Historia de...5 (mis amantes son unas zorras)

Historia novelada de un hecho histórico. En este capítulo, Felice consigue convertir a Brigitte en su amante y junto con Ilse, protagonizaran un maravilloso trío.

Historia de un verdadero amor.

Historia novelada de un hecho histórico, el amor entre una judía y una mujer aria en la Alemania nazi. En este capítulo, Felice consigue convertir a Brigitte en su amante y junto con Ilse, protagonizaran un maravilloso trío.

Berlín, 27 de febrero de 1942.

Querido diario:

Convertir mi asqueroso trabajo en una tapadera de la internacional sionista ha sido una liberación, me permite ayudar a mi pueblo sin que mi libertad se vea limitada.

Estamos usando los camiones que reparten la revista, para trasladar a judíos perseguidos hasta la frontera suiza. Sé que estoy corriendo un riesgo, pero aún así es gratificante saber que pongo mi cucharita de arena al ocaso del Nazismo.

Hoy mismo hemos conseguido que una familia de colonia escape de una muerte segura.

Las noticias que llegan del frente hablan de un estancamiento de la guerra. Las tropas alemanas han sido rechazadas de Moscú y se enfrentan a un frio glacial.

Espero que mi adorado sr. Hass sienta el gélido aliento bolchevique cada vez que piense en lo que me hizo sufrir.

Ilse me sigue queriendo y yo, a ella no.

Berlín, 5 de marzo de 1942.

Querido diario:

Los ingleses han bombardeado Essen. Las noticias que me han llegado de esa ciudad es que casi se han provocado daño. Porqué no bombardearan el palacio de Hitler en vez de ciudades indefensas.

Berlín, 15 de marzo de 1942.

Querido diario:

Disculpa que cada día me ocupo menos de ti pero mi trabajo, la resistencia e Ilse me ocupan tanto, que tengo poco tiempo para escribir.

Hoy, al salir de la oficina, he tenido que ir con un compañero de oficina a una merienda. Herman es un encanto del departamento de logística que me ha pedido como favor que le acompañe a una reunión de su universidad. Sé que me ha repetido insistentemente que no era una cita, pero no me dejo engañar, le gusto.

La reunión ha sido muy amena, se ha celebrado en el jardín de una mansión y aunque parezca increíble no se ha hablado de la guerra ni de Hitler. Se han pasado tres horas contando historietas de juventud. Lo único malo fue que al dejarme en casa, ha intentado besarme.

Incomoda, subí las escaleras corriendo para encontrarme que el verdadero drama se estaba desarrollando entre las cuatro paredes de mi apartamento. Al abrir la puerta, escuché que Ilse no estaba sola. Extrañada, entré al salón para descubrir que sentada en un sofá, Brigitte lloraba desconsoladamente.

-¿Qué ha pasado aquí?- , pregunté.

No hizo falta que me contestaran, al mirarme descubrí que alguien había pegado una paliza a nuestra amiga. Tenía, además de ambos ojos morados, la cara completamente hinchada. Se habían recreado golpeándola. Eso solo podía ser obra de un novio celoso.

-¿ Gerard?, ¡verdad! -, sentencié sentándome a su lado, consolándola.

- Si-, me contestó Ilse ,- ese malnacido se ha dejado caer por su casa y le ha pedido que vuelva con él. Al negarse, se ha vuelto loco y mira en qué estado le ha dejado-.

- Te equivocas, no se ha vuelto loco. Un maltratador siempre lo es, solo espera una oportunidad para dejarlo salir. Trae una toalla con agua caliente, hay que limpiarle las heridas, no vayan a infectarse-, ordené.

Mi pareja salió corriendo a cumplir lo que le había pedido, lo que me dio la oportunidad de ver exactamente cuáles eran los daños. Suspiré aliviada al comprobar que los golpes no habían dejado ninguna secuela permanente y que con nuestros cuidados, Brigitte sería en un par de semanas la misma mujer bellísima de siempre.

- Hay que denunciarle -, le dije mientras cogía la toalla que me habían traído y comenzaba a retirar los restos de sangre de sus pómulos.

- No puedo-, me respondió llorando , -Gerard es un oficial de la Gestapo y ningún policía tramitaría siquiera la denuncia-.

Solo oír mencionar el nombre de ese cuerpo represivo del Tercer Reich, me heló hasta la médula. Esos tipos se habían llevado a mi hermano y a mi abuela. Famosos por su crueldad, nadie osaba oponérselos.

- Mierda-, gruñí sabiendo que tenía razón , -no puedes volver a tu casa-.

- Por eso no te preocupes-, me interrumpió Ilse , -perdona, no te he pedido permiso pero le he ofrecido que se quede con nosotras hasta que todo se calme-.

"¿Con nosotras?"-, pensé y llevándome a mi novia a la cocina, le dije: - Eso es imposible, ¿No sabes que somos lesbianas?. ¿Qué crees que dirá cuando por la noche durmamos juntas?. ¿Cómo vamos a besarnos teniendo a ella aquí?-.

-Tendremos que aguantarnos, es mi amiga desde niña y no voy a dejarla sola-, me respondió malhumorada.

No le contesté, no podía decirle que además esa mujer me atraía y nadie mejor que mis pezones sabían que ese sentimiento era recíproco. Mascullando para mis adentros que eso iba a traer problemas, di mi brazo a torcer.

-Te puedes quedar aquí todo el tiempo que quieras-, dije al volver a la habitación.

No tardé en arrepentirme. Al terminar de cenar, tuve que dormir en la habitación de invitados. Ilse con buen criterio me dijo que no podía dormir sola.

Por eso, querido diario: Hoy estoy escribiendo en tus queridas páginas.

Berlín, 22 de marzo de 1942.

Querido diario:

Estoy que me subo por las paredes, Brigitte sigue aquí y llevo una semana sin hacerle el amor a Ilse. Todas las noches, al acostarme tengo que conformarme con las caricias de mis dedos. Necesito sentir su boca en mi sexo. No puedo más.

Para colmo, esta noche, al ir a sacar mi camisón del cajón, he visto el uniforme de criada que tan bien le queda a mi novia y recordar su completa entrega cuando lo lleva, me he calentado tanto que me han entrado ganas de ir a la habitación y sin importarme la presencia de Brigitte, hacerle el amor a Ilse.

Las noticias que llegan del frente no son halagüeñas, los alemanes han rechazado una ofensiva rusa en Crimea.

Berlín, 25 de marzo de 1942.

Querido diario:

Llevo diez días sin acostarme con Ilse, pero estoy feliz porque sé que es cuestión de poco tiempo el volverla a tener a mi disposición y encima que sé que voy a conseguir que Brigitte no solo no se escandalice, sino que se entregue a mis deseos sin quejarse.

Te preguntaras porqué estoy tan segura de ello. Lo sé no solo porque me metió mano en el interior del coche de su ex, sino por lo que he descubierto esta tarde al volver del trabajo:

El día en mi oficina había sido flojo, de modo que a las cinco mi jefe me ha dicho que podía irme a casa, que no había nada que hacer. Al llegar a casa, pensaba que estaba sola y por eso he ido directamente al baño a abrir la bañera. Quería dame un relajante baño, antes que Ilse y Brigitte llegaran. Un ruido en la cocina me distrajo y acercándome, lo que vi a través de la puerta entornada, me dejó petrificada:

Brigitte se estaba masturbando, tirada en el suelo, oliendo una de mis bragas mientras con sus dedos penetraba sin pausa su sexo. La visión no podía dejar de ser mas clarificadora, la muchacha estaba al menos tan caliente como yo y encima se pirraba por mis huesos. Saber que se excitaba oliendo mi ropa interior, me alteró y corriendo me encerré en el baño, en busca del mismo placer onanista que estaba disfrutando la rubia en ese momento.

Al salir, Ilse había llegado y yo había perdido una oportunidad de oro.

Berlín, 27 de marzo de 1942.

Querido diario:

Ayer en la noche, hice realidad mis sueños, he disfrutado de las dos sin que ninguna se haya enfadado. Mientras cenábamos, no podía dejar de pensar en cómo conseguiría convencer a Brigitte de acostarse conmigo y a Ilse de hacer un trío. No podía llegar y decirle a nuestra amiga, que la había descubierto masturbándose con mis bragas. Fue la propia Ilse la que me dio la respuesta al comentarme inocentemente que a Brigitte le gusta dar masajes en los pies.

Al terminar, me llevé a Ilse al cuarto de invitados y le ordené que se pusiera el traje de criada pero que no saliera hasta que yo se lo dijera.

-¿Qué vas a hacer?-, me preguntó intrigada.

- Tú confía en mí, no te arrepentirás -, le contesté dándole un beso y volviendo al salón, me tumbé en el sofá.

Iba a forzar la situación, corría un riesgo, pero los beneficios valían la pena. Arremangué mi falda un palmo, de manera que si la rubia se sentaba enfrente de mí, tendría una perfecta visión de mi ropa interior.

-Brigitte, ¿me haces un favor?-.

-Si-, me contestó , -¿Qué necesitas?-

-Me duelen muchísimo los pies, ¿podrías darme un masaje?-.

-Claro, espera que termine de secar los platos y voy-, la escuché decir desde la cocina.

Nada era inocente, quería forzarla a tocarme mientras olía el perfume de mi sexo. Esperaba que con ello se derritiera y cayera entre mis piernas. Pacientemente esperé que terminara, la humedad de mi sexo estoy segura que mojaba la tela de encaje cuando se sentó a darme el masaje. Se quedó cortada al ver mi falda subida, pero descubrí en sus ojos el deseo y por eso sin más preámbulos, me descalcé poniendo mis pies en sus rodillas.

-¿Ilse?- me preguntó al ver que no estaba en la habitación.

-Estaba cansada y se ha ido a dormir-.

La respuesta la convenció y agarrando uno de mis pies empezó a darme un delicioso masaje solo con sus manos. Lo que yo deseaba era que usara el resto de su cuerpo.

-Tienes unos pies preciosos-, me dijo mientras lo dejaba descansar y empezaba con el otro.

-En cambio, son tus pechos los que me traen loca-, le contesté con todo el descaro del mundo mientras empezaba a acariciar su seno izquierdo con el que me había dejado libre.

Asustada, me dijo que qué hacía.

- Acariciarte como me hiciste en el escarabajo-.

No supo que responder, estaba avergonzada que la hubiese descubierto. Envalentonada, cogí entre mis dedos uno de sus pezones. El efecto fue inmediato. Bajo la blusa, dos pequeños volcanes emergieron a la superficie.

-Déjame-, me rogó. Sus palabras me pedían que dejara de tocarla pero sus ojos me exigían que siguiera.

Sabedora del deseo que corría por sus venas, no le hice caso. Acomodándome en el sofá, abrí mis piernas para que no pudiera dejar de ver mi coqueta ropa interior. Sus manos, inconscientemente subieron por mis piernas y acariciaron mi pubis.

-Por favor, está Ilse-, suspiró a ver que estaba desabrochando los botones de su blusa con mis pies.

El corpiño era lo único que me separaba de esa maravilla. La masajista se había convertido en masajeada. Con mis plantas recorrí sus pechos, libremente.

- Ayer, te pillé- , le dije mientras me incorporaba y con mis manos sacaba sus preciosos senos de su encierro.

-No te comprendo pero ¡Para!, puede despertarse-.

Sin hablar me quité las bragas y se las dí:

- Huele como me tienes, anoche no pude dormir después de verte masturbándote con unas usadas-.

No sé si fue el aroma que expedían o que la mujer era incapaz de contradecirme, pero dejó de resistirse al meter uno de mis pezones en la boca. Su primer gemido me sonó a música celestial y, lanzándome en picado en un vuelo suicida, le quité la falda. No tardé en dejarla desnuda. Al verla sin ropa, pude disfrutar de su bello cuerpo con la mirada.

"Qué buena está", me dije mientras ya sin ningún pudor la acariciaba. Sus pechos eran perfectos, ingentes en perfecta sintonía con el resto de su cuerpo. Sus pezones, negros, estaban excitados y erectos pedían que les hiciera caso. Dos piernas de infarto coronadas por un claro monte de venus que deseaba escalar…. pero antes tenía algo que hacer.

Poniéndome encima de ella, puse mi sexo en su boca. La muchacha hizo el intento, pero me reconoció que nunca se lo había comido a ninguna mujer y no sabía cómo hacerlo.

-Ilse, ya puedes salir-.

Brigitte intentó taparse al verla entrar, pero lo evité cogiéndole las manos. Mi novia no se esperaba la escena y fui yo, quien gritándole, la saqué de su parálisis:

-Quiero que le enseñes como se come un coño. ¡Usa el suyo para mostrárselo!-.

Obedeciendo mis deseos, pero cumpliendo un viejo sueño desde niña, Ilse se arrodilló entre sus piernas y sacando su lengua, empezó a recorrer sus pliegues. La muchacha me miró alucinada.

-¿No sabías que tu compañera de colegio era mi amante?, ahora ya lo sabes-, le dije a la vez que metía su pezón entre mis labios.

Suspirando, se dejó hacer. Cuatro manos y dos bocas mimaron su cuerpo, mientras su dueña no dejaba de gemir presa del deseo. Ninguna de las dos se dio cuenta que me levanté a por la berenjena y la porra que tanto éxito me habían proporcionado, concentrada una en el sexo que tenía a su disposición y la otra incapaz de pensar en nada que no fuera el placer que estaba recibiendo

Al volver a la sala se habían tirado en la alfombra, intercambiado sus posiciones y era Brigitte, la que en esos momentos se estaba sumergiendo en la cueva de Ilse. Aún agachada, era gigantesca. Al arrodíllame por detrás, sus enormes posaderas me quedaban a la altura perfecta para que sin esforzarme y usando mis manos, abriera sus nalgas y descubriera su rubio sexo. No pude resistir la tentación de probarlo. Su penetrante olor invadió mi papilas, olor a mujer necesitada. Cuando con la lengua surqué sus labios, Brigitte dio un respingo y me pidió que siguiera. Sus palabras espolearon mi deseo. Usé mi lengua para penetrarla, mientras con mis dedos masturbaba furiosamente su clítoris.

-No puedo más-, la escuché decir cuando sustituí mi boca por mi índice.

-¡Si, puedes!-, le ordené. Necesitaba poseerla, sentirla mía.

Viendo que ya estaba lista acerqué la porra a su sexo, y suavemente la fui empalando, centímetro a centímetro, hasta que la punta chocó contra la pared de su vagina. Alucinada, observé que, dadas las enormes dimensiones del instrumento, su coño había devorado al menos veinticinco centímetros Y dándole un cachete en sus nalgas, empecé a sacar y a meter el negro sustituto.

-¡Dios mío!-, gritó al verse poseída, -¡Cómo me gusta!-.

Ya nada me podía detener y poniendo la porra entre mis piernas, empecé a cabalgarla en busca de mi propio placer. Cada vez que la metía o sacaba de su interior mi propio clítoris era torturado por el cuero que había tomado vida propia, excitándome hasta lo indecible y totalmente desbocada, aceleré ese trote cansino convirtiéndolo en un sprint. Al no poder mantener el equilibrio, mis manos agarraron sus formidables pechos para estabilizarme y forzar al mismo tiempo mis arremetidas.

-¡Me corro!-, gritó una olvidada Ilse, al sentir a su ama poseyendo a su amiga, mientras ésta le devoraba su sexo.

La excitación acumulada de la rubia durante semanas, sumada al tratamiento del que era objeto, la desbordó y empapando mis piernas, alcanzó el éxtasis dejándome a mi insatisfecha.

-¡Mierda!-, protesté al ver a las dos desplomadas en el suelo. Ambas se habían corrido, ambas habían disfrutado y yo seguía hirviendo.

-¿Qué le pasa a mi dueña?-, me preguntó Ilse al ver mi enfado.

-No ves, boba, que estoy a punto pero que no he terminado-.

-Eso se arregla fácil-, me contestó sonriendo y levantando a su amiga, entre las dos me llevaron a la cama.

Querido diario:

Lo que ocurrió a partir de ese instante ha sido, quizás, lo mejor que me ha pasado en la vida.

Nada mas depositarme sobre las sábanas, las dos bellas mujeres se acostaron a mi lado. Sus cuatro manos ya recorrían mi cuerpo acariciándolo cuando Ilse, dándome un beso, me preguntó:

-¿Confías en mí?-.

Asentí con la cabeza. Soltando una carcajada, salió de la cama y abriendo un cajón, sacó unos cuantos pañuelos de seda.

-¿Qué vas a hacer?-, le pregunté, pero ella en vez de contestarme selló mis labios con un beso y usando un fular, tapó mis ojos.

Era tal mi calentura que me dejé hacer, las dos muchachas riendo y susurrando entre ellas, me fueron atando de manos y pies al los barrotes de la cama. Jamás en mi vida me habían inmovilizado y el morbo de la situación, tengo que reconocer, me encantó.

Al terminar, salieron de la habitación para volver en un par de minutos.

- Ya estamos aquí -, me informaron.

No veía nada, los trozos de tela, que obstaculizaban mi visión y me tenían indefensa, eran una dulce caricia que estaba agitando mi entrepierna sin tocarla. De improviso sentí que un líquido viscoso caía sobre mi pecho. Tardé en reconocer por el olor que era nata lo que estaban vertiendo sobre mi cuerpo y piernas.

-Sois malas-, dije al sentir que cuatro manos lo esparcían por mi piel.

Se abstuvieron de responderme, fueron sus bocas las que me contestaron recorriendo mis pechos y absorbiendo la crema, mientras me producían intensas sensaciones todas ellas concentradas en mis pezones.

-Mi dueña, ¿te puedo llamar así?-, me preguntó Brigitte . Era una declaración de amor condensada en dos palabras.

-Sí, ¡Pero no pares!-, le contesté excitada.

-¿Puedo ser yo la primera?-.

Ni me digné a contestarle con palabras, de mi garganta solo salió un breve gemido al sentir que unos dedos se estaban acercando dolorosamente a mi sexo.

La posición forzada mantenía mis piernas completamente abiertas. Con impaciencia sentí su aliento sobre mis hinchados labios antes que con un espasmo de placer, recibiera las primeras caricias de su lengua bordeando mi clítoris.

-Date prisa-, le ordené. La rubia, obedeciendo a la primera, profundizó sus toqueteos golpeando repetitivamente mi botón mientras yo me subía por las paredes.

Ilse, por primera vez desde que la conocía, se comportó como una verdadera zorra y retirando la cabeza de Brigitte de mi sexo, me dijo:

-Demasiado fácil, querida dueña, si quieres correrte, tendrás que suplicarnos-, y dirigiéndose a la rubia, le ordenó ,-hermana, dejemos que sufra-.

Comprendí al instante que su lado perverso iba a jugar conmigo, solo esperaba que no se pasara porque no podía defenderme. Un escalofrío recorrió mi cuerpo al oír como cuchicheando planeaban sus siguientes pasos.

-¿Qué me vais a hacer?-, les grité histérica.

Nadie me contestó, pero sentí que una de ellas se subía a la cama y ponía su sexo a la altura de mi boca.

-Pruébalo y dinos de quien es-, me dijeron al unísono.

Por su sabor, supe que era de Ilse pero como no quería seguir su juego, me negué en rotundo en decirles quién era su dueña.

-Eres una traviesa-, le escuché decir antes que sus dedos retorcieran suavemente mis pezones , -¿De quién es?- , insistió aumentando su presión.

- Tuyo, ¡maldita!. ¡Verás cuando me liberes!-.

-Eso será más tarde, querida dueña. Luego soportaré mi castigo pero ahora eres nuestra-, riendo me contestó.

Distinguí que se bajaba de la cama, dejándome sola. Su siguiente paso fue notar que Brigitte, desnuda, frotaba su cuerpo contra el mío mientras Ilse se entretenía introduciendo un dedo en mi coño.

-¿Qué queréis ahora?-, les dije al sentir que la excitación me volvía aumentada por mil. Mis caderas traicionándome seguían el ritmo de las penetraciones mientras mi boca buscaba ansiosa los pechos que la rubia estaba poniendo a mi disposición.

Las muy perras me estaban poniendo a mil, mis gemidos preludiaban mi orgasmo. Por fin iba a correrme, pensé justo cuando se alejaron de mí, dejándome nuevamente insatisfecha.

-Felice-, me dijo mi amante , -sería más fácil para todas si nos suplicaras que quieres correrte-.

-Jamás-, le respondí. Nunca se lo pensaba reconocer pero me estaba empezando a gustar el juego.

Fue el turno de Brigitte, melosamente, mientras me cubría la cara de besos, me informó que mi siguiente prueba iba a consistir en adivinar quién me acariciaba con la lengua.

"Eso es fácil, reconocería la boca de Ilse aun borracha", pensé al recordar las veces que me había comido por entero.

Cuando ya esperaba sentir el apéndice, noté que metían una almohada bajo mi espalda, dejando todavía más al descubierto mi sexo, para acto seguido que no era ese el objetivo y que una calidad humedad recorría mi esfínter. Supe que por mucho que lo intentara, no iban a cejar en su acción ya que hace dos semanas, sin pedirle permiso a Ilse, forcé su entrada trasera con un plátano.

Callada pero muerta de miedo, soporté estoicamente que jugaran con los músculos de mi ano, relajándolos y que usando su lengua penetraran en mi virgen agujero. " Qué gozada, me gusta. Desde hoy, voy a obligarlas a hacerlo" , me dije disfrutando de sus caricias, cada vez más caliente, cuando de repente cesaron.

-¿Quién ha sido?-, volvieron a preguntar.

No lo sabía pero sabiendo que si no contestaba me iban a aplicar un escarmiento, contesté que había sido la rubia.

-Muy mal, querida dueña-, susurró a mi oído Brigitte mientras Ilse introducía un delgado objeto hasta el fondo de mi ano.

-Aggg…, me ha dolido-, protesté airada.

- No te quejes, te hemos penetrado con una vela -, señaló, - perosi prefieres usamos la porra-.

-¡No!-, alcancé a decir antes de que tomando vida, empezara a moverse dentro de mí.

Cuando ya esperaba que parara, en vez de hacerlo incrementó su ritmo mientras sentía que una de ellas me volvía a comer mi sexo. Inexpresablemente bruta me restregué contra su cara. Mis brazos se tensaron buscando liberarme y forzar a esa cabeza a que terminara.

-Ay…-, grité al ser mordido uno de mis pezones,

sois unas zorras-.

-Si, mi dueña, somos unas zorras pero que no se te olvide, que somos ¡tus zorras!-, recalcó Ilse antes de soltar una carcajada.

Las dos muchachas, disfrutando de mi entrega, se pusieron a la vez a lamerme allí abajo mientras que con la porra golpeaban mi atormentado clítoris y mi ano seguía invadido por la vela. Juntas me llevaron a la histeria. Mi piel completamente erizada fue objeto de sus caricias. . Juntas me llevaron a la histeria. Me costaba respirar, me dolían los pezones y mi sexo me rogaba que cediera. Los preludios de mi orgasmo eran la señal que esperaban para parar, pero esta vez, gritando, les supliqué que me dejaran terminar. Fue grandioso, en salvadas oleadas de placer me corrí en sus bocas, mientras las maldecía. Ellas, haciendo caso omiso a mis palabrotas, se dedicaron a absorber todo el flujo que brotaba de mi interior, prolongando mi éxtasis. Nunca en mi vida, se había alargado tanto ni había sido tan intenso, tuve que reconocer antes que debido al esfuerzo me desmayara.

Al despertarme, estaban aterrorizadas, creían que me había dado un sincope. Tuve que esforzarme en tranquilizarlas. Ilse lloraba como una niña, jurando que no había querido hacerme daño, mientras Brigitte era incapaz de sostenerme la mirada.

-Te has pasado-, le recriminé a mi amante más antigua ,-has abusado de la confianza que deposité en ti-.

No estaba enfadada, querido diario, al contrario, las dos muchachas me habían mostrado un camino que me apetecía explorar, pero si quería mantener su control tenía que ejercer de jefa de la manada.

Por eso, anoche dormí acurrucada en el enorme cuerpo de mi nueva adquisición mientras que mi posesión más preciada durmió en el suelo, atada y bien atada.

Soy judía, soy lesbiana y….soy muy mala.