Historia Real 03. Degradación

Viene un episodio repleto de sadismo y dolor, pero mis planes avanzaron gracias a esos momentos y a una nueva amistad.

Cuando te planteas la esclavitud sexual a manos de un desaprensivo como era Armand, el cabrón, Maestro, como quería que lo llamáramos (cuando Jo recuperaba el habla y no era una mascota sexual, totalmente disociada —ese fue el diagnóstico—), piensas que van a abusar de ti, que te van a usar para sexo, pero no tienes en mente perversiones más oscuras como las que me (nos) sucedieron.

Sí, cedida y emputecida en manos de los «favorecidos» del cabrón se nos humillaba (al menos yo lo sentía, Jo, no lo sé, porque la mitad del tiempo no era consciente de sí misma), desde luego, pero luego vinieron prácticas más oscuras, más sucias, más… entregadas, por así decir.

Ahora, con la perspectiva de la «curación» y la terapia piensas que has descubierto horizontes nuevos que la sexualidad convencional no contempla y a la que se impone la moralidad dominante. Sin ir más lejos, muchas de esas prácticas las he incorporado a mi vida sexual actual, desde la bisexualidad al BDSM, desde los fluidos menos convencionales a las largas noches de probar cosas… pero me desvío.

Tercer año y medio de nuestro contrato.

Había sido emputecida bastante en pro de beneficiar a Armand y aquella mañana Maestro me había hecho llamar. Digo «me» porque Jo ya vivía allí, no en la caseta del perro, pero casi: tenía una pequeña habitación y normalmente estaba por la casa, esperando a ser reclamada y usada por Maestro o por su mujer a su antojo y gusto. Solo le ordenaban salir de su papel, cosa que le costaba, cuando salían o tenían alguna visita concreta. De hecho tenía «y sigue teniendo» un collar de paseo que la ayuda a volver a ser una versión parcial de Johanna. En algún momento, mi madre se perdió totalmente y solo me miraba como cómplice sexual, sin reconocerme como hija. Era estar en las puertas de una extraña orfandad mientras te obligaban a comerle el coño a tu madre o verla a ella ser usada por varios hombres a la vez y pedirte que te unieras…

Así que dispuse mis propios mecanismos de defensa y cada vez, también, pasaba más tiempo siendo Thyla que siendo Claudia, hasta mucho tiempo después. Solo tomaba el control Claudia cuando había una ventana de oportunidad para mi venganza.

Llevaba lloviendo desde hace cinco días, sin parar y sin dar tregua a la vida. Acorde a la llamada, fui en mi coche, un pequeño Fiat 500 con el motor muy trucado para darle potencia de bólido, y vestida tal como Maestro requería: sujetador solo de aro, sin copa, y con aros perforados en los pezones, tanga que dejara el coño al descubierto y con un plug de aro en el culo bien grande, enganchado y bien insertado en mis tripas. Mi coño debía albergar un mínimo de dos huevos vibradores, tres idealmente, y una pequeña pinza de clítoris. Uñas de manos y pies de un rojo vivo, medias oscuras sin puntera solo con sujeciones entre los dedos de los pies y sandalias altas. Mitones de rejilla sujetos con un anillo y toda tapada con una gabardina blanco hueso con forro de raso negro perla. Tenía una pinta de puta importante, con la peluca rubio platino y los labios rojos locomotora, y no tengo que contaros lo difícil que es conducir penetrada en ese estado. Sobre todo cuando él tiene el control de los vibradores en su móvil y a través del mío hace llegar la señal y me tortura. Le mandé las fotos preceptivas que probaban que había seguido las instrucciones y donde entre semáforo y semáforo mostraba un coño pervertidamente chorreante y tardé unos veinte minutos, por la circunvalación, en llegar hasta la garita de entrada.

Gil me saludó con su habitual sonrisa, que le devolví con la mía y le dejé ver mis tetas. A veces lo premiaba con cosas así… tarde o temprano me sería útil.

Aparqué esta vez en el garaje interior y salí dejando el abrigo en el coche. Había tenido cinco días de asueto después de un par de días intensos con un «favorecido» al que le gustaba sobremanera castigar a jovencitas y aún tenía varias marcas en las nalgas, un morado en un pecho y finas líneas moradas en los muslos. Y os mentiría si os dijera que solo sufrí: Thyla es más masoquista de lo que Claudia creía en un principio.

Al salir del coche me puse un collar de tela, terciopelo negro, con un aro dorado. Mi principal cometido no es ser una esclava sexual masoquista, sino una esclava sexual, a secas y lo del dolor y la sumisión bedesemera solo es un plus que no siempre estaba (y está) activo. Casi podría decirse que era más de servicio sexual que de juegos de dolor/placer… hasta que se terciara, claro, por voluntad de Maestro.

Al subir el ascensor dejé las sandalias de tacón al lado de las puertas para entrar descalza tal como le gustaba a Maestro. No encontré la señal en la puerta (una correa en el suelo, concretamente) que indicaba que quería que entrara a cuatro patas, así que me quité el abrigo y entré.

En la mesa del salón, la larga y lujosa mesa, Jo estaba a cuatro patas siendo sodomizada por un negro enorme mientras otro ocupaba su garganta con un cimbel de importantes proporciones. Estaba espetada totalmente. Mi madre. Espetada y gimiendo como una perra mientras de la boca le caían grandes babas, su nariz estaba pinzada y su coño chorreaba. Sus tetas, grandes y pesadas, se bamboleaban, y solo gemía lentamente con toda esa carne en su interior, por ambas partes.

Maestro me esperaba en el ventanal de siempre. Llegué y me arrodillé. A esas alturas Thyla era quien estaba al mando y Claudia solo miraba desde lejos analizando los presentes en la estancia, esas personas poderosas que veían a su madre ser tratada como un saco de semen deseoso de más y que comentaban o eran atendidos por otras sumisas y sumisos según su preferencia. Al arrodillarme a su lado, según el protocolo marcado, le besé el anillo de dominante que llevaba en la mano derecha, un sello con un triskel. Delante de él, pegada a la ventana estaba su mujer, acuclillada, acabándole una soberbia mamada. Thyla se excitó y de pronto la necesidad de tener esa polla, una polla, en la boca fue prácticamente una urgencia física, entreabriéndola, sintiendo la necesidad chillar en mi vientre y cómo se me hinchaban los labios deseando esa carne endurecida.

Su mujer chupaba y gorgoteaba, le caía saliva, y vi cómo la polla empezaba a temblar y a palpitar mientras descargaba en ella lefazo tras lefazo. Maestro se apartó de ella, que lo miró con los ojos brillantes.

—Comparte —le dijo mientras ella le enseñaba el semen en la boca.

El delicado y elegante ceño de su mujer se frunció y me miró con odio. Hizo que me acercada, me cogió de la mandíbula con fuerza, clavándome las uñas y haciéndome abrir la boca soltó el cálido hilo de semen en el interior de mi boca. El esperma cayó y me llenó la boca, enseñándoselo yo a Maestro para que me diera permiso para tragar. Asintió y lo hice.

—Ahora, complácela pequeña zorra —me ordenó, señalando a su mujer.

—Sí, Maestro.

A lo lejos escuchaba los gritos de mi madre siendo follada incansablemente sobre la mesa.

Me abstraje de aquello y contra la ventana, la mujer de Maestro abrió las piernas. Su coño tenía una línea de vello rubio, los labios hinchados, de un rosa intenso y cuando los separó, me entró hambre, a Thyla, pero también a Claudia.

De rodillas me acerqué y apliqué mi lengua en él. De pronto me tiró de pelo y me dio un fuerte bofetón en las dos mejillas.

—¡No has pedido permiso para tocarme, puta!

Las mejillas me ardían, Thyla se sentía profundamente humillada, tenía su sabor en la lengua y quería más.

—Perdón, Señora. ¿Puedo satisfacerla como la puta que soy? —pregunté automáticamente sin pararme a pensar ni sentirme otra cosa que no fuera una esclava destinada a complacer.

—Puedes. Y más te vale hacer que me corra pequeña puta. Pero empezarás por comerme el culo. Y te aviso que lo tengo sensible porque mi marido me ha follado esta mañana.

Se dio la vuelta. Tenía un culo apetitoso y ceñido por dos ligas blancas que sostenían sus medias.

—¿Puede esta pequeña puta darle placer en el ano, mi Señora? —pregunté, humillada, destinada a lamer lo que me dijeran que lamiera.

—Puedes.

—¿Puedo tocarla para separarle las nalgas?

—Puedes.

Me apliqué con pasión para mitigar la humillación. Mis manos separaron esa carne blanca y su ano floreció ante mí, un asterisco de un rosado intenso. Ella se apoyó en el cristal y yo, de rodilla, empecé a lamer, acariciar, mordisquear las nalgas. Su ano pulsaba, es cierto que estaba sensible.

—¿Puedo meter la lengua, Ama?

—Harás más, harás más. Se han corrido en mi culo, pequeña puta. Y te va a tocar beberlo.

Saltaron todas mis alarmas. ¡¿Comerme lo que saliera de un culo, aunque fuera ese que estaba delicioso de lamer y horadar?! ¡¡NO!! ¡¡JAMÁS!! Yo…

Claudia podría poner todas las barreras que quisiera pero Thyla ya se había pegado a él y lo estimulaba con la lengua recorriéndolo en círculos, sintiéndolo pulsar en sus propios labios, deseando que se abriera. Y lo hizo. Fue un hilo al principio de semen, y después salió más en pequeños borbotones. La esclava que era y que soy se encendió y desearía ser follada para que el placer fuera total. Los dos huevos vibradores se activaron a la vez mientras me llenaba la boca del semen que emergía de ese culo sin pensar en que pudiera salir algo más, y sin parar de beberlo de esa fuente de carne y placer me corrí dos veces, haciendo que mis gemidos reverberaran en ella y que a su vez también gimiera.

Se me llenó la boca. No sé cuántos hombres hicieron falta para llenarla de esa manera pero empecé a tragar. Ella, al borde del orgasmo, se dio la vuelta y con uno de sus magníficos zapatos de tacón blancos me empujó al suelo, me tumbó, y empezó a hacerme un facesitting. Saqué mi lengua y me forcé a complacerla. Sus jugos eran deliciosos, dulces y con un punto salado y quizás hasta picante. Ella pasaba su clítoris, sus labios y la entrada de su vagina por toda mi cara, no solo por mi lengua, usándome entera como un objeto para su placer. Su orgasmo se acercaba, su intensidad y velocidad aumentó. De su coño brotaron jugos, eyaculando en mi cara. Abrí la boca por sistema para que me la llenara mientras se corría, sin dejar de lamerle el clítoris y sintiendo lo ligeramente salado de ese líquido.

Se apartó de mí y me escupió en la cara.

—No eres mala, puta. Quizás le pida a mi marido que te ceda un tiempo para mí.

—Como quiera, mi Señora. Estoy aquí para complacerla —respondí con la voz rota por los tres orgasmos sucesivos mientras los huevos seguían vibrando en mi encharcado interior.

—Ahora vete a la mesa por si te necesitan.

Allí acudí, incorporándome, no sin antes lavarme la cara en uno de los servicios para estar, tal como siempre se me ordenaba, en perfectas condiciones. Me retocaba el carmín cuando entraron dos mujeres, una pelirroja y una morena. Ambas al ver mi collar, y aunque la pelirroja también llevaba uno de color dorado y pegado a la garganta, me ignoraron. Dejaron el baño abierto mientras orinaban y hablaban de lo que les parecía la fiesta.

—Es magnífica. Cómo se nota que Armand quiere asegurar que se cierra el trato de la absorción.

—Mientras Nakamoto no se entere —comentó la pelirroja.

Yo remoloneé ajustándome los piercings de los pezones y el sujetador-arnés y la ropa interior (que era poco menos que anecdótica).

—¡Joder, se ha acabado el papel! —dijo la pelirroja.

—Voy a ver si tengo un pañuelo —respondió la morena aleteando las pestañas postizas inmensas—. Mierda. Me he dejado el bolso fuera. Voy  y vuelvo, ¿vale?

Cuando la morena salió, me asomé, poniéndome contra el marco.

—Si sigues hablando de esa absorción, te limpio yo… con la lengua.

Ella, sentada en el sanitario me miró con los ojos verdes muy abiertos.

—¿Cómo?

—Eso mismo. Te limpio con la lengua, te como el coño, te provoco un par de orgasmos y me sigues hablando del tema.

—Y… ¿por qué? —su fina nariz se arrugó de desconfianza un poco y frunció los labios.

Llevaba un vestido blanco que llevaba subido y no parecía llevar ropa interior. Tenía un par de pechos generosos y muy apretados.

—Porque me pone oír hablar de finanzas —le contesté llevándome un dedo al coño y sacándolo despacio para que viera que estaba empapada, aunque ella no supiera por qué.

—Vaya… eres una esclavita golosa y un poco puta, ¿no?

—Solo soy una esclava pervertida y sin importancia que se ha puesto cachonda con tu conversación. ¿Harías eso por mí? ¿Quieres que te lo haga yo?

La pelirroja sonrió y algo encajó en su interior.

El cuarto de baño tenía pestillo y un sofá en el otro extremo que normalmente estaba destinado a la costurera —puto pijo Armand—. Salió del cubículo y se dirigió al sofá mientras yo cerraba el pestillo tras poner en el exterior el cartel de “Fuera de servicio”.

—¿Volverá tu amiga? —le pregunté.

—Posiblemente ya esté follando con alguien si no ha vuelto ya… —opinó—. Mi nombre es Leda.

—Yo soy la esclava Thyla. Y voy a complacerte —dije poniéndome de rodillas delante de ella.

Leda abrió las piernas y reveló ese coñito tan rosado, con los labios sobresaliendo y que ya estaba empezando a gotear. Su clítoris era grueso, muy ancho. Pasé la lengua y noté el sabor salado de la orina mientras Leda cumplía su parte y empezaba a hablarme de la fusión de empresas que Armand estaba preparando a instancias de su competidor, Nakatomi Corp.

—Si el japo… uff… joder qué bien lo comes… aaaah… méteme la lengua, por favor… si el japo se entera aaah… podría denunciarlo por competencia desleal y… oooh… dios, mi coño… joderrr… desleal y perdería la licenciaaaah… Además suuuus aaah, sus acciones caerían… Dios, Thyla, si sigues así me voy a correr…

Me incorporé y le metí los dedos. Ella corcoveó y abrió más las piernas. Mi otra mano tiró de su vestido y sacó esos dos inmensos pechos de pezón color granate, areola muy ancha y arrugada, endurecida. Mi boca los buscó de inmediato y empecé a chupárselos y morderlos mientras la penetraba con dos, tres dedos, en todo su encharcado interior y con el pulgar masturbando el grueso clítoris.

—Aaah… me matas… me mataaaas… Naka… Nakatomi es una competencia muy… uffff… muy dura. Legalmente compiten peroAAAAHHHH DIOSJODERMEVOYACORREEEEER…

Leda arqueó las caderas, le metí más fuerte y rápido los dedos haciendo que mi palma chocara con su clítoris y noté su coño cerrarse en torno a mis dedos con fuerza y en fuertes espasmos mientras le mordía el pezón izquierdo tirando de él para elevar el pesado pecho. Le había visto marcas así que sabía que tenía un punto masoquista. Cuando lo solté de entre mis dientes, tuvo varios espasmos más.

—¿Es importante para él esa absorción?

Leda jadeaba y asintió con los ojos cerrados. Le metí los dedos en la boca y me los chupó para después pasar a besarla con lengua.

—Me gustas Leda… ufff… y mira cómo me has puesto —y cogí sus dedos y los guie hasta mi interior, metiéndolos bien dentro de mi coño.

Ella gimió otra vez y se sentó despacio, incorporándose. Me levanté y su lengua de inmediato se pegó a mi pubis. La sentí tibia, suave, delicada, bajando por todo mi terso y depilado monte de Venus hasta apartar gentilmente los labios y acariciar mi clítoris. Me guio para sentarme en el sofá y pasar ella adarme placer, esta vez sin conversación de economía y administración de empresas. Su lengua me penetró y sus labios rebuscaron en mi interior. Pinzaron mi clítoris y lo masturbaron y de pronto los huevos vibradores salieron conforme yo experimentaba espasmos.

—Vaya… estás… ocupada… —dijo.

—Deja… ufff… tú sigue…

—¿Te puedo quitar el plug?

—Si luego me lo vuelves a meter…

Leda rio… y tenía una risa preciosa.

Sentí mi ano abrirse mientras salía el plug, dilatándolo. Lo puso junto a mí, me levantó las piernas y yo me separé las nalgas. Fue su lengua lo que primero noté en el delicado esfínter para luego sentirla recorrerme entera de clítoris a ano y viceversa hasta llevarme a un punto de no retorno.

—Nece… necesito… correrme… —le dije entre sollozos. Llevaba cinco días sin poder tocarme por orden de Maestro y estaba rabiosa.

—Si no se lo dices a tu dueño, yo tampoco.

—Por… favorrr…

Aplicó sus labios en mi clítoris, su lengua lo recorrió con hambre trazando círculos y sus dedos se clavaron en mi ano y mi coño, follándome. Su otra mano viajó y me tiró de los piercings, de los anchos aros que me los perforaban. La sensación intensa del tirón de los pezones, con sus dedos clavados en mí y la lengua que viajaba por mis labios mayores, menores y por mi clítoris hizo que todo ese estrés anorgásmico forzoso de cinco días estallara. Casi le parto los dedos de lo fuertes que vinieron mis espasmos en coño y culo (mis orgasmos anales son bestiales) o eso me pareció. Descargué con una fuerza brutal.

De lo que sucedió después solo Thyla es consciente. Sé que abrieron la puerta del baño a la fuerza, que Maestro apareció y me agarró del cuello, abofeteándome, y que me castigó a la degradación.

Me llevaron a rastras a la mesa y los dos negrazos la tomaron conmigo. Me reventaron el culo varias veces mientras me ensartaban la garganta. Tomé su semen directamente del culo y el coño de mi madre mientras me seguían follando. Me obligaron en mi condición de esclava a mamar toda polla que así lo requiriera, a comer coños y dar satisfacción sin desmayarme del cansancio. Me colocaron pesos en los pezones que me dolieron enormemente, y me azotaron hasta que todo mi culo fue un mapa morado de líneas finas perladas de sangre, igual que mis pechos. Obligaron a mi Jo a orinar sobre mí y después invitaron a los presentes a hacerlo para después correrse en mí de nuevo si alguien quería, pajeados, bombeados y mamados por mi propia madre.

Lo resistí todo, sí, porque ahora tenía una idea de cómo joder a Armand gracias a Leda, que me miraba con pena infinita mientras me utilizaban.

Y mentiría si dijera que de aquello no había dejado a Thyla ahíta de humillación, masoquismo, dolor y orgasmos, porque los tuve en esos momentos y de forma continua: cuando me azotaron, cuando me tomaron entre tres a la vez, cuando me humillaron totalmente al orinar sobre mí y tirarme de pinzas, ataduras y obligarme a lamer culo tras culo, semen del suelo, del cuerpo de mi madre que también orinó sobre mí o guio a los demás en mis sucesivas folladas, mamadas y sodomizaciones.

Tardé tres días en poder moverme mientras Leda —nunca supe cómo— me cuidaba. Ahí forjamos nuestra alianza, nuestra liberación pues al conocerla vi su collar dorado en el cuello y eso la hacía esclava de alguien.

Desafiaríamos a ese grupo de potentados hijos de puta.