Historia del chip 007 - En el comedor - Daphne 003
Daphne aprende algunas reglas de etiqueta
7) HdC – En el comedor – Daphne 003
En cuanto sonó la alarma de final de clase, todas las chicas salieron como si el diablo las persiguiese. Salvo la profesora, Jennifer y Daphne que, -sin saber que hacer-, se puso en pie, arrepintiéndose en cuanto sintió el calor en la planta de los pies.
—Espero que le haya gustado la clase, señorita Hamilton— medio preguntó la profesora, Miss Marple. Con el corazón todavía agitado, Daphne solo acertó a dar un cabeceo que suponía tanto un sí como un quizás. Jennifer vino al rescate.
—Por favor, Miss Marple. Sabe perfectamente lo difícil que es entrar en esta escuela. Démosle un respiro.
—Muy bien, A1. Ya que está tan genuinamente interesada en el bienestar de su compañera de clase, la nombro tutora. Así que será responsable ella. Cada falta o punto que pierda también lo perderá usted.
La cara de Jennifer era un poema. Suspiró. Fue a protestar pero fijándose en su expresión decidió que no era buena idea. Se dirigió a Daphne.
—Ven, H4. Te explicaré las reglas.
Daphne trató de seguirla, a duras penas entre el cansancio que sentía y la incertidumbre de esos días, sin contar con los malditos zapatos y el poco práctico vestido que conspiraba contra ella. Seguía prefiriendo moverse, solo que el dolor era insoportable.
—¿Te cuesta caminar con los zapatos? Siendo tu tutora te puedo obligar a quedarte quieta, de pie y esperándome todo el día. No hagas que me impaciente.
Daphne trató de acelerar el paso, contrariada y a la vez sin ningunas ganas de buscarse enemigos. Pero notó como Jennifer frenaba en las escaleras. Aquí vigiló que bajase lentamente y con cuidado. La falda se subía sola a cada peldaño, los pechos subían y bajaban sin ton ni son. Al llegar a la entrada del vestuario, estaba otra vez sudada e irritada. Jennifer entró primero y se quitó el vestido de algodón. Daphne se quedó admirando el cuerpo desnudo y esbelto de su tutora. Era perfección. Natural o artificial le daba igual.
—¿Qué haces que no te quitas el vestido? Aquí debes estar desnuda.
La cara de Daphne no pudo ocultar su desazón. Jennifer suspiró.
—Escucha. No es para tanto. Es una escuela de modelos. Nuestro cuerpo es lo que importa. Mira, yo quiero ir a comer y no pasarme la vida en el vestuario corrigiéndote.
Sin esperar a su reacción le quitó el vestido, quedándose algo sorprendida ante la dificultad.
—¡Guau! Sí que está ajustado. Me encanta. Ve a ducharte. Antes libera el código de tu taquilla. Será mejor que yo decida sobre tus atuendos.
Daphne hizo caso, sin dejar de pensar en sus pechos. Jennifer había tirado del vestido sin contemplaciones, de manera dolorosa, aunque Daphne sintió alivio al notar frescor al librarse de la prenda.
—Date prisa, Programaré la ducha: un minuto completo en agua bien caliente, tres en agua bien fría, cinco secándote al natural. Luego me buscas junto a mi taquilla— ordenó Jennifer.
Parecía que llevara toda la vida haciendo esto, aunque Daphne luego supo que era su tercer día en la escuela. Salió lo más deprisa que pudo. Le dio tiempo de observar como Jennifer había empezado a cerrar la taquilla y dejaba fuera de su alcance su ropa. También el ardor de los pies ayudaba a moverse con celeridad. Ya no tenía que preocuparse de que la falda se subiese... no había ni una pizca de tejido en su cuerpo salvo en las suelas de sus pies. No quería llamar la atención de sus compañeras, el bamboleo automático de sus pechos era como si llevase una sirena de bomberos a máximo volumen. Algunas chicas ya se habían cambiado a unos cómodos shorts o faldas cortas que Daphne consideraba largas. Otras seguían desnudas. Había tres duchándose y la piel mojada, seductoramente brillante, la excitó. Preguntó a una de ellas sobre el temporizador. Muy amablemente se lo explicó. Cuando terminó le dio las gracias.
—No hay de qué. Me llamo Susan. Susan F3.
Daphne se quedó mirándola, intrigada porque hubiera añadido F3 . Susan se lo explicó.
—Sí que estás perdida. Podemos decir nuestro nombre, pero aquí soy F3, como tú eres H4. ¿Cómo te llamas?
—Daphne... Daphne H4. Tengo prisa. Si no cumplo el horario mi tutora se va a cabrear— contestó Daphne con voz quebrada.
—¿Tienes tutora? ¿Qué has hecho? Bueno, sea lo que sea ya no tiene remedio. Te ayudaré a llegar a tiempo.
Sin darle tiempo a protestar, cogió una esponja y comenzó a frotarla por todo el cuerpo. El minuto le pareció eterno a Daphne. No estaba acostumbrada al agua tan caliente y ahora no tenía posibilidad de regularla. Y Susan frotaba con fuerza. No olvidó ni un centímetro de su cuerpo. Incluyendo la planta de los pies.
—Quizás no lo sabes, pero debes frotarte también esta zona, pero no debes estar un minuto sin los zapatos— le explicó Susan mientras elevaba el pie izquierdo de Daphne, que a estas alturas tenía los ojos vidriosos.
Justo al calzarse el tacón derecho, el agua pasó de caliente a helada. Daphne tocó infructuosamente lo mandos del grifo. Susan, apiadándose de ella, le dijo: “No reaccionarán a tu control. Aunque si al mío. Quizás las H4 no tengáis derecho. Disfruta... El agua fría te sentará bien. Aprovecha para refrescar lo pies. No pases del minuto completo descalza. Los zapatos monitorizan tu actividad.”
Daphne reaccionó de inmediato. Mientras que su cuerpo se helaba de la cabeza a los pies, sus plantas estaban ardiendo, debido a que presionaban sin llegar a dejar a pasar el aire. Se mantuvo con un pie elevado hacia atrás y el otro apoyado. El culo pegado a la pared o la cadera. Así el peso en el pie de apoyo era inferior. Los tres minutos parecieron eternos o acaso el minuto de agua caliente resultó demasiado corto. Cuando acabó la tortura, Susan le señaló el tubo de aire seco.
—Vigila. Supongo que te lo habrán puesto en aleatorio. Te secará, sólo que puede ser como el aire del desierto o el de Siberia. No olvides secarte bien los pies.
Daphne no supo si estaba bromeando. Pronto lo descubrió. El aire seco le quitó la humedad en un instante. Cuidó de levantar un pie y dejar suficiente separación con el zapato. Se lo quitó un momento para que los dedos también se secasen. No esperó para hacer lo propio con el otro. Entonces el aire cambió a modo frío. Helada de nuevo, los pies volvieron a quejarse por quedarse quieta. En cuanto la máquina paró, salió escopeteada de nuevo. No encontró a Jennifer. Había menos chicas que antes. Ya debían estar en el comedor. Decidió volver por el otro pasillo. El vestuario era como una elipse con un corredor a cada lado. Daphne había vuelto por dónde había ido. Se encontró a Jennifer justo al final del pasillo de la derecha, casi pegada a las duchas. Había tenido mala suerte. Hubiera bastado con ir por el otro lado. Había estado junto a ella. Entonces comprobó una cosa. El espejo por este lado era cristal y se veían las duchas. La había estado observando. O quizás no. Pero ella desde el interior no podía saberlo.
—¡Ah! H4. Ya estás aquí. Puedes volver a tu taquilla. El código es H4JA1. Fácil de recordar. Cuando lo uses me mandará aviso a mi tableta. Apunta siempre en la consola de la taquilla lo que sacas o lo que te pones. Puedes abrirla y sacar tu vestido de antes. Te ayudaré a ponértelo. Como solo puedes estar vestida un minuto dentro del vestuario, espérame desnuda, mirando hacia la puerta y con los ojos cerrados. Así tendrás un momento de relajación. ¿Te molesta mucho el calzado?
El tono de Jennifer era demasiado casual para que Daphne creyese por un momento que sentía compasión por ella. Supo de alguna forma que decir la verdad hubiera sido inapropiado o peor aún resultaría estúpido. Cabeceó para decir que sí.
—Lo siento. No tengo todavía el código de control de los zapatos y voy a confiar en ti. Alternas con los pies bien apoyados los dos y luego elevados para ayudar a airearlos. Cuenta hasta 30 y los elevas durante 15. Voy a ducharme.
Daphne no sabía nada de códigos de control, salvo que no auguraba nada bueno. Volvió a salir a toda velocidad, nuevamente tratado de airearse abajo. Abrió la puerta de la taquilla y sacó el vestido. Lo dejó preparado a su lado, en el alargado banquillo. No podía usarlo, pero su vestido sí. En la tableta de la puerta tecleó: ‘Retirado vestido negro ajustado’. A toda prisa cerró la taquilla. Se colocó de cara al hueco de la puerta y comenzó el cuenteo mientras esperaba a Jennifer.
Todavía le dolían los pechos por las bruscas maneras de Jennifer, que cuando llegó le introdujo el vestido sin miramiento algo por arriba en cuanto levantó los brazos. Le indicó que debía llevarlo más bajo, que estaba diseñado para mostrar un buen escote. De esa manera, los muslos quedaban algo más protegidos. Tal y como lo había llevado en clase descubría demasiado, le dijo. Sonó como una crítica a su exhibicionismo inferior, como si no se tratase de tal cosa si fueran los pechos los protagonistas.
Se miró en el espejo durante un instante antes de seguirla. Toda la parte superior de los senos estaba al descubierto. Esos centímetros recuperados en las piernas de poco servirían, la falda iba a seguir subiendo sola. Y encima era como llevar un ajustado sujetador de media copa. Los pechos parecían elevarse y quedaban más juntos al estar tan comprimidos. Las aureolas se vislumbraban levemente y Daphne sabía que con la agitación quedarían expuestos.
Pronto pudo comprobar en la escalera que sus temores eran certeros. Tuvo que arrimar la falda un poco más o no podría elevar bien las piernas. Jennifer tuvo la gentileza de ayudarla a subir, gracias a sus cómodos A1 y quizás para evitar males mayores. Como tutora no quedaría bien que la pupila estuviese un mes en el hospital con el cuerpo destrozado debido a una caída escaleras abajo. Al llegar a la planta 4, -donde estaba el comedor-, Daphne ya estaba sudando y un pezón sobresalía desnudo. Jennifer lo observó cuidadosamente, diseccionándolo con la mirada.
—Veo que te excitas con facilidad. Tus pechos se mueven demasiado. No son lo suficientemente firmes. Puedes taparlo: siempre que lo dejes al descubierto al menos un minuto, así los mozos disfrutarán. ¡Que menos, ya que tanto te gusta exhibirte! Pero los pies presionando durante el minuto completo, estés de pie o sentada. ¡Bah, no vas a saber cuándo pasa el minuto! Cuenta hasta cien, será mejor.
Daphne presionó los pies todo lo que pudo y empezó a contar. Vio como Jennifer se dirigía al comedor, sin siquiera esperarla. Contó todo lo rápido que pudo y se movió con alivio, cubriéndose el pezón juguetón. Presionó su teta izquierda tratando de comprimirla y embutirla en el vestido. El gesto era tan malditamente vulgar que masculló una grosería. Si tenía que hacerlo delante de un hombre... Al final estaba más preocupada por los pies ardientes que por el pezón travieso, ya que al menos respiraba libre. Sentía el otro pezón aprisionado y molesto por no haber podido librarse durante unos segundos.
No quiso saber quién la miraba cuando entró. Fue directamente a por una bandeja. Había una pequeña cola y mientras esperaba prosiguió: treinta en contacto fuerte, quince arriba. No sabía si era necesario, pero le había ido bien el vestuario. Lo malo era la excitación que sentía al saber que cualquiera que estuviese detrás vería como alargaba las piernas y alzaba el culo todavía más. Si no se daba cuenta al primer vistazo, sería a la siguiente ocasión. Y la maldita cola no terminaba de avanzar. Cuando, por fin, llegó a la barra, la camarera saludó con efusividad.
— ¡Ah! H4. Ya tenía ganas de conocerte. Aquí tienes tu menú, ya me han informado de tus restricciones.
Daphne se quedó paralizada ¿Cómo que su menú? ¿No podía escoger su comida? Su estupefacción debió de traslucirse como un libro abierto. La camarera se lo explicó.
—Siendo una natural tu dieta es mucho más estricta, según las normas del colegio. Y, además, tu tutora ha elegido por ti.
Daphne asintió, más humillada que nunca. Comprendió qué había hecho Jennifer mientras ella se duchaba. Hizo tripas corazón y buscó una mesa libre. Las manos ocupadas en la bandeja servían para acentuar los pechos. Miraba hacia abajo, tratando de que la bandeja no oscilase, viendo sus senos ofrecidos entre el vestido apretado y la comida. Le costó mantener la concentración en sus pasos. Las mesas eran redondas, para unos cuatro comensales. En la más cercana estaba Susan que señaló al asiento libre. Agradecida, Daphne soltó la bandeja en la zona despejada con algo de brusquedad. Al agacharse para sentarse, se preocupó más por la falda que por el escote. Sabía qué si no la subía un poco, a duras penas podría posarse sobre la silla. Mientras tanto, los pechos quedaron lindamente colgados hacia el resto de los comensales. Daphne sintió como los pezones trataban de desbordar el grueso tejido. Mantuvo la respiración, pero el daño estaba hecho. Un pezón, el más juguetón, sobresalía levemente. Duro e hinchado era imposible no fijarse en él. Apretó los pies hacia los zapatos y empezó a contar mentalmente. Mientras tanto, Susan le presentó a sus amigos.
—Esta es H4. Daphne H4. Y, éstos son G2. Elizabeth G2 y Kaito.
Impidiéndose pensar en su pezón expuesto o en el ardor en sus pies, siguió contando o intentándolo mientras les sonreía.
—Encantada de conoceros. Perdonad mi brusquedad. Todavía estoy aclimatándome.
Fue Kaito el que habló primero.
—Encantado, H4. Dudo que nadie se fija en esas nimiedades, hay mejores cosas que apreciar —mirando sin disimulo el tronco de Daphne y los apéndices traicioneros. Fue interrumpido por el codo poco amigable de Elizabeth.
—No le hagas ni caso, H4. Los hombres esta escuela son todos unos descorteses e impresentables. Kaito es simplemente un animal. Y tu vestido no ayuda, precisamente, a amansarlo.
Daphne miró hacia abajo, aparentando que no se había dado cuenta del desliz de su vestido.
—¡Oh! ¡Menudo espectáculo estoy dando!
Con toda la fuerza que pudo se subió el vestido, lo que básicamente obligaba a presionar los pechos hacia dentro y llevar el vestido hacia fuera y hacia arriba. Una tarea imposible. Subió los talones casi a la misma velocidad agradeciendo el aire en la planta de los pies.
—Perdonad, estoy muerta de hambre.
Los demás sonrieron y continuaron comiendo. Lo que quedaba en sus bandejas era más de lo que contenía la de Daphne y eso que se veía que iban por la mitad más o menos. Hincó el diente a la zanahoria cruda antes de continuar con la ensalada. Toda su comida era ligera y fría. Acabó antes que los demás, salvo una pequeña ración de helado de chocolate, uno de los sabores que menos le gustaba. Sin contar que era una ración claramente inferior a la común. Al menos hubiera apreciado algo más de postre. Veía una ración completa e impoluta en la bandeja de Elizabeth. Sintió una tremenda envidia ante estas chicas. Sus cuerpos modificados podían comer mucho más sin engordar, también adelgazaban con más facilidad si así querían. Daphne, en cambio, iba a tener que pasar bastante hambre. Y la señal estaba clara: mientras los vestidos le quedasen tan ajustados...
La mesa no era lo bastante grande para sus tetas. O eso pensaba Daphne. Quisiera o no, eran el centro de atención. Los otros tres estaban vestidos informalmente y tapados. Salvo G3, que llevaba un short que permitía lucir unas piernas de vértigo. Las veía porque una vez que retiraron las bandejas, el cristal de la mesa no ocultaba nada. Tampoco sus propios muslos descubiertos ni el camino a ese lugar hipnótico de las mujeres. Mantenía los talones elevados casi todo el tiempo. El gesto hubiera resultado agradable casi siempre. Como ahora resultaba necesario para airear un poco sus pies, le volvía extrañamente consciente de la tensión en las extremidades incluso estando sentada. Quería cerrar un poco más las piernas, pero ya era tarde. Se hubiera notado su incomodidad. Y le venía bien un poco de frescor entre las piernas. El vestido era un verdadero agobio.
Llegaron los cafés. La camarera parecía saber lo que quería cada uno, pero no dejaba de traer un poco más de azúcar, agua y leche en el carrito. Daphne iba a pedir su cortado con doble de azúcar cuando le sirvió un expreso, apenas media taza minúscula y con un contenido más negro que la noche más fría y oscura.
—Su expreso con doble café y mitad de agua, como ha indicado su tutora. Es recomendable beberlo lentamente.
Daphne aparentó que todo era normal, pero por dentro la rabia creció. Se contuvo y le sonrió a la chica.
—Gracias.
Se sintió la mujer más hipócrita del mundo. Podía abandonar. Era lo mejor. No había hecho nada para merecer eso. Entonces recordó que también Jennifer perdería sus puntos. Al menos, debía hablar con ella. La vida no podía ser tan cruel.
—G3, ¿puedes contarme un poco más sobre la escuela? Voy realmente perdida, como ya has visto antes.
G3 asintió. Le cogió la mano a Kaito.
—Será mejor que lo hagas tú. Llevas más tiempo.
Fue entonces cuando sonaron dos tabletas. Fue Kaito el primero en ver el mensaje que había recibido.
—Pues vamos a tener tiempo de sobra. Han anulado la clase conjunta de etiqueta y cortesía. Pidamos otro café y te cuento un poco, H4. Espero que éstas bellas damiselas me ayuden.
Kaito no había dejado de mirar a Daphne. Resultaba evidente que la vista se posaba en los pechos semidesnudos más tiempo que en los hombros o los ojos. Curiosamente, eso tranquilizaba a Daphne. Le parecía lo más normal del mundo. Así que miraba la cara de Elizabeth o de Susan, le resultaban tan perturbadoramente bellas que no tenía palabras. No sabía que le gustaba más: admirar su belleza o sentir sus pechos observados. Al menos, algo era seguro: no le gustaba el café amargo.