Historia del Chip 003 - Kim 002
Kim se introduce cada vez más en una vorágine de sensaciones.
3) HdC — Engañando a Mary – Kim 002
Roger la acompañó hasta la puerta. Kim se sentía extraña con la chaqueta como única vestimenta, los pies descalzos sintiendo el suelo de azulejo liso por primera vez en su vida. Esperando a que su amante le diese el bolso para coger la llave, vio el gesto que le hizo.
Tratando de ocultar su excitación, se giró levemente para ayudarle a quitarle la chaqueta, colaborando sin titubeos. Otra vez desnuda; ahora enfrente de la puerta de su casa. Había resultado mucha más fácil desvestirse esta vez. Probablemente por las sensaciones que la devoraban. Roger esperó pacientemente a que sacase la llave del bolso y la introdujese en la cerradura. Se oyó un pequeño clic, no lo suficiente apagado en la mente agitada de Kim. Por si no fuera suficiente, Roger se despidió con un beso pasional.
— Sube desnuda— solicitó con tranquilidad. —Guardaré las cosas en la moto.
Solo dejó que se llevara el bolso. A su pesar, Kim lo podía entender. ¿Qué podía haber mejor para un hombre que ese riesgo que ella asumía? Una mujer desnuda, la luz del pasillo encendida, la puerta entreabierta. Si la descubrían en ese estado… ¿qué iba a decir? Cualquiera pensaría que era una ninfómana incapaz de moderarse, con la imperiosa necesidad de ser magreada por su novio.
Lo peor era que Kim se excitó sobremanera con el beso, hasta el punto que lo interrumpió con pesar, repleta de jadeos y vacía de aire. Como remate, Roger apretó la nalga derecha, con tanta fuerza que Kim casi soltó un exabrupto de la sorpresa. Que todavía tuviera las ganas de tocarla exaltó su ego femenino. No estaba segura de que el gesto significase una pasión no completada o el eterno masculino de posesividad extrema. No le importó en absoluto.
Cerró la puerta con cuidado para no hacer el más mínimo ruido y subió las escaleras a la habitación tratando de no despertar a nadie. El cuarto escalón crujía un poco y llevó la cuenta para sortearlo mientras mantenía los talones levantados. La amplia zancada que tuvo que aplicar tratando de evitar pisar la tabla traicionera, la hicieron consciente de su ausencia de ropa y de lo que significaba.
La luz asomaba por debajo de la puerta de la habitación de su hermana. Ahora dependía de la suerte: si estaba leyendo, la oiría con seguridad. Si, por el contrario, estaba viendo la tele, los auriculares le impedirían saber que había llegado. No recordaba dónde tenía el pijama, pues a veces lo dejaba en el baño, pero sí dónde estaba el albornoz. Así que entró con celeridad y deslizó el pestillo. Se miró en el espejo con ganas de comprobar su estado. Los pezones aparecían enormes. La raja vertical exquisitamente abierta y dispuesta a ser usada. Casi no podía reconocer su imagen. Se preparó un baño para calmarse. Cuando se introdujo en el agua bien caliente dio un suspiro de alivio, el frío que había pasado desvaneciéndose mágicamente, el agua ocultando las pruebas del delito.
Llevaba diez minutos de éxtasis controlado, cuando escuchó a Mary tratando de entrar. No solían cerrar el baño, ya que sólo era usado por ellas. Seguramente había apagado el televisor y se disponía a hacer un pis antes de dormir. Con rapidez, Kim se incorporó lo justo para abrirla y volvió a meterse en la bañera tratando de ocultarse en el agua jabonosa.
—Perdona, Kim, no sabía que había llegado— le dijo Mary, extrañada de hermana se estuviera tomando un baño a esa hora.
—Necesitaba relajarme un rato antes de dormir— explicó con una sonrisa forzada. Mary vio el bolso junto al lavabo.
—¿Y tu ropa?
—En la habitación— respondió Kim. Mary no dijo nada, perpleja de ver el bolso y no la ropa. Algo no encajaba, no acertaba a adivinar que podía ser.
—¿Ha ido bien con Roger? — volvió a preguntar. sin mostrar ninguna intención de irse.
Kim suspiró. Su hermana era en ocasiones peor que sus padres.
—Sí, ha sido fantástico. Ya te contaré mañana.
—Por favor, dime algo ahora. Ya es bastante duro quedarse en casa.
Mary no había encajado bien la implementación del chip. La idea de atarse a un hombre le molestaba sobremanera, mientras su cuerpo seguía requiriendo atención. Ansiosa por encontrar solaz, acababa magreándose en un callejón o en el colegio, sin posibilidad de culminar sus masturbaciones, y compitiendo con el resto de mujeres, no siendo fácil alcanzar el status de novia. Pronto aprendería que buscaban los hombres y ofrecerlo sin más.
—Estuvimos en el paseo de los tilos, besándonos y ...
Interrumpió, como de costumbre.
—¿Sólo besándoos? — dijo con sorna.
Kim replicó.
—Y follando como locos— esperando que su hermana no lo tomase literalmente.
—Pues a juzgar por la planta de tus pies, diría que os dedicasteis a caminar— señaló irónica.
Kim, con la sorpresa, ocultó los pies bajo el agua. Con el movimiento, sus pezones asomaron. Seguían erguidos y Mary no dejó de notarlo. Las mejillas de Kim se enrojecieron. Tenía unas piernas esbeltas y alargadas, aunque siempre había deseado que lo fuesen todavía más. Por primera vez las hubiese acortado treinta centímetros. La bañera no le permitía dejar todo el cuerpo dentro. Aunque fuera tarde, -después de su reacción-, aparentó que no importaba. Volvió a sacar los pies y llevó los pechos por debajo del agua, la película de jabón lo único que se interponía a los ojos de su hermana.
Mary cogió una esponja y despreocupándose de que su pijama pudiera mojarse, se sentó al borde la bañera. Sin dejar de mirar a los ojos a Kim frotó con fuerza las plantas de los pies llenas de suciedad. Kim no había tenido suficiente tiempo para serenarse. Empezaba a creer que necesitaría dormir tres días para volver a ser ella misma. Bastó el contacto de las manos de Mary para acrecentar su excitación y sólo esperaba que no se diera cuenta. La molesta fricción, fuerte y rápida, no resultaba suficiente para atenuar los estímulos que indiscriminadamente azuzaban su cuerpo. ¿Por qué no podía calmarse?¿Es que cualquier caricia, cualquier toqueteo iba a dejarla babeando y abierta de piernas? Sólo la estrechez de la bañera se lo impedía en aquel momento. Si Mary hubiera llevado las manos más hacia arriba, se hubiera rendido sin ofrecer resistencia. Por suerte, -o por desgracia-, su hermana pequeña se cansó de frotar y restregar.
—Buenas noches, hermanita. A cambio de mi inestimable ayuda, espero que mañana me cuentes algo más de tu misteriosa salida de hoy. Es lo menos que puedes hacer.
Kim prefirió no decir nada. Bastante tenía con aparentar indiferencia debajo de su agitación interior. Desde ahora cerraría con llave. Siempre. Y no abriría. Se lo prometió. En cuanto su hermana abandonó la estancia, llevó su mano derecha a acariciarse el clítoris. Lo frotó casi como sus pies habían sido frotados un rato antes. Aún a sabiendas de que no habría clímax, llevó su cuerpo lo más cerca de él, tratando de cansar su cuerpo tanto como su mente. De engañar a ambos.