Historia Real 02: Emputecimiento forzado
Armand me manda, después de obligarme a follar públicamente con mi madre, Jo, a emputecerme como ofrecimiento a un abogado para influirle. Hago no solo lo que quiere sino que pongo de mi parte... porque tengo un plan, pese a ser emputecida.
Me desperté con una sensación de dolor en el vientre. Estaba sangrando. Armand abrió mucho los ojos, levantándose de su carísima cama de un salto, de entre sus carísimas sábanas en su carísima casa con su carísima esposa.
Yo estaba atada por las muñecas a un gancho en el techo, con el culo penetrado por un grueso plug anal que se había estado hinchando y deshinchando toda la noche provocándome una sucesiva oleada de orgasmos que no comprendía pero que me arrasaron igualmente. Pero al parecer el artilugio que me había introducido en la vagina había arañado la mucosa y ahora, despierta, sentí fuertes contracciones y un dolor blanco y cegador me hizo gritar, despertando a la casa.
Armand se me acercó de inmediato, me desenganchó y muy despacio sacó el artefacto del lugar herido, lo que me provocó otro asalto de dolor. Me quitó los aperos de cuero a los que me había ido acostumbrando en la última semana y me llevó en volandas al médico, tras ponerme la ropa de calle que había dejado en una mochila. Mi madre no se enteró, claro, puesto que estaba como «enviada» de Armand a algo que yo no tardaría mucho en tener que hacer.
El médico me dijo que tenía un desgarro pequeño, apenas una herida de un centímetro pero que no debía preocuparme. Que me abstuviera de relaciones sexuales para que pudiera cicatrizar normalmente y poco más.
Cuando salimos caía una fina llovizna que había empapado los coches y daba al lugar una apariencia irreal: un aparcamiento con algunos setos y a lo lejos la carretera por la que circulaba una de las arterias principales de entrada de la ciudad. Todo lo que movía Arman lo movía por el extrarradio. Al parecer estaba verdaderamente preocupado por mi estado y me preguntaba si tenía dolor, si me molestaba. Decía que daría descanso a esa parte de mí y que lo tendría en consideración ya que había sido culpa suya.
No fue él. Fui yo. Cuando volvimos a su casa —no iba a dejarme en la mía, qué desfachatez, aún tenía dos orificios utilizables— al bajarse, yo ya estaba fuera, corrí hasta su lado. Lo empujé contra el coche y le bajé la bragueta. Me desnudé delante de él, bajo la lluvia, para que viera mi cuerpo joven y desnudo empapado, los pezones duros, los pies pálidos contrastando contra el negro asfalto. Me acuclillé y tomé su polla con la boca, con las manos a la espalda cogiéndome los antebrazos, como una perra, como una entregada esclava sexual que era lo que quería de mí. Vio cómo me afanaba, cómo mi boca tomaba todo lo que podía de su polla y se la mamaba hasta el cielo y vuelta. Lamí la base de la polla, el pubis y los huevos con todo el tronco apoyado en mi cara. Su polla y yo, su piel caliente, mojándose de lluvia rodeada de mi pelo empapado. Y volví a meterla en su boca mirándole a los ojos, con la súplica de su semen, con un « córrete en mi boca » inscrito en ellos. Lo hizo. Me cogió la cabeza, apretó hasta que su polla entró a la fuerza en mi garganta arrancándome una violenta arcada que me marcó las costillas. Palpitó una vez, fuerte y se arqueó, apoyándose en el coche mientras su manguera cárnica se vaciaba directa en mi garganta y yo hacía fuertes sonidos de succión, tragando, sintiendo subir el acre olor del semen. La saqué despacio, sin dejar de mirarle, conquistando esa pequeña parcela.
—Gracias, Maestro, por tu semen —le dije, agachando la cabeza.
Él recogió mi ropa del suelo y me hizo acompañarlo a cuatro patas, esa chica tremendamente pálida, con el coño chorreando y el culo abierto, boqueante aun a su pesar, camino del ascensor.
Decidí que tenía que hacer algo o podría volverme loca: tenía que dejar a Claudia urdiendo sus planes malvados y que otra parte de mí, la que disfrutaba de aquello, que tomara las riendas durante el tiempo que durara, haciendo que Claudia se filtrara solo cuando debía, manipulando a la sumisa para obtener la venganza que pretendía. Así nació Thyla.
*
Veía el paisaje de la ciudad a lo lejos bajo las pesadas nubes grises. Johanna —mientras fuera Thyla, dejaba de llamarla «mamá»— estaba de rodillas, delante de mí, con los enormes pechos congestionados por una atadura negra en su base, poniéndolos de color morado. Estaba aguantando: Armand le ha metido casi tres litros de enema y le tiene prohibido soltarlo. Además tiene una caja vibradora entre las piernas directa en su coño, en ese coño por el que yo salí hacía menos de dos décadas.
Su cara estaba también congestionada tratando de aguantar la oleada de orgasmos que se le sucedían y no podía dejar correr hasta que el Maestro se lo permitiera. Mientras, yo volvía a estar atada de muñecas a un gancho superior. Desnuda, llevaba un grueso plug en el ano, insertado hasta el fondo y que me daba pequeñas descargas eléctricas y hacían que me estremeciera entera. Dos pinzas crueles me mordían los pezones y se unían a un peso en el centro, que los empujaba hacia ahí dolorosamente… y aquello también excitaba a Thyla. Armand descargó por última vez su flogger en mi culo que ya no era de piel blanca, pálida, sino roja y en algunos puntos morada. Algunos latigazos se habían escapado y me habían dado en las caderas por la zona delantera y también en los muslos y el pubis.
Picó, dolió, me retorcí dejando colgar la cabeza. El dolor, había descubierto, me excitaba. Mucho. Más de lo que quería confesar. Los calambrazos de mi culo me estaban acercando al orgasmo, los pellizcos continuos, la sensación fija de presión en los pezones con el peso acrecentaba la sensación y el dolor llevándome a un nebuloso horizonte de sensaciones.
Escuché cómo se iba hasta la mesilla del salón y dejaba el flogger. Lo dejó ahí y se paseó con una fusta en las manos. Caminó hasta colocarse detrás de Johanna.
—Mira —le dijo poniéndole la fusta en el cuello desde atrás, estrangulándola ligeramente—, mira a tu hija totalmente castigada, ofrecida, siendo una bonita y pequeña puta delante de ti…
Johanna frunció los labios. La máquina en su entrepierna vibraba con malignidad. Armand la empujó de los hombros hacia abajo para que se pegara más y más. Ella casi gritaba. El cabrón le colocó una mordaza de aro dejándole la boca totalmente abierta y un hilo de baba empezó a caer sobre sus pechos congestionados. Gemía entrecortadamente y estaba a punto de correrse, al límite de su resistencia, con el vientre, además hinchadísimo por el brutal enema. Y lo consiguió. Me refiero a Armand, claro. Johanna perdió totalmente el control y estalló en un orgasmo brutal que la sacudió entera una y otra vez, en brutales oleadas. Las contracciones fueron tan fuertes que, llorando, se inclinó hacia adelante y el tapón anal salió disparado contra la ventana. El enema salió de ella fluyendo a presión con cada oleada del orgasmo; la saliva caía de su boca y sus ojos dejaron de reflejar consciencia: era una muñeca. Cada vez que salía un chorro de líquido de su culo su vientre se contraía y ella gemía.
Yo por mi parte luchaba por controlarme porque el plug eléctrico me estaba volviendo loca.
Armand sonrió con maldad viendo lo que había tardado mi madre en derrumbarse tras una intensiva «educación» y sometimiento a sus designios. Tres meses. Ya solo quedaban cuatro años y nueve meses.
Dos abrazaderas rodearon mis piernas a la altura de las rodillas. Luego, entre ellas puso una barra de metal y con otro gancho tiró de ella. Ahora estaba totalmente en el aire y con el coño apuntando a Johanna que seguía inclinada hacia adelante.
—Ahora te diré lo que quiero. Llevas cerca de dos litros y medio de agua bebidos, y no te he dejado ir al baño. Tendrás ganas. Y es ahora cuando vas a hacerlo.
Abrí mucho los ojos. Puto cabrón retorcido, pervertido de mierda… Quería que meara encima de… Miré entre mis piernas elevadas y vi a Johanna que empezaba a levantarse, con los ojos de mirada perdida.
—Jo —la llamó, abreviando su nombre—, ponte en línea. Tu hija va a darte un regalo antes de que puedas levantarte a limpiar todo ese estropicio —dijo señalando la ventana y todo el líquido del enema que había soltado.
Se acercó más a mí y me empezó a acariciar el pubis. Y apretó. De pronto las ganas de orinar lo llenaron todo, la presión me urgía tanto que casi me dolía. Con las piernas bien separadas aprovechándolo, pegó dos tiras de adhesivo a los labios de mi coño para dejarlo bien separado y presto para la uretra quedara en la posición adecuada.
—Hazlo. No me obligues a darte más agua…
—Nnn… nnno…
—Te castigaré a ti, y también a ella. Si no lo haces, daré una fiesta y la convertiré en orinal público. Tú verás.
Apretó de nuevo y casi lo hago, quise aguantar pero sus dedos presionaban muy fuerte y de pronto ocurrió. Salió. Me escoció un momento y de pronto el chorro salió en un arco que ascendió hasta caer directamente en la cara de Jo, que se movió para ponerse en el centro. Gran parte le cayó en la boca pero no quise mirar más, dejando hacer la cabeza hacia atrás.
La sensación de alivio de la orina se combinó con la de un orgasmo anal que hizo que el chorro fuera cayendo interrumpidamente en la cara de mi madre. Y, sí, la escuché tragar. ¿Me sentí mal? No lo sé. Es difícil saberlo: excitada, sometida, humillada, algo rabiosa y en plena sucesión de orgasmos.
*
19:00
Estoy arrodillada delante detrás de mi madre, Jo, que sigue en ese trance donde solo es un receptáculo para el sexo. Yo sigo conservando algo de cordura. Enseguida me di cuenta de que Armand ha tenido que estar drogándonos de alguna manera y eso ha hecho que bajaran nuestras defensas. Ha debido hacerle más efecto a mi madre y así está, babeando por el suelo, con las tetas moradas y su función más avanzada es respirar.
Hago lo que me ha ordenado Maestro y le meto dos dedos en el culo a Jo, que gime largamente. Ha estado descansando un buen rato desde lo de esta mañana, tras limpiar todo el desastre pero no ha recuperado la consciencia. Yo aún tuve que complacerle con mi culo para poder descansar. Este hijo de puta es insaciable. Aun y así, Thyla, la jodida y pervertida sumisa en la que me convierto para olvidarlo todo y superar esta mierda se corre y se moja entera con cada perversión que le obligan a hacer.
Así estoy ahora, con un strapon clavado en el coño con el que voy a tener que follarme a mi madre delante de Armand, su mujer y dos invitados que ha traído para cenar. Y podré descansar… me ha prometido tres días de tranquilidad y si les sorprendo y lo hago bien, una semana.
Es una putada tener que luchar por eso. Por otro lado Thyla se quiere poner a prueba. ¿Qué coño me está pasando? Siento que esa división que he hecho me pasa factura y parece una disociación en toda regla… pero tengo que aprovecharla. Al menos es una disociación consciente.
Respiro profundamente, me molesta un poco el interior de la vagina pero le he dicho a Maestro que puedo hacerlo. Y lo hago. Primero le meto dos dedos a Jo en su interior. Su culo se dilata fácilmente, como el mío, y noto el tejido interior, suave y caliente. Ella se estremece y su ano se contrae un poco, apretándome los dedos. Los saco y los meto un par de veces más. No os lo he dicho: estamos en la gran mesa central del comedor, una robusta pieza de madera, ambas somos la atracción principal mientras los pervertidos comensales, en sus mesas altas, disfrutan de su temprana cena y hacen comentarios en voz baja a sus parejas. Algunos han traído a otras sumisas, esclavas, lo que sea. Incluso he escuchado que uno de ellos, para humillar a su esposa, ha dejado a la esclava sentarse en la silla y la esposa está de rodillas comiéndole el coño a esta. Son todos unos jodidos pervertidos. Lo peor es que a Thyla le gusta esta mierda. Le gusta y lo desea pero solo porque sabe que aunque a su pervertida manera, Armand, Maestro, la respeta y la protege. Porque ha sido así, ha caído en gracia, los astros se han juntado, lo que sea.
Me centro en lo que hago. Dirijo el pene que llevo insertado en mi interior, uno de esos arneses strapon para mujeres, con un extremo doblado en L que me he metido yo y ensarto a mi madre, a Jo, sin muchos miramientos.
Todo es una locura el tiempo y los recuerdos lo hacen extraño, como ralentizado o a través de una neblina. Mis caderas se mueven, mi coño se estremece y noto la resistencia del culo de Jo mientras la penetro. Parece un videoclip cutre de los 90, mientras me azotan las nalgas, me meten algo por el culo, no sé el qué, y yo sigo aferradas a las caderas de mi madre bombeándole el culo y gritando hasta la locura. Ella se corre con los dos huevos vibradores que le han puesto y sus tetazas son mamadas, mordidas y azotadas en esa mesa cuando cambiamos de postura y le taladro el coño con el artilugio.
Solo recuerdo acabar la noche tirada en la mesa, agotada, pero esa vez nadie nos tocó. Ya cambiarían las tornas. Todo fuera por la venganza, por el cabrón de mi padre, por la débil de mi madre.
Llevamos dos meses de tranquilidad en casa cuando Armand, Maestro, volvió a requerirnos. Nos quiso dejar descansar después del último servicio. Mamá casi se vuelve loca. Estos meses ha estado rara, masturbándose mucho, como si la impronta de ser una esclava sexual hubiera calado tan hondo que algo se hubiera roto en su interior. Hacíamos vida normal pero ella estaba evidentemente distraída, algo ausente. Sonreíamos, charlábamos, pero de vez en cuando se le escapaban gestos: se tocaba el cuello, como echando de menos el collar. Se tocaba los pechos, buscando los piercings de los pezones y de vez en cuando se abstraía y cuando la intentaba «despertar» se encontraba un poco descolocada. Armand había quebrado su voluntad y dentro de ella había encontrado una vena secreta que latía y liberó: la de ser una esclava sexual REAL, la de encontrarse sometida como una forma de ser y de vivir. Y así, perdí a mi madre. Otra cosa más gracias a la muerte y la deuda de papá. Precioso, todo.
—Maestro —le dije al descolgar. Qué cortos habían sido esos dos meses. Pero no había estado ociosa…
—Thyla —respondió, admitiendo mi nombre de esclava—, requiero tu presencia y la de tu madre.
—No me extraña. Jo no se ha encontrado bien en todo este tiempo. Creo que la has roto.
—Eres una perra descarada —repuso con voz de enfado pero también con un asomo de divertimento.
—Total, si me vas a castigar igual y yo lo disfrutaré en cuanto libere a Thyla, prefiero decir lo que tengo dentro y eso que me ahorro después. Y sí, has roto a mi madre. Está distraída, deseosa. Ahora mismo, al escucharme llamarte, se ha puesto de rodillas y creo que va a empezar a tocarse.
—Conecta una cámara. Ahora.
Tenía el portátil cerca así que le puse una videoconferencia. En la imagen podía ver a mi madre de rodillas, vestida con una falda azul y una camisa blanca, con sus gafas de pasta negra fina, y respirando agitadamente.
—Ma… Maestro, ¿cómo puedo servirte?
—Hazlo. Lo que tienes en mente. Ahora.
Jo de inmediato se arrancó la ropa y se tumbó, con las piernas abiertas y el coño en primer plano, masturbándose de forma chapoteante y gimiendo que lo hacía para él, que era su perra, su esclava… Mi madre está rota. Y encima yo empezaba a ponerme cachonda también. Thyla pugnaba por salir.
—Para. Ahora ve y cómele el coño a tu hija. Quiero que se corra tres veces con mi nombre en los labios. Tienes quince minutos o estarás sin correrte durante un mes.
Aquello fue como un imán: Jo se levantó y de pronto sus manos me arrancaron las bragas, remangó el vestido y su boca se pegó a mi coño como si estuviera imantado. No hizo falta mucho. Sentía la lengua de mi madre entrar en mi interior palpitante, sus dedos penetrar mi vagina y mi ano con avidez, la punta de la lengua recorrer mi clítoris, chupándolo, lamiendo, mordisqueando los labios con maldad, tirando de ellos y volviendo a succionar el clítoris.
El coño entero me palpitaba y el orgasmo fue brutal. Todo mi interior palpitó, atrapando los dos dedos que Jo tenía clavados en mí como si no los quisiera dejar escapar nunca, en mi culo y en mi coño. Ella no cejó, yo me retorcía, Maestro miraba desde la webcam y podía ver una cabeza rubia en su regazo, seguramente su mujer, haciéndole una mamada a esa polla que yo, a esas alturas, tan bien conocía.
Me corrí cuatro veces en diez minutos sin apenas tiempo para respirar. Después, Maestro repartió sus órdenes:
—Jo vendrá a mi casa. Tú, Thyla, te pondrás el modelo número 6 e irás a la dirección que te mando por el móvil. Cuando estés allí servirás en todo como si me estuvieras sirviendo a mí. Deberás llamarlo Señor D.
—Sí, Maestro.
—Te esperan a las 20:00. Código blanco.
Código blanco: sumisión con condiciones. Contentar al dominante. Ofrecerme para todos los presentes si me lo pide. No suele conllevar dolor corporal pero puede haber humillación. Grupo de posturas predeterminado. Joder, Maestro nos usa como sus putas particulares para obtener favores y obviamente gran parte de esos favores depende de nosotras y de la deuda que tenemos con él. Si el servicio es bueno nos reducía «el contrato de servidumbre». Aunque eso ocurría pocas veces.
Jo estaba contenta y feliz. Se dirigió a su armario, se colocó unas pinzas en los pezones y un tanga de cuero con consolador y plug, botas altas y un gran abrigo. O sea parecía una puta. Y es lo que pretendía. Joder, la había perdido totalmente. Yo me vestí con lo que él llamaba el modelito 6, un vestido blanco muy pegado, sin ropa interior, medias blancas y zapatos rojos. Tampoco es que pareciera una mujer respetable, la verdad.
Cogí el coche de mamá puesto que a ella había venido a recogerla una limusina para a saber qué nueva perversión de Armand, y puse rumbo a la ciudad.
Lejos de lo que pensaba donde llegué fue a un despacho de abogados alojado en un altísimo edificio. Recuerdo que esa tarde hacía un frío importante y más para llegar solo con el vestidito blanco sin nada debajo. Llevaba el bolso con una muda y varios artilugios que tenía que desplegar delante del “cliente” o “favorecido” como los llamaba el cabrón de Armand. No estuvo tan mal.
Señor D. resultó ser un joven de treinta y largos (sí, me sacaba casi quince años), que abrió la puerta de un lujoso despacho de abogados de esos de madera en todas partes, sillones de cuero y señores pintados en cuadros vetustos. Tenía el pelo negro rizado, boca sensual y mandíbula fuerte. Estaba muy bien físicamente y había sido elegido por Armand para que favoreciera ciertos asuntos legales para con varios clientes del despacho.
Una parte del precio fui yo ya que me vio en varios eventos a los que acudí como «muñequita» del cabrón.
Nada más entrar me quité la larga gabardina negra con forro blanco —todo comprado por el cabrón—, para que Señor D. pudiera mirarme a su gusto. La verdad es que el vestido era casi como si me lo hubieran pintado encima y cada curva y dureza quedaba a la vista.
—Qui… quieres tomar algo —me preguntó Señor D.
—Lo usted quiera, Señor —respondí, bien educada yo.
Se encontraba ligeramente cohibido así que me aproveché. Le hice algunas preguntas asegurándole —mintiendo, vaya— que había un trato de confidencialidad y demás. Me comentó que era experto en licitaciones y otras cosas aburridas además de representar a unos clientes árabes bastante importantes que Armand tenía enfilados. Habló más, mucho más, sobre todo cuando al darse la vuelta me vio desnuda, solo con las medias puestas, el vestido tirado detrás de mí y viéndome caminar hacia él un poco predadoramente. Le dije que no parara de hablar (había dejado el móvil cerca y con la grabadora encendida) y fui a su punto débil, como el de cualquier hombre.
—Solo estoy aquí para servirte, para hacer lo que quieras, o que me hagas lo que quieras. ¿Quieres que te la chupe? —Claudia, dentro de mí, se retorcía; Thyla estaba contenta y se sentía seductora, puta y muy cachonda—, soy tuya. ¿Quieres follarme? Soy tuya y mi coño es para ti. ¿Quieres follarme por el culo? Hazlo, por favor, me muero de ganas. Mi culo es tuyo para tu disfrute.
—Yo… yo… —se ajustó las gafas.
Apenas sabía qué decir. Apuesto a que estaba luchando entre respirar, sentir la erección que tenía y no cagarse encima. Me arrodillé y le bajé la bragueta. La tenía durísima y era un buen ejemplar de polla joven, fresca (debía haberse duchado hacía poco), y bonita: circuncidado, con la piel tersa y unas bonitas venas hinchadas.
Le quité el pantalón despacio y le empujé hasta su butaca, para que se acordara siempre de la mamada que le iba a hacer y le hice.
—Pero sigue hablando. Háblame de esos clientes y verás cómo disfrutas la mezcla de trabajo y placer.
Él lo hizo, largo y tendido, mientras yo me aplicaba. De rodillas, con las tetas al aire y el pubis bien visible, lo miré, me llevé la mano al coño y me metí dos dedos que le enseñé, abriéndolos para que viera lo mojada que estaba y los hilos de flujo entre ellos, que eran abundantes. Su polla palpitó. Primero la acaricié con los pezones mientras él comentaba sobre la nueva flota de aviones que un jeque quería lanzar. Abracé el miembro con las tetas y lo masturbé un poco, dejándole ver cómo caía un hilo de saliva desde mi lengua directo hasta la punta de su glande. Él gemía entrecortadamente entre frase y frase, y tomó aire, quedando en silencio unos segundos cuando mi boca envolvió su polla y empezó a bajar, despacio, haciéndole sentir mis labios presionando todo el cuerpo del miembro. Como no era tan monstruosa como la de Maestro pude tragármela casi entera, e hice un sonido fuere al sacármela.
—Señor D., tienes una polla deliciosa —y acto seguido volví a atracarme con ella, chupándosela con todo el gusto de Thyla que se sentía cedida, usada y complaciente.
Señor D. se corrió en mi garganta y le hice ver todo su semen en mi boca antes de tragármelo, cosa que le arrancó una fuerte palpitación y algo más de semen se derramó despacio, como una cascada, de su pene cansado. Lo tomé con mis dedos y lo lamí para no dejar nada.
Acto seguido, para dejar que se recuperara, me senté en su mesa y abrí las piernas.
—¿Quieres? —dije.
Mi coño chorreaba. Los labios mayores no envolvían los menores que sobresalían como dos graciosas lenguas, pequeñas y redondas. Caía un pequeño hilo y mi clítoris pulsaba. Sabía comer un coño, debo reconocerlo, así como alabar que en mitad de la comida se levantara y me metiera un tremendo y profundo golpe de ariete con su polla. Me la encajó hasta el fondo y me arrancó un fuerte suspiro. Me agarró las tetas, que apretó con fuerza y me empezó a follar como si se le fuera el alma en ello… y a mí se me iba la cordura, desde luego.
Ahora era Thyla, arrancada del interior de Claudia, follada, usada, sometida a la esclavitud sexual. La que había tenido sexo con su propia madre, la que la había perdido en las nieblas de esa misma esclavitud sexual y que estaba disfrutando que ese desconocido se la follara en la mesa de un despacho como a una vulgar puta, usada y cedida por otro hombre que se había hecho con el derecho de su libertad. La mujer, esclava y puta que se estaba corriendo con la polla de ese abogado dentro de su coño mientras él se corría en su coño, llenándola de semen caliente y delicioso.
Y la primera pieza del puzle de la venganza de Claudia.
Después de aquello Señor D. me dijo que iríamos a su casa. Me vestí después de asearme. Hice una cosa más para asegurarme toda su atención aun después de su orgasmo. Le empuje con el pie desnudo contra la silla y puse su mano en mi coño. Lo hice palpitar un par de veces con contracciones y su semen fluyó despacio. Delante de él compuse mi cara de abyecta zorra necesitada y lamí el semen de su mano sintiendo la mezcla de su sabor seminal y de su piel. Él gimió varias veces.
—Vamos a mi casa —añadió con precipitación.
—Solo prométeme… que me follarás también por el culo, por favor, Señor —le dije con voz melosa.
En realidad había sido Thyla quien había hecho semejante petición pero finalmente no me pareció mal. La verdad es que lo deseaba.
Recuerdo que su apartamento era bonito y elegante con un aire ligeramente japonés. Él se descalzó al entrar y yo lo imité. De nuevo, antes de que pudiera darse cuenta yo ya estaba desnuda, esta vez incluso sin las medias. Me entretuve en poner diversos artilugios que traía conmigo en una mesita por si los quería usar.
Esta vez le hice ir hasta un diván. Vi que se estaba enganchando a mí, es algo que puedes apreciar en cómo te mira un hombre (o una mujer), por el brillo, por la respiración y la forma de hablar… A veces me pasa, genero ese impacto y no siempre para bien.
Pero me permitió en ese momento poder tomar el control de ese “favorecido” de Maestro. Lo dirigí hasta el diván después de pedirle una copa de vino y le hice hablar de su trabajo, dado que era el tipo de hombre que se le llena la boca hablando de ello. Yo mientras tanto me llené la boca de otra cosa. Me incliné de lado, sacándole la polla y empecé a hacerle una mamada allí mismo, delante de ese ventanal de su casa por el que se veía la ciudad y sus luces. Nos sentamos, yo, totalmente desnuda, y él con el traje y el contraste en la ventana de mi piel clara reflejada, su polla erguida como una torre y mi cabeza descendiendo sobre ella y tragándosela mientras mi mano le acariciaba las pelotas creaba una imagen única.
Sí, es cierto, estaba siendo emputecida por el jefe de mi difunto padre. No podía disfrutar la condición de ser obligada a ello. Pero Thyla sí, la parte de ser obligada, de ser morbosamente enviada a satisfacer a alguien. Si hubiera sido alguien, un dominante a quien hubiera elegido… pero no, mandaban las circunstancias. Y a esas alturas ya no era solo conservar el patrimonio, la indemnización y todo eso. Ya era una cuestión de venganza contra alguien que creía tener derechos sobre mí y sobre la enloquecida y rota de mi madre.
Cuando lo tuve casi a punto me di la vuelta, lo tumbé en el diván. Lo desnudé muy despacio. Coloqué una cómoda silla a un lado.
Sería una puta y una esclava sexual y puede que Thyla se corriera como una perra con ello, el placer físico estaba fuera de toda duda, pero quería algo más, quería que Señor D. estuviera a mi merced. Mis pies acariciaron su cuerpo desde la silla. Él me entreveía el coño mojado y con los labios abiertos, jugosos. Mis pies de uñas pintadas se deslizaron por su pecho, su polla palpitaba salvajemente como un metrónomo. Mi pie izquierdo llegó hasta su cuello y posé los dedos en su boca. Él la abrió y los recibió. Me chupó el pulgar, despacio, recreándose. Después los demás dedos, uno a uno para después meterse todo lo que pudo el pie. Me giré, alternando y acercando el pie derecho que siguió la misma operación, mientras la mano derecha acarició su pubis y lo agarraba de los huevos. Se los presioné, despacio, firmemente, escuchándolo gemir mientras sentía su lengua en mis pies, lamiendo y chupando.
Cuando llevaba un rato así, le hice bajar hasta la mitad del diván. Como era bastante ancho mis pies ocuparon en condiciones cada lado de su cabeza para poder sentarme en su cara adecuadamente y usar su boca y su cara entera para masturbarme. Su cara se llenó rápidamente de mi flujo mientras su lengua lo recababa con voracidad, lamiendo toda la entrada de mi vagina, los labios, el clítoris y hasta mi ano cuando se lo pasaba. Thyla, yo, me deleité. Pude correrme en su boca mientras su lengua viajaba por mi clítoris y se metía dentro de mí y sus labios me chupaban con ansia febril el brote duro. Me corrí, gimiendo, goteando en él, apretando su cara contra mi coño mientras pulsaba y el orgasmo me recorría.
Fue en ese mismo diván donde él me sodomizó a petición mía. Me coloqué y tiraba con tal ansia de mis nalgas que tenía ya el ano entreabierto para que lo usara.
—Por favor —le dije con voz febril y también deseosa— métemela por el culo, Señor D. Fóllamelo…
Él estaba tan excitado que no sé cómo recordó lubricarme un poco. Lo hizo metiéndomela profundamente en el coño que a esas alturas era una piscina de flujo denso y resbaladizo. Su polla entró sin problemas por mi culo y aquello solo fue el prólogo de uno de esos orgasmos enloquecedores mientras entraba y salía de mi interior y yo me agarraba al diván tratando de conservar, a duras penas, la cordura. Me folló el culo a placer y mi orgasmo lo pilló de improviso, aferrando su polla con ansiedad como una tenaza. Empujó más fuerte hasta que en cuatro o cinco envites más, con sus manos aferradas a mis caderas que había ido calentando con diversos cachetes, me llenó, finalmente, las tripas de su semen, caliente, joven, deseoso… Y una vez más, con su orgasmo, como si aquello activara algo en mi interior, me llegó ese orgasmo brutal que arrasaba con mi consciencia y toda mi racionalidad. Siempre empieza igual. Siento el calor en mi culo, en lo profundo del ano, su polla entera, su semen derramándose y estrellándose en mi interior y una pulsación surge en mi esfínter, luego estremece todo mi sexo y todo el interior de mi culo. Mi coño parece producir algo y eyaculo un líquido transparente mientras varias oleadas encadenadas me recorren como las oleadas de un terremoto. Mi clítoris se estremece, las oleadas llegan a mis pezones, tengo unas ganas horrorosas de orinar y entonces eyaculo, me falta el aire, trato de respirar, los ojos se me ponen en blanco, me muevo con fuerza en torno a esa polla clavada en lo profundo de mi culo y me estrello contra ella, me estaco, unas cuantas veces, seis, siete, no lo sé, sólo sé que mi cuerpo la quiere entera dentro y que ese orgasmo no acabe. Me falta el aire, cada vez respiro más rápido y me derrumbo. Otra oleada me recorre cuando se desliza fuera de mí, cuando siento la polla retirarse de mi interior.
Aquella noche hubo más sexo, en su cama, en su sofá y en una alfombra. Fue divertido, intenso… La última vez, con su semen en mi coño, me puse sobre su pecho, lo dejé fluir para luego lamérselo despacio, enloqueciéndole y haciendo que se corriera una última vez sobre mis nalgas y espalda en esa postura.
Se durmió cerca de las cuatro de la mañana. Cuando me fui, apagué su ordenador después de sacar todos los datos que necesitaba en un pendrive mientras Señor D., que había disfrutado de mi cuerpo y de mi sumisión —a la par que de mi emputecimiento en manos de Maestro—, dormía como un lirón en su carísimo sofá de piel.