Historia ilustrada de una asistenta servicial.

De cómo un joven solitario y una pobre viuda se dan mutuo consuelo a sus penares. (Relato ilustrado).

Historia ilustrada de una asistenta servicial.

Ya había terminado mis estudios en los Estados Unidos y regresé a mi casa en Porlamar, la ayuda de las influencias paternas me permitieron entrar a trabajar en una importante empresa de consultoría de mi país con el cargo de ‘Analista de Sistemas y Procesos’. He de reconocer que este empleo me permitió realizar cuantiosos viajes de trabajo. Y lo que voy a relatar aconteció en el primero de estos.

La empresa para la que trabajaba desde hacía unos meses recibió un encargo de modernización de sus procedimientos por parte de una empresa en crecimiento que poseía sucursales en algunos países de la zona, y mis superiores, considerando que había mostrado responsabilidad y laboriosidad decidieron enviarme a realizar el estudio de la sucursal de Mexico. Me reservaron un apartamento en un complejo residencial a las afueras de la ciudad de Mexico DF, un billete de avión y poco más y allí me enviaron.

El complejo residencial no estaba mal, compuesto de pequeños apartamentos destinados a estancias de trabajo, tenían un servicio común de lavandería y limpieza contratado a una empresa y funcionaban poco más o menos como un apart-hotel. La habitación no era muy grande, con un mobiliario muy sencillo, pero tenía mucha luz y estaba aseada.

Del servicio de limpieza se ocupaba un grupo de señoras contratadas por la empresa que solían venir a media mañana, cuando normalmente no había nadie en los apartamentos, y se dedicaban principalmente a barrer, fregar y quitar el polvo. Una de estas mujeres era Adela Marquez.

Yo por mi trabajo muchos días permanecía hasta la tarde en el apartamento, realizando informes, u ordenando mis anotaciones y preparando mis consultas a los empleados y directivos de la empresa cliente. Así que en muchas ocasiones la señora Adela llegaba en su ronda y me sorprendía en el apartamento. El primer día me indicó que si no quería que un día pasasen podía poner el cartel de ‘No Molesten’ en la puerta y ya no entraban. Le contesté que no me molestaba y que así se animaba el apartamento con alguien más.

Desde entonces Adela venía tres días a la semana a limpiar y si me encontraba en casa en tanto hacía la faena podíamos charlar un poco, así fuimos cogiendo una cierta confianza y hasta familiaridad, y de esta forma descubrí que hacía medio año que enviudó y que por su ajustada situación económica se puso a trabajar en aquella empresa de limpiadoras.  No tenía familiares cercanos y la humildad en que vivía no le permitía salir mucho a divertirse y hacer amistades.

Durante los días que coincidíamos aproveché para observarla con un cierto detenimiento y  puedo decir que debía rondar unos cuarenta y tantos años, más bien largos, medía escasamente algunos centímetros menos que yo y era de complexión robusta sin estar gorda. Un cabello moreno, bastante corto, que visitaba poco la peluquería. Una piel clara con un toque de color solar, no solía ir pintada salvo un poco de color en los labios, y vestía de forma humilde pero adecuada.

Una mañana al llegar, yo me encontraba trabajando sobre una mesa junto a la ventana. Tras dejar la chaquetilla que llevaba en el perchero que había junto a la puerta se puso pronta a quitar el polvo por la sala mientras charlábamos de banalidades, me pareció algo más triste de lo habitual, y al preguntarle sin ninguna intención especial por su ánimo, me contó que la noche anterior no había descansado mucho, me confesó que se acordaba mucho de su marido y en un alarde de sinceridad, que añoraba mucho sus caricias y sus escarceos sexuales.

¡Vaya información acababa de darme!, con mis gozosas experiencias con Susan, Allison, y tantas otras … mujeres maduras que había conocido en el sentido más bíblico de la palabra. Un ya conocido cosquilleo comenzó a recorrer mi cuerpo y aprovechando su paso junto a la mesa donde estaba trabajando me giré hacia ella para observarla.

No pude dejar de notar la redondez y firmeza que mostraba su trasero y dada su postura en aquel momento, también pude ver como escapando de la falda sobresalía la cintura del tanga que llevaba. De forma casi autómata mi mano se posó en aquellas nalgas, y antes siquiera que ella pudiese reaccionar ya le había subido la falda hasta la cintura y estaba acariciando y besando aquellos firmes glúteos.

‘Muchacho, ¿Que haces?’ exclamó girando hacia mí su cara. ‘Me gustas’ le dije ‘desde que te ví, te deseo y no quiero que estés triste’, ¡cuanta rimbombancia en tan pocas palabras!. ‘Tu también me gustas, pero podría ser tu madre’, ‘¡eso no me importa!, el deseo no tiene edades’, conteste, ‘¡mis mejores amantes han sido mujeres mayores que yo!’ continué, mientras me levantaba de la silla dispuesto a besarla y aprovechaba para descorrer la cremallera que cerraba la falda.

Ella se dejaba hacer, es más, su lengua ya jugueteaba con la mía y soltando las presillas que sujetaban la falda la dejó caer. Sus mejillas se enrojecían de excitación a la par que cerraba los ojos y su respiración se tornaba más entrecortada. Mis manos no permanecían ociosas y comenzaron a recorrer su cuerpo al tiempo que iban subiendo el suéter color café con leche que llevaba Adela, hasta dejar al descubierto sus pequeños pero aún firmes senos. Sus pequeñas aureolas y los duros botones mostraban un oscuro color que resaltaba sobre la increíble blancura de la piel preservada del sol. Mis labios bajaron raudos a besar, y succionar aquellos endurecidos pezones dando posibilidad a Adela de terminar de quitarse el suéter.

Durante un rato estuve entretenido jugueteando con aquellos pequeños senos, lamiendo desesperadamente, acariciando y estrujando como si quisiese vaciarlos de todo el placer que pudiesen dar. Mi pene crecía por momentos y comenzaba a notar las estrecheces del ‘slip’, así que sin dejar abandonados aquellos dulces pechos tuve que deslizar una de mis manos para poder abrir la bragueta del pantalón y extraer la crecida verga liberándola de la  opresiva prenda.

Apoyé a Adela sobre la mesa y descendí por su cuerpo cubriéndolo de besos y lametones hasta alcanzar a situar mi cara frente a su pubis, aun cubierto por un tanga blanco adornado de unos pequeños bordados azules. Casi a mordiscos procedí a arrancarlo dejando al descubierto una maraña de pelos oscuros y una ya bastante húmeda oquedad.

Sin pensarlo dos veces bajé mi cabeza hasta situarla entre sus piernas, comenzando a chupar la hermosa vulva que se mostraba ante mí. Ella se dejaba hacer, los brazos a los lados apoyados en la mesa y los ojos cerrados, disfrutando el momento.

Finalmente llegué sobre su clítoris, y comencé a chupar con más fuerza, mientras lo sujetaba entre mis labios y lo acariciaba con la lengua. Ella estaba embargada de placer, los suaves gemidos, hacía rato ya que se habían convertido en algo más sonoro que entremezclaba con entrecortadas exclamaciones. ‘siii…, sigue…, me gusta !!!…, mááás…, asííí….’ y se retorcía de placer a cada nueva caricia. Gemía y suspiraba cada vez más fuerte. ‘Aaaaahhh, siiii, sigue, que gusto, me voy a correr, sigue, sigue’, mientras sus manos asían con fuerza mi cabeza empujándome más y más profundamente. ‘Aaaahhhh, aaaahhhhh, siiiii, sssssiiiiii’, en tanto quedaba empapado de sus jugos.

‘¿Te ha gustado?’, pregunté.

‘Me ha encantado’, dijo, ‘Ven, ahora te toca a ti’. Y arrodillándose a mis pies sujetó mi pene delicadamente con una mano y lo llevó hasta sus labios, suavemente lo comenzó a besar y rodear con su boca mientras su lengua comenzaba un alegre jugueteo.

Poco a poco lo fue introduciendo más y más profundamente en su boca, su lengua lo recorría en toda su extensión en tanto sus labios lo aprisionaban con firmeza y yo notaba el efecto de sus succiones. Sus manos acariciaban los testículos mientras subía y bajaba con lentitud su boca sobre mi órgano, los labios apretados y la lengua jugueteando con mi glande.

Yo aproveche el momento para quitarme la ropa, me desprendí de la camisa, desabroché el cinturón, solté los botones del pantalón y lo empuje junto con el ‘slip’ para que cayera blandamente al suelo.

‘Despacio, con suavidad, disfrútala’ le dije. ‘Si sigues así no voy a aguantar’. Y ella redujo su ritmo y nuevamente se dedicó a acariciármelo  de forma suave y lenta. De todas formas, aquello ya no podía durar mucho, parecía que me iba a estallar, ‘aaahhhhh, me corro, siiiii, sigue así, sigue …’, y con un espasmo de placer que recorrió todo mi cuerpo eyaculé una gran cantidad de semen en el interior de su boca y que ella acogió relamiéndose. Os puedo jurar que fue una de las mejores corridas de mi vida. Vaciarme en su boca, viendo como ella me miraba con unos ojos de zorra viciosa, y sentir como mi semen entraba en su boca y se escurría por las comisuras de sus labios.

Sentándome en una silla busqué un poco de reposo, sólo unos instantes porque sus caricias rápidamente consiguieron volverme a poner en forma mientras me decía:

‘Aahh, como me gusta. Que polla más rica tienes’.

‘Pues entonces venga, métela ya, necesito ‘follarte’ ya’. Exclamé.

Ella se puso de espaldas a mí, con mis piernas entre las suyas. ‘Si, yo también quiero que me poseas, disfrútalo’, y diciendo esto se dejó caer sobre mi pene, que entró en su vagina como un cuchillo en la mantequilla.

‘Que ‘chochito’ mas rico, que caliente, me encanta’. ‘¿Te gusta?, pues ahora veras como te exprimo’, y comenzó a moverse con suavidad. Empezó una cabalgada lenta moviéndose en círculos y arriba y abajo sobre mi pene. Mis manos agarraban sus tetas, acariciando sus pezones, o bien sus caderas acompañando el movimiento. Adela manejaba el ritmo de la penetración, se movía más rápido o lento según le apetecía. Mientras la penetraba me iba diciendo cosas como: ‘que buen rabo tienes’, ‘me encanta como lo haces’, ‘no dejes de sobarme las tetas’, ‘te voy a sacar hasta la ultima gota’, y cosas por el estilo, a las que yo respondía con frases similares. Llevé una de mis manos a su vulva y empecé a masturbar el clítoris mientras ella seguía moviéndose. Aumentó el ritmo y empezó a jadear más fuerte. Yo seguía masturbándola y sobándole los pechos, mientras ella se movía, ahora ya, de modo frenético, con mi pene en su vagina y mis dedos en su clítoris. Notaba que se acercaba el final, aumenté el ritmo de mis dedos. Adela saltaba sobre mi pene, ya estaba jadeando de nuevo, ‘así…, más, mááás…, sigue…,’. Pude notar como todo su cuerpo se tensaba y finalmente en un movimiento espasmódico se producía una nueva emisión de jugos vaginales que resbalaban por sus piernas.

La deje un tiempo para recuperarse mientras yo continuaba acariciando su cuerpo, sus senos, sus caderas y a continuación la alcé lo justo para poder abandonar la silla y deje que su cuerpo tomase asiento. Delicadamente al tiempo que yo me agachaba alcé una de sus piernas hasta situarla por encima de mi hombro y nuevamente introduje mi enhiesta verga en su enrojecida vagina. Primero suave y lentamente, como tanteando, después ya con fuerza y profundidad y comencé un rítmico bombeo.

Adela se había recuperado de su orgasmo y me animaba a penetrarla más y más fuerte.

‘Vamos, eso es, ‘fóllame’, métela hasta los huevos, que te quiero sentir muy dentro’. ‘Toma, ¿te gusta?’.

‘Me encanta. Sigue así hombretón, vas a conseguir que me corra de nuevo’. ‘A mi me queda poco, estoy a punto de correrme’, decía mientras mis huevos golpeaban su periné a cada embestida.

‘Aguanta un poco’.

‘Casi estoy, me voy a correr, me voy a correr, me corrooo, aaahhh, ssssiiiiii, que bueno, que gusto, aaaahhhhh’.

‘Sigue, sigue, córrete, eso es, que caliente, córrete pero no pares, que me queda poco’.

‘Sssiii, que bueno, que gusto’.

‘Vamos, no pares ahora, por lo que más quieras’, suplicaba Adela.

Ella volvía a elevar el tono de sus suspiros llevándolos de nuevo a convertirse en más que audibles gemidos de pasión y de placer mientras movía sus caderas hacia mi para que entrara mas, me decía: ‘así…, dame más, mááás…, sigue…, sigue…’. Así que haciendo verdaderos esfuerzos seguí bombeando mientras notaba como mi pene perdía su fortaleza, hasta que en menos de un minuto Adela también alcanzó el clímax a la par que emitía un autentico aullido de placer.

‘Sssiiii, aaahh, Dios que gusto, que bueno, me ha encantado, que bueno’. ‘¡Oh!, como me ha gustado’, exclamaba casi sin aliento mientras nos dejábamos caer al suelo totalmente desmadejados y agotados por el esfuerzo.

Así acabamos nuestro primer encuentro, que comprenderéis no fue el último, desde aquel día no me faltó el sexo en todo el tiempo que duró mi estancia de trabajo.

Alex.

el_4ases@yahoo.es