Historia de una toalla

Una toalla de baño nos cuenta sus intimidades.

Historia de una toalla

Sólo soy una toalla, de baño eso si. Me compró mi dueña en donde las españolas compran estas prendas: Portugal. Y no se si será por mi tamaño, generoso, o por la delicada textura de mi rizo, pero el caso es que Ana, mi dueña, me usa muchas veces. Hasta la he oído que mi tacto le produce placer en la piel.

El caso es que acaba de darse una ducha y se ha lavado su corto pelo y, como siempre, ciño su cuerpo mientras mi compañera, la toalla de manos, hace de turbante sobre su cabeza. Ana sale del baño para coger su ropa del armario.

Por entre las sábanas aparece la cabeza de Miguel, su recién estrenado marido, que se queda mirando a mi dueña así como obnubilado. Ya sé que están de luna de miel, y que anoche les oí la juerga esperable correspondiente a unos recién casados. Pero es que parece que el hombre no haya visto nunca a una mujer recién duchada y con la toalla por única vestimenta. Para mi que esa imagen resulta de lo más sugerente a la mente del varón.

Ana vuelve al servicio, a secarse el pelo. Así que se quita la toalla-turbante, y utiliza el secador para moldearse un poco su pequeña melena lacia, en un corte clásico, muy habitual en mi dueña. En esas está cuando, por el espejo, veo venir a Miguel, desnudo, hacia Ana, la mirada brillante, los pelos revueltos y ¡la polla tiesa!

Mi dueña no le ha visto, concentrada en secarse el pelo. Para cuando lo ve, Miguel está detrás de ella.

  • Ana -murmura a su oreja. -estás muy guapa.

  • Ya lo se, tonto -dice mi dueña, orientando el chorro de aire del secador a la cara de su marido.

  • ¿Sabes lo que quiero?

  • Si tu no me lo dices -comenta Ana, como divertida. Por el rabillo del ojo ha visto el falo del hombre.

Ahora la sorprendida soy yo, pues las manos de él me levantan por la parte en que cubro el culo de mi dueña. Ésta se inclina hacia adelante, apaga el secador y abre sus piernas ligeramente. Casi rozo el pene de Miguel cuando éste , sosteniéndolo con la mano, se pega al culo de Ana, apoya el glande en los labios mayores y los frota.

Ahora estoy entre mi dueña y su marido, que ha juntado su velludo pecho a la espalda de la mujer. ¡Qué horror! Se me pegarán esos feos pelos al rizo.

  • Humm, pues si que es suave esta toalla -murmura. Bueno, quizá no sean tan feos.

Las caderas de Miguel empujan la polla dentro de Ana, la entrada es rápida porque mi dueña también estaba excitada. Ahora estoy suelta, tocando con el borde inferior el miembro del hombre que entra y sale de mi dueña. Por supuesto oigo los jadeos de ambos. El ritmo continuado del movimiento del hombre produce en mi dueña un ritmo continuado de lamentos.

Como mi dueña se inclina más y tiene las manos apoyadas en el lavabo, noto cómo me voy aflojando del cuerpo de Ana y que ella está totalmente despreocupada de mi. Poco a poco me aflojo hasta que, cuando Miguel da un empujón más fuerte, Ana grita más y yo caigo, quedando entre el los cuerpos de ambos. Menos mal que no he caído totalmente al suelo, siendo sostenida ¡por la polla que sigue dentro de mi dueña! Qué asco, me llenarán de fluidos, y serviré para secar el sudor.

Por suerte Ana me tiene en mucha estima y, antes que Miguel salga de ella, me recoge y me tira sobre el bidé. Desde allí soy testigo de cómo siguen amándose. Ahora están de cara y besándose. Yo aprovecho para hablar con las toallas del hotel.

  • ¿Esto que ha pasado es normal? -pregunto a las toallas de baño.

  • Perfectamente -me dice la de arriba. -A mi me ha pasado cinco o seis veces. Y es que no falla, basta que una mujer nos utilice para rodearse el cuerpo y los hombres se acercan como moscas.

  • Incluso cuando sólo ciñe la cintura y deja los pechos al aire -añade la de abajo.

Ahora observo como Miguel se ha inclinado para besar y algo más los pechos de mi dueña.

  • Y no sólo les pasa a los hombres -dice la toalla de abajo. -Fíjate que una vez había una pareja de mujeres, una de ellas me usó como tu dueña a ti, salió al dormitorio y acabé encima de la cama soportando los juegos de ellas.

  • Bueno, a mi me pasó una vez -dice la de arriba, -que en la habitación había dos hombres, uno se duchó, me usó para ceñirse por la cintura y el otro me quitó del cuerpo del hombre para hacer lo que el hombre a tu dueña.

  • ¡Qué horror! -dije ante el catálogo de situaciones que me estaban contando.

Ahora mi dueña está casi sentada en el lavabo, y su marido tiene la boca en el sexo. Ana gime mucho otra vez.

  • ¡Espero que no le pase nada!

  • Tranquila compañera, eso nunca les hace daño -comenta la de arriba. -Aquí, en el hotel hemos visto de todo.

  • Si, hasta una vez, una de las toallas de mano fue usada como venda en los ojos de una cliente por parte de su compañero. Nosotras somos demasiado grandes para eso -añadió la de abajo.

Mi dueña vuelve a sacudirse a la vez de da un grito, me vuelvo a preocupar por ella.

  • Esta vez parece que le ha pasado algo -digo con temor.

  • ¡Que va! -dice la de abajo. -Es que ha tenido un orgasmo.

  • ¿Siempre es así?

  • Casi, nosotras hemos oído de todo, ¿verdad compañera? -dice la de abajo a la de arriba.

  • Yo me acuerdo de una que gritó tanto que los huéspedes de la habitación de al lado protestaron.

Ahora veo que Miguel se ha levantado y vuelve a meter la polla en Ana.

  • Pues me dejáis tranquila, chicas.

  • No creas, lo peor para nosotras viene después -dice la de arriba.

  • Así es -confirma la de abajo. -Lo peor es cuando terminan y están sudorosos y llenos de fluidos. Como nosotras somos grandes, nos usan para limpiarse.

  • ¡Qué asco! -digo con repugnancia.

  • No te vamos a contar, pero aquí nos ha pasado de todo, especialmente a las toallas de mano, que, como son pequeñas y manejables, las usan para limpiarse los sexos y lo que no lo son -comenta la de arriba.

  • Lo peor es si practican sexo anal -dice la de abajo. -Una vez vi una toalla de mano que acabó en la basura.

  • Me dejáis de piedra.

  • No temas por ti y tus dueños -dice la de arriba. -Todo parece indicar que acabarán en el baño, y seremos nosotras las que van a usar.

Parece que tienen razón porque Miguel da un tremendo grito, y se mueve rápidamente en Ana, que, a su vez, vuelve a gemir fuerte. Luego paran y están un rato quietos. Un instante después Miguel coge en brazos a mi dueña y se meten en la ducha. Cierran las cortinas y les oigo ducharse. Cuando acaban, Miguel coge la toalla de arriba para secarse, pero Ana me coge a mi. El hombre se ciñe la toalla a la cintura mientras mi dueña rodea su cuerpo conmigo. El hombre nos coge a Ana y a mi en brazos y nos saca al dormitorio.

Ana del Alba