Historia del Chip 023 Irma 006
Irma y Galatea se van de vacaciones, siendo su relación cada vez más intensa. Irma se siente exhibida durante todo el viaje.
Historia del Chip 023 — Cortas vacaciones — Irma 006
Irían a Madagascar. No pillaba demasiado lejos y sus playas eran maravillosas. Como casi siempre que salían fuera de Ciudad Del Cabo, Irma llevaba los piercings recién hechos. Una tradición a la que se estaba acostumbrando. No es que le gustara, es que le agradaba a Galatea. Los atuendos cabían en una mochila que Galatea cargaba en la espalda. El único top de Irma, -el que llevaba puesto-, era tan ligero que los pezones sobresalían incautos. El escote era imposible de evitar. Ya se había ido habituando a ellos. Una o dos veces por semana mostraba la parte superior de los pechos en el trabajo, pero ahora sería diferente. Allí estaba sentada enfrente del ordenador o a lo sumo contactaba con otras personas en el desayuno o en las comidas informales. Casi todas mujeres.
En cambio, al salir del taxi, ya sintió el aire circular entre las tetas. Por un momento llegó a pensar que se habían salido completamente pero no fue así. En realidad, su percepción resultaba engañada por la ligereza del tejido. El escote redondo y la separación entre los senos convertían todo su frontal en un escaparate para la vista. El resto lo hacían los pechos mágicamente levantados.
Galatea le enseñó la foto que había hecho un amable pasajero. La sempiterna sonrisa de Irma unida al escote vertiginoso y sumada al brazo izquierdo de Galatea que rodeaba a su amiga eran eróticos a más no poder. La blusa de Galatea era blanca y sólida, por lo menos para los parámetros que Irma solía considerar. Transpiraba a la perfección como todo buen algodón. Irma no había tenido más remedio que apreciar de mala gana el contacto con los vestidos de su amada. Galatea también llevaba puesto un cómodo y práctico sujetador, en contraste con los pechos sueltos de Irma, que ya no recordaba la última vez que había llevado algo parecido. Los únicos que tenía eran de un cuarto de copa y Galatea se volvía loca cuando la veía con uno puesto.
Para terminar de complementar el atrezo, Galatea llevaba unos pantalones de tipo bombacho, así que además de la cara y los tobillos sólo se le veían las manos hasta las muñecas. Irma llevaba una falda unos centímetros más corta de lo habitual y, según su parecer, demasiado ligera y atrevida. No es que fuera escandalosa, es que no se sentía protegida con ella. Por el vuelo y su semitransparencia. No llegaba a traslucir nada, según observó en el espejo, si bien no estaba acostumbrada a no llevar nada debajo. La idea de Galatea, refrendada por Miss Iron, era que Irma debía dar el paso hasta el siguiente nivel. Actuar como una mujer plenamente enamorada y seductora. Su cuerpo debería estar libre de todo tipo de barreras, incluyendo las piernas, culo y hasta el prohibido pubis.
Irma quiso negarse a algo así, pero las sesiones con Miss Iron terminaron de convencerla. Su terapeuta admitió que podía ser un poco pronto. Por otro lado, su dedicación y su adaptación había sido encomiable. ¿Qué podía pasar? La excitación entre sus piernas estaba bastante controlada y si era necesario Galatea aplicaría medidas correctoras para evitarle sustos. Irma terminó aceptando, todavía sin estar del todo convencida. Gracias a Miss Iron, -que le hizo ver que lo mejor era acometer el reto de manera entusiasta-, pudo entrar en el avión con la idea de que estaba enamorada sin remisión de Galatea.
Faltaba la guinda: los pseudoorgasmos sin limitaciones, plenos y exultantes. Lo que más recordaba Irma eran los momentos en que las dos se acariciaban las piernas. Las suyas propias bien cerradas, recordando la inaccesibilidad, las de Galatea en la postura que desease. Estando su parte superior tan sensibilizada, las caricias recibidas en sus muslos o en sus piernas no dejaban de resultar maravillosas y era capaz de no excitarse en demasía a pesar de ello.
Pero ese contexto era muy concreto: en la habitación. El único momento en el que ella recibía atenciones era en el suelo. La cama era exclusivamente para su amante. Miss Iron le había enseñado a ser muy precisa con ese tema. Si no fuera por eso, seguro que ya habría sucumbido a la tentación.
No se trataba sólo de llevar las piernas al descubierto como en el trabajo, dónde era una obligación. En vacaciones, el mero hecho de pensar que Galatea podría levantarle la falda y acariciarle el culo le parecía surrealista. Pero en esos aspectos debía tratarla como un amante masculino. Miss Iron había sido clara: su misión era ser la parte femenina, sumisa y disponible. El sexo pertenecía a Galatea. También la iniciativa y las ideas.
Había más retos fundiéndose. Su vagina estaba desnuda: la sentía fresca y libre de toda resistencia. Fue Galatea la que pidió con rotundidad que fuera así.
—Si no lo haces, no sabré cuánto me amas— fue cuanto le dijo.
Irma recordaba perfectamente las palabras. Ya no sería necesario que la cadena seccionase entre sus piernas. Mejor dicho, salvo cuando se lo indicase su ama... si lo deseaba. Sería una muestra de amor contenerse no porque debía hacerlo sino porque así se lo pedía su amor. Era una suerte que los recientes piercings ayudasen aportando el dolor. Irma cada vez estaba más acostumbrada al asunto. Los odiaba con todas sus fuerzas, pero a la vez, sin poder evitarlo, se sentía orgullosa de que para ambas se hubiera convertido en algo tan importante.
Sólo a Miss Iron le había explicado la sensación que le producía ser acariciada en los lóbulos. Era como tener dos clítoris colgando y a la vista de todo el mundo. Todo su ser se realzaba tanto por el placer como el dolor que sentía. Sin ser comparable a los pezones, como en los lóbulos se asentaba la periódica penitencia, tendía a estar más atenta. Miss Iron le alabó su fortaleza y le sugirió que siguiese por ese camino. Debía estar dispuesta a explorar esos recovecos y debía sentirse agradecida de haber encontrado alguien como Galatea, predispuesta a quererla con sus limitaciones.
Galatea se hallaba cómodamente sentada con su lindo atavío. Su esclava estaba preparada para ser acariciada mientras el dolor atenazaba sus orejas y los ecos atravesaban toda la parte superior de los pechos. Era potestad suya aliviar el suplicio acariciando la piel desnuda y deslumbrante de Irma. Pero nunca llegaría a comprender del todo las percepciones internas de su amante semidesnuda del asiento de al lado. Entre otras razones, porque no era lesbiana. Lena la había escogido por eso. Y era el momento de realizar el último pago. Galatea había estado obteniendo los orgasmos gratuitos de un hombre, -proporcionado por Lena-, pero la siguiente fase estaba a punto de iniciarse.
Resultaba un sueño para la mujer. Iba a poder costearse todos los tratamientos para ser una supermodelo e ingresar en una escuela. Además de confiar plenamente en Lena y en su capacidad de conseguir cosas imposibles, era leal a su forma de ser. No estaba segura de la enfermedad de Irma o la supuesta falta de curación, pero su veta sádica, -casi inevitable en cualquier ser humano-, se saciaba al agujerear los lóbulos de Irma. Se decidió por darle un respiro a su víctima.
Disfrutó tocándola, sobre todo porque su propia piel sería mucho más seductora en unos meses. Había que reconocer que el cuerpo de Irma se había ido transformando literalmente ante sus ojos. Y el moldeado de la mente había ido a la par. Comprobó que las campanillas seguían en su sitio e incapaz de no agitar una, habló.
—Irma, te agradezco tu esfuerzo por acomodarte a mis requerimientos. Ven aquí.
Irma no tuvo más remedio que dejarse caer hacia la derecha. Su seno izquierdo quedó todavía más al descubierto y desde el pasillo o desde los asientos del otro lado se contemplaría sin demasiados problemas.
El brazo de su amante volvió a rodear los hombros desnudos, de forma protectora. Casi sin darse cuenta, los dedos acariciaron el lóbulo izquierdo de Irma, sin dejar de alborotar las campanillas colgantes de ese lado. Evitó un suspiro y dejó de pensar en el seno al descubierto para concentrarse en los dedos salvadores. El dolor se apagaba y el ardor retornaba.
—Hace un año ¿verdad? — preguntó de manera casual sin dejar de jugar con la oreja izquierda. Irma no sabía a qué se refería. Luego cayó en la cuenta. Un año desde el primer piercing. Era tan importante para Galatea. Tardó demasiado en responder.
—Sí, hace un año. Perdona por no haber caído en la cuenta. Estaba distraída.
Un error así podía costar tres meses de nalgas doloridas. Para hacerse perdonar, la besó. Ya hacía tiempo que su inhibición sobre esos detalles se había acabado. Miss Iron la había obligado a ello. Besa cuando lo desees. Hoy en día es aceptable entre mujeres. Así que Irma se lanzó dispuesta a hacerse perdonar usando los labios disponibles. Inevitablemente al girarse el seno izquierdo se mostró completamente... para ser tapado por la mano derecha de Galatea. Irma esperaba que no resultase evidente que el objetivo de la mano era su pecho desnudo, aunque no podía hacer nada por evitarlo ni conocer la respuesta con los ojos cerrados automáticamente. Debía levantar los brazos de manera automática pero el tirón en el pendiente le indicó que no debía hacerlo. Había costado mucho tiempo inhibir la respuesta automática... siempre que su amante así lo demandase.
El lóbulo protestó. El tirón había sido leve y si sus lóbulos ya eran sensibles antes del primer piercing, Irma todavía no se acostumbraba a la nueva sensación. Por una vez valía la pena, no quería dar el espectáculo de codos hacia fuera en el avión. Lo que no evitaba que aparentaba una completa falta de pudor, su seno desnudo salvo por la mano siempre subyugadora de su amante. Galatea deshizo el beso e Irma se giró para quedarse bien sentada. La humillación volvió cuando Galatea tapó ligeramente el pecho izquierdo, lo justo para que no apareciese el pezón, pero el globo de carne firme siguió visible, sin obstáculos para la vista. Volvió a su galanteo lobular.
—Te perdono, pero porque vamos de vacaciones y quiero que también disfrutes. Los azotes estarían fuera de lugar. Debemos buscar un castigo alternativo.
Irma ya se imaginaba algo así. Toda la situación era un castigo. Ahora deberían acordar algo maquiavélico y retorcido para terminar de rematar la faena. Sin embargo, su mejor sonrisa apareció en su cara.