Historias de adolescentes: en la ventana

O como el morbo de mirar a otros sin ser descubierto se convierte en el morbo de poder ser descubierto.

Abrí los ojos y vi un techo desconocido para mí. Parpadeé un par de veces y me froté los ojos. El sol entraba radiante por la ventana abierta trayendo una brisa fresca de mañana veraniega. Me desperecé estirando los músculos y me incorporé sobre el colchón. Varias prendas se hallaban esparcidas por toda la estancia. Por ahí estaban mis botas, mi falda, mi camisa, mi sujetador... En la cama deshecha no había ya nadie.

Esta era la casa de mi amiga Irene. Como mis padres estaban de vacaciones y aún no se atrevían a dejarme sola en casa, estaba pasando aquella semana en su casa. Recordaba lo bien que nos lo habíamos pasado la noche anterior, que habíamos ido a una discoteca. Habíamos bailado, habíamos reído, habíamos bebido... También recordaba que nos habían presentado a un montón de chicos, e incluso al final nos habíamos enrollado con alguno. Una gran noche, sin duda. Llegamos tarde a casa, todavía un poco mareadas. A duras penas, y entre risas, nos fuimos quitando la ropa y nos pusimos el pijama (apenas un pantaloncito corto y una camiseta de tirantes). Y a dormir. Así estaba la habitación, completamente revuelta. Aunque, si he de ser sincera, la habitación de Irene nunca estaba muy ordenada que digamos.

Me levanté y fui al baño a hacer un pipí mañanero y a asearme. El silencio que reinaba por toda la casa era espeluznante. Volví a la habitación, pero Irene aún no había vuelto. Me asomé a la ventana, que daba al jardín de casa, donde había una piscina. Me retiré sorprendida de lo que había visto. No, no podía ser cierto. Me froté los ojos como para despertarme. Volví a mirar y esta vez no me aparté del marco de la ventana. “No puede ser ella”, pensé. Agudicé la vista y, sí, definitivamente era ella, Irene. Al otro individuo no le conocía de nada, pero era un tío fuerte.

El bikini de Irene estaba sobre el césped, al lado de donde estaba ella, de rodillas entre las piernas de aquel tipo. Su cabeza subía y bajaba rítmicamente sobre el miembro de aquel hombre, que tenía ambas manos apoyadas sobre la cabeza de Irene, fundiéndose con su pelo teñido de rojo fuego. Sus pechos libres se mostraban brillantes, a causa seguramente de alguna crema solar (Irene solía hacer topless en su jardín) o quizá debido a que había estado chupándole las tetas y era la saliva acumulada. Las manos de Irene hurgaban también entre las piernas del chico, una de ellas probablemente manipulándole los huevos y la otra seguramente jugueteando en su orificio trasero, o al menos ese era el “modus operandi” que solía utilizar Irene, según nos contó ella misma a todas las amigas en una típica reunión nocturna.

Cuando al cabo de unos minutos, se separaron pude ver las dimensiones de aquel miembro, que no estaba nada mal, aunque viendo el cuerpazo que tenía, se podían esperar un par de centímetros más. Y es que, aunque no lo he dicho, era un tipo muy fuerte y musculoso, alto y con un culo que haría babear a más de una. Se movieron hasta una tumbona cercana, donde se echó Irene y encima suyo el chaval. Su miembro colgante se acomodó entre los muslos de Irene, tocando y presionando la braguita del bikini. Con sus grandes manos se dedicó a amasar los pechos de mi amiga y con su lengua jugueteaba con sus pezones, le daba mordisquitos en los pechos, en el cuello o simplemente le metía la lengua hasta la garganta en apasionados y calientes morreos.

De pronto se separó de ella y se acarició la verga ligeramente, comprobando que se mantenía en completa erección. Irene no pudo evitar incorporarse para lamerla repetidas veces, de arriba abajo. Sin embargo, él la hizo tumbarse de nuevo. Acto seguido, sus manazas se introdujeron por los laterales de la braguita, comenzando a bajarla lentamente. El chochito de Irene apareció lentamente. Se notaba el brillo de su flujo reflejado por el sol. Una matita de vello oscuro coronaba difusamente sus labios henchidos de excitación. Ni siquiera llegó a quitarle la braguita completamente; cuando hubo pasado las rodillas, le abrió las piernas y metió su cabeza entre ellas. A juzgar por la cara de placer de Irene, lo comía como nadie.

Mezcla de la brisa que soplaba y quizá un poco también por culpa de la ligera excitación que me causaba ver todo aquello, un escalofrío me sacudió entera. Tenía la piel de gallina y podía notar mis pezones erizados bajo la camiseta. Entonces, noté una mano posarse en mi trasero. Reprimí un grito ante el temor a que la parejita de amantes me descubriera. El corazón me latía a ritmo de vértigo, si no lo hacía ya antes. Giré la cabeza para ver a Jesús, el hermano de Irene. Tan sólo llevaba encima unos bóxer ajustados. Su mano se movía con libre albedrío por mi culito respingón. Echó una mirada por encima de mí y pudo ver a su hermana disfrutando de la pericia de su amante. Esperaba que se enfadara, que pusiera el grito en el cielo... pero nada de eso ocurrió. Simplemente miró durante unos instantes mientras su mano acariciaba mis nalgas.

  • No te lo había contado, verdad?

Moví la cabeza, sorprendida, en gesto negativo.

  • Está como loca con el chico de mantenimiento. Lleva así desde que lo contrataron, y mira que sólo viene un par de veces a la semana.

Su mano seguía tocándome por detrás. El pequeño pantaloncito de algodón se había movido un poco, lo suficiente para que el elástico del tanga quedara a la vista.

  • Llevas mirando mucho rato? Lo digo por tus pezones.

Me sonrojé cuando dijo esto. Él solo rió.

  • Anoche os vi en la discoteca. Vaya dos rompecorazones estáis hechas. Aunque lo cierto es que la palabra que mejor os definiría sería calientapollas.

Le miré acusadora.

  • No me mires así. O es que me lo vas a negar?

Iba a abrir la boca para decir algo, pero justo en ese momento se avalanzó sobre mí, juntando su boca con la mía, introduciendo furtivamente su lengua y esparciendo su saliva. Un morreo apoteósico que duró casi cinco minutos. Cuando nos separamos, nos faltaba el aire a los dos, que respirábamos agitadamente. Cogió mi mano y la colocó sobre su paquete.

  • Ves como me la has puesto?

Ahora ya estábamos el uno frente al otro, mis manos en su entrepierna, las suyas en mi culo, su boca entre el escote y mi cuello, la mia abierta jadeando. Entre los movimientos de mi mano y su erección, el capullo de su verga ya asomaba por el borde de los bóxer, como si estuviera reconociendo la superficie, en busca del "enemigo". Jesús, para ponerle más fácil el reconocimiento, había bajado el pequeño pantaloncito junto con el tanga hasta medio muslo. La brisa matinal ondeaba entre el vello ligeramente rubio de mi pubis. Sus manos, que hasta entonces habían estado atareadas reconociendo mi culito, comenzaron a juguetear entre los ricitos dorados que formaban mi vello púbico y mis delicados y sensibles labios vaginales. Mientras tanto, yo seguía tocando sus testículos ocultos por el bóxer, el tronco de su verga y el capullo al descubierto, extendiendo las gotitas de líquido preseminal que iban apareciendo periódicamente. El chico de mantenimiento, en la distancia, parecía tener una lengua maravillosa. Los dedos del hermano de Irene eran simplemente divinos. Mi excitación crecía exponencialmente a cada segundo que pasaba, con cada leve roce, con cada pequeño movimiento. Mi chochito lubricaba velozmente, esperando el ansiado momento del coito. En más de una ocasión me puso al borde del orgasmo mientras besaba mi cuello o el valle formado por mis pechos ocultos con la fina camiseta de tirantes.

En un rápido movimiento me apoyó en el marco lateral de la ventana. Su mano izquierda se había apoderado de mi pecho derecho por debajo de la camiseta mientras la derecha continuaba haciendo diabluras en mi rajita. Mis manos estaban ahora apoyadas en su culo, pues estaba tan pegado a mí que no quedaba espacio para ellas, tan sólo para su polla dura y mi chochito sediento. Eché una furtiva mirada al jardín y vi a Irene echada de lado sobre la tumbona. El musculoso joven, que estaba detrás suyo, sostenía en alto una pierna de Irene, de la cual colgaba la braguita del bikini en el tobillo, balanceándose de un lado a otro, marcando el ritmo de las embestidas desde atrás del chico. El piercing en el ombligo de Irene actuaba también como baliza señalizadora para mí, pues brillaba alternativamente al mismo ritmo que la braguita se balanceaba y la polla se clavaba en su chochito desde atrás.

Estaba absorta en aquel pequeño gran espectáculo en el que todo se coordinaba a la perfección, tanto que sólo dejé de mirar cuando la polla de Jesús entró en mi húmeda cueva. Le miré a los ojos y advertí que me follaba con una rabia acumulada. Sus penetraciones eran profundas y vigorosas y así las sentía yo, que a pesar del miedo a ser descubierta, comencé a gemir levemente. Ahora la perfecta coordinación eran las embestidas de Jesús con nuestros jadeos y gemidos. Mi pierna derecha rodeaba su cuerpo, apoyándose tras su trasero, e incluso me atrevería a decir que también ayudaba en los empujones. Dado que mis brazos le rodeaban, sus manos tenían total libertad para apretujar y tocar mis pechos, ahora descubiertos, pues la camiseta estaba enrollada por encima de ellos, en mi cuello.

Volví a mirar hacia los amantes del jardín, que estaban más cerca de terminar su sesión que nosotros. Irene era ahora la que mandaba, montada encima del mozo, que mantenía su estilete en alto. Ella controlaba la velocidad y la profundidad, pasando del trote al galope en cuestión de segundos. Sus tetas morenas y brillantes al sol eran sobadas por las fuertes manos del joven.

En un alarde de buen amante, Jesús dejó sólo una mano al cargo de mis pechos, encomendándole una nueva misión a la otra: llevarme al límite del orgasmo. Entre su verga robusta entrando y saliendo en mi coño y su hábil mano torturando mi clítoris, era cuestión de segundos que estallara y me corriera bestialmente. Y así fue. La vista se me nubló por unos instantes mientras el orgasmo se extendía como un escalofrío ralentizado por todas las terminaciones nerviosas de mi cuerpo.

Lo último que atisbé por la ventana antes de correrme fue a Irene con la boca abierta y la verga del chico de mantenimiento clavada hasta el fondo. Casualidad o no, nos habíamos corrido todos exactamente al mismo tiempo. Todos excepto Jesús, que aunque había reducido el ritmo notablemente para que yo disfrutara de mi orgasmo, seguía moviendo las caderas y entrando en mi chochito jugoso.

El joven, una vez recuperado, volvió a sus tareas de mantenimiento. Entre tanto, Irene se había vuelto a colocar el bikini completo y se dirigía a la casa. Estaba casi a punto de descubrirnos, cuando cambiamos de postura. Yo quedé de cara a la ventana, como si simplemente estuviera mirando la espléndida mañana a través de ella, mientras que su hermano, detrás mío, bombeaba enérgicamente en busca de su orgasmo. Era inevitable que Irene me viera. Intenté disimular todo lo que pude. Lo primero que reflejó su cara fue sorpresa. Luego simplemente sonrió:

  • Así que me has descubierto, eh?

Esbocé una mueca mezcla de afirmación, reproche y cara de salida total. Espero que lo último se notara menos.

  • Subo en un momento y te lo cuento desde el principio!!

Gritó ilusionada, pero la frené en seco.

  • No! Es..pera.

Qué jodidamente difícil es ocultar los jadeos!!

  • Voy a.. ducharr..me. Luego.. bajo y.. hablamos.

Me miró extrañada. Pude ver en sus ojos la idea que se iba formando, aunque parecía que ella misma no terminaba de creérsela. Estaba a un paso de descubrir la verdad. Quizá la descubrió, o quizá no. El caso es que hizo caso de mis palabras.

  • Bueno, pues date prisa en acabar. Yo voy a darme un chapuzón en la piscina y te espero tomando el sol. Pero no tardes mucho, porque a lo mejor cuando bajes estamos otra vez al lío.

Me guiñó un ojo, se giró y se alejó entre carcajadas. Cuando se dio media vuelta, las manos de Jesús volvieron a destapar mis pechos y a apoderarse de ellos. Un breve tironcito en mis pezones al tiempo que su otra mano rozaba mi clítoris y su verga entraba hasta el fondo, fueron suficientes incentivos para que estallara en un segundo orgasmo. Grité pero su mano izquierda me tapó la boca. Apenas se notó, gracias a dios.

Tras recuperarme, y en vista de que Irene me estaba esperando y Jesús podía pegarse toda la mañana follándome, me arrodillé, le quité el preservativo chorreante de mis jugos y le hice una mamada. Mi lengua experta y juguetona tan sólo necesito un par de minutos de intensos y rápidos movimientos para vaciar todo el esperma acumulado en los huevos del hermano de Irene, el cual se repartió a partes desiguales entre mi boca, mi barbilla y mis tetas.

Me limpié con la camiseta de tirantes, que quedó empapada de su leche y rebusqué mi bikini por la habitación. Jesús, desde la cama, observaba con parsimonia toda la operación. Conocedora de la situación, me quité sensualmente el pantaloncito corto y luego el pequeño tanga rosa y blanco con el dibujo de una gatita en la parte frontal. Era el mismo con el que había salido anoche y me habían hecho el amago de masturbarme. Si a algo olía, seguro que era a mí. Se lo tiré encima. Me coloqué el bikini y salí de la habitación, rumbo al jardín. Lo último que vi fue a Jesús agarrándose su miembro otra vez erecto mientras acercaba, con la otra mano, mi tanga a su cara.