Historia del Chip 032 Besos Irma 009
Lena e Irma llegan al extásis, cada una por un camino distinto.
Historia del Chip 032 — Besos — Irma 009
Los rituales son una expresión de las necesidades de las personas. Al menos, así lo creyó Irma. Se despertó lúcida, la noche un recuerdo lejano, la excitación un eco inacabado. Lena llegó enseguida y acarició los lóbulos antes que nada, y el beso llegó a continuación. Irma se encendió de golpe, los pezones carentes se llenaron de sangre. Incluso sabiendo que no serían acariciados, el anhelo estaba ahí. Prefirió centrarse en el placer en las orejas que, -como no podía ser de otra manera-, volvió a ser escasa duración. Las pinzas se aferraron y comprimieron salvajemente. Sintió el peso y las bolas. Un nuevo beso. Era mejor así. Resistir el placer, ceder al dolor. Le agradecería efusivamente a Miss Iron sus consejos. Estuvieron tanto besándose que Irma no tuvo más remedio que pedir clemencia.
—Está bien— dijo Lena. —Vamos a ducharnos juntas... si te parece…
A Irma le divirtió que preguntara, se suponía que no tenía derecho a elegir. Lena le quitó los pendientes y la parte de arriba del pijama, cuidando de no retirar la venda. Volvió a colocar las pinzas en su sitio y procedió a despojarla del pantalón. Con lentitud Irma se incorporó del todo. Ahora ya estaba desnuda, salvo la venda y las pinzas en las orejas. Lo que había deseado durante toda la noche. Lena no iba a tocarla. Iba a disfrutar contemplando su cuerpo. Mantuvo los pechos erguidos y la cintura lo más encogida que pudo, odiando su gordura, que ni podía plantearse que no era real.
—Bella dama, acompañadme.
Irma siguió a la mano que tiraba de ella. No fueron al baño que conocía. Debía ser el que utilizaba Lena. Le indicó que cuando estuviera juntas no era necesario que se quitase los pendientes en el baño. Tenía una sorpresa para ella.
Irma notó como se agachaba enfrente de su cuerpo y por un momento pensó que iba a tocarla entre las piernas o examinar su vagina expuesta, pero resultó que eran unos zapatos. Estaba ayudando a ponérselos. Debían ser extremos pues sintió el pie casi vertical. Se apoyó en una pared. No sabía cómo se agarraban, no apreciaba correa o tope entre los dedos. Lena se lo explicó.
—Son unos modelos experimentales. Se sujetan a través de la suela del pie. El material crea un fuerte rozamiento y tus pies no pueden deslizarse. Pero la altura de los tacones hace que debas tener cuidado al andar y siempre una mano debe estar apoyada en la pared o en un mueble, por lo menos mientras no tengas soltura.
Y que lo diga s, pensó Irma. No parecía lo más adecuado para una ducha. Y los condenados pendientes tampoco. Lena le cogió el codo para que se apoyase.
—Ve despacio. Aquí delante hay una bañera grande. Nos ducharemos en ella. Levanta la pierna izquierda, lleva la rodilla al nivel de la cadera. Ahora gira un poco y bájala. Cuida de no resbalar al apoyar.
Podía imaginarse el espectáculo que estaba dando. Se olvidó por un momento del dolor arriba. Irma percibió como Lena se quitaba su pijama y se metía dentro. Volvió a agarrarla fuertemente del codo. Se excitó sabiendo que también estaba desnuda. Con toda probabilidad totalmente desnuda , no como ella. Irma colocó el segundo pie dentro de la bañera… con exquisito cuidado. Concentrada en sus movimientos y despreocupada de dónde posaba la mirada Lena. Ya ni siquiera se planteaba que estaba siendo devorada visualmente. Con tratar de no resbalar tenía bastante.
—Has nacido para llevar este calzado, Irma. Revivirías a un muerto con la sensualidad que emana de tu cuerpo. Coloca las manos arriba, encima de la cabeza. Encontrarás una barra en la que poder agarrarte— explicó con esmero.
Irma subió la mano derecha con extrema lentitud y sólo cuando se hubo sujetado fuertemente trasladó la mano izquierda. La postura debía resultar bastante erótica. Todo el cuerpo exhibido. No podía saber que la bañera era redonda y enorme. Estaba en el centro y el agua saldría de todos lados.
Lena se aseguró de que Irma estuviese agarrando con fuerza la barra. Abrió la llave del agua. Fuertes chorros surgieron de todos lados y mojaron a ambas mujeres. Estuvieron un buen rato disfrutando del frescor o el ardor que brotaba de los chorros alternativamente. Irma no se movió ni cuando el agua paró de brotar. Lena esperó a que toda el agua desapareciese antes de indicarle que ya podía soltar la mano izquierda. Cuando agarró su codo le indicó que bajase la otra mano. El proceso de salir resulto similar e igualmente erótico.
—He olvidado una cosa, Irma. ¿Serías capaz de entrar tu sola en la bañera y esperarme? — solicitó Lena con voz quejumbrosa.
Irma asintió sin palabras. El dolor se acentuó en los lóbulos.
—Bien, sólo recuerda, -por si te caes-, que hacia delante no hay nada que pueda hacerte daño pues la bañera es muy grande. Cuando estés bien agarrada puedes activar el agua helada con la voz. Quiero que permanezcas así hasta que llegue. En cualquier caso, no se te ocurra entrar de pie. Arrodíllate, pasas y cuándo estés dentro te elevas hasta la barra con cuidado.
Irma asintió una vez más moviendo los pendientes y activando conscientemente el dolor. Se encaminó hacia la bañera cumpliendo las órdenes. Cuando Lena volvió, viendo a su amada, extendida y desnuda, sufriendo en el agua helada, sintió uno de sus sueños cumplidos. Se metió dentro y recibió su ración de frío y cortó el agua manualmente.
—Gracias, eres un encanto. He traído una esponja especial. Estamos experimentando con ella para sacarla al mercado y quiero tu impresión espontánea y auténtica. Quiero que la disfrutes primero en los lóbulos, así que te voy a quitar las pinzas. Me las pondré yo, aquí no hay dónde dejarlas.
Irma negó con la cabeza, provocándose dolor.
—¿Por qué no? — preguntó Lena.
—Te dolerán muchísimo. No estás acostumbrada. Son para mí.
Miss Iron siempre había insistido sobre el tema. La exclusividad del dolor era para ella, nunca para su amante.
—Ya las he probado, Irma. Y es lo menos que puedo hacer. Cuando me las pongas, puedes palpar con una mano.
Irma asintió. No tardó en notar los lóbulos liberados. El dolor de la sangre afluyendo y de las células recuperándose de la compresión tardaría un buen rato en desvanecerse. Soltó su mano derecha de la barra y buscó la cara de Lena, que no le facilitó la tarea.
—Gírate de cara a la puerta, estoy detrás de ti— señaló con un susurro. Irma se giró cuidando de mantener una mano en la barra. En esa postura, la exhibición seduciría a un eunuco. El giro de caderas y pechos, el sutil bamboleo de las caderas y la exuberancia de la postura ofrecieron a Lena un aperitivo de lo que iba a ser su comida desde entonces.
Irma trató de tocar sólo las orejas de su ama. No sabía que Lena se había tratado los lóbulos, pero al contrario que su esclava no sentiría el dolor. Irma se hubiera quedado horas así, jugueteando con los pendientes en las orejas de otra mujer, pero su postura era incomoda y los tacones matadores. Llevó su mano libre de nuevo a la barra. A pesar de sus largas horas con las manos en la nuca, esta postura le resultaba muy cansada. Llegó el momento de recibir. Las dos manos de Lena fueron a acariciar los lóbulos. Con ternura y sublime afecto le mostró a Irma lo mucho que la quería.
—Ahora la esponja. Mantén las manos bien agarradas a la barra. Quiero que disfrutes tanto como yo.
Cogió la esponja que había dejado al borde de la bañera y la llevó a la oreja derecha de su amante. Vigiló para que sólo tocase el lóbulo con ligereza. Irma no pudo evitar exhalar un suspiro. Lena cambió al otro lóbulo y observó la reacción, que fue parecida. Viendo a Irma preparada, llevó la esponja con rapidez a limpiar los hombros la espalda y los pechos bajando hasta la cintura.
—Para, por favor. No puedo aguantarlo más— suplicó su conejillo de indias.
Lena sonrió.
—Cuéntame lo que sientes.
—Lo sabes muy bien. Es como una enorme caricia. Como si miles de dedos eléctricos me estuvieran tocando a la vez. Sobre todo, cuando frotas y la deslizas con rapidez y suavidad.
—Vale. Por hoy está bien. Pero si te quedas conmigo, en un futuro, la esponja será una de tus grandes amigas. Deberás acostumbrarte a ella.
—¿De qué está hecha? — preguntó Irma, aliviada de no seguir comprobando el funcionamiento del artilugio.
Mientras Lena se lo explicaba el agua helada surgió de nuevo y las limpió.
—La esponja tiene unas pelusillas microscópicas. Resultaron difíciles de fabricar porque tendían a romperse. Entran en los poros y además de asearte, te masajean y te acarician. Ha costado una fortuna conseguir un diseño viable.
—Pues van a ser un éxito. Te lo puedo asegurar. Me han puesto a cien. Necesito los pendientes de nuevo o…
Lena la interrumpió.
—O te excitarías demasiado. Lo sé.
Sin mediar aviso, los pendientes volvieron a sus lugares predilectos. Irma, después de las caricias demoledoras, consideró las pinzas como artefactos del diablo.
—Salgamos— propuso encantada Lena.
Le cogió el hombro y pudo disfrutar del espectáculo de las largas piernas abriéndose y extendiéndose para evitar el borde de la bañera. Cogió una toalla y secó a Irma con cuidado, que a punto estuvo de llevar las manos a la nuca. Se abstuvo por fuerza de voluntad. Su instinto estaba muy arraigado. Lena se secó con rapidez.
—¿Puedes aguantar más tiempo con los tacones? — le preguntó. Irma asintió, cada vez más orgullosa de no olvidar hacerlo con la cabeza.
—Bien, te portas fabulosamente. Toca desayunar. Con este calzado, debes llevar la venda, así que te guiaré.
Ya en la cocina, con Lena vestida e Irma en su calzado estratosférico, los pendientes de bolas y pinzas más la venda, charlaban tranquilamente mientras Lena servía zumo de naranja, tostadas y café humeante. Al acabar Lena llevó a Irma de nuevo a su cuarto de baño.
—Antes de terminar con los zapatos vamos a limpiar tus pies. Vuelve a introducirte en la bañera. Está justo delante. Eleva la rodilla izquierda. Hazlo lentamente.
En esta ocasión, Irma se sintió más desnuda, sabiendo que no iba a ducharse. O por la lentitud de sus movimientos. El no sentir tanto miedo a caerse con los tacones también ayudaba. Volvió a sus lóbulos dolientes sin descuidar el movimiento cuando el pie o más bien la suela impactó con la cerámica de la bañera. Adoraba sus piernas y mostrarlas con ese gesto era muy sensual. Le hubiera gustado saber hacia dónde se dirigían los ojos de Lena. Se sintió muy bella. Lena volvió a hablar.
—Despacio. Sólo cuando sientas bien asentado el pie, levantas la otra pierna, bien en alto y no olvides hacer todo con lentitud.
Irma asintió. Su percepción al hacer el gesto era distinta. Consciente del efecto sobre los nervios que se enredaban entre su cabeza, los hombros, la espalda y los pechos, el dolor parecía más real. Nunca era igual, nunca se presentaba en los mismos puntos o al mismo tiempo. Incluso yendo despacio faltaba tiempo. La sensualidad la llevó a su pierna derecha, consciente del muslo desnudo y exhibido impúdicamente. De cómo estaba bajando la pierna, sensual por sí misma y seductora con su movimiento. Si con el otro pie, hubo un pequeño sonido al golpear, ahora consiguió hacerlo sin que ningún ruido llegase a repercutir.
La mano de Lena subió despacio, sin dejar de sujetar la de Irma. Esta recordó dónde debía colocarlas. La mano libre subió despacio. Irma sintió plenamente como el pecho acompañaba, todo el lado derecho se extendía. Soltó la otra mano, que pronto acompañó a la primera. El cuerpo abierto, se sentía perfecta por primera vez en su vida. A Lena no parecía importarle su cintura. Quería llorar de alegría sin querer romper el encanto. Supo contenerse y esperar que su ama decidiese el siguiente paso. Su misión era ser una estatua, viva y erotizada.
No era fácil acertar cuánto tiempo pasó antes de que Lena decidiese dejar de contemplar a la modelo despampanante que se le ofrecía sin contrapartidas. Cogió una de las mangueras de ducha y ajustó la temperatura girando el dial. Con el mismo cuidado que había tenido Irma a la hora de pisar, depositó la manguera junto a ella sin hacer ruido.
—Levanta el pie izquierdo hasta que quede horizontal— indicó Lena, en voz baja.
Irma compensó apoyando más en el lado derecho. No era fácil. Acumulaba muchos minutos en los tacones imposibles. Apretó con más fuerza con las manos elevando el cuerpo para compensar el peso que soportaría su pie. Una vez más olvidó la sensualidad de sus movimientos y el dolor en la parte superior se acompasó a la inferior. Sintió el roce de Lena cuando retiró el zapato. No supo como lo hizo, pero el pie quedó desnudo con un solo gesto. Irma se quedó desconcertada.
Si un pie estaba tenso y encogido por el peso, el otro quedo desnudo, libre y disponible mirando hacia atrás. Sintió el agua tibia. Su atención se centró en el pie elevado. Pronto retornó al peso en el otro pie, a sus pendientes y a la precaria situación de sus brazos extendidos.
Cuando la esponja tuvo contacto con la piel del pie, Irma tuvo un escalofrío que recorrió todo su cuerpo hasta la coronilla. No pudo evitar temblar. Lena sonrió. Era mejor de lo esperado. Irma había quedado extasiada. No tentó la suerte y paró. Volvió a pasar un poco de agua para aclarar el jabón. Colocó el tacón con pulcritud y le indicó que cambiase de pie.
Irma, con toda la flema que pudo y el máximo de expectación trató de cumplir la orden. El pie que sostenía su peso era más consciente de su vulnerabilidad. Siguiendo el mismo ritual, Lena limpió primero con agua y frotó con la esponja. Irma se revolvió de igual manera que en la ocasión anterior.
—No pasa nada. Eres muy sensible, lo que es de agradecer— señaló Lena. Una vez Irma ya volvía a estar doblemente calzada le pidió que se diese la vuelta. Ahora que Lena estaba sentada en el borde de la bañera disfrutó del giro de caderas directamente al nivel de los ojos. Se levantó y bajó la mano izquierda de Irma de la barra y se dispuso a ayudarla a salir. Irma se movió con la velocidad requerida, ofreciendo y extendiendo la pierna izquierda a su audiencia. Le excitaba la idea de mostrarse así. No produjo ningún ruido al golpear. Lena soltó la mano. Irma se preguntó a sí misma dónde debía dejarla. Con Galatea ya estarían ambas en la nuca, ahora no tenía guía. Lena vino en su ayuda y las juntó. La sensación era contradictoria. Estar tan desnuda, tan disponible y al mismo tiempo tan alerta, resultaba inenarrable. Con mimo, las colocó por encima del pubis ahuecadas hacia arriba. Los codos sobresalieron a los lados.
—Voy a vestirme. Vuelvo en un momento— informó Lena. Al volver, la condujo a un armario cercano a la puerta del baño.
—Aquí te quitarás los zapatos. Por ahora te ayudaré yo, los músculos de tus piernas no podrían soportar correctamente el peso y el ritual perdería su encanto. Vigila no manchar las suelas limpias de tus pies. Debes mantener los talones bien levantados. Apoya tus manos en el borde del lavabo.
Lena se agachó y levantó el pie izquierdo de Irma hasta que quedó vertical y con rapidez le retiró el tacón. Irma lo bajó con lentitud. Repitieron gesto. Salieron del baño y caminaron despacio. Irma trató de vigilar sus pasos. Sus piernas se extendían y se posaban con gracia. Los talones nunca tocaron el suelo. Lena la dejó junto a la cama. Le quitó la venda, trajo una toalla de papel húmeda y le limpió los dedos de los pies.
—Puedes abrir los ojos y ponerte tus zapatos de calle— le dijo en tono normal.
Irma ya sabía lo que venía. Se dieron un beso rápido, Lena acarició los lóbulos despiertos con la brusca y molesta afluencia de sangre. Casi sin tiempo a recuperarse, los lóbulos volvieron a ser comprimidos sin misericordia. Y el beso largo, por no decir eterno.