Historia del Chip 019 — De tiendas — Daphne 007

Daphne recibe un regalo inesperado de Jennifer, a la vez que es exhibida.

Historia del Chip 019 — De tiendas — Daphne 007

Llegaron a un complejo solitario. Daphne sintió cierta aprehensión. No conocía esta parte de la ciudad y sus H4 no le permitirían correr. Por suerte, las hormonas todavía no se habían puesto a cien o hubiera pedido a Jennifer que la violase en el taxi, conducido por un robot y que quizás hubiera informado. Lo malo era que lo más probable es que llegase el ataque de lujuria en la tienda.

A todas luces, Jennifer ya había estado aquí antes. Apenas podía seguirla. No es que no estuviera ya acomodada a sus H4, es que la cadena entre las piernas se movía más de lo que hubiera deseado. El peso de las cadenas por debajo de las caderas unido a su propio movimiento no hacía más que estorbar. Cuando estaba quieta, los pies ardían. Si se movía eran sus genitales. Resultaba turbador y excitante. El perfume sobraba. Lamentablemente no podía extraerlo mágicamente de su piel, de su sangre o de sus órganos.

Su mente estaba ansiosa por saber cuándo iba a llegar el ataque. Sabía que se estaba alimentado una expectativa de deseo. Con el tiempo ya no haría falta el perfume o bastaría una dosis menor. Ese temor todavía la encandilaba más. Se imaginaba como sería estar siempre en ese estado, suplicando ser penetrada con cualquier objeto o con sus pezones maltratados.

Entraron en una tienda de ropa que apenas disimulaba lo que parecía una tapadera de algo más turbio y acabaron en un sótano tan extraño como increíblemente lujoso. Para ser un lugar clandestino, la decoración era extremadamente cara. Había un chico y dos chicas. El chico saludó a Jennifer con un beso en la boca y hasta le apretó el culo. Jennifer le sonrió con su dosis de seducción imposible.

—Esta es H4. Daphne H4. Éste es Bernabé. Un antiguo alumno de la escuela. Pirata mayor del reino y salido oficial del barrio— explicó Jennifer a Daphne que se había acercado con timidez a Bernabé.

—Nada de recato con un buen amigo. Deja que te sobe bien— le indicó A1. Daphne le besó teniendo que agacharse. Era bastante bajo y los H4 eran kilométricos. Pronto llevó Bernabé la cara a los pechos de Daphne.

—¿Realmente son naturales? Es increíble. Te felicito, Jennifer. Es un bombón— explicó exaltado Bernabé mientras apartaba la cara. Hablaba como si Daphne no estuviera ahí.

—Deberías verla cuando lleva el perfume que me proporcionaste. Se le acaba la timidez— reiteró A1. Viendo como la cara de Daphne se ponía roja, sonrió. —Así que te lo has puesto. No estaba segura, Me alegro. Estas de suerte, Bernabé. Podrás verla en su salsa.

Bernabé negó.

—No es mi idea de una barbacoa. No me gusta que una chica venga conmigo por una cuestión química. Al menos, sólo por una cuestión hormonal. Pero vendrá bien para que paséis el rato. Daphne, tengo que hacerte un escáner 3D. Luego podéis pasar a descansar a un pequeño office que tengo detrás. Necesitaré una hora para confeccionar todo.

Daphne no tenía ni idea de qué estaba hablando. Se quitó el vestido cuando Jennifer lo solicitó. Quedarse desnuda ya no le importaba en absoluto, pero enseñar la cadena entre sus piernas era demasiado embarazoso. Una de las chicas se llevó todo lo que llevaba puesto, incluido las H4. Siguió con la mirada trayectoria de la ropa, viendo como se alejaba cada vez más y también preocupada por no perder las H4, que quizás no deberían haber salido de la escuela. Debería recordarlo en el futuro.

El escáner duró dos minutos. Daphne se quedó esperando desnuda a que Jennifer terminase de concretar especificaciones con Bernabé. Mientras tanto una de las chicas le trajo un café. Doble, expreso, amargo. Quizás tenía tatuado en la frente como no le gustaba el café. Pero le dio las gracias. Era extraño tomarse uno en plena noche en un local escondido, de pie y completamente desnuda. Pero todo lo que le había pasado en el último año era extraño y peculiar.

Devolvió la taza a la chica con otra sonrisa. Jennifer acabó en ese momento y cogió su mano, a modo de amante solícito. Estaba claro lo que iba a pasar en unos minutos. Poco podía hacer Daphne por evitarlo. Su voluntad había quedado anulada cuando optó por el perfume o, a lo mejor, mucho antes. Era un estúpido debate en su cabeza.

La pequeña habitación tenía una alfombra, cojines y televisión. No había mando, luego seguro que se controlaba por voz. Jennifer le habló a la tele: “TV, acción, proceso fabricado”. El aparato empezó la reproducción de las imágenes de Daphne desnuda de cuando estaba en el pedestal.

—Bien, H4. Estás desnuda, pero tengo dudas de que quieras que te asalte— dijo Jennifer pidiendo aclaraciones. Cuando Daphne se quitaba el salto de cama, empezaban la corrida. La situación era nueva y Jennifer aparentaba amabilidad. Una cortesía hipócrita. Daphne contestó con ironía.

—Querida A1, siempre estoy dispuesta y aun así agradecería que esperásemos al momento adecuado.

Se besaron y se tocaron. Jennifer exploró el cuerpo de Daphne a conciencia mientras que esta se ocupó de la cara, las piernas y los pies de Jennifer. El vestido tapaba casi todo lo demás. Llevaban media hora cuando llegó el ataque. Jennifer lo supo de inmediato.

—Ya viene, cariño.

Jennifer se quitó el vestido y los tacones. Y comenzaron una sesión rápida. Solían empezar por calmar el ardor en los pechos de Daphne. Hoy, Jennifer recibió su premio antes de lo habitual. Una perfecta aplicación de la lengua entre el clítoris y la vagina. No necesitó demasiado tiempo para llegar al limbo del placer. Daphne todavía no entendía como podía Jennifer sentir con tanta fuerza si el chip seguía funcionando perfectamente. Al parecer el dinero podía con todo. Los impulsos nerviosos desde los centros de placer de Jennifer quedaban realmente inhibidos por el chip, pero la mente de Jennifer, -gracias a la hipnosis y sus cachivaches tecnológicos-, reconstruía parte de esos impulsos. Jennifer le había dicho que no era tan fabuloso como un orgasmo verdadero, pero que había muchas mujeres en la historia que habían disfrutado bastante menos.

Daphne se apaciguó cuando Jennifer, ya experta, le sobó los pechos, tironeó y pellizcó los pezones, jugó con las orejas y los labios e introdujo un dedo en la vagina estrecha y profunda. Daphne sentía las contracciones justo antes de un orgasmo... y ahí se acababa su estímulo. El chip le impedía el paso de señales más allá de ese punto. Era un suplicio y a Jennifer le gustaba tenerla en ese punto, terminando Daphne muy cansada y con el cuerpo dolorido, aunque lo necesitaba: su cóctel químico le empujaba a pedirlo. A suplicarlo. Tenía una adicción.

Acabaron abrazadas y jugando con los pezones de la otra. Los de Jennifer aparecían hinchados pero saciados. Los de Daphne explosivos y hambrientos, en un estado preorgásmico. Las dos sabían que podían pasarse mucho tiempo ahí. La tele estaba oscura.

—Ya han acabado con el proceso. Podemos irnos.

Daphne fue hacia el interior de las piernas de Jennifer que le impidió continuar.

—Hoy no hace falta, cariño. No vamos a dormir— le explicó Jennifer.

Habitualmente, Daphne secaba a su amante. Esto ayudaba a calmarse y a reposar, pues segregaba unas sustancias que ayudaban a contrarrestar la cafeína y el cóctel químico. Jennifer entendió la turbación de H4.

—Tranquila. Te daré otro repaso para tranquilizarte— y procedió a amasarle el culo, acariciar los muslos y contornear las pantorrillas. Volvió a los pechos, sin olvidar la cintura, y acabó con la cara y el pelo. Habían descubierto que un repaso completo apaciguaba ligeramente la pasión de Daphne, que hubiera preferido continuar así un buen rato. Pero dependía completamente de la buena o mala voluntad de su ama.

Después de un suave masaje en los pies, salieron de la habitación. La aprehensión de Daphne había aumentado. Su cuerpo mostraba señales de haber sido usado y lo que era peor, en pleno estallido sexual apenas disimulado: los labios vaginales dilatados, la gruta húmeda, los pezones erguidos, los pechos hinchados. Sentía los labios húmedos y rojos de los besos de Jennifer. El contraste con Jennifer era revelador. A1 se sentía fresca y renovada. Primorosa en su vestido y sus tacones. Daphne estaba acostumbrada a esta situación, sólo que era en la intimidad del dormitorio de Jennifer.

Atravesaron la enorme estancia. Bernabé parecía estar terminando de comprobar algo. Daphne vio unos zapatos en el aparador de cristal. Sabía que eran para ella. Jennifer se lo confirmó.

—Ahí están. Te van a encantar. ¿Ya los has programado, Bernabé? — preguntó Jennifer.

—Naturalmente, Jennifer.

Procedió a sacarlos del aparador y se los entregó a Daphne. Metálicos, rojos. La altura ya la conocía. Eran unos H de catorce centímetros. Lo malo era que no entendía como ponérselos. Bernabé salió de detrás del mostrador.

—¿Puedo? — mientras señalaba los pies de Daphne. La hipocresía, afincada del todo en H4, pudo más que su humillación. Bajo ningún concepto quería que la tocase ese hombre y menos en el estado que estaba de celo profundo y salvaje. Sin contar con las inequívocas señales que su cuerpo enviaba.

Bernabé se agachó con los zapatos. Tocándole sólo el talón llevó los dedos del pie derecho de Daphne a la pequeña superficie ovalada de delante. Le indicó que no bajase el pie todavía. Hizo que el talón conectase con la superficie también ovalada dónde se hallaba el estratosférico tacón. A Daphne eso le parecía obvio. Ya entendía dónde iban las piezas... pero ¿cómo se sujetaba el pie ahí? Bernabé le indicó que bajase el talón. En cuanto presionó sintió una leve corriente. No quiso elevar el pie porque suponía que se soltaría, pero Bernabé le pidió que lo hiciese. ¡El zapato se elevó también! ¡Estaba pegado! Una vez puesto el segundo, le pidió que caminase un rato.

—Es nanotecnología. El metal se acomoda a tu pie y crea una superficie de alto rozamiento. Para quitarte los zapatos sólo tienes que estar un par de minutos sentada sin apoyarte y deslizarlos a un lado. Si no te importa, dámelos un momento, pues falta ajustar un par de cosas.

Bernabé explicaba todo a trompicones y Daphne entendía la mitad de lo que decía. O menos. Cuando los trajo de nuevo, Daphne no podía creerse lo que veía. Sólo quedaban las dos superficies ovaladas, el tacón de atrás, fino y de aguja, con una especie de tubo que conectaba los dos óvalos. Pero el tubo estaba afilado por arriba. Le cortaría los pies. Negó con la cabeza. Fue Jennifer la que habló esta vez.

—Tranquila, es más un efecto óptico que real. Nunca te hará daño en la planta, aunque tampoco podrás relajarlos completamente. Confía en mí y póntelos.

Daphne hizo lo que le pedían. Extrañamente era cierto. Era lo contrario de las H4. El pie estaba fresco. Lo sentía desnudo. Las alturas no le molestaban y podía quedarse apoyando todo el tiempo, siempre que lo hiciera a través de los dedos y los talones, nunca por la planta. Imaginaba que la cosa se complicaría al cabo de un rato. Presionó de todas maneras y comprobó que aún sin cortar, resultaba extremadamente molesto tocar la barra. Los dedos quedaban bien protegidos en el óvalo exterior. No chocarían con nada. El único peligro era que la pisasen. Recordó la crema y los nervios regenerándose. Iba a ser una noche muy larga. Pero agradecía el frescor. Quería que le acariciasen los pies de nuevo. Una oleada de excitación le llegó y no era debida al cóctel. O no a ese cóctel. Era su mente creando nuevas ilusiones.

—Son fantásticos. Siento el pie desnudo— recalcó sin llegar a darse cuenta de que estaba mostrando su fascinación. Bernabé se hinchó al oír el elogio.

—Espera a ver el resto.

Hizo una señal. Trajeron su vestido y los H4. Jennifer la ayudó a ponerse el vestido. Luego se dedicó a los cordeles y a la cadena. No tardó demasiado en ajustar el metal y obligarlo a penetrar en la grieta del culo y a introducirse entre los labios verticales hinchados. El clítoris y sus alrededores notaron el frío. Algo había cambiado, sin embargo. Los ojales del vestido estaban remachados. Y los cordeles no pasaban por él, sino que todo el circuito por dentro era de metal. Jennifer le colocó el cordel azul en el talle. Lo ajustó gracias a un pequeño broche, parecido al de las mochilas de montaña, más elegante y del mismo color que las cadenas. Los cordeles anudados entallaron su cintura y era imposible no verlos. El contraste del azul con el vestido rojo era evidente. Entonces, Bernabé sacó un cinturón ancho y del mismo color metálico rojo de los tacones. Jennifer lo colocó encima del cordel. Daphne estaba cada vez más desconcertada. El cinturón también penetraba en su cintura más de lo debido. Lo más curioso es que a cada lado se estrechaba. Jennifer desanudó los cordeles y los pasó por una pequeña ranura del cinturón justo en la zona estrecha. Jennifer apretó los cordeles con el simple gesto de llevarlos hacia fuera. La cintura de Daphne notó como se ensañaron y lo que era peor la cadena entre sus piernas era elevada. No demasiado pero sí lo suficiente como para enervar todo material sensible que atravesaba su camino.

Daphne se miró en el espejo, tratando de convencerse de que era ella. El vestido era perfecto con el nuevo cinturón. El poco azul que se mostraba en los lados de su cintura sólo parecía señalar la estrechez de su cintura. La cadena interior no se veía, estaba toda ella debajo del vestido. Sólo el gran cinturón exterior y los trozos de cordel a los lados. Se sentía radiante.

—Bien, Daphne. Espero que te guste. Pero falta algo en el conjunto. Me gustaría que te hicieras unos piercings.

Jennifer utilizó un tono de pregunta y sin embargo era fácil entender que era una orden.

—¿No habrá problemas en la escuela? — preguntó H4 a su vez.

—No, porque se cerrarán solos cuando no lleves metal en ellos. En un día o dos. Será algo doloroso tanto cuando te abran el agujero como cuándo se te cierre, pero de esa manera será fácil cambiar tu aspecto— explicó Jennifer con una sonrisa que Daphne sabía que sólo podía traer problemas.

Bernabé le señaló una zona oscura con una mesa y varias sillas. Se iluminó en cuanto se acercaron. Empezó a explicarle el procedimiento.

—Vamos a injertarte unos bots nanotecnológicos en los lóbulos de las orejas. Son legales incluso para una natural como tú porque no tratan de mejorar tu aspecto sino la sensibilidad en la zona tratada. En unas horas todos los nervios que surcan la piel de la zona se habrán duplicado o triplicado. A partir de ahí, bastará estimularlos para mantenerlos sensibles. El agujero que te haré en cada lóbulo será simple y te permitirá soportar bastante peso. Para ello, usaré otros nanobots que, -por medio de impulsos eléctricos y químicos-, mejorarán la musculatura de la zona. Esto tardará un día más o menos en completarse. La ley me obliga a grabar esta conversación y pedirte el permiso explicito para realizar la operación. Si estás de acuerdo, di en voz alta tu nombre y que solicitas ser operada, explicitando lo que requieres.

—Me llamo Daphne Hamilton y solicito una intervención que estimule en lo posible los nervios de los lóbulos de mis orejas y las zonas cercanas. Asimismo, deseo que se me practique un orificio en cada lóbulo. El orificio se cerrará sólo cuando no esté ocupado durante un día o más. Se podrá abrir con facilidad si se requiere otra vez. También permitirá un peso superior al habitual. ¿Está bien así?

—Perfecto— dijo Bernabé. Miró a Jennifer. —No sabes la suerte que tienes.

Daphne no sintió nada cuando le hizo el agujero, ni cuando los nanobots empezaron a hacer su trabajo. Bernabé le dijo que en esa ocasión no habría dolor, pero al cerrarse el agujero si lo notaría. Para volver a abrirlo bastaría presionar fuerte con aro punzante o algo similar. Les daría varios.

Poco a poco volvería la sensibilidad a la zona y aumentaría a medida que pasasen los minutos. Mientras tanto le colocó unos aros discretos. Eran rojos para no desentonar. Metálicos y pequeños. Pero con la suficiente amplitud para colgar lo que quisieran de ellos. Daphne supuso que le pondría unas cadenas o algo parecido. Nada de mucho peso por lo menos hasta la noche siguiente.

Bernabé sacó unas figuras como de porcelana o algo parecido. No tardó en reconocerse en ellas. Había como diez. Todas la representaban fidedignamente. Desnuda y en posturas atractivas. Sexualmente atractivas. Los contornos eran tan definidos que Daphne se ruborizó. Era como llevar fotos de ella desnuda. En 3D y alta definición. Supo que habría dos colgadas de sus orejas en un rato. Bernabé estuvo un rato ajustándolas y cuando terminó se las volvió a mostrar a Daphne para proceder a quitarle los aros y colgarle las figuritas de los lóbulos

Le trajo un espejo para que se mirase. Daphne hubiera salido corriendo a esconderse en el lugar más recóndito de la tierra, aunque quizás ya estaba en él. Las figuras se balanceaban colgadas de los lóbulos que tendían a estirarse. La forma femenina era inconfundible, aunque esperaba que nadie se diese cuenta de que se trataba de ella. Sólo muy de cerca se apreciaría su cara.

Jennifer estaba mirando la cara de Daphne en una pantalla gigante. Las dos figuras eran simétricas. Tenían las manos en la nuca, proyectando los pechos. La de la derecha levantaba el muslo derecho, la otra el muslo izquierdo. Era una invitación diáfana a ser observada. Y admirada. Hasta los tacones eran iguales a los que llevaba. Al ver los zapatitos, Daphne comprendió que todo el mundo sabría que se trataba de ella. Creyó ver como cambiaba ligeramente el color de las dos figuras. Y a la vez. Debía de tratarse de una alucinación.

—Ya han empezado, Jennifer— dijo Bernabé. Daphne no entendió a que se refería. Jennifer, que parecía saber sus pensamientos se lo explicó.

—Las figuritas reflejarán tu excitación, Daphne. Lo que facilitará el trabajo a tus amantes. Y a ti. No hará falta que les expliques que te gusta o dónde quieres que te acaricien. Vamos a hacer una prueba.

Se agachó para besarla. Después de un rato, desataron sus lenguas y Jennifer le señaló la pantalla de nuevo. Los labios de las figuritas, -los labios de arriba-, estaban más iluminados. Algo más rojizos y radiantes.

—No vamos ahora a probar otras zonas, porque sería demasiado espectáculo para nuestro proveedor. Ya te haces una idea de cómo funciona, pero seguramente Bernabé querrá que sepas algo más sobre el tema.

—Encantado, Jennifer. Daphne, tienes nanopartículas que exploran tu piel buscando similitudes y patrones de excitación. Informan a las figuritas y el resto es sencillo. Todo el proceso es ajustable. De hecho, el software ya está incorporado a la tableta de Jennifer. Deberías apreciar todas las molestias que se ha tomado contigo. Esta tecnología es extremadamente cara y escasa.

—¿Cuánto de cara? — preguntó Daphne, con temor a escuchar la respuesta.

—No es tan importante, Daphne. Pero imaginando el sueldo anual de tu padre, todo esto cuesta por lo menos cien veces más— le contestó Jennifer.

Daphne calló entre inquieta y admirada. Al menos algo sí que debía quererla, aunque puede que eso fuese calderilla para Jennifer. Todas sus modificaciones debían ser todavía más caras. Bernabé no terminaba de sacar cosas de todas partes. Esta vez, los pendientes de Jennifer que resultaron ser unos aros de media luna, sencillos y elegantes. En cuanto se los puso, Bernabé le dijo: “Lo activaré ya.”

Pulsó un botón en el ordenador. Daphne no apreció nada nuevo. Jennifer le indicó que se levantase. Cogió dos figuritas más y se las dio a Bernabé, que volvió a enfundarles cadenitas a las nanos, así como un aro. Se las entregó a Jennifer. Daphne ya se había incorporado a instancias de su rica amante.

Jennifer abrió el aro de una de las figuritas y la engarzó al cordel azul. H4 notó inmediatamente como el tirón afectaba a su clítoris, entre otras cosas. Sin pararse a observar el efecto, Jennifer le colocó la otra junto a la otra cadera. En cuanto soltó la figurita, la cadena pareció encoger en el vientre y en el culo de Daphne. No podía creerlo. No pesaban tanto. La puso en antecedentes.

—Coge una. No es la figurita la que pesa, sino la cadena. No es mucho más larga que la que llevas en las orejas sólo que su densidad es bastante mayor— precisó Jennifer. A Daphne le pareció una niña con una muñeca nueva con la que jugar.

En cuanto Daphne alivió el peso del cordel, su preocupación principal disminuyó. Desgraciadamente, el pequeño movimiento cerca de su clítoris sólo contribuyó a su habitual enardecimiento. Y en cualquier momento tendría uno de sus ataques. La figurita que tenía en la mano estaba con las manos juntas y encadenadas a la cadena que terminaba en el aro de su cintura. Ahora no había una pierna levantada seductoramente, ahora las dos piernas estaban abiertas, bien abiertas y estiradas algo hacia delante. Miró a la pantalla gigante. Su minivagina quedaba bien a la vista, los labios y todo lo que tiene una mujer, se veía hasta en el más mínimo detalle.  Prefiriendo no seguir viéndose a sí misma y sobre todo para no darle el espectáculo a Bernabé, soltó con cuidado la figurita. Su clítoris lo apreció a la velocidad de la luz. Todo era inútil, pues Bernabé tenía un escáner de ella. A 3D y altísima resolución. Y su ordenador era capaz de proyectar los movimientos de su cuerpo, a imitarlos y a recrearlos en un material desconocido. Todo el conjunto desnudaba lo que sentía por dentro y lo reflejaba fidedignamente.