Historia gallega de principios del siglo XX

Un relato que se sale de lo que es el incesto y llega a lo paranormal. O sea, un relato que no es para todos los gustos, pero que lo escribí para variar.

  • ¿Dónde te metiste tanto tiempo, Secundino?

-Calla, calla, si te digo lo que me pasó no me vas a creer.

-¿Tan difícil es de creer?

-No me lo acabo de creer yo, Pablo, no me lo acabo de creer yo

-¡Coñoooo! ¿Qué te pasó?

Secundino y Pablo eran amigos. Los dos pasaban de los sesenta años, pero estaban de buen ver, más que nada porque eran espigados y siempre andaban trajeados, le respondió:

-Verás, fui a Lalín para comer el cocido. Antes de llegar le paré a una muchacha que no sé si llegaría a los diecisiete años. La muchacha estaba haciendo dedo bajo la lluvia en una curva bajo la lluvia. Ya había anochecido...

Pablo lo cortó.

-¡Anda ya! A otro con ese cuento.

-¿Qué cuento?

-El cuento de la muerta de la curva.

-Esa es una leyenda urbana. Esta chica estaba muerta, pero de hambre, y en todos los sentidos.

-¿Te la follaste?

-Cada cosa a su tiempo. Al subir a mi citroën y sentarse en el asiento estaba empapada. Sus largos cabellos le caían por los lados de la cara y por su chaqueta negra. Las ropas se le pegaban al cuerpo. En su blusa blanca se le marcaban unas tetas grandes en las que se veían sus areolas rosadas y sus gordos pezones de punta. Con las dos manos echó sus largos cabellos hacia atrás, puso la cabeza fuera del coche, los escurrió, me sonrió y me dijo:

-"Daría lo que fuese por un cocido caliente."

-Ya no será lo que fuese -le dije mirándole descaradamente para las tetas y para su falda negra pegada al coño.

-"Lo que sea" -dijo sin dejar de sonreír.

Le dijo Pablo a Secundino:

-Te iba a salir barato el polvo.

-¡Y una mierda! Lo barato, a veces, es lo que más caro sale.

-Parece que no doy una.

-No lo parece, no das una. Paré para cenar en el aparcamiento de un bar de carretera que ella me indicó, para cenar y para coger una habitación y pasar la noche. Heidi, que así se llamaba, medio seca por la calefacción, bajó conmigo del coche. Cómo seguía lloviendo le di mi chaqueta para que se la pusiera por la cabeza, la puso y corriendo entramos, allí me devolvió la chaqueta y nos sentamos a una mesa. Éramos los únicos clientes. Nos cogió el pedido una mujer que luego supe que se llamaba Erika... Al volver nos sirvió el cocido en dos fuentes en las que había: Repollo, patatas, costilla, pata y cabeza de cerdo, chorizos, carne de ternera y muslo de pollo. Heidi se zampó su fuente y encima le metió pan y media botella de vino tinto que Erika había traído antes del cocido. No sé dónde coño metió todo aquello una muchacha de poco más de uno sesenta de estatura y de menos de 50 kilos de peso?

-¿Y ese era lo que no te iba a creer?

-Eso fue el principio de una noche de sexo desenfrenado, sin medida, brutal...

Pablo tuvo que ponerle freno.

-Para el carro, Secundino, para el carro que tú no estás para esos trotes.

-Porque tú lo digas. Después de cenar, Erika, que era una alemana que no llegaba a los cuarenta años y que tenía un cuerpazo...

Lo volvió a interrumpir.

-¿Y tú cómo sabes que era alemana?

-Porque hablaron entre ellas en alemán. ¿Sigo o tiene el señor algo más que preguntar?

-Tampoco hacía falta ese tono de voz, sigue.

Secundino siguió.

-Después de cenar Erika nos acompañó hasta la habitación. Al llegar a la puerta de la habitación, metió la llave en la cerradura, abrió y nos dijo:

-"Pasar una buena noche."

-Yéndose giró la cabeza y sonrió, sonrió con una sonrisa tan enigmática que me puso los pelos de punta y la piel de gallina.

-Ya no sería la cosa para tanto.

-Sí que lo fue. Me metí en la habitación y cerré con llave, lo que no sabía era que ya tenía el problema dentro.

-¡No jodas!

-Cómo lo oyes, aquella joven morena, de ojos azules con un cuerpo diez, era algo sobrenatural, lo supe cuando su boca se juntó con la mía.

-¿Qué pasó?

-Lo que pasó es que la polla me cogió un empalme cómo cuando tenía quince años.

-Eso no me lo creería yo ni harto de vino.

-Pues así ocurrió. Su aroma a miel, menta y jazmín me envolvió y caí de espaldas encima de la cama.

-¿Habías bebido mucho?

A Secundino se le agotó la paciencia.

-¡Deja de tocarme los cojones o no acabo de contar lo que me pasó!

-Vale, cuenta.

-Cerré los ojos y cuando los abrí vi a mi lado a Erika y a Heidi comiéndose las bocas. Luego Heidi le puso el coño peludo en la boca a Erika y le cabalgó la lengua cómo si de una polla se tratase. Yo veía sus melones subir y bajar y su culo moverse a mil por hora de atrás hacia delante y de delante hacia atrás y mi polla se volvía loca. Cuando se corrió Heidi en la boca de Erika mi polla estaba tan dura dentro de mi pantalón que me dolía. Si pudiera mover las manos me cascaba una paja criminal, pero cómo estaba paralizado, allí estaba mirando y sufriendo. Luego vi como Erika ponía su coño peludo en la boca de Heidi y cómo en nada, le llenó la boca con los jugos de su corrida.

Pablo le preguntó:

-¿Eran brujas?

-Eran otra cosa, pero besaban que daba gusto y follaban de miedo, ya que después de correrse las dos comenzaron a follar conmigo. Subió Erika y me dio los melones a mamar mientras Heidi me comía la boca, después me folló cómo una yegua desbocada... No paró hasta que no sintió cómo me corría dentro de su coño, en ese momento se corría ella y me baño la polla con sus jugos... Luego Heidi hizo lo mismo... Todas y cada una de las veces nos corríamos juntos, era cómo si al correrme en sus coños saltase una alarma e hiciese: "Ringgg" Y si eso era extraño, aún más extraño era que mi polla se corría y se corría y seguía tiesa. No sé cómo no me mataron a polvos, ya que perdí la cuenta de las veces que me corrí dentro de ellas. ¿A que es difícil de creer?

En vez de contestarle a la pregunta y decirle si pensaba que me chupaba el dedo, le hizo otra pregunta.

-¿Y cómo acabó la cosa?

-En un momento dado abrí los ojos y vi los muebles con telarañas y cubiertos de polvo. Parecía que estuviera en una pesadilla. Bajé las escaleras de madera apartando telarañas y dejando mis huellas sobre el polvo. El piso de abajo estaba igual, su aspecto era desolador. Estaba anocheciendo. Salí de allí a toda prisa, me metí en el coche, le di a la llave y estaba sin batería. Cagándome en todo salí del coche. Una anciana enlutada que pasaba por un lado de la carretera resguardándose de la lluvia con un paraguas negro, me preguntó:

-"¿Durmió de esa casa, señor?"

-Sí. ¿Qué pasa con esa casa? -le pregunté al ver que se santiguaba y se iba.

-"Ahí mataron a una madre y a su hija."

-¿Eran alemas?

-La anciana se volvió a santiguar y ya no me respondió a la pregunta.

Pablo le dijo:

-No te hizo falta que lo hiciera.

-No, me fui de allí cagando hostias. Al otro día mandé remolcar el coche, y fue cando me enteré.

-¿De qué?

-De que era 7 de julio.

-¿Y qué?

-Que entré en el bar el 6 de junio y salí de él 6 de Julio. La noche duró un mes. Increíble, ¿verdad?

Aquello no se lo tragaba ni el tonto del pueblo, le dijo:

-A ver, Secundino. ¿Me has visto cara de idiota?

-Eso mismo me dijo mi mujer.

-Hombre. ¿Cómo te iba a creer que dos mujeres te follaron sin parar durante un mes?

-Según ella no me follaron ni media hora

-¿Por qué te dijo eso?

-Porque es lo que duro y después ya no se me levanta.

Cinco años después murió Constantino, murió de muerte natural. Esa noche Pablo cogió un pelotazo en la taberna que le costó trabajo llegar a casa, más que nada porque al estar lloviendo y haber viento, el paraguas tiraba de él y le hacía caminar haciendo eses. En el camino a casa tenía que pasar por delante del cementerio. El cementerio tenía un portal muy alto. Justo al llegar allí una racha de viento le dio vuelta al paraguas al tiempo que un rayo iluminó la noche. Pablo vio delante del portal a una muchacha que no parecía tener ni 17 años. Era rubia, llevaba una chaqueta negra, una blusa blanca y una falda negra. Mientras duró la luz del rayo vio que tenía los ojos azules y las tetas grandes. Al sentirse el trueno desapareció, desapareció ella y la borrachera de Pablo. Cuando llegó a casa, le dijo su mujer:

-"Estás pálido cómo un muerto, pero bueno, por lo menos no vienes borracho. ¿Echamos un polvo?"

Pablo, desnudándose, le respondió:

-Después de lo que he visto no me levantaría la polla ni una grúa.

A Amparo, la mujer de Pablo, le picó el gusanillo de la curiosidad.

-"¿Qué has visto?"

-A una muerta en el portal del cementerio.

Amparo le dio la espalda y le dijo:

-"Carallo, y yo creía que no venías borracho."

Quique.