Historias de adolescentes: 12 pajas
Historia de cómo una chica comienza a cobrar por pequeños favores sexuales y descripción de un día muy agotador.
Hoy ha sido un día muy lucrativo para mí. He hecho una buena recaudacion, aunque lo mío me ha costado. Pero las cuentas no se equivocan: 12 pajas x 10 cada una = 120. Ya tengo dinero para esas botas tan chulas que venden en el Corte Ingles de mi barrio. Bueno, para las botas y para algún caprichito más.
Os estaréis preguntando cómo termina una ganando dinero de esta forma. Y es que era joven, necesitaba dinero ... Jejeje.
Hablando ya en serio, esto surgió en el colegio, en esas edades en las que los niños empiezan a tontear con las niñas, cuando las palmaditas en el trasero empiezan a convertirse en rutina, los pechos empiezan a crecernos a nosotras y los más lanzados consiguen algún beso o algún magreo mientras se juega a las "tinieblas". Supongo que también es durante esta época cuando los chicos comienzan a sentir ese morboso interés por la ropa interior femenina. De modo que no era difícil que al darme la vuelta en el pupitre y mirar al compañero de atrás le pillara frecuentemente intentando ver qué braguitas llevaba aquel día. Y es que, como ya muchos sabrán, la ropa es muy traidora para con nosotras y, cuando nos sentamos, dejan ver más de lo que deberían. Un día, un poco enfadada, le dije en tono jocoso:
- Si quieres mirar, paga.
La respuesta me dejó alucinada, pues nunca pensé que tuviera tanto poder oculto.
- ¿Cuánto?
Obviamente le mandé a la mierda, pero más tarde, aquel mismo día por la tarde, estuve pensando acerca de ello y llegué a una conclusión: dinero fácil. Al día siguiente, tras un par de regateos, llegamos a un acuerdo: por la mísera cantidad de dos euros, le enseñaría las bragas en exclusiva. Cuando sonó el timbre del recreo, el chaval no cabía en sí de nervios, excitación o qué se yo. Nos retrasamos con excusas ante nuestros amigos y entonces, seguros de estar solos, fuimos a los baños. Una vez allí, levanté mi faldita tableada, idéntica a la de todas mis compañeras (por desgracia, en mi colegio era obligatorio el uniforme) y Alberto, que así se llamaba aquel chico en cuestión, estuvo cerca de cinco minutos mirando cada centímetro de mis partes bajas. Lo cierto es que aquella mañana, a pesar de que tenía planeado aceptar la oferta, no había caído en ponerme alguna de mis mejores braguitas, de modo que eran unas de las más vulgares: blancas y bordadas. Pero a él pareció no importarle aquello. Aquello se repitió durante varios días. Al cabo de un par de semanas, ya casi le había enseñado todo mi repertorio de ropa interior, pero me sorprendió ver que me había traído unas bragas de su hermana. Quería que me las pusiera el día siguiente. No me negué. Luego me trajo un tanga (curiosamente, fue el primero que me puse) y también acepté. Recuerdo el tiempo que estuvo con la mirada fija en mis nalgas. También trajo algunas braguitas más atrevidas, con transparencias, que dejaban intuir la sombra de mi vello pubico. Al principio le devolvía las prendas limpias, luego me pidió que no las lavara. Volví a aceptar. Un día, todo avergonzado, me dijo que no iba a traerme más braguitas de su hermana, pues le había pillado. Gracias a dios, no le dijo nada de lo nuestro, sólo que las cogía. Y entonces se trajo a un amigo.
A mi no me hizo gracia que fuera contando aquello, pues era un secreto (más bien secreto a voces, porque aquello se fue extendiendo rápidamente después de aceptar que estuvieran los dos), pero era el doble de dinero por hacer lo mismo.
Su amigo era más lanzado y tenía mucha labia. Yo además estaba en pleno crecimiento y mis caderas se iban ensanchando y mis pechos iban creciendo. No era la que más tetas tenía de la clase (Noelia gastaba ya una 90!), pero no estaba mal provista. Y ese fue el siguiente paso, enseñar las tetas. Los primeros días sólo en sujetador, pero luego me convencieron con un pequeño plus. Yo, poco a poco, iba reuniendo un dinerito cada vez más importante, que me daba para todos mis caprichitos, sobre todo en cuestión de ropa. Algo que siempre me negué a enseñar, fue el coño. Me ponía tangas semitransparentes o muy ajustados (ya míos, por supuesto), pero nunca lo enseñé. Ahí estaba el límite. Pero mis tetas las conocían ya sobradamente todos los de la clase, e incluso alguno de otras.
Intentaron convencerme para que me dejara magrear los pechos, pero me negué a aquello. Entonces me hicieron una oferta irrechazable: diez euros por tocarles yo a ellos. Y así es como he llegado hasta aquí. Llevo casi un mes haciendo pajas, pero hoy ha sido un día especialmente lucrativo, como ya he dicho antes. Se ve que estaban más salidos que de costumbre.
Para empezar, sin siquiera haber empezado las clases, ya he hecho la primera paja del día. En la urbanización donde vivo, también está la casa de algunos compañeros de clase. Pues uno de ellos ya me estaba esperando en la puerta de mi casa para acompañarme "al colegio". Me ha llevado a su garaje y allí se ha sacado la polla con una expléndida erección mañanera.
- Me he levantado empalmado, pensando en ti. Y pensé que qué mejor que si fueras tú misma quien me bajara el empalme.
Sonreí ante tal afirmación y procedí a comenzar mi trabajo. Paseé mi mano por el tronco suavemente, terminando haciéndole cosquillas en el glande con las uñas. Un poco de líquido seminal ya asomaba por la punta y aproveché para usarlo de lubricante, si bien fue poco y tuve que recurrir a la saliva. Escupí en mi mano y empapé bien su pene. Mi mano derecha subía y bajaba vertiginosamente por toda la longitud de su polla mientras con la izquierda me sujetaba a su culo. En menos de cinco minutos de paja intensa, comenzó a escupir semen como una manguera. Casi todo fue a parar al suelo, aunque un poco goteó sobre la falda de mi uniforme. Me limpié con tranquilidad, me lavé las manos y nos fuimos al colegio.
Ya en clase, cayeron otras tres pajas más. En cada cambio de profesor, se turnaban para ponerse en el pupitre a mi lado. Ni bien pasaban cinco minutos en los que el profesor empezaba a soltar un aburrido rollo, el que estuviera a mi lado tomaba mi mano y la situaba en su paquete. Yo metía la mano dentro y comenzaba a acariciarlo. Cuando estaba ya erecta, les bajaba la cremallera y sacaba su polla bajo el pupitre, comenzando a pajearles a ritmo lento, suavemente. Incluso si daba la casualidad de que el profesor nos preguntara algo a él o a mí, yo continuaba masturbándole, disimulando en lo posible. Alrededor de diez minutos tardó cada uno, para terminar en una corrida que salpicaba el suelo, la mesa y mi mano, que quedaba completamente impregnada de leche. Al final de las tres clases, un gran charco de esperma, cúmulo de los tres chicos, yacía bajo el pupitre.
En el recreo, me fui directamente a uno de los extremos del patio, donde hay como una especie de muro, cerca de las vallas y los árboles proyectan su sombra. Cuando llegué, ya me estaban esperando dos chicos de un curso superior. Nos sentamos en el suelo, uno a cada lado y yo en el medio, se sacaron las pollas, y los empecé a pajear a la vez. Ambos aprovechaban y cada uno era dueño de uno de mis pechos, los cuales manoseaban y apretaban a placer, pero por encima de la ropa. Esta era de las pocas veces que masturbaba a dos chicos a la vez. Requiere práctica, pero es mucho más excitante. Sentir resbalar las manos mojadas de saliva sobre dos miembros al mismo tiempo, las respiraciones agitadas de los dos, y además el ruido característico del recreo. Cuando su orgasmos estaban ya cerca (lo notaba porque empezaban a agarrarme con fuerza los pechos), tuve cuidado de donde se corrían, pues ya una vez me pusieron perdida mientras se la hacía a dos chicos a la vez, en aquella misma posición, pero la experiencia me evita volver a pasar por esos tragos. No obstante, las manos sí me las dejaron bastante pringosas, por lo que procedí a limpiármelas con un kleenex. Me pagaron y se marcharon. Apenas pasaron cinco segundos cuando llegó otro.
Tomás es otro habitual. Es repetidor y de un curso superior y posee la polla más grande que nunca he visto. Lleva mucho tiempo intentando convencerme para que también haga mamadas, pero yo me niego continuamente. Siempre me dice algo mientras estoy a lo mío. No sé cómo consigo mantenerle a raya, la verdad, porque tiene mucha autoridad en todo el colegio.
- Bueno, te has decidido ya? Por fin vas a chupármela?
Fue lo primero que me dijo, al tiempo que posaba una mano en mi pecho derecho y la otra se aferraba a mi culo. Le respondí que no y se rió.
- Siempre igual! Bueno, pues ponte a lo tuyo, que sólo quedan diez minutos de recreo.
Se quedó apoyado sobre las verjas, semisentado, y yo me puse de rodillas delante de él. Su inmensa polla emergió morcillona delante de mí. Apenas cuatro caricias fueron suficientes para endurecerla lo suficiente como para que las venas se marcaran por todo el tronco. Dejé caer mi saliva sobre su capullo y él intentó acercarme la verga a la boca. Le miré a los ojos y el soltó una carcajada.
- Tranquila preciosa, era broma!
A otros ya les había dejado a medias por pasarse de la raya, pero con él era distinto. No podía hacerlo, no me sentía capaz. A pesar de ello, y como nunca llegaba a pasarse demasiado, yo seguí con lo mío. Volví a echar saliva sobre su miembro y la extendí con la mano derecha. Di unos rápidos zarpazos para endurecer un poco más su instrumento y empecé con los movimientos lentos pero duros, agarrando firmemente la verga, subía y bajaba, arrastrando la piel del glande, que cubría y mostraba alternativamente todo su capullo enrojecido. Tras esto, mi mano izquierda también entró en juego, tocando sus huevos delicadamente pero con firmeza.
Como no teníamos mucho tiempo, pues el recreo llegaría a su fin en poco tiempo, decidí comenzar con el plato fuerte. Coloqué las dos manos sobre su polla y empecé a pajearle a dos manos. Giraba hacia los lados las manos al mismo tiempo que subían y bajaban, y en algunos momentos, situaba la palma de la mano sobre el glande, rodeándolo por completo y rozándolo. Esto les volvía particularmente locos. Cercano ya a eyacular, me aparté del medio y desde su izquierda continué con la paja. Gruesos y largos chorros de esperma comenzaron a brotar de su increíble miembro para ir a parar al suelo. En ese momento tocaba el timbre para volver a clase.
Las dos últimas clases del día transcurrieron sin novedad alguna. La líbido (o el bolsillo) parecía más calmada. Además, eso me venía bien para descansar la muñeca, porque hay que ver los músculos que estoy echando en los brazos, jejeje.
En la hora de la siesta tenía concertadas otras tres pajillas más. A uno de ellos ya lo conocía, pero los otros dos eran colegas suyos. Habíamos quedado en su casa, que estaba vacía a aquellas horas. Antes de tocarles, primero quisieron que les mostrara las tetas. Si aún no estaban empalmados, se pusieron rápidamente en posición de firmes. Había que verlos, se les caía la baba prácticamente. Me pidieron que les pajeara con las tetas al aire. No era lo normal, pero no me importó hacerlo. Para ello, me desprendí de la camiseta y del sujetador. Me senté al lado del que estaba sólo en uno de los sofás y comencé a desabrocharle los pantalones. La erección era evidente y su polla saltó para saludar nada más verse liberada y yo, que soy muy educada, le di la mano gustosamente para corresponder el saludo. Sus ojos permanecían clavados en mis tetas mientras mi mano se deslizaba lentamente por su verga. Tomé una de sus manos y la situé en mi teta izquierda, donde se mantuvo quieta, agarrada durante unos instantes. El chaval alucinaba. De pronto, me agarró firmemente y vació sus huevos en mi mano. Me limpié la mano pringada de semen y me acerqué al siguiente.
Él mismo se la había sacado ya. Su verga temblaba de la propia excitación. Sus manos, esta vez sin invitación de ningún tipo, fueron directos a mis tetas, las cuales empezó a tocar con lujuria. Entre tanto, yo esparcía saliva (voy a tener que hacerme con un bote de crema, que si no me voy a deshidratar, jeje) por su miembro. Con este no tuve escrúpulos y empecé a ritmo fuerte y terminé a ritmo fuerte, con las dos manos, igual que con Tomás, apretando con fuerza y de forma rápida. Ni siquiera pasaron cinco minutos y ya estaba corriéndose como un poseso. Cuando me giré, vi que el de antes volvía a tenerla dura. Al parecer, en mi postura, mis bragas también habían quedado a la vista, y él solito comenzó a machacársela. Me fui hacia el último, que era el dueño de la casa y al que yo ya conocía de clase. Decidí jugar un poco, pues me sobraba aún un poco de tiempo, y me senté de espaldas encima de él, de forma que su verga quedaba justo debajo de mi culo. Y al tiempo que miraba al primero con carita viciosa, empecé a mover mi trasero de forma circular, restregándome sobre el miembro del chico.
Podía notarla durísima bajo mi pequeño culito. Me retiré un instante, el justo para darme la vuelta y bajarle los pantalones, dejando su verga al aire, tiesa como un mástil, y volví a repetir lo mismo de antes. La faldita tableada cubrió su miembro, que quedó más cerca de un conejito que nunca en su vida y repetí el acto de frotamiento con mi culo. Noté una extraña sensación de excitación mientras sentía su polla húmeda rozarse con mis muslos y mis nalgas a través de las finas braguitas, pero cuando mejor me lo estaba pasando, sucedió algo inesperado por mí: empezó a correrse. Aunque me retiré apresuradamente, le dio tiempo a soltar tres chorros, uno que me pringó la parte de atrás de las bragas, dejándome el culo empapado, otro que manchó la falda del uniforme por dentro y otro que fue a parar a mi muslo izquierdo, por el cual estuvo goteando un buen rato. Me limpié y me quité las bragas mojadas de semen y me marché bastante enfadada por lo sucedido, aunque lo cierto es que la culpa fue mía.
Cuando llegué a casa, aparte de ponerme unas braguitas y una falda limpias, me lavé a conciencia para no dejar ni rastro de semen. Cogí mi cartera y me fui a clases de inglés. Para llegar a la academia, cojo el autobús y, normalmente suelo coincidir con otro chico de mi colegio que va a la misma academia. Hoy también hemos coincidido y cuando ha ido a sentarse en los asientos del final, he comprendido que tenía otro trabajito. Allí atrás, nadie podía ver cómo mi mano le pajeaba lentamente. Se corrió poco antes de nuestra parada, y dejó el regalito en el respaldo del asiento.
Cuando volvía ya de clases de inglés, me he encontrado con otro compañero, el cual me ha pedido que le acompañara a casa para hacerle también a él una paja. La verdad es que ya estaba un poco cansada, pero he aceptado. En su casa estaba su hermano, pero se encontraba hablando por teléfono desde su cuarto, por lo que no nos molestaría en un buen rato. Pasamos directamente a su cuarto y, tras ponerse cómodo, yo comencé a tocarle la verga. Quería acabar cuanto antes, así que me esforcé en exprimirle bien, pero no había manera.
Yo ya estaba cansada de un día tan ajetreado (no es lo normal que haga tantas pajas, pero ha surgido así...) y lo único que quería era que se corriese de una vez. Él estaba sentado al filo de la cama y yo a su lado.
- Acércate, quiero sentir tu aliento en mi polla.
Me soltó de pronto. No sé por qué lo hice, debí haberme olido el pastel, pero no, estaba demasiado cansada como para pensar fríamente. Así que me puse de rodillas en la alfombra y acerqué mi cara a su miembro para que sintiera mi aliento sobre su verga, pero la que sentí fui yo, sentí los disparos de esperma sobre mi cara. Ni siquiera me moví; me quedé paralizada. Una eyaculación me llegó hasta el pelo y se deslizaba por mi frente. En el hoyuelo de mi ojo derecho, se acumulaba otro cuajarón de esperma. De igual forma, según iba goteando hacia abajo, se acumulaba bajo mi nariz, encima del labio superior. Y mi suéter azul marino recibió el resto de la corrida. Ninguno de los dos dijo una palabra y nos mantuvimos así durante cinco largos minutos en los que él único movimiento que hizo él fue el de guardarse la polla. Reaccioné de pronto cuando se abrió la puerta de la habitación. Como una exhalación, metí la cabeza debajo de la cama, como si estuviera buscando algo.
- Mario, que mamá dice que...
Se calló de golpe. Traté de imaginarme mi postura desde la puerta de la habitación. Con el culo en pompa, medio metida bajo la cama. Era casi seguro que el hermano pequeño de Mario estaba recibiendo una interesante panorámica no sólo de mi culo, sino también de mis braguitas.
Qué estáis haciendo?
Nada, cotilla! Está buscando un boli que se le ha caído bajo la cama. Que querías?
Que mamá dice que no viene a cenar.
Vale, pues largo!
Cuando oí cerrarse la puerta, salí de debajo. Me limpié con una camiseta lo mejor que pude, sin decir una sola palabra. Me dio el doble de lo acordado, por lo que seguí callada. Simplemente cogí el dinero y me fui. De camino a casa, sólo he pensado en las botas que me voy a comprar mañana mismo y, con lo que sobre, seguramente me pase por Victoria's Secret a comprar alguna braguita bonita, que hace tiempo que no renuevo mi ropa interior.