Historia del Chip 009 - En vela - Daphne 004
Jennifer seduce a Daphne. ¿O es al revés?
9) Historia del Chip – En vela – Daphne 004
Ya no hubo más clases ese día, por lo que Daphne tuvo tiempo de sobra para ponerse al día. Jennifer le indicó que saldrían a correr una hora antes de irse a las habitaciones.
Siguiendo las instrucciones, la esperó junto a su taquilla, -desnuda-, el vestido bien plegado a su lado. Ojos cerrados, mirando a la puerta. Talones oscilando en un ciclo 30—15. Cuando Jennifer llegó y abrió la taquilla, sacó unos minúsculos shorts negros. La camiseta era azul y demasiado estrecha. Iba a ponerse su ropa de deporte cuando Jennifer le indicó que esperase. Faltaban unas zapatillas para que pudiese correr cómodamente. Tendrían que ir a buscarlas al almacén.
Jennifer fue a su taquilla a cambiarse. Daphne no supo que hacer, no le había dado nuevas indicaciones. Así que volvió a su postura erguida con los ojos cerrados y mirando hacia el hueco de la puerta. Cuando Jennifer volvió, llevaba un atuendo similar al de ella, salvo que la camiseta no le quedaba tan ajustada. Unas perfectas zapatillas azules, planas y claramente pensadas para correr, eran lo que no había visto. Se puso el pantaloncito. Resultó difícil con sus tacones. La tutora se rio.
—Quítate esos zapatos. Los guardaremos.
Jennifer cerró la taquilla y le ayudó a colocarse la ajustada camiseta. Toda la parte superior de su cuerpo quedaba encerrada y oculta. Era de una textura fina, pero a Daphne le pareció como una especie de plástico o caucho. Las formas de sus pechos quedaban bien claras. Sintió calor al momento. Envidió el atuendo de Jennifer.
—Sé que es un poco incómoda, pero los sujetadores no te están permitidos. Estos es lo mejor para tus pechos. Quedarán más agarrados.
Descalza, siguió a Jennifer. Sus pies, ya acostumbrados al ardor, sintieron el suelo frío, notaron cada grieta y cada irregularidad del piso, a pesar de que era una madera bien pulida.
El almacén estaba en la planta inferior. Jennifer pidió permiso para retirar calzado para Daphne. Resultaron ser unas zapatillas también azules, aunque muy diferentes: finísimas tanto en la suela como en su parte superior. El pie quedaba muy bien agarrado. Subió los talones y notó como el calzado seguía el movimiento. Casi se sentía igual que descalza.
—Pensé que te gustarían, después de llevar tanto rato las H4— dijo Jennifer.
Daphne le echó una mirada de agradecimiento, salvo que algo le decía que había gato encerrado. Salieron fuera a correr. Los primeros quince minutos fueron a ritmo suave y por el asfalto. La escuela tenía suficiente terreno. Los pechos de ambas mujeres bamboleaban a cada paso, aunque Daphne notó como Jennifer estaba cómoda. Sus perfectos pechos eran muy firmes y su movimiento resultaba mucho más armónico. Daphne, por su parte, no tenía más remedio que aguantar el fuerte tirón que le daba cada mama. Sí que era cierto que la camiseta ajustada ayudaba en cierta manera. Lo malo era que el sudor se quedaba dentro y se sentía como en un traje de buzo. Los pies estaban frescos y cómodos, al menos si no pensaba demasiado en el trasiego que habían tenido todo el día.
Jennifer decidió cambiar de ruta y salieron del recinto, hacia el bosque. El terreno ahora era irregular, lo que no ayudaba a los senos de Daphne... ni a sus pies. La sensación de ir descalza se agudizó. Los pies sentían cada guijarro, cada canto. No podía permitirse el lujo de retrasarse demasiado. Jennifer parecía seguir una especie de senda, su trazado apenas visible. Llevaban un buen rato subiendo cuando llegaron al final de una colina. Desde allí se veía todo el colegio. Las luces de las habitaciones estaban iluminadas. El ala de profesores también.
—Fuera la camiseta.
Daphne obedeció sin rechistar, el corazón le dio un vuelco. Jennifer no se quitó la suya.
—No es por molestarte, pero debes acostumbrarte. Cuando hagamos carreras en la playa, juguemos al voleibol o al waterpolo, tus pechos saltarán. Te irá bien estar entrenada para ello. Siempre harás la vuelta en topless hasta llegar al recinto.
Daphne se desplomó interiormente. Ya había resuelto abandonar.
—No creo que pueda seguir. Voy a dimitir. Sé que te penalizarán, pero no puedo más.
Jennifer no pareció sorprendida.
—Está bien, lo entiendo. Pero ya que estás aquí ¿Por qué tanta prisa? En unas semanas te habrás adaptado. ¿Sabes que eras la única natural en tres años? En la escuela te apoyarán. Harán todo lo posible para que triunfes, pero reconozco que te obligarán a trabajar más que a nadie.
Daphne se estaba quedando fría. El sudor que empapaba el torso empezaba a secarse. Se acercó a Jennifer sin pensar en ponerse la camiseta de nuevo. Las dos mujeres eran prácticamente de la misma altura: uno ochenta. Se abrazaron. Los pechos desnudos de Daphne se pegaron a los de Jennifer. Los pezones no ocultaron su excitación. Jennifer le acarició la espalda.
—Estás demasiado mojada. No quiero que te enfríes. Sigue por ahora. Luego estaremos juntas, en mi cama. Podrás disfrutar de mi cuerpo. Sé que te gusta.
—No soy lesbiana— dijo Daphne con voz insegura. Ni siquiera sabía porque se había acercado tanto.
—¿Y qué? Todas llevamos el chip y hay muchas más mujeres que hombres. Tenemos derecho a disfrutar también— replicó Jennifer. Daphne sabía que tenía razón y además tenía ganas de que le acariciase los pezones. Y quería llevar las manos a los pechos realzados de Jennifer.
—Está bien. Admito que me atraes. Es solo que me gustaría saber por qué me tratas así... con desdén, pero te concederé unas semanas. Lo intentaré.
Se separó de Jennifer tratando de ocultar su ansiedad por estar con ella.
—Sí, quizás he exagerado la nota. Lo he hecho con buena intención. Necesitas disciplina. Buscaremos la manera de pasar de tutora a amiga... siempre que sepamos en qué situación nos encontramos. Ahora volvamos al ejercicio— le conminó Jennifer mientras daba un sonoro golpe a las nalgas de Daphne, comprimidas dentro del short. Salió corriendo. Daphne la siguió a toda velocidad. No tardaron más de diez minutos en bajar. Habían tardado mucho más en subir.
Nuevamente los pies y los pechos sufrieron de lo lindo. Cuando llegaron a la zona ajardinada del colegio, Jennifer cogió la camiseta de la mano de Daphne. Se la colocó en el torso.
—¿Duelen? — refiriéndose a los pechos apenas ocultos.
—Mucho. ¿No se trataba de eso? — preguntó Daphne, claramente molesta.
—Te castigaré por ese tono. Cuando pregunto como tutora, debes contestar de forma adecuada.
—¿No recibo suficiente castigo ya? — señaló Daphne, completamente harta y con ganas de llorar y de ser abrazada. Confusa a más no poder.
—Sólo pide disculpes... y lo dejaré pasar por esta vez.
—Lo lamento, Jennifer— dijo Daphne.
—Lo lamento, A1— matizó Jennifer.
—Lo lamento, A1. De veras. No es culpa tuya. Te ruego me ayudes a moldear mi carácter y mis prontos. Haz lo que tengas que hacer.
—Ese es el espíritu. Vamos... no quiero enfriarme… Jennifer no dejó de golpear las nalgas antes de empezar a correr.
——*
Siguiendo las precisas instrucciones de A1, H4 se duchó. El temporizador le ofreció su minuto de agua caliente, tres de fría. Luego el secado. Cuando acabó, helada y tiritando, se encaminó a su taquilla. Los pies le volvían a arder en sus tacones. Entró en la cámara de impregnación. Jennifer ya debía estar entre las sábanas. Ella debía perfumarse dos veces.
Fue rápido. Quince segundos la primera vez, esperar otros quince y treinta segundos de una nueva dosis. Nunca había visto nada igual. Notó como la piel absorbía el minúsculo vapor de agua impregnado del cóctel de sustancias aromatizantes, afrodisíacas y excitantes. No olvidaba las palabras de Jennifer: “Puedes ponerte el perfume. Eso siempre será a tu discreción. Actuará en una hora más o menos. Durante ocho horas, previsiblemente. Te convertirá en una mujer en celo. Deseosa de ser tocada y lo que será mejor para tu amante, necesitada de agradar, de sobar, de follar. Si no lo llevas puesto, dormirás sola. Si te lo pones, estás a expensas de tu amante. De que te acepte en su lecho. Mientras que sea tu tutora o desees ser mi amiga, espero que te lo pongas al menos una vez a la semana, preferiblemente dos o tres veces. ¡Ah! Se me olvidaba. Atenúa el efecto de la cafeína. Más bien hace que su ciclo sea más entrecortado. Dormirás más profundamente, te despertarás con ganas de ser tocada y de tocar. Tres o cuatro veces cada noche, al final de cada fase REM.”
Daphne agradeció su sinceridad. Era mejor saber que se esperaba de ella y no tener que descubrirlo. Abrió la taquilla, se quitó los tacones apreciando el frescor y se puso unas zapatillas. Jennifer había dejado delante su pijama que no era más que un salto de cama indecente desde cualquier ángulo. De color violeta oscuro, se ataba al cuello y a la cintura. La parte frontal eran dos exiguos trozos de tela que cubrían los pechos sin llegar a ocultarlos. La finura de la tela no lo permitía. La parte inferior velaba algo más. Indecentemente corto, al menos las filigranas impedían una visión completa de las nalgas o de su pubis. Arriba no tenía esa suerte. Los pechos aparecían descubiertos, aunque supuestamente la seda, -estaba casi segura de que era seda-, los tapaba.
Salió sin mirarse demasiado en el espejo o incumpliría la norma del minuto dentro del vestuario. Las habitaciones de las chicas estaban en la misma planta. Había que atravesar todo el corredor hasta llegar a ellas. El pasillo estaba bien iluminado. Daphne no quería encontrarse con nadie. Se moriría de vergüenza. Por fin vio la puerta de A1. Se colocó enfrente de ella. Con suavidad, acercó los pechos hasta que los pezones tocaron la madera. Elevó los talones y cerró los ojos. Contó hasta cien como se le había indicado y golpeó suavemente. Dos toques. Jennifer abrió.
—Has venido. ¡Qué bien! ¿Te has perfumado?
Daphne asintió tímidamente.
—Sí.
Seguro que había olido el perfume, pero de alguna manera sabía que quería su confirmación.
—¡Fantástico! Estás preciosa. Sé que es un poco extremo para andar por el pasillo. Hoy era el día. Otras veces te dejaré un chal para que te cubras. Pasa y ponte cómoda.
Mucho más cómoda no podía estar. No sentía que llevase nada puesto ni en los pies ni en el cuerpo. Jennifer también llevaba un salto de cama, ligeramente más discreto. A diferencia del suyo, los pechos se adivinaban apareciendo y desapareciendo. Apenas le daba tiempo a disfrutar. Y era un salto de cama mucho más práctico pues no se sujetaba con nudos. Un broche en el cuello y otro en la cintura lo sostenían. También era más largo: unos diez centímetros. En este caso era la diferencia de una exhibición inadvertida a poder mover las piernas cómodamente. Un lujo que Daphne no tenía.
Nunca había visto una mujer tan bella y quería dedicarse a recorrer su cuerpo. Ya estaba excitada. ¿Qué pasaría cuando el perfume hiciese efecto? Miró a Jennifer a los ojos.
—Creo que el perfume no era necesario. Ya estoy ardiendo. Tienes el cuerpo más increíble que he visto nunca. Aquí todas sois tan hermosas que me siento fuera de sitio— reconoció con expresión grave y en el fondo queriendo lanzarse sobre Jennifer.
—Eres demasiado humilde. Es cierto que tenemos cuerpos espectaculares: reflejan el dinero de nuestras familias. El tuyo es, en cambio, herencia genética y voluntad. No sabes cuántos hombres lucharían por conseguirte.
Mientras Jennifer alababa a Daphne, había empezado a acariciarle los muslos. Daphne hizo lo mismo con Jennifer.
—Pues, últimamente no tengo suerte, por lo que se ve. Llevo tres meses con el chip. Y ando desesperada. No creo que el perfume me ayude— le confesó Daphne. Jennifer no se disculpó.
—No te pondrás el perfume por ti, sino por tu amante. Tu deseo no es primordial. Es tu voluntad, tu decisión de querer estar conmigo. Una vez que has decidido que deseas pasar la noche con tu amante, tu opción es ofrecerte en cuerpo y alma. No importa si tu amante está cansado o venga de estar con otra persona. Sólo le estas diciendo: “Quiero amarte. Mejor dicho, quiero follarte o quiero que me folles. Sin condiciones, si te apetece. Si te resulto deseable.”
Daphne llevó su mano a la cueva oculta de Jennifer. Con suavidad, Jennifer le retiró la mano.
—Sólo puedes tocar las partes descubiertas de mi cuerpo. Cuando tú quieras follar, bastará que te quites el salto de cama. Desnudarte es la señal de comenzar, mientras tanto disfrutaremos del preludio. Ven.
Daphne se acercó comprendiendo que deseaba besarla. Cuando los labios se juntaron, sintió un estremecimiento en todo el cuerpo. Quizás ya estaba actuando el perfume o su excitación era mayor de lo que creía. Acarició el cuello de Jennifer y los hombros desnudos. Llegó hasta la espalda disfrutando sensualmente de la piel prístina y sedosa. El contacto seducía, parecía decirle que el placer sería infinito. Notó como los dedos de Jennifer comenzaban a recorrer sus senos, a comprobar la dureza de los pezones. La regla de las zonas cubiertas no se aplicaba a ella.
—Tus pechos serán siempre el preámbulo. Ayudarán a excitar a tu amante y harán tu espera más agradable.
Daphne lo dudaba. Al menos lo segundo. Llevó sus manos al salto de cama y movió la tela que apenas cubría los pechos hacia los lados, para que Jennifer los acariciase directamente y no a través del etéreo tejido. Jennifer solo paró cuando Kim ya tenía las pulsaciones a mil. La cafeína no ayudaba en absoluto. Pensó que debía comer algo. Estaba desfallecida.
—Lamento interrumpir tu examen, pero creo que si no como algo, me desmayaré
Jennifer soltó los pezones, sin parecer molesta.
—Es verdad, tu comida ha sido ligera.
Sacó de la nevera algo de queso cremoso, otro desnatado y untó varios panecillos. Una copa de vino para ella y media para Daphne. Encendió la tele, dejó todo sobre una mesilla y le señaló el sofá que había en la habitación. De manera entrecortada y con algo de embarazo, Daphne le indicó que quizás lo manchase, por la humedad de su vagina.
—Nunca debes avergonzarte de tu humedad. Es como la erección de un hombre. Inevitable y fantástica. Pondremos una toallita.
La extrajo de un cajón y la extendió a su lado. Daphne se levantó del borde la cama y fue hacia allí. Descubriendo con su movimiento su vagina acuosa y ahora humillada. Jennifer le acarició el muslo en toda su extensión antes de ofrecerle la copa medio llena. Los dos míseros panecillos con queso descremado dejaron a Daphne casi con más sensación de vacío que antes. Sus zapatillas desentonaban con los pies desnudos de Jennifer. Se las quitó y las escondió debajo del sofá. A Jennifer le quedaba parte de la comida cuando Daphne había acabado. Casi oía rugir a su estómago.
—Debes comer más lentamente. Acompasarte al ritmo de tu amante. Como te has quedado con hambre, bésame cuando veas que estoy acabando mi bocado.
Daphne no captó lo que Jennifer le pedía. Observó cómo se zampaba otro panecillo con una olorosa capa de queso cremoso. Cuando casi había terminado de deglutirlo, besó a Daphne que llevó su lengua a la de su nueva amante. Mientras su pecho era otra vez desnudado y manoseado, sintió el sabor del queso y del centeno, a pesar de que ya estaba apelmazado y envuelto en saliva. Jennifer lo empujó hacia ella. Daphne lo recogió y se lo comió. La excitación se había apoderado de su cuerpo y seguía creciendo. No era algo que pudiese controlar. Retiró el salto de cama. Si el top ya estaba prácticamente fuera de control, bastó levantar las caderas para sacárselo de encima. Lo lanzó hacia la cama. Jennifer sonrió.
—Ves, es muy fácil. Dime ¿qué partes de cuerpo quiere tu amante de ti?
—Los pechos…
Jennifer puso un dedo sobre los labios.
—Tonta, usa tu cuerpo para indicarlo, no hables.
Daphne llevó su teta derecha a los labios de Jennifer y esperó que se saciase. Luego realizó un movimiento exacto con su teta izquierda. Condujo las manos de Jennifer hacia sus nalgas. Hizo que las apretase fuertemente, que las sobase y las evaluase. Condujo la mano derecha de Jennifer a su vagina y agarrándole un dedo lo introdujo en su vagina. Hizo que la otra mano no dejase de acariciarle los muslos. El ardor no cesaba. Daphne empezaba a creer que nada aliviaría su necesidad.
—Descansa unos instantes. Lo has hecho muy bien. Muestra siempre tu excitación sin recato. Informa a tu amante de tu necesidad de ser tocada, penetrada o pellizcada. Desnúdate por dentro tanto como por fuera. Hoy no me tocarás, todavía no veo en ti suficiente desparpajo ni necesidad. Las oleadas te durarán diez minutos o veinte. En alguna ocasión, una hora.
Sin pausa, Jennifer prosiguió la charla.
—Ponte el salto de cama cuando tu amante te indique que ya está bien por el momento. Recuerda que se trata de ofrecerte y de calmar sus deseos, nunca los tuyos. Vamos a dormir un rato. Cuando vuelvas a sentir necesidad de que te soben los pechos, te pellizquen los pezones y te arranquen el clítoris me despiertas. Sólo te quitarás el salto de cama cuando notes que me he despertado.
Dejándola en pleno culmen de excitación, Jennifer se durmió. Daphne se apresuró con el salto de cama y se juntó a ella. Apretó las piernas, se frotó los pechos. Para calmarse, puso su mano entre sus piernas, intentando aliviar parte de su agitación. Ni siquiera la cafeína fue suficiente.
Se despertó con un charco entre las piernas, los pezones irritados y el culo apretado. No sabía cómo sacar del sueño a Jennifer sin molestarla. Acarició las piernas con ligereza, tratando de no inquietarla. Le molestaban las sábanas, así que las retiró y se dedicó a contemplar las largas piernas de su tutora. Recorrió con sus manos las extremidades sensuales. Nada le calmaba el trasfondo de pasión que sentía, aunque al menos disfrutaba de acariciar la piel de su amante. Jennifer terminó por despertarse. Se besaron y cuando Daphne sintió que ya estaba bastante despierta, se quitó el salto de cama. La práctica hacía milagros y lo realizó en un instante y con una sensualidad implacable. Llevó su pezón derecho a la boca de Jennifer, que hizo como que mamaba y pegaba la lengua y los labios pareciendo examinar como reaccionaba el pezón. Esta vez Daphne no se arriesgó. Dejó el pezón ahí hasta que lo sintió duro como una piedra. Había llevado una mano de Jennifer al otro pezón. Jennifer mantenía la mano quieta, era Daphne la que se acariciaba a las yemas del dedo. La otra mano de Jennifer la llevó hacia el culo y le indicó con un movimiento de caderas que lo apretase. Nada parecía saciar su sed. Supuso que Jennifer se cansaría. Daphne, por su parte, hubiera seguido así toda la noche. Cambió pezón de mano y de boca, la mano de Jennifer al culo, a la otra nalga. Se mantuvo hasta que sintió un pellizco en el pezón derecho. Estaba claro que por ahora ya estaba bien.
Increíblemente se durmió a los pocos minutos. Cuando despertó, -con su ansia de ser tocada intacta-, volvió a acariciar las piernas de Jennifer. Comprobó que no llevaba puesto su salto de cama. Estaba a los pies de su dormida amante. Lo retiró de allí con suavidad y se lo puso. Esperó a que su amante se despertase. Como el culo estaba descubierto lo acarició también, apreciando cada momento, cada caricia que daba.
Cuando Jennifer despertó, -y con Daphne ya desnuda-, llevó el dedo medio a su vagina y lo sacó y lo puso varias veces. Jennifer entendió y no paró de sacarlo y meterlo de golpe. Daphne tenía un agujerito estrecho y pequeño. La uña le molestaba, pero la humedad suavizaba todo el movimiento. Era mejor no pensar demasiado. Volvió a ofrecer su pezón. Esta vez Jennifer lo mordió varias veces antes de comerse la teta, al menos toda la porción que cabía en su boca.
La excitación salvaje duró mucho menos que la vez anterior. Daphne recordó el salto de cama y se durmió acariciando las piernas de Jennifer. El pezón derecho magullado, la vagina violada. Jennifer la despertó al rato.
—Levanta, perezosa. Tienes que correr una hora más antes de ducharte y desayunar. El mismo circuito de ayer. Ve al vestuario y te cambias. No te duches ahora. Hazlo cuando vuelvas. Tendrás tu vestido de hoy preparado al volver. Recorre el camino exactamente igual.
A Daphne le dolía todo o casi todo. Ya no quedaban efectos de las drogas o perfume cabrón. Los pechos fastidiaban doblemente, por la carrera del día anterior y por el trato que Jennifer les había otorgado. Del resto del cuerpo, mejor no hablar.
—Me duele todo, Jennifer— gimió Daphne.
—A1, ahora no soy Jennifer. No te confundas. —Le golpeó el culo con severidad. —No te quedes en el dolor. Ve a correr para estimular el cuerpo, salvo que prefieras pasar esta hora conmigo en la cama, haciéndome disfrutar.
La disyuntiva estaba clara. Daphne juntó sus labios a los de Jennifer e introdujo la lengua. Recibió un fuerte pellizco en ambos pezones. Retiró su boca, molesta consigo misma por haber caído en la trampa. Era A1, no Jennifer.
—Está bien, me voy a correr. Pero no entiendo a qué viene esto... Estoy cumpliendo con tus órdenes. No me merezco este trato.
Jennifer la miró sorprendida.
—¿Por qué no? Me has fastidiado mis planes para esta noche. Tengo que estar cuidando de una cría maleducada y respondona. Y, encima, si no cumples me quitan puntos a mí.
Daphne negó con la cabeza y con el cuello.
—Pero ayer por la noche me dijiste que lo intentara. Me tratas como basura.
Jennifer acercó los dedos a los pezones una vez más. Los acarició con mimo.
—No estás alerta. Llegaste sin saber nada de la escuela y luego te comportas como una estúpida—recalcó sin dejar de jugar con las puntas de los senos ofrecidos de Daphne.
—¡Por favor, ayúdame! Por favor. De verdad que quiero intentarlo. Pero... ¿cómo voy a hacerlo sin ni siquiera puedo dormir y me obligas a tomar algo para que me violen a cada rato? No entiendo lo que estás haciendo.
—Disciplina, H4. Disciplina. Te falta mucha. De dónde vienes, -una escuela liberal, seguro-, no hay una verdadera formación para estar tan alerta y concentrada como aquí. Con los cinco sentidos. Si no puedes aguantar noches como la de ayer, no hace falta ni que lo intentes. Y así no perdemos el tiempo ni tú ni yo. Aceptaré que empiezo con varios negativos y le damos la oportunidad a otra chica que se muere por entrar.
Jennifer no había dejado de acariciar los pezones de Daphne, quien no los había retirado a pesar de lo mucho que la excitaba. Tampoco había dejado de prestar atención.
—Está bien. Voy a correr. Aunque tendrán que ser 45 minutos. Confiaré en ti. Haré todo lo que me digas. Drogas, sexo. No te arrepentirás— dijo Daphne con voz firme y segura. No dejó de mirar a los ojos a Jennifer.
—Comprobémoslo— replicó Jennifer apuntando con los ojos a los pezones ocultos entre los dedos.
Daphne sabía a qué se refería A1/Jennifer (no sabía cómo llamarla ahora). Un buen pellizco. Trató de aparentar indiferencia cuando notó el dolor, pero no retiro los pechos ni movió el cuerpo.
—Uuum... ha estado bien. Falta algo de pasión por tu parte. No me has dado las gracias ni me has sonreído. No sé si me apetece jugar con tus pezones si al final es sólo algo que me divierte a mí.
Jennifer habló con la misma indiferencia que Daphne había tratado de transmitir. Daphne quería llorar del dolor que sentía, demasiado consciente ahora que la droga había desaparecido. Ahora ya sabía que A1 estaba probándola y era demasiado tozuda para dar su brazo a torcer.
—Sí, ha sido algo frío. ¿Por qué no lo intentas de nuevo? — propuso desafiándola. Jennifer sólo acarició los pezones con dulzura. Cuando se cansó los pellizcó, fue tan suave que sólo sirvió para excitar más a Daphne.
—Todo esto te ha estado quitando tiempo para correr. En fin, ya que tienes ganas de quedarte aquí, dedica tu lengua a mi clítoris— sugirió Jennifer. Daphne lo interpretó de inmediato como una orden. Había tenido experiencias con otras chicas, aunque nunca tan sexuales. Solía ser un juego de piel y caricias, no algo tan basto. Y no había mentido al decir que no se consideraba lesbiana: nunca había tocado el clítoris de otra mujer. Se encaminó a la zona caliente de Jennifer cuando recordó algo. Se quitó el inútil camisón. Pensó en dónde dejarlo.
—Pasión, H4, pasión. Tíralo al otro lado de la habitación. Si estuviera oscuro, si fuera de noche, tendrías que tantear por todas partes para volver a ponértelo. No sólo debes deshacerte de él, también debes olvidar dónde está... hasta que se pasen tus ganas de sexo.
A Daphne le hubiera encantado rectificar esas palabras. No era ella la que estaba apasionada, sino Jennifer. No por ello dejaba de apreciar el juego. Cuidando de no parecer ansiosa pero tampoco timorata, exploró con su lengua el clítoris de Jennifer sin tratar de comprobar si ella misma estaba húmeda. Sabía que lo estaba, lo olía y durante esa noche lo había confirmado varias veces. El clítoris era inconfundible: rojo, grande y vibrante. Daphne tenía la certeza de que también había sido modificado. Podría pasarse horas disfrutando del sexo, con múltiples orgasmos. Llevó las manos a los muslos largos y inhumanamente suaves de Jennifer, que ronroneó como una gata. Como señal de aprobación, recibió una caricia en la nuca, acabando en sus nalgas a través de su columna vertebral. Todo el cuerpo de Daphne se agitó, incapaz de resistirse al estímulo. Confundida por las reacciones de su cuerpo, no supo distinguir entre su necesidad sexual, los residuos de droga en los recovecos de su sangre o la habilidad de su amante. Jennifer le otorgó la respuesta.
—Verás, cuando estoy disfrutando puedo emitir un afrodisíaco, pero solo si mi amante está disfrutando. Casualmente es de la misma familia que el que contenía tu perfume. Lo absorbes de forma muy distinta y su intención es que te sientas a gusto, saboreando mi sensualidad. Tus sentidos se abren a mí, tu cuerpo se prepara para ofrecerse y busca en mi cuerpo el paraíso. No quiero que te engañes. Acabarás insatisfecha, profundamente insatisfecha. No obstante, el camino hacia tu frustración será agradable. O eso espero.
Las manos de Jennifer no dejaban de acariciar la nuca y el pelo de Daphne o se acercaban a las orejas, explorando cada curva. Todos los movimientos eran lentos. Cambió su postura. De estar encorvada hacia delante con las piernas debajo suyo, pasó a estirarlas. Seguía boca abajo, sus labios jugueteaban con el centro de placer de Jennifer, que juntó las piernas hasta tocar en cuerpo de Daphne. Ésta aprovecho para acariciar las piernas de su amante en toda su amplitud.
Jennifer volvió a ronronear. Daphne cada vez más excitada notó como la respiración entrecortada y los suspiros de su tutora se volvían cada vez más frecuentes. Sin poder evitarlo, su cuerpo se acomodaba al ritmo y se movía y vibraba acompañando. Hubiera tenido un orgasmo si hubiera podido. No era justo.
Cuando su amante acompasó su respiración, ella hizo lo propio. Quería más, no sólo las caricias en su espalda o su cabeza. O en su culo. Quería la lengua de Jennifer entre sus piernas o las manos en sus pechos. Hasta deseaba que le pellizcase los pezones, que tirase de ellos o lo que fuera. No entendía qué estaba pasando con Jennifer. Casi hubiera creído que había tenido un orgasmo. No lo creía posible, con el chip desprogramado, sin contar que sólo hubiera funcionado con el hombre asignado. Se atrevió a preguntar.
—¿Has quedado satisfecha? ¿Cómo puede ser? — le preguntó Daphne, sintiéndose estúpida.
Miraba la vagina húmeda y palpitante de Jennifer. La respuesta a la primera pregunta era obvia. Jennifer cerró un poco más las piernas mientras las levantaba, encerrando completamente la cara de Daphne entre sus muslos.
—Ha sido perfecto. Empieza de nuevo. Más lento y concienzudo. Te lo voy contando mientras. Me gusta hablar mientras juegan entre mis piernas—solicitó inequívocamente alegre.
Le pellizcó ambas nalgas fuertemente mientras se lo decía, a modo de comienzo. Daphne sintió todo el cuerpo electrificado ante el pellizco. Sus pezones se endurecieron. Le pareció que hasta la planta de sus pies estaban más sensibles. Lo que, por otra parte, no le extrañó después del día anterior.
—¿Demasiado fuerte? — inquirió Jennifer.
Daphne agradeció interés. Era la primera vez que se preocupaba por ella. Cabeceó ligeramente sin dejar de besar el clítoris de su torturadora. Necesitaba centrarse en su amante. No podía pensar en otra cosa. Jennifer prosiguió.
—Hay una técnica, -extremadamente cara-, que permite a una mujer gozar sin el chip activo. Pero necesita de un cóctel hormonal muy concreto y un sistema reproductor modificado. Yo no sé muy bien cómo funciona, pero creo que se trata de enviar las señales por los nervios después de la zona dónde el chip interrumpe la señal. Mi padre no quería pagarme la intervención, sin embargo, le convencí de que así no dependería exclusivamente de un hombre.
Daphne estaba cada vez más excitada. Cualquier contacto de las manos de Jennifer le provocaban espasmos. Una parte de su ser quería parar. Otra necesitaba imperiosamente terminar de darle placer a su amante. No se movería de allí, mientras las piernas estuvieran abiertas y las manos la tocasen levemente, no lo haría. A pesar de las consecuencias.
—Demasiado ¿verdad? Dejaré de acariciarte— avisó.
Le cogió las manos. Daphne se sintió enamorada, plenamente enamorada. Continuó su callada labor. No tardó un minuto en sentir como el clítoris de Jennifer vibraba de otra manera y exudaba una especie de líquido blanquecino. Casi sintió que era esperma. Debía de ser otra modificación.
—Saboréalo en la lengua.
Las manos volvieron a los hombros, al cuello y la nuca. Daphne vibró entera, su cuerpo sacudido. El líquido que seguro que era esperma, le resultó ambrosía. Sus labios querían besar. Se incorporó y buscó ansiosamente los labios de Jennifer.
—Uuum... Que rico. Quieres compartir el esperma. Me encanta. Sólo lo emito si estoy con una mujer. Espera, ya es hora de que juguemos con los pezones. Vamos a pellizcarlos un poco—. Daphne creyó que se refería sólo a los de ella, así que sintió un placer indescriptible cuando Jennifer le llevó las manos a su propio pecho y le indicó que podía pellizcarlos. Obedeció, pero con recato. Admiró la dureza y la forma antes de comenzar a rodearlos con los dedos y girarlos con algo de fuerza. Mientras, los suyos habían sido comprimidos con fervor y volteados a uno y otro lado. Le dolió mucho, la excitó y también ayudó a saciarla un poco.
—El dolor ayudará a calmar tu pasión. No hay otro remedio. Puedes pellizcarme más fuerte, no me dolerá. Bueno, casi nunca.
Jennifer parecía muy satisfecha. Daphne no hizo caso. Sabía que eso iban a suponer más pellizcos para ella. Ya tenía bastante. Su lengua no terminaba de limpiarse y sus labios parecían seguir emitiendo miel. Besó una vez más a Jennifer incapaz de terminar la sesión de amor. Las lenguas enroscadas, intercambiando saliva. Los pechos pegados. Los pezones perforaban los senos de la otra o chocaban. Daphne lo percibía como si un bebé estuviera mamando de sus ubres. Al menos esa era la sensación que tenía. Los instintos le indicaban que era eso. Era imposible y con todo, ¿cómo negar la sensación? Bastante tenía con la lengua necesitada de la saliva de su amante o de su vagina abandona a su suerte. A pesar de todo, se sentía agradecida a Jennifer, que no realizaba más que movimientos suaves, el afecto guiando su voluntad. Si hubiera sido como la noche anterior ahora estaría toda dolorida. Cuando su lengua se volvió tan sensible que no pudo aguantar más la sensación de dulzor y la enervante punta de la lengua de Jennifer retiró el beso.
—Ya estamos preparadas. Igual te duele un poco, sólo espero que te guste.
Jennifer llevó su boca al pezón izquierdo de Daphne y empezó a sorber. El líquido surgió del pezón enhiesto de Daphne. No pensaba que pudiera ser leche. No era posible. Jennifer mamó tres o cuatro veces antes de parar. A Daphne no le dolió demasiado, aunque sintió que había acabado demasiado pronto. Tenía la sensación de que los pechos se le estaban hinchando. El cuerpo había debido estar enviando las hormonas para que fabricase la leche durante la noche.
—Paciencia, H4, paciencia. Estimulemos primero el otro.
Daphne se giró para ofrecer el pecho derecho y espero la succión. Su cuerpo notó la excitación de nuevo. Las oleadas sacudieron su piel. El clítoris se hinchó, la vagina se inundó. Los pezones se endurecieron con dolor. No le importó. Jennifer volvió al pezón izquierdo del que ahora salió un poco más de líquido. Como si fuera una experta, Jennifer mamó con ritmo y soltura. Cuando Jennifer terminó con las dos mamas, Daphne estaba agotada y sudorosa.
—¿Quieres comprobar a que sabe? — preguntó Jennifer. Daphne apenas la entendió, pues Jennifer tenía la boca llena de líquido y las emociones no le permitían apreciar nada más. Habían sido demasiados estímulos.
Asintió y besó a Jennifer con nuevas ansias. Realmente solo quería parar y esconderse debajo de las sábanas mientras la lengua tenía el poder absoluto sobre ella. El líquido sabía a gloria. Soltó unas lágrimas porque Jennifer había sido tan considerada como para dejar que lo probase.
Otra vez tuvo que soltarse cuando sintió que su lengua no podía más. Había absorbido gran parte del líquido y su garganta pareció transformarse en semen. Sintió una enorme sed y sin poder evitarlo volvió a colocarse entre las piernas de Jennifer.
—¡Qué bien! Pero rápido, o llegaremos tarde.
No es que necesitase que le apremiasen. Su lengua quería a toda costa succionar el clítoris de Jennifer, que la conminó a limpiarle la vagina. Daphne obedeció en el acto. La cavidad estaba húmeda pero no era nada comparado con la suya propia y no tardó en dejarla seca. Sintió alivio en su garganta y se mantuvo todo lo que pudo, asegurándose de que quedaba impecable. Ni siquiera sabía por qué lo hacía. Los instintos gobernaban todos sus actos. Un leve tirón en sus lóbulos señaló que era el momento de levantarse.
Se abrazaron y se dieron las gracias mutuamente. Jennifer se mostraba fresca y lozana. La piel reluciente y tersa. Daphne en cambio se sentía pegajosa de sudor, enormemente frustrada, necesitada de un repaso completo, de que le tocasen los pezones y su vagina ansiaba un falo grueso y alargado. Que le apretasen el culo. No dijo nada. Era evidente.
Mientras Jennifer se ajustaba su salto de cama que ni siquiera se había quitado del todo, Daphne fue a buscar el suyo. Las dos se calzaron y salieron de la habitación. Los pechos de Daphne expuestos, la tela no hacía nada por taparlos. Las dos estaban muy atractivas. No había demasiada distancia al vestuario y tampoco se encontraron a nadie.