer al notar sus cómos sus dedos acariciaban mi clítoris húmedo y cómo, en ocasiones, entraba alguno de sus nudillos en mi interior. Oleadas de placer me invadían, lo cual provocaba que aumentara mi ritmo y apretara con más fuerza las dos pollas que sujetaba con mis manos. Un par de minutos más de masturbación fueron suficientes para conseguir que Manolo se corriera. Cuando noté las convulsiones de su miembro, le miré fijamente, tenía los ojos cerrados. El primer chorro voló hasta el suelo del parque con gran vigor. Los siguientes, mucho menos potentes, impregnaron abundantemente mi mano. La leche caía entre mis dedos, pero no dejé de mover la mano hasta que él mismo me la retiró. Sergio protestaba:

Yo no pongo mi polla ahí. Serás guarro, mira que correrte encima de ella, joder. Que yo no me pringo con la lefa de este capullo!!

No sé en qué estaría pensando, pero entonces puse mi mano en mi pecho, y me la sequé en la camiseta. No hace falta comentar cómo quedó de pringada. Sergio comenzó a reconsiderar lo de recibir una buena paja cuando Mikel consiguió que me corriera. Las piernas me temblaron y caí de rodillas. El orgasmo se expandía desde mi enrojecido palpitante clítoris hasta el resto de mi cuerpo, fueron alrededor de quince segundos de enorme relax, casi olvidé dónde estaba y qué hacía, mi mano derecha fue parando lentamente de pajear a Jorge. Pero era ya demasiado tarde. Conmigo de rodillas y mi mano sobre su polla, comenzó a correrse con eyaculaciones largas. Yo, disfrutando de mi orgasmo, poco pude hacer por apartarme; él, disfrutando del suyo, no hizo nada por evitarlo, incluso puede que al contrario. Un manchurrón en la cara, gotas dispersas por mi pelo y gran parte de mi camiseta empapada entre el semen que yo misma había limpiado y la nueva descarga, eran el bagaje tras las dos primeras pajas.

Estaba como alucinada. Con el tremendo orgasmo que había disfrutado estaba adormecida, y el alcohol no ayudaba a espabilarme precisamente. Fue Mikel quien me puso en guardia cuando se sacó un preservativo de la cartera y lo abrió dispuesto a ponérselo. Observé todo el proceso con absoluta parsimonia, pero cuando quiso levantarme, protesté. Él mismo se puso de rodillas e intentó situarme en una posición adecuada. Me negué.

Joder, será estrecha la tía. Vamos, ábrete de piernas. - Consiguió situarme sobre el suelo casi con las piernas abiertas y empecé a protestar.

Quita coño!! Que no quiero follar! Quitármelo joder!!

Sus colegas se mantuvieron al margen, Mikel puso su miembro en la entrada de mi vagina, dispuesto a empujar. Lo hizo. Falló. Su polla resbaló por todo mi pubis. Aprovechó para quitármelo de encima e incorporarme, con los pantalones por las rodillas. Me los subí apresuradamente.

Pero estás gilipollas, te he dicho que no!!

Lo siento – Me contestó. No he podido controlarme, no te enfades, venga.

Había recapacitado, no sé por qué. Rodeada de cuatro tíos, no daba un duro porque hubiera salido de allí sin haber sido follada. Supongo que tuve la suerte de toparme con unos chicos bastante buenos. No os dije que eran majos? El caso es que, a pesar de este pequeño intento de agresión, decidí terminar la faena. Cogí las pollas de Sergio y Mikel y comencé a agitar mis manos. Esta vez, me puse de rodillas, no sin antes avisarles de que no quería que se repitiera lo de Jorge. En esa postura, tentada como estaba, solté mi lengua. Sergio no aguantó tal tratamiento y en cuanto notó mi lengua juguetona en el frenillo, se corrió sin remedio. A pesar de apartarlo rápidamente, mi cara quedó llena de semen. Eso pareció gustarle a Mikel, que intentó convencerme de dejarle follar. “Sólo la puntita” me decía, pero me negué definitivamente. Sólo logré callarle amenazando con no terminar la paja. Se calló y me la metí en la boca, “sólo la puntita”, suficiente para que mi lengua jugueteara con su glande hinchado. Mikel se permitió a sí mismo enredar sus manos en mi pelo. No le importó que quedaran rastros de la corrida de Jorge. Me revolvía el pelo mientras mantenía los ojos cerrados, disfrutando de la felación. Todavía era una aprendiz en el arte del sexo oral, pero sabía suplir mis carencias con las manos, realizándole una paja a conciencia. Los demás empezaban a impacientarse, incluso alguno parecía pedir más guerra. Pero la última batalla tocaba a su fin. Las convulsiones de la verga que me estaba comiendo me avisaron de que estaba a punto de correrse. Esta vez sí, conseguí apartarlo lo suficiente para no terminar completamente bañada en esperma. No obstante, algunas gotas fueron a parar a mis pantalones. No había manera, estaba claro que el destino así lo había querido. Una vez hubo terminado, nos recompusimos un poco.

Eres alucinante – Fue lo único que salió de sus bocas.

Eso y numerosas “gracias”. Con un pañuelo me quité lo que tenía en la cara y ellos me ayudaron, o al menos intentaron, quitarme también lo del pelo, aunque era poco en comparación con mi camiseta, que estaba irremisiblemente empapada. Aún así, decidimos ir a la búsqueda del resto de nuestros colegas. Mientras íbamos por una de calle bastante céntrica, pude ver cómo bastante gente se quedaba mirándonos, bueno, en realidad, mirándome. A pesar de nuestros intentos, la camiseta y los pantalones se veían claramente mojados. De hecho, las zonas que parecía que empezaban a secarse, adquirían el aspecto de semen reseco, desvaneciendo cualquier duda acerca de su origen. Finalmente, desistí de encontrar a mis amigas, sobre todo porque la vergüenza superaba ya con creces a la borrachera. Mikel se encontró con unos viejos colegas y se quedó por allí, pero los otros tres me acompañaron a casa.

No, no hubo más sexo aquella noche. Tampoco hubo más batallas. Por suerte, mi madre dormía y pude pasar desapercibida hasta mi cuarto. Me encargué de esconder la ropa para que no pudiera averiguar a qué se dedicaba su hijita por las noches e hice un vago intento por reemplazarla por otra, intentando dar el pego. No parecía ni de coña que hubiera salido con esa ropa. Aún así, tampoco estaba para pensar planes más refinados. Al cabo de una hora de flotar en mi cama, como si estuviera en mitad de un tifón, todo daba vueltas y tuve el tiempo justo para llegar al cuarto de baño y empezar a vomitar. Ahora la camiseta manchada sí daba la impresión de haber sido usada aquella noche. Para más inri, mi madre apareció en la puerta, para pillarme echando el estómago por la boca. Un mes estuve castigada. Lo suficiente para que, cuando me reuniera con mis amigas, me diera cuenta que aquellos chicos tan majos ya no se venían con nosotras. Al parecer, Elena se acostó con Roberto y Lorena le había dado un rodillazo a uno donde más duele. Suficiente para no volver a verlos. Una pena, no?