Historia de una pandemia (X)

Después de que su hermano la preparara, esta es la primera noche que Paula duerme con su papá

Antes de leer "Historia de una pandemia (VIII)" échale un ojo a las partes anteriores de este relato para que conozcas a Paula, a Tomás y a Alfredo

Historia de una pandemia (I) > https://todorelatos.com/relato/172318/

Historia de una pandemia (II) > https://todorelatos.com/relato/172535/

Historia de una pandemia (III) > https://todorelatos.com/relato/172602/

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Si te gustan, déjame un comentario, que me hace mucha ilusión!!!

Gracias ^^


Cuando Alfredo se despertó, aún no había amanecido. Paula dormía plácidamente abrazada a su pecho. Acarició su espalda suavemente y sintió la calidez de su cuerpo desnudo; la volvió a acariciar, deslizando las yemas de sus dedos más allá de su espalda, rozando sus firmes cachetes. Sonrió, y notó como su polla se tensaba dentro de sus pantalones. Con mucho cuidado se sacó a Paula de encima y se levantó al baño y de paso se lavó la cara y los dientes. Volvió al dormitorio y miró a su hija que dormía bajo las sábanas; la destapó para observar su cuerpo y se desnudó lentamente sin dejar de mirarla. Paula se estiró, gimió y rodó poniéndose boca abajo abriendo ligeramiente las piernas mientras buscaba la sábana de nuevo. Agarró la almohada y se aferró a ella para seguir durmiendo

—Princesa...— Alfredo se acercó a la cama y se tumbó a su lado, abrazándola de nuevo; ella gruñe dormida, pero abrazó su cuerpo desnudo, descansando la cabeza en su pecho —Princesa, ¿estás dormida?— pregunta, queriendo despertarla a sabiendas de que duerme profundamente

Sin esperar respuesta, le besa la frente y baja lentamente a sus labios, un poco resecos de toda la noche. Los besa tiernamente y la hace rodar, haciendo que se tumbe sobre su propia espalda. Paula gruñe aún dormida y los labios de Alfredo bajan hasta su pequeña barbilla, que muerde con suavidad. Se siguen deslizando hacia abajo sobre su joven cuerpo, que se empieza a despertar a medida que Alfredo juega con él. Su boca pasa por su cuello y llega a sus pequeños pezones, y los besa con cariño y cuidado antes de seguir; su pecho sube y baja, respirando de una manera relajada mientras él sigue bajando por su tersa y firme tripita hasta llegar a su ombligo, con el que sigue jugueteando. Desde donde está puede ver perfectamente cómo sus labios mayores se empiezan a hinchar, excitados; además, la respiración de Paula se ha ido acelerando a medida que ha ido bajando. El cuerpo de Paula se excita más y más, y sus gruñidos se vuelven pequeños gemidos mientras sigue dormida. La zona más baja de su vientre es la más sensible y cuando Alfredo la besa, su piel se pone de gallina y sus gemidos aumentan. Al llegar a su monte de Venus, Alfredo toma un pequeño desvío y continua bajando por uno de sus muslos, besándolo y pasando a la cara interna del mismo, para volver a subir; cuando llega a los labios mayores salta al otro muslo que lo besuquea también por la cara interna hasta que vuelve a alcanzar sus labios hinchados. En este momento, Alfredo se tumba entre las piernas de su hija y las acomoda abiertas, apoyándolas sobre su espalda. La atrae por las caderas y con las manos debajo de su culito la agarra bien por sus cachetes y los separa haciendo que sus labios se abran lo justo para dejar entrever su interior rojo brillante. Paula se estira, cada vez más cerca de despertarse y respira pesadamente. Alfredo pasa la lengua por su rajita, separando desde los cachetes de su culito hasta los labios de su conejito, sintiendo cómo se hunde la punta de su lengua al atravesar la zona de su vagina; después chupa los labios y siente cómo continuan hinchándose en su boca, tirando de ellos después, uno por uno, casi sin hacer caso a su clítoris, que también ha empezado a hincharse.

—Princesa...— insiste de nuevo con algo más de suerte esta vez

—mhmmmm— gime Paula en respuesta; Alfredo acaricia su vientre y sube una mano por él hasta alcanzar una de sus tiernas tetitas, que acaricia y con la que juguetea entre sus dedos, apretándolos suavemente. Paula no parece querer despertarse y sube la otra mano hasta alcanzar el pecho que queda libre y lo acaricia de la misma manera, haciendo que ambos pezones se hinchen entre sus dedos. Los gemidos de Paula vuelven a subir de tono mientras los labios que está chupando Alfredo se mojan más y más. Su boca cambia y se centra ahora en chupar los labios menores de Paula, que también se han hinchado y están muy mojados de su propio dulce lubricante. La lengua de Alfredo vuelve a activarse y juega con el clítoris de Paula, tomándose su tiempo mientras lo lame y lo chupa, haciendo que la dormida Paula se arquee y tenga pequeños espamos de placer

—Paula...— Alfredo empieza a perder la paciencia —Paula, despierta— repite en un tono más seco

—Papá... cinco minutos más...— gime, balanceando sus caderas suavemente. Alfredo vuelve a hundir su cabeza entre sus muslos, y atrapa entre sus dedos índice y corazón los pezones de Paula y los aprieta suavemente manteniéndolos entre ellos

—Paula— da un último aviso y antes de que ella pueda responder tira de sus dedos hacia arriba, cerrándolos y pinzando sus pezones, de manera que se despierta gritando sin saber muy bien qué está pasando

—Papá!!!!!!— grita, arqueando la espalda y haciendo que Alfredo tire de ellos con fuerza una segunda vez

—¿Sí cariño?— reponde mientras masajea suavemente los doloridos pezones

—Papá, ¿qué... qué haces?— Paula siente el placer recorriendo su cuerpo mientras el dolor en sus pezones remite

—Nada, cielo, no te habré despertado ¿verdad?— y con sus labios rodea el clítoris de Paula, los cierra y chupa el pequeño botoncito mientras con la punta de su lengua lo acaricia haciendo que rápidamente se hinche del todo y salga del capuchón. Como respuesta Paula se estira y grita de placer sin poder evitarlo, mientras su pequeño conejito empieza a chorrear a borbotones

—Pa-papá! Papi-pi...!!— grita sin poder evitarlo, dejando que su instinto tome control y agite sus caderas contra la boca de su padre —Papá!!!! Para pa-papá!!!!!— mientras su cuerpo se levanta de la cama contornionándose y gritando de placer. Alfredo levanta la cabeza con media cara cubierta de los dulces jugos de Paula

—Dime cariño— responde disimulando su excitación, poniendo una voz dulce y paternal que descuadra a su hija. Mientras lo hace, levanta la cabeza para hacer contacto visual con su hija que se derrumba en la cama, y aprovecha ese descuido para mojar su dedo corazón de la mano derecha en los jugos chorreantes y llevarlo a la entrada del culo de Paula —¿Te pasa algo?— dice, impostando preocupación y hablando de manera pausada y relajada mientras con la yema de su dedo hace pequeños círculos sobre la entrada de su ano. Paula gime, no puede evitarlo —Cariño, ¿estás bien?— disimula una vez para distraer su atención y empuja el dedo a través elástico y pequeño ano dentro el esfínter. Paula gime de nuevo, arqueándose suavemente y echando la cabeza hacia atrás de nuevo —Cariño, si te pasa algo, dímelo— susrra Alfredo mientras empieza a mover su dedo dentro del culo de su hija, follándola suavemente y de tanto en tanto parando para hacer un moviento circular y ensanchar el pequeño músculo que se cierra sobre su dedo. Sus labios vuelven a tomar el clítoris de Paula y a chuparlo con fuerza, haciéndo que contorsione todo su cuerpo y grite sin control.

Alfredo continua centrándose en el clítoris y en el culito de Paula durante un rato, haciendo que ella se corra para él en dos ocasiones mientras sus dedos dilatan su ya entrenado ano, dejando que se deslicen hasta dos dedos dentro; sus dos orgasmos hacen que se arquee sobre la cama y que grite, gimiendo y gruñendo mientras agarra el pelo de papá en los puntos álgidos. Grita su nombre mientras la lengua y los labios de Alfredo no dejan de torturar su pequeño centro de placer, llorando, gimoteando, suplicándole que pare a la vez que le pide que siga. Con el segundo orgasmo, el cuerpo de Paula cae sobre la cama respirando con dificultad, desmadejado. Con los ojos cerrados y centrada en recuperar el aliento, siente como papá se inclina sobre ella y sonríe sin abrir los ojos; los labios de Alfredo se posan sobre los de su hija y Paula siente su propio sabor dulce en los besos de papá. Él la besa suavemente, casi rozando sus jugosos labios, para acabar tomando el inferior y chupándolo. El cuerpo de Paula aún se recupera un poco entumecido cuando Alfredo, sin dejar de besarla, se arrodilla entre las piernas de su hija; coge su polla y la pasa el glande por el coñito hinchado haciéndola temblar y estremecerse

—Papá... espera... un momento...— pide, cubriendo su cara con sus brazos, aún respirando pesadamente —ha... ha sido muy fuerte, papi...— sonríe

—Claro cariño...— dice, deslizando su glande, gordo y ansioso arriba y abajo, sin llegar a alcanzar su sensible clítoris pero buscando la entrada —tú avísme cuando estés preparada— susurra, liberando su labio por un momento. Una vez siente que su polla encuentra la entrada de su conejito hace un poco de fuerza para que su glande se abra camino entre los carnosos labios y entre en el pequeño agujero. Le besa la frente y siente como el pequeño conejito se cierra alrededor de su glande. El placer al notar cómo ese pequeño agujero intenta absorver su cabeza hacia dentro le hace temblar y sin poderse resistir más, hunde casi la mitad de su polla en Paula, arrastrando su himen en su penetración y sin darle tiempo a que se preparara, gruñendo como un animal en celo. Paula grita por el dolor; primero el pellizco que siente al arrancar su himen, y después mientras su pequeña vagina se intenta adaptar a una polla adulta más ancha de que su muñeca. Alfredo siente su coñito extremadamente estrecho y palpitando alrededor e inicia un vaivén lento que no puede mantener más que unos pocos segundos antes de volverse loco, y sin dejar que Paula se acostumbre a él sus movimientos se vuelven más rápidos y duros, alcanzando la entrada a su útero en cada una de sus embestidas —Cariño... princesa...— gruñe intentando disculparse, pero le resulta imposible parar el ataque iniciado al coñito de su hija. Paula no se acaba de acostumbrar al tamaño de la polla de su padre dentro de ella y lloriqua sintiendo cómo entra y sale de ella con rudeza, golpeando su cérvix y haciéndola estremecer en cada embite

—Pap-pá... para... papi— gimotea mientras Alfredo se siente fuera de control, follándola sin darse cuenta de que estaba destrozando el pequeño agujerito. Sin que hayan pasado más que unos minutos, siente cómo se tensan sus huevos y sabe que está cerca; nota también cómo se encoje su esfínter mientras el coñito de Paula ordeña su polla de una manera muy intensa y sin darse cuenta se corre y libera toda su leche en ella, disparándola contra su cérvix, llenándola. Su cuerpo tenso se detiene de golpe hundido en ella, aún con casi la mitad de su polla fuera pero sintiendo el mejor orgasmo de toda su vida, el más intenso y placentero que puede recordar y que le regala su hija. Mientras siente los últimos estertores recorriendo su cuerpo, agacha la cabeza y sin salir de Paula besa su cuello mientras ella le nota aún palpitar dentro—Papi... porqué no has parado... antes?— todavía lloriquea. Alfredo sonríe y la abraza

—Princesa, no he podido parar... lo siento mucho— le besa la frente con ternura, y después el cabello —¿Me perdonas?— Pregunta acariciándole la cara —De verdad que no he podido pararme y lo siento mucho, cielo. ¿Te ha dolido mucho?— Paula asiente, todavía llorosa, mientras Alfredo le besa las lágrimas y los ojitos

—Un poco papá...— dice notando todavía el grueso miembro en ella, que no ha bajado y sigue duro

—Vamos a hacer una cosa... me voy a mover despacito en cuanto te hayas acostumbrado...

—No papá... sal... me duele...

—Princesa, así te acostumbras. Si ves que no puedes aguantar me lo dices y paro, pero hay que acostumbrar a tu conejito— Besa de nuevo su nariz, aún sin moverse. Cogiéndola por la cintura para mantenerla pegada a él, se deplaza un poco por la cama hasta alcanzar su mesilla de noche, de donde saca dos cosas que Paula no alcanza a ver; una es el bote de aceite de coco y la otra un plug anal parecido al que Tomás había usado en ella pero algo más grueso y largo. Alfredo sonríe y vuelve a moverse sobre la cama quedando en la misma postura, con Paula tumbada y él hundido entre sus piernas.

—¿Qué es eso?— pregunta curiosa, mirando hacia la mesilla pero sin alcanzar a ver; a modo venganza, aprieta la polla de Alfredo en su conejito y la suelta, haciendo que su padre gima

—Princesa, repite eso...— pide; ella ríe coqueta y vuelve a hacer fuerza con su conejito, estrujándo su miembro y haciendolo gemir de nuevo —No pares, princesa... sigue— le pide Alfredo, cerrando los ojos y arqueando la cabeza, gimiendo una y otra vez mientras Paula, divertida, juega con sus músculos internos. Entonces es cuando Alfredo, que no ha perdido dureza, empieza a moverse dentro de ella, despacio, lentamente, mientras ella intenta encerrarlo dentro —Paula, cielo...— gime de nuevo y la abraza; ella divertida no para, intentado hacerlo con más fuerza y aguantar más tiempo viendo cómo su padre disfruta su pequeño juego. Alfredo la abraza contra él y rueda otra vez sobre la cama para quedar sobre su espalda y la observa desde abajo —Cariño, sin dejar de hacerlo, ¿quieres montar a papá?— sonríe, acariciándole la cara. Paula no sabe qué responder y le devuelve la sonrisa, asintiendo.

—Vale...— susurra y sin dejar de estrujar y ordeñar su polla se desliza lentamente sobre su bajo vientre, notando como la rajita caliente y chorreante se mueve sobre él; aprovecha y coge el plug anal, y después de mojarlo bien en ella lleva la punta al culo de Paula, que ha reconocido el juguete cuando papá la ha puesto sobre él. Sin avisar, empuja la punta de silicona y siente como la resistencia del pequeño agujerito se rinde fácilmente a la presión y se abre alrededor del objeto, que lentamente se va alojando en su interior. Alfredo siente el plug llenando el culo de Paula y la presión que hace contra su polla, llegando a notar la forma que tiene sobre su miembro, seperados por una fina membrana. No puede evitar gemir además viendo la cara de su hija, disfrutando de ese objeto en su culo mientras su polla palpita en su coñito.

—¿Te gusta, cielo?— Paula no responde, asiente y gime como respuesta —¿Y vas ahora a querer que papá siga jugando con tu conejito?— y asiente de nuevo, entregándose. A Alfredo le cuesta contenerse para no perder el control, y pone sus manos en la cintura de Paula para marcar su ritmo, aunque sin mucho éxito; ella obediente abre las piernas y se desliza hasta quedar a horcajadas sobre el vientre de su padre, con su polla bien adentro, todavía palpitando. En ese momento más de la mitad está fuera de ella, pero Alfredo está determinado a meterla entera, forzándola todo lo que sea posible dentro de su pequeña vagina —Princesa, necesito que empujes, ¿sí? Papá no ha entrado del todo todavía— dice, pellizcando cariñosamente su culito y dándole un pequeño azote; ella se ríe coqueta y asiente, notando internamente también cómo papá y el juguete se rozan dentro de ella.

El movimiento que marca Alfredo es lento pero profundo, empujando el capullo contra la entrada a su útero en cada embite; observa en la cara de Paula que lo empieza a disfrutar, aunque parece que aplastar la cérvix resulta un poco doloroso para ella. Le acaricia la cara y la mira a los ojos mientras monta su polla, notando como su excitación aumenta rápidamente.

—Paula, por favor, más rápido— pide fríamente para disumular la ansiedad y la necesidad que siente por correrse de nuevo en ella.

—Es que aún me duele, papá...— responde sin acelerar, disfrutando del viaje, casi gimiendo.

—Princesa...— susurra, casi suplicando —Por favor, cielo, haz caso a papá...— Alfredo le retira el pelo de la cara y la mira, acariciándola, y ella asiente, y sus movimientos se aceleran levemente. Alfredo la vuelve a coger de las caderas pero el ritmo es tan pausado que lo está exasperando e intenta forzarlo agarrándola con fuerza y flexionando las rodillas, levantándola en el aire mientras con sus manos la empuja contra él.

—¡Papá! me duele, papá!— se queja, y en ese momento Alfredo no puede aguantar más y la vuelve hacer rodar sobre la cama, quedado él encima. La mira a los ojos

—Cariño, ahora aguanta— le susurra y acelera el ritmo de sus caderas empujando toda su longitud dentro de ella, intentando que entre entera. Ella asiente cuando ya han empezado los embites y se prepara, notando su culo caliente y a punto de explotar cuando Alfredo empieza a follarla de una manera casi animal. Esta vez, Paula casi no lloriquea y gime cada vez más; su coñito se sigue sintiendo igual de estrecho y caliente, pero el juego de apretar y soltar va haciendo que se dilate con más rapidez y que aguante mejor las molestias. Entre sus piernas, Alfredo es consciente de que su hija disfruta en el momento que empieza a levantar las rodillas hacia su pecho, aguantandolas con las manos para mantenerlas bien abiertas —Eso es hija... así... ábrete... dámelo...— grita, perdiendo el control del todo, haciéndola gritar una y otra vez, cada vez con más fuerza. Paula siente que sus ganas de hacer pis crecen, reconociendo sus orgamos en esta necesidad, pero siente que es muy diferente a cómo le hacía sentir Tomás y a cómo la trataba. Siente como sus labios y su conejito doloridos pasan a un segundo plano y todo se centra en el fondo de su conejito, donde papá golpea sin parar. Su cérvix concentra un placer nuevo, desconocido, y mucho más intenso que nada de lo que había disfrutado hasta ahora

—Papi... papi...—gime sin saber qué más hacer o decir, gritando y mirando a los ojos de su padre; Alfredo la mira y se pierde en ellos

—Dime cariño... dime... ¿te gusta... te gusta dormir con papá?— Paula asiente enérgicamente y gime; sus ojos se quedan en blanco por momentos. Las primeras contracciones empiezan a aparecer y trasladan a Alfredo al séptimo cielo. Sabe que Paula se va a correr y acelera para correrse a la vez que su hija, pero no llega a tiempo y el cuerpo de su hija se estremece y tiembla. Sus ojitos se quedan en blanco del todo y las contracciones se vuelven más intensas alrededor de su polla —Dámelo Paula... córrete para papi...— susurra, empujándola por el precipicio. Paula se corre como no se había corrido hasta ese momento con tres orgasmos cervicales bestiales, cada uno más intenso que el anterior; gime y babea sin poder retomar el control, con convulsiones mientras Alfredo la utiliza para su propio placer cuando sus instintos toman las riendas hasta que la vuelve a llenar con su leche caliente y espesa. En ese momento no aguanta más y se deja caer sobre ella, aplástándola y hundiéndose más mientras recupera la respiración.

Durante unos minutos ambos jadean sin parar; el plug del culo de Paula se desliza fuera sin que ella pueda hacer nada para evitarlo, pero la polla sigue dentro aunque poco a poco pierde grosor y se va encogiendo. Cuando Alfredo consige recuperar un poco el control abraza a su hija y rueda con ella de manera que su pequeña queda sobre él. La siente jadear pero parece como si el orgasmo tan bestial le hubiera hecho perder el conocimiento. Piensa por un momento y no recuerda que nadie se haya corrido de esa manera con él. Le acaricia el pelo y sonríe, y levanta la cabeza para besar su frente. Ella no reacciona, pero siente su cuerpo relajándose sobre él. Echa la cabeza atrás y suspira, cerrando los ojos, feliz.

Alfredo y Paula todavía duermen cuando Tomás, que había estado escuchando la sesión, entra en el cuarto y se acerca a la cama. Es medio día y la luz entra por la ventana, aunque no da directamente en la cama. Paula está a un lado de papá y duermen abrazados. Tomás mira con curiosidad la polla de su padre; le parece pequeña y no entiende como su hermana ha podido gritar tanto. Con cuidado mueve el brazo de Alfredo con el que abraza a Paula, y deshace el abrazo de Paula a su padre, de manera que puede coger a Paula por las caderas y arrastrarla por la cama. Le abre las piernas y se fija en su coñito, todavía hinchado y rojo, mojado, y lleno de leche que aún sale a borbotones de ella; observa que hay restos de su himen y con un dedo empuja la leche de Alfredo dentro de Paula otra vez. Parece que los dos están profundamente dormidos, y Tomás no puede aguantar a que se levante Paula para jugar con ella. Lleva toda la noche esperando y casi no ha dormido, así que no pierde más tiempo y la pone boca abajo sobre la cama, la atrae hacia el borde de la cama y abre sus piernas de nuevo. Se baja el pantalón y se saca la polla y sin pensárselo empuja la cabezota hinchada casi morada entre sus labios, sintiendo como su conejito glotón se traga algo menos de la mitad. No puede evitar gemir, aunque lo intenta ahogar con su mano. Paula se revuelve, pero él no espera a que se despierte y empieza a follarla despacio, con cuidado, disfrutando de su coñito, que parece que envuelva su polla en un terciopelo cálido y húmedo mientras le ordeña. Tomás mantiene las piernas de Paula bien abiertas y se ayuda de ellas para deslizar su miembro dentro y fuera. Le acaricia las piernas y los muslos, apretando los cachetes y abriéndolos, descubriendo su pequeño ano relajado. Con las manos en su culo se ayuda mejor para follar a su hermana, y acelera sus caderas, dándole con más fuerza; Paula gime bajito pero despierta a su padre, que abre los ojos y ve a Tomás detrás de Paula. Tomás cruza la mirada con su padre sin parar de follarsela

—He visto... que ya... la habías... desvigado...— susurra Tomás; Alfredo asiente —Es muy estrecha...— gime Tomás sin dejar de susurrar, apretando los ojos cuando la sensación de ordeño parece que se vuelve más intensa.

—Lo es— susurra Alfredo, tapándose un poco con una sábana —Ha sido una de las mejores corridas de mi vida, aunque dormida no será lo mismo— Alfredo levanta un brazo y se pone la mano detrás de la cabeza para levantarla un poco, espabilándose

—También me... me gusta... cuando duerme— confiesa Tomás

—Lo sé hijo— dice, retirándole el pelo a Paula de la cara; en su cara, Alfredo ve cómo está disfrutando, y coge el plug y se lo pasa a su hijo, habiéndolo lubricado con el aceite de coco —Ten, pónselo— sugiere, y sonríe. Tomás coge el plug y separa sus cachetes, viendo como se hunde con mucha facilidad. Al entrar, nota en la polla las curvas del plug haciendo que la sensación sea más extrema. Gime, gruñe, no puede evitarlo. Alfredo ve la cara de su hijo y sonríe —De nada, hijo— le dice sin esperar el agradecimiento, y se levanta y camina al baño. Por el camino su hijo no puede evitar ver que se le había vuelto a poner morcillona y que le parecía que era más gruesa que la suya, pero vuelve a centrarse en el coñito de Paula y en las sensaciones nuevas con el plug anal. La respiración de Paula cada vez es más agitada, pero Tomás sólo piensa en correrse en ella y no hace nada por despertarla, usando su conejito para correrse en él y llenarlo, mezclando su leche con la de su padre. Cuando se corre, se inclina sobre ella y le besa el cuello y su espalda mientras recupera la respiración y siente como su polla deja de palpitar

—Gracias hermanita— susurra y sale de ella; antes de irse la vuelve a acomodar en la cama y la tapa con la sábana, dejándola durmiendo de lado y con las piernas cerradas para relentizar la salida de la leche de su coñito y con el plug en el culo.

Paula agarra la almohada y sigue durmiendo como si nada hubiera pasado.