Historia Del Chip 024 — A flor de piel — Kim 010

Kim se prepara minuciosamente para una cita soñada con Roger, ya que por primera vez dormirá con él. Mary crea la atmósfera adecuada.

Historia Del Chip 024 — A flor de piel — Kim 010

Caminar le sentó bien. Le encantaban las miradas de los transeúntes ante sus piernas expuestas. Mientras que en el resto del cuerpo le seguía afectando, agradecía el frescor en las piernas. La chica del centro de estética era nueva o no había coincidido con ella. Así que Kim casi se sonrojó cuando le explicó lo que quería.

La chica se mantuvo amable e imperturbable y como haciendo una confidencia le dijo: “No creas, muchas chicas piden algo así.”

Las siguientes dos horas su piel recibió todo tipo de tratamientos pensados para que las manos de su amante disfrutasen al máximo de la piel suave, mientras que ella, en una especie de equilibrio universal, tuvo que sufrir de lo lindo, usando, además, el kleenex varias veces para limpiar el líquido que manaba intermitentemente de su cavidad vaginal. Aprovechaba cuando se quedaba sola. Al final la esteticien se dio cuenta y empezó a limpiarla ella misma. Repleta de humillación y encharcada, Kim quería cerrar las piernas, vestirse y escaparse de allí.

La vuelta fue completamente diferente. Hacía bastante más frío y se sentía mucho más desnuda. El vestido de algodón era agradable. Al menos no repudiaba su tacto. La gabardina, -los puntos donde tocaban la piel-, la irritaban sobremanera. Sentía las piernas más desnudas que nunca. Por otro lado, sabía que Mary estaría satisfecha.

Pero cuando llegó a casa, no estaba. Colgó la gabardina, guardó el vestido y se quitó los zapatos. Estaba muy cansada y el piso no resultaba acogedor sin la calefacción puesta. Mejor moverse. Se puso a cocinar. Fue al baño a limpiar sus cavidades una vez más y se contempló exhaustivamente en el espejo. Exudaba sexo por todos los poros. Sus hormonas se reflejaban por el cuerpo. Entonces oyó la puerta y salió a recibir a Mary. En cuanto cerró la puerta, no dejó ni que soltase las bolsas. Se colgó de ella y la besó con fruición. Prácticamente pidiendo que la violasen.

Deshaciendo el beso, Mary le dijo: “Está bien. Te daré un pequeño repaso luego. Sólo para comprobar que no queda vello. Pero después de cenar, en la cama. Y sólo será un rato.”

Kim se revolvió.

—No aguantaré hasta mañana por la noche. Me tocaré.

Mary alzó los brazos como diciendo ¡Y a mí qué! Del ojo izquierdo de Kim surgió una lágrima. Mary se la quitó con ternura.

—¡Está bien! Una inspección rápida y jugaré con tus pechos. Pero tu pubis queda fuera del trato.

Kim agitó la cabeza, aprobando con la mirada y una sonrisa. Inició otro beso que sólo sirvió para aumentar su excitación. Los pezones de Kim terminaron hinchándose del toqueteo con la gabardina que Mary todavía llevaba puesta. Se impuso resistir hasta que acabase de jugar con su lengua. Mary sabía que Kim debía estar chorreando, pero quería saber cuánto aguantaría y mantuvo el beso un largo rato.

Kim se sintió muy querida y no le importó sufrir en los pezones. Ya no tenía reparos con Mary que la sintiese húmeda, pues conocía todos sus recovecos y se sentía cómoda con ella. El beso le supo a gloria. Se prometió que siempre cumpliría con las instrucciones. Era difícil, pero había compensaciones. Se encontraba mejor si seguía los dictados de los demás. No sabía por qué.

Mary soltó los paquetes. Tenía los dedos agarrotados. Kim quiso llevar la atención a otro lugar, humillada una vez más por su incapacidad para hacer las cosas de forma menos estentórea. Reaccionó como pudo.

—Perdona, Mary. Tenía que haber esperado. ¿Qué has comprado?

Mary ya se estaba quitando la gabardina.

—Luego te lo enseñaré. Huelo a cebolla. Y estoy hambrienta. Pongo la calefacción, me cambio y cenamos.

Cuando volvió del baño, Mary llevaba una de sus últimas adquisiciones. Era un pijama fino de terciopelo. Sus formas se adivinaban sin esfuerzo alguno. Se había puesto también unos calcetines de algodón.

Kim no pudo evitar piropearla.

—Estás preciosa—. Mary dio un giro completo a modo de agradecimiento.

Cenaron con rapidez. Las dos mujeres deseaban ir a la cama, por distintas razones. Mary deseaba comprobar la reacción de su hermana al nuevo pijama y comprobar la suavidad de la piel que tanto disfrutaba acariciando. Kim deseaba ser tocada y manoseada a cualquier precio. Se encaminaba hacia la cama cuando vio los paquetes.

—Mary, ¿y lo que traías?

—Pues es verdad. Ya no me acordaba. Son unas cositas para la cita de mañana. Espero que te queden bien.

Sacó unos zapatos con un tacón de doce centímetros. Eran metálicos. Un agarre en el tobillo, otro en el dedo gordo del pie y una cinta metálica para terminar de sujetar delante. Era lo único que cubría el pie. Kim se lo puso y comprobó que realmente quedaba fijo. El dedo gordo quedaba atrapado sin llegar a ser lo único que soportaba el peso. La estrecha cadena colocada un poco antes de los dedos tenía también ese fin. Se colocó el otro zapato y se elevó. Por altura, era razonable. Su cuerpo recordaba la postura. Se quedó bien recta desplegando pechos y nalgas. Mary admiró el paisaje.

—Te quedan perfectos. Sabía que te sentarían bien. Vamos con el vestido.

Sacó una tela roja. Parecía pesada. Kim levantó los brazos por hábito. Mary rectificó. —No hace falta. Simplemente pon las manos en la nuca.

Kim contempló como su hermana rodeaba la tela por encima de sus pechos desnudos. Con delicadeza abrió el vestido. Solo tenía tres botones brillantes y dorados en el lado izquierdo. La tela no llegaba a cubrir todo el lateral. Kim no se imaginaba como se iba a sujetar. Mary masculló.

—Olvidaba las tiras metálicas. Sujeta un momento.

Mientras Kim retiraba las manos de la nuca y trataba de que el vestido no se cayera, Mary revolvía en la bolsa hasta encontrar lo que buscaba. Resultaron ser tres tiras metálicas sospechosamente parecidas a las que Kim llevaba en los zapatos. Terminaban en unas pinzas que servían para sujetar la tela. Mary acabó de colocarle todo en su sitio y cuando acabó Kim se sintió comprimida y asfixiada. Fue a verse al espejo del baño. El vestido estaba tan ajustado que le costaba respirar. Los botones de la izquierda eran sólo de decoración. Las pinzas eran la único que sostenían el vestido. El vestido parecía gritar: ¡Quítamelo! Era indecente. No llegaba a cubrir completamente las nalgas ni el pubis. Trató de bajarlo. Una pinza de arriba se soltó y el pecho derecho quedó desnudo. Con toda la habilidad y destreza que no sabía que tenía, retiró las otras cuatro y bajó el vestido hasta la punta de los pezones y entonces lo subió ligeramente. Colocó primero las pinzas de en medio confiando que recibirían menos tensión por el simple motivo de que su cintura tenía un tamaño sensiblemente inferior al de los pechos y las caderas. Luego colocó las de abajo. Tratando de no respirar, abrió la primera pinza de arriba y la sintió en la espalda bastante por debajo del omóplato. La otra tocaba el pecho. Al menos sabría si una se soltaba porque dejaría de apreciar su frialdad. Abajo ya quedaba todo cubierto, aunque a duras penas. Arriba los pechos se ofrecían como en una bandeja, enmarcados entre el rojo. Y para colmo, el lateral desnudo se ofrecía sexy, sensual y erótico. Indicando el lugar de entrada y seduciendo a la mirada. Respirar estaba fuera de cuestión. Iba a ser como llevar un corsé. La sensación la subyugaba. El terciopelo suave no era ayuda. Su piel, sus poros abiertos desde el tratamiento de hacía unas horas, recibía unos estímulos que pagaría caro. Salió del baño para mostrarle el efecto a Mary, buscando la aprobación y la admiración. No era capaz de evitarlo.

Mary se quedó boquiabierta. Cambió la expresión al instante y sonrió con afecto. No se le ocurría nada que decir, así que besó a Kim, que respondió con pasión. En cuanto Mary sintió los labios de su hermana y la saliva mezclándose soltó las pinzas de delante del vestido. Las traseras sujetaron las cintas metálicas y el vestido se quedó medio enganchado entre ellas. Mary deshizo el beso y el sucinto atuendo estuvo a punto de caer, pero Mary lo alcanzó a tiempo.

—Debes de ayudar a retirar el vestido cuando sientas que te lo abre. Y sostenerlo detrás de ti, con las dos manos. Probemos.

Entre las dos ajustaron de nuevo la tela entre los pechos y el pubis de Kim, que no tuvo más remedio que volver a sentir la tela forzando los pechos, percibiendo la suavidad del tejido en los pezones, recordándole lo excitada que estaba y los muslos tratando de ocultarse sin éxito con el borde recto frente a ellos. Empezó el beso de nuevo y esperó hasta que notó como la pinza junto a su pecho dejaba de hacer contacto. Al sentir que el vestido ya no estaba en su lugar, utilizó la mano izquierda para agarrarlo y llevarlo detrás de ella. Juntó la otra mano al mismo lugar quedándose como si estuviera atada.

—Ahora está perfecto. Roger disfrutará mucho del vestido y de quitártelo. No lo olvidará. Quédate quieta. Querías que comprobase como te ha quedado la piel...

Empezando por la cara recorrió el cuerpo desnudo y brillante de Kim, perfilando los pechos, la cintura, caderas y muslos. Comprobó cómo estaban las pantorrillas, tensas y redondeadas y al llegar a los pies quitó la cadena metálica que ayudaba a contener el pie en el zapato. Kim notó que los dedos gordos recogían la presión del cuerpo. Para evitarlo en la medida de lo posible se apoyó en los talones, por muy alzados que estuvieran. La parte posterior de las piernas lo comprobaron inmediatamente. El ardor continuó su callada labor en el hueco entre las piernas.

—Anda un poco a ver cómo te sientes.

Kim obedeció. Mirada al frente, manos en la espalda sujetando el vestido. Los dedos la molestaban, aunque era soportable. Imaginó que con el tiempo se acostumbraría. Y era sexy como el demonio: vestida para follar.

—Gracias, Mary. Gracias. De verdad—dijo con total sinceridad. En su mente, todo era para Roger. Mary, sabedora de que su plan estaba funcionando, se sentía exultante. Ese calzado sería imposible de llevar fuera de casa mucho rato y encima pretendía que fuera su atuendo casero... siempre que estuviera con uno de sus amantes.

—De nada, Kim. Sólo quiero ayudarte a que seas feliz con Roger y quiero que sepas que me encuentro muy unida a ti. Te admiro por tus esfuerzos… por tu pasión. Ahora colócate de nuevo las cintas en los pies y luego el vestido. Hazlo con las piernas bien rectas, doblada hacia delante y el culo bien elevado. A los hombres les encanta esa postura.

Kim recogió las cintas de la mano de Mary y empezó el movimiento. El dolor en los dedos se incrementó, inevitablemente había balanceado el peso hacia delante así que no se preocupó por como presentaba el culo. Tuvo que hacerlo todo con una mano, la otra sujetando el vestido. Se incorporó lentamente y suspiró al notar como los pies quedaban mejor sujetos. Se puso el vestido a toda velocidad. El corsé o sucedáneo ya estaba en su sitio. No podía más.

—Mary, necesito que me estimules. Por favor, sé que ...— rogó Kim con voz baja.

Mary negó con la cabeza y con las manos.

—Sabes que romperíamos el encanto de mañana con Roger. Resérvate para él.

Kim bajó la cabeza abatida. Mary llevó su dedo a la barbilla baja y con lentitud la elevó. Mirándola a los ojos le dijo: “Escucha, deberías estar alegre. Mañana por fin vas a estar toda la noche con Roger. Llevas tanto tiempo esperando. No lo estropees ahora. Pero te acariciaré los pechos como te dije, para calmarte.”

Kim se quitó de inmediato el vestido y los zapatos. Y se fue a la cama. Mary llegó al cabo de unos minutos. Vio que Kim estaba entre las mantas y tapada.

—¿Si fuera Roger, ¿me esperarías dentro de la cama o estarías sobre ella? Debes acostumbrarte a pensar como si él estuviera aquí, así podrás comportarte mejor cerca de él, a la hora de la verdad. Todos los pequeños detalles surgirán sin esfuerzo. ¿Mañana llevarás los mocasines, ¿verdad?

Kim odiaba los mocasines con todas sus fuerzas y le dolían los pies y los dedos gordos de haber estado en los tacones incluso un rato tan corto, pero no protestó. Se levantó y fue a buscarlos. Mary ya se había metido entre las sábanas. Con vergüenza se tumbó encima de la manta y con los gestos ya integrados se colocó los mocasines despacio, dejando que su amante se explayase en la visión de su cuerpo. Siempre que los había llevado, Mary llevaba su traje de seda y hebras cortantes. Era la primera vez que se encontraba con todo en contra. El pijama de terciopelo no iba a aplacarle la excitación y aunque no lo hubiera admitido, los malditos mocasines la excitaban sobremanera. No sabía si era por hacerle las piernas más largas y seductoras o la intensa sensación en las pantorrillas. O a la mejor porque todos los movimientos se volvían conscientes gracias a la lentitud. Si no lo hacía así, el dolor aparecía en las plantas de los pies.

Nada de esto importaba. Imaginó que estaba con Roger y se dispuso de manera seductora e incitante. Estando al lado izquierdo de la cama se giró a la derecha y elevó al máximo la cadera izquierda dejando que la vista de Mary incidiese directamente entre sus piernas, con el fondo de los muslos cerrados. Dejó su mano izquierda en la nuca y usó la derecha para ayudar a mantener la posición. Los pechos quedaron proyectados hacia la instructora. Las piernas parecían infinitas y estaban dispuestas de manera que era imposible no desear tocarlas. Lo poco que cubrían los mocasines sólo conseguían que Kim pareciese más desnuda. El arco de los pies proyectado hacia delante acentuaba la sensualidad de la postura.

—Fantástico, Kim. Realmente eres preciosa. Divina. ¿Y qué harás mañana? ¿Me besarás?

Kim no dijo nada y quiso acercar sus labios a los de Mary.

—No, Kim. No. Debes mantener la postura. En la cama, todo es más importante. Está bien que fuera de ella muestres tu pasión a tu amante. Le estás indicando que le deseas. Pero aquí debe quedar claro que es su deseo el que es importante. Y tu cuerpo es el centro del deseo de ambos. La frontera de vuestra unión. Debe decidir dónde acariciarte y cómo. Deja que te contemple el rato que desee. Acostúmbrate a su mirada. Disfruta de ella. Excítate mientras se deleita. Usa tus ojos para mostrarle tu deseo o ciérralos para que pueda posar su mirada dónde quiera. Mantén los labios ligeramente abiertos y humedecidos por si desea besarte.

Kim usó la lengua seductoramente para humedecerse los labios de arriba. Los verticales, no hacía falta. Llevaban húmedos horas. Mary, leyéndole el pensamiento salió de la cama. Volvió con un rollo de cocina en la mano. Lo depositó junto a la mesita de noche y tiró para quedarse con una servilleta. Evitando tocarla la introdujo en la vagina de Kim usando el dedo más largo. La cavidad estrecha y sensible protestó ante la invasión, no por falta de deseo sino por la brusquedad y la sensación de rozaduras que produjo el grueso papel. Surgió empapado y Kim quiso cerrar las piernas. Mary la besó, sabiendo que el momento era importante.

—No te avergüences nunca de tu humedad. Muéstrala con orgullo. ¿Crees que Roger no se sentirá complacido viéndote así?

Sin dejar de besarla, Kim afirmó levemente. Mientras tanto, Mary deslizó un nuevo papel entre las piernas de su hermana. Cuando acabó, llevó la servilleta a la nariz de Kim para que oliese el aroma de la pasión.

—Bueno, por hoy está bien. Estoy cansada y tú también debes estarlo— dijo Mary.

Kim no quería dormirse así.

—¿Y los pechos? Me prometiste que por lo menos los tocarías.

Lo que más ansiaba Mary era eso: que su hermana suplicara, llena de desesperación. No únicamente por la prohibición que existía de tocarse a sí misma, sino por una fuerza interior que la obligase literalmente a ofrecerse.

Hizo un gesto displicente, como si le resultase un incordio.

—Está bien. Pero dime cómo te colocarías si fuera Roger y nada de parar cuándo tú lo desees. Siempre tiene que ser cuándo quiera tu amante. Espera, no puedes saberlo. Nunca habéis estado en la cama. Te propondré algo. Cierra los ojos.

La postura final fue con Mary apoyada en la pared y Kim con las piernas abiertas entre las piernas juntas de Mary. Los muslos de Kim rozaban el suave terciopelo. Inclinada hacia delante para ofrecer los pechos. Los mocasines mirando hacia atrás. El culo tocaba las rodillas de la amante vestida. Se besaban y los dedos de Mary rozaban los pezones o amasaban los pechos de Kim. Estuvo una hora excitándolos. Sentía el pijama húmedo entre las piernas y ahora ya no sabía si todo era debido a Kim. La suerte era que ella creería que sí.

Ninguna de las dos aguantaba tanto tiempo sin respirar con normalidad. No tenían más remedio que interrumpir los besos, sin embargo, las manos no dejaban de excitar los pechos proyectados. Mary paró, más por el temor a que Kim terminase descubriese el gozo que estaba sintiendo que por ganas de interrumpir el contacto. Dio un pellizco a ambos pezones a la vez, lo que provocó un grito en Kim.

—Supuse que es lo que haría Roger— dijo Mary a modo de disculpas. Kim hubiera querido llevar sus dedos a los pezones y calmarlos, pero no se atrevió.

—Me da algún que otro pellizco, pero son siempre suaves. ¡Cómo duele! Es que no me lo esperaba. ¿Me los acaricias un rato más para calmarlos? — pidió Kim con humildad.

Mary se negó.

—No, lo siento, pero como amante debes soportar el dolor que te ofrezca Roger ¿no crees? Después de todo, el gesto surgiría de su deseo.

Kim aceptó el argumento sin parecer convencida.

—Pero es que es excesivo... — dijo con vacilación.

—No creo que sea para tanto. Falta de costumbre, quizás. Seguro que a Roger le encantará darte unos pellizcos para complacer su ego masculino después de una buena sesión contigo. Pero ahora has gritado, has deshecho la posición y abierto los ojos. Que no te vuelva a ocurrir.

Kim se sintió vencida. Hiciera lo que hiciera no era suficiente. Mary quiso animarla de nuevo.

—Mira, no te preocupes. Lo has hecho realmente bien. Roger disfrutará de lo lindo mañana y recibirás un buen repaso. No te importará un poco de dolor en los pezones. Seguro que te acostumbras pronto.

Kim, con el dolor atenuándose y debatiendo consigo misma ya sólo quería dormir.

—Está bien, Mary. No puedo más. Te haré caso porque sueles saber mejor que yo lo que necesito.

Kim suspiró cuando pudo quitarse los mocasines. Pegó su cuerpo al pijama aterciopelado y excitante de Mary. Se durmió enseguida. Satisfecha, dolida, excitada y maltrecha. Los músculos de las piernas agarrotados. Los pezones, doloridos.

—*

Las dos se despertaron frescas. Kim notó como Mary se movía. Cualquier roce del tejido la afectaba. Su cuerpo se había acostumbrado a moverse al son de su acompañante. Y, en esta ocasión, la textura agradable del terciopelo no molestaba tanto como de costumbre. Le dio un beso a Mary, -por automatismo-, sin que realmente sintiera ganas de hacerlo. Todavía estaba molesta. Mary, -con su intuición muy desarrollada-, acarició los pezones, que sin ningún atisbo de rubor reaccionaron poniéndose duros y demostrando lo mucho que agradecían ser tocados. Kim deseaba levantarse y evitar el contacto. Cómo habían cambiado las cosas. No hace mucho tiempo, añoraba estos juegos como subterfugio, ya que no podía tocarse. Ahora todo consistía en cumplir pasivamente, su deseo no era importante. No había nada que pudiera hacer o, al menos no era el día. Mary no dejaba de excitarla. No acostumbraba a estar así por las mañanas. Imaginó que quería decirle que Roger puede que lo hiciese, que debía aprender a prestar atención. Cuando ya había entrado en juego, sintiéndose húmeda de nuevo, apreció que de nuevo el dolor volvía a las puntas duras: las habían pellizcado de nuevo, sin previo aviso y sin preámbulos. No había sido tan fuerte como la noche anterior o eso le pareció. Ahí se acababa el estímulo. Dio un último beso sintiéndose hipócrita y se levantó para ducharse. En cuanta las piernas la sostuvieron, las pantorrillas y los pies protestaron por tener que aguantar tanto peso. Haciendo caso omiso a sus malestares, fue a por una merecida ducha. El agua calmó su mente, sus pezones y sus piernas. Cuando retornó Mary ya estaba haciendo el desayuno, la mesa puesta en la terraza.

Salió a disfrutar del aire frío, del zumo de naranja y a permitir que su férrea ama disfrutase del cuerpo desnudo y recién aseado. Era un juego tan desigual. Nunca ganaba. Se sentó con cuidado en la fría silla de metal. Había quitado el cojín pues le humillaba verlo con la mancha blanquecina que terminaba formándose. El contacto con las frías barras la hacían sentirse mucho más desnuda.

—Siempre he estado sin ropa en esta terraza. ¿Crees que hay alguien con un telescopio esperando a que salga? — preguntó a Mary, que estaba también sumida en sus pensamientos.

A las dos les encantaba esa hora en la que el sol empezaba a salir y saboreaban una tostada con mantequilla.

—Yo lo haría— admitió Mary, revelando quizás por primera vez sus sentimientos.

—¿Entonces, piensas que vale la pena observar un cuerpo que no vas a tocar a kilómetros de distancia y dejar que te excite? Seguro que ese chico tiene varias chicas a su disposición. ¿Para qué tantas molestias? — preguntó de nuevo Kim. Miraba al horizonte como si fuera capaz de distinguir al ficticio observador.

—¿Estás dejando de tener pudor? — quiso saber Mary contestando con una pregunta y queriendo morderse la lengua. Kim estaba empezando a desnudar su mente. Y tenía derecho a ello.

—No, sigo sintiendo deseos de cubrirme. Es por ti y por Roger. Sé lo mucho que os gusta tenerme desnuda— explicó.

—Es más que eso. Es por la sensación de poder. La sumisión a la que te obliga. Sueles contarme como descubres la ansiedad de Roger por desnudarte en lugares públicos. En lugares dónde podéis ser descubiertos. Quiere mostrarle al mundo tu pasión por él. La devoción de la que hablamos en su día— le recordó.

Mary sorbió su última gota de café. Se sintió aliviada, ya no tendría que esconder más el placer que sentía. Pero no estaba segura del todo.

—Lo sé. Es como... un desfase entre la necesidad del otro y la mía. ¡Cuántas veces he querido que Roger me diera un orgasmo y he tenido que esperar! Seguro que él quiere hacer algo conmigo en un momento dado y no puede. Pero yo no me doy cuenta. Seguro que no me entero. Como ese observador con el telescopio. Y contigo pasa igual. ¿Quién está utilizando a quién? ¿Cuál de las dos? — terminó preguntando Kim. Su expresión era de contento. Mary nunca la había visto tan bella.

—No importa, Kim. Ese estado en el que estás ahora es el que Roger debe ver en ti. Contemplativa. Abierta. Lamento interrumpir la conversación, pero creo que vas a llegar tarde.

Mary intuyó que era mejor cortar ya. Se levantó para animarla. Al entrar decidió que debía elegir la vestimenta de su hermana o su... esclava. Igual debía empezar a llamarla así. Rebuscó por el armario y se decidió por una falda corta azul con una blusa blanca formal. Eran de un tejido que transpiraba bien. A Kim no le costó entender por qué elegía Mary su atuendo de trabajo. Lo de la ropa interior era obvio. Desnuda todo el día estaría en mejor disposición por la noche para su amado. Subió los brazos para dejar pasar la falda y llevó los brazos a cada manga alternativamente. Mary la abrochó. Los pezones no quedaban ocultos del todo. No era complicado adivinar su forma. Estaban duros del frío de la mañana o del deseo de la noche. No importaba. Kim sonrió a Mary, dando su aprobación o tratando de aparecer fuerte. Notaba más que ayer la nueva desnudez de su piel, como si la renovación de la noche todavía le hubiera quitado más capas de la dermis.

—¿Vendrás a cambiarte aquí? ¿O irá Roger a buscarte? — preguntó Mary.

Kim se hizo la ignorante.

—Con mis amantes nunca se sabe.

Mary cogió la misma bolsa en la que trajo el vestido, que sacó del armario y colocó dentro de ella. Incluyó los zapatos. Pensó en unos pendientes. No había demasiado tiempo para cavilar.

—Al mediodía, cuando tengas un momento, escápate y compra unos pendientes de colgante. De los de aro. Grandes, que se vean con claridad. Que vayan a juego con el metal del vestido y de los zapatos. Cuanto más pesados y aparatosos mejor. Póntelos en cuánto los compres. Si Roger viene a buscarte, te cambias en el tren o al salir del trabajo. Si no, vuelves a casa con la bolsa y ya te vestiré yo. Llévate una barra de labios rojo, acorde al vestido. Que no manche. Ya sabes el efecto al que me refiero.

Kim lo sabía perfectamente. No le costaba nada imaginarse todos los atavíos. Tampoco excitarse otra vez. Se dieron un último beso. Los pezones se rozaron. Kim sintió los suyos bailar con los de su hermana. Por alguna razón, entendió que ella no lo notaría tanto. Tenía sus ventajas de ser la dominada. Agudizaba los sentidos y el cuerpo. Permitía un contraste mayor. Salió escopeteada, lo que implicaba correr con los pechos agitándose a uno y otro lado. Ya en el ascensor sintió que olvidaba algo. Al llegar abajo pulsó el botón del ático y recorrió el pasillo corriendo, los pezones abrasándose en la blusa, los pies doloridos por los incómodos tacones, que ni siquiera eran demasiado altos. Mary le había escogido unos sencillos, nada parecido a lo que llevaría cuando estuviese con Roger.

Para no perder tiempo rebuscando la llave en el bolso, pulsó el timbre. Mary abrió con los mocasines en la mano. Se miraron a los ojos. Kim no perdió un segundo, los metió en la bolsa y salió corriendo de nuevo. Tratando de ganar más tiempo corrió hasta la boca del metro. Fue paciente mientras bajaba las escaleras mecánicas, aprovechando para coger el resuello. Aceleró en los pasillos. Dentro del tren, ni se molestó en sentarse. Eran dos paradas. Sabía que la miraban. Bien recta, las piernas expuestas. El pecho ajustado a la blusa. Oteando a lo lejos. Repitió el proceso a la salida. Llegó quince minutos tarde. Lo que extrañó a todo el mundo y a nadie importó al ver las largas piernas desnudas y el candor de la mirada. La sonrisa traviesa no perjudicaba.