Historia del Chip 026 — Kim 011

Kim se prepara para viajar con Roger... llevando un vestido imposible.

Historia del Chip 026 — Un trapo demasiado estrecho — Kim 011

Kim se sentía asombrosamente calmada. Por primera vez desde que había conocido a Roge, no se sentía nerviosa. Habló con él al mediodía y quedaron que pasaría a buscarla al trabajo. Saldrían juntos desde allí. Recordó que faltaban los pendientes y se escapó a buscarlos. No le convencieron unos que hacían juego con las cintas metálicas y termino escogiendo unas arandelas grandes de tono rojo oscuro. No es que exactamente hicieran juego con el vestido y no es que pudiera comprobarlo, había dejado el paquete en la oficina. O que Roger fuera a fijarse en eso. Tampoco esperaba que lo hiciera.

Lo del peso no terminaba de entenderlo y menos la chica que la atendía. Terminaron ideando juntas una manera que a Kim le pareció original. Colgó de los aros unos cuarzos negros alargados. Con unos alicantes ajustó las piedras a los aros y al ponérselos comprobó como las orejas se alargaban. Quedaban un par de centímetros hasta llegar al hueco entre los hombros. Si llevaba la cabeza de un lado a otro llegaba a sentir como se rozaban el hombro. Con la blusa que llevaba puesta no podía valorar el cuadro completo. Mary dice que imagine que es Roger. ¿Y si Roger estuviera aquí? Sabía lo que hubiera hecho.  Desabrochó la mitad de los botones de la blusa y la recogió de manera que todo el frontal hasta los pechos quedó desnudo y algo de la espalda. Todo lo que pudo. La blusa quedaba bloqueada en los brazos. Ante el espejo de la columna se contempló. Giró la cabeza a la izquierda, luego a la derecha. La inclinó a la izquierda, luego a la derecha. Los cuarzos seguían el movimiento de forma pendular y errática. Resultaba sensual sentir el tirón en el lóbulo seguido por el roce sutil en la piel desnuda. Colocó la blusa en su sitio. Los pezones seguían diciendo que ya estaba bien de tanto trajín. No les hizo ni caso. Si Roger hubiera estado allí, no le hubiera importado.

Pagó y salió. Con el rabillo del ojo vio expuesto en el escaparate unos brazaletes. Una pareja. Estaban engarzados uno al otro. ¿Le gustaría a Roger que llevase puesto unos parecidos y poder engancharlos a voluntad? No le quedaba mucho tiempo para pensar en ello o volvería a retrasarse. No terminó de decidirse y lo dejó correr.

Los colgantes no pasaron desapercibidos en la oficina. Su jefe fue el primero en indicarlo.

—¿Tienes cita esta noche?

Kim asintió con cierto orgullo teñido de timidez. El día se le hizo largo. Cuando Roger llamó para confirmar que la recogería en media hora, Kim se fue al baño a cambiarse. Ya no quedaba nadie en la oficina salvo Juhani, que estaba negociando con los proveedores africanos, como casi siempre. Era la única persona a la que quería mostrarse antes de irse. Entró en su y aparentando total confianza, le dijo: “He traído un vestido para mi cita. Y me gustaría tu crítica sincera.”

—Bien, pero es difícil que algo te siente mal.

Siempre tenía una salida elegante. Kim agradeció el detalle con una salutación.

—Con los hombres nunca se sabe.

Curiosamente, junto a él solía tener pequeños ataques de dominación. No estaba segura de que le pasase con nadie más. Por eso, ese tipo de contestaciones. Ninguno de los dos quería romper la estrecha intimidad que tenían, a pesar de que nunca se acercaban entre ellos.  Salió a toda prisa hacia el baño.

Se quitó la falda y el top, y antes de colocarse el vestido, se maquilló con cuidado. Sólo cuando se sintió satisfecha se puso el vestido, o mejor dicho, el exiguo trozo de tela enrollado sobre el cuerpo. Y comprobó la diablura de su hermana. El vestido era ahora mucho más estrecho. De hecho, a duras penas cubría el lateral derecho. Sólo unos pequeños residuos se mantenían. Allí tendría que enganchar las cintas metálicas con las pinzas, pero ahora todo el lateral quedaba expuesto sin piedad. Desde la punta del pie hasta el lóbulo derecho, pierna, pecho, cintura, cadera y hombro. Como todo el conjunto quedaba tan ceñido, apenas se atrevía a respirar. Se giró hasta contemplarse desde ese lado en el espejo. Resultaba tan condenadamente sexy que mareaba. Probó algunos movimientos. Un giro rápido. El vestido aguantó. Levantó los brazos deprisa. Una pinza se soltó. La colocó sin dilación. Subió los brazos de nuevo ahora con lentitud. Sin problemas. Levantó la pierna derecha. Notó la tensión en la cinta cerca de la cadera. Paró en seco. Bajó la pierna, se levantó el vestido notando como la nalga quedaba descubierta. Subió la pierna de nuevo. La pinza aguantó.

Estuvo varios minutos probando hasta encontrar respuestas. No tenía ni idea de cómo iba a sentarse. Era imposible que aguantase tanta tensión. Se agachó para buscar en la bolsa. Notó la rigidez por todas partes. Cada movimiento era una oportunidad para que el vestido se cayese. Tanteó el borde interior y encontró pegada una nota, cuidadosamente doblada.

Querida hermana:

No pude evitar hacer trampas.

Te quiero,

Mary

Kim no pensaba perdonarla tan fácilmente. Lo malo es que ahora no tenía más remedio que adaptarse a las circunstancias. Guardó sus cosas en la bolsa, -incluyendo la nota- y las dejó en un cajón de su mesa de despacho. Y entró en la oficina de Juhani. Era inútil aparentar que no estaba nerviosa, por él, no por Roger. Seguía hablando por teléfono. Al verla entrar, dijo a su interlocutor: “Luego te llamo.”

Se levantó y le cogió la mano. Kim no entendía para qué. Juhani, con extrema cortesía, llevó la mano hacia arriba, extendiéndola y haciendo que todo el lateral derecho de Kim quedase elásticamente exhibido. Kim siguió el brazo de su jefe, mantuvo la respiración y giró sobre si misma. Juhani le obligó a hacerlo tres veces. Lo que más notaba Kim era el balanceo de los cuarzos en sus orejas.

—Quiero hacer fotos para publicarlas en mi web— le dijo en un tono que Kim juraría que era más una orden que una petición. Kim asintió. Bien sabía que cuando Juhani llegaba a ese estado de contemplación era mejor permitirle quedarse ahí. Y no quería que Niahm se enfadase. O el propio Juhani. Quería responder de manera sutil como la atmósfera del despacho. Sólo se le ocurrió una cosa. Se colocó del lado izquierdo, con su lado derecho desnudo expuesto a las miradas de su jefe. Y pronto de la cámara.

Juhani extrajo el aparato del armario superior. Sin mediar palabra, empezó a fotografiar. Sólo estaba encendida la luz de la mesa del despacho así que el flash actuó con cada clic. Kim no estaba acostumbrada. Cerró los ojos involuntariamente. Juhani, sin mostrar contrariedad, cambió de cámara. Ésta última no llevaba flash ni hacía ningún clic. Cuando se cansó, le indicó a Kim que se sentase.

Sin saber cómo ponerse, Kim se agachó con cuidado. La pinza de la cadera se soltó. Ni intentó ponerla de nuevo. La pierna entera aparecía desnuda, desde el pie hasta la cintura. Entonces escuchó el timbre automático de recepción. Se había abierto la puerta de la entrada. Seguro que era Roger. Se levantó deprisa, demasiado deprisa. La pinza de arriba se soltó y el pecho derecho quedó al descubierto. Completamente desnudo. Sin ganas de contemporizar rebuscó la pinza que colgaba y la cinta correspondiente y las conectó. Hizo lo mismo con la de la cadera y salió del despacho. Atravesó el pasillo que llevaba a recepción y recibió a Roger con su sonrisa despampanante y su vestido milagrosamente ajustado. Para que tuviera tiempo de contemplarla a sus anchas, le cogió la mano y levantó la suya. Se giró tres veces hacia la derecha lentamente. Por último, un dio giro al lado contrario. Una vez más los cuarzos fueron los principales testigos del balanceo.

Se besaron pasionalmente. Kim, sofocada y tratando por todos los medios de respirar lo menos posible por debajo de los pechos, esperando a que terminase de comprobar que realmente era cierto que el vestido no existía en su lado derecho. Dudaba que pudiera viajar así. Le condujo al baño de las damas, y sabiendo que Juhani no entraría allí, soltó las pinzas, agarró el vestido en su mano izquierda y con la derecha fue quitándole los pantalones a Roger. El esperma llegó puntual, en borbotones. Era la segunda naturaleza de los dos. Un derecho para él, una obligación para ella. Roger no se quedó más tiempo en su boca. Manoseó los pechos desnudos.

—Es un vestido precioso, como has podido comprobar—dijo Roger, refiriéndose al esperma. Kim no le hizo esperar, se tragó el esperma, se lavó bien la boca, revisó el maquillaje y se colocó el vestido ante su atenta mirada, notándole intrigado por la levísima sujeción que proveía las pinzas. Dio un último giro como pase y se colocó a su lado, a su izquierda. Roger rectificó su posición.

—Puede que toquemos inadvertidamente una de estas cintas estratégicamente colocadas y consigamos una exhibición indeseada— señaló antes de ofrecerle el otro brazo. Kim se colocó a la derecha de Roger mientras su lado descubierto se mostraba al mundo.