Historia de una pandemia (VII)
Después de una corta pero intensa relación con su hermano Tomás, la pequeña Paula decide que quiere que sea papá quien tome su conejito, así que Alfredo y Tomás se la reparten
Antes de leer "Historia de una pandemia (VII)" échale un ojo a las partes anteriores de este relato para que conozcas a Paula, a Tomás y a Alfredo
Historia de una pandemia (I) > https://todorelatos.com/relato/172318/
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Paula abrió la puerta del dormitorio de su padre con cuidado y empujó suavemente; volvió a oler su esencia y notó cosquillas en la tripa
—Papá, ¿estás despierto?— Tomás no supo qué hacer, y acabo delatándose
—Sí, cariño... vente— la invitó a la cama y ella se dió prisa por subirse y tumbarse a su lado; él se giró de nuevo para quedar mirándola a ella
—¿Necesitas algo? ¿Te preparo cena?— Paula sonrió, y Alfredo sólo apreció cómo sus dientes brillaban
—No cariño, estoy bien— continuó susurrando —¿Váis a cenar vosotros?— Paula no sabía ni qué hora era, pero no tenía hambre y agitó la cabeza con suavidad
—No tengo hambre— sonrió —más tarde...— Alfredo asintió, y sin esperar más tiempo movió una mano sobre su brazo, acariciándola
—Me gusta que vengas a verme, Paula— su mano subió a su cuello para poder acariciar su carita y su pelo, aún cogido en una cola —¿Habéis estado Tomás y tú haciendo uso del matrimonio?— pregunta directamente, yendo a por todas. Paula asiente, bajando la mirada —Es normal, cielo, es tu marido y le tienes que hacer caso... ¿qué te ha pedido ahora?
—Que viniera a ver cómo estabas— sonríe
—Estoy bien, no os preocupéis por mí— la mano le acaricia el cuello por detrás y le rasca la cabeza suavemente; ella cierra los ojos relajada
—Ay papá, qué bien...— gime, sonriendo; la mano de Alfredo le baja por la espalda lentamente
—Gracias cariño... pero supongo que esto lo hace también Tomás— Paula abre los ojos sin saber qué contestar mientras él sigue acariciando su espalda, bajando su mano por ella cada vez más —O debería hacerlo, si fueras mía te acariciaría todo el día— Paula se sonroja y sonríe, notando la mano de papá alcanzar su culito y posarse, acariciándola sobre la tela de su camisola —Si fueras mía, te mimaría y todo sería gustito en tu tripa— mientras habla, sus dedos arrastran la camisola hacia arriba, descubriendo su culito desnudo —Y me gustaría que fueras tal y como eres, cielo, feliz y juguetona, obediente, claro, pero hay que enseñarte con amor, no con azotes— Paula tiembla, se estremece notando las yemas de los dedos de nuevo sobre su culito —No es cuestión de que acates órdenes como una máquina, sino de que aprendas cómo debes comportarte con papá, y papá sólo quiere que seas como tú eres: entregada... inocente... la mejor hija— la mano de papá alcanza el plug y sin sacarlo acaricia la base con su dedo haciendo círculos para que se mueva suavemente; Paula lo siente y gime bajito, casi manteniendo el nivel de susurros, acurrucada frente a él, temblando de excitación y perdiendo el miedo que pudiera tener. Alfredo tira del plug hacia afuera y juguetea con ella, acercándola a él —Muy bien, princesa... así...— dice, sacando el plug totalmente y volviéndolo a hundir en ella, sintiendo como su pequeño y elástico músculo recobra su forma rápidamente —Tienes un culito perfecto, Paula y eso que no lo he visto todavía— susurra Alfredo mirándola a los ojos mientras entierra el plug una última vez; después sus dedos se siguen moviendo por su rajita, dejando un dedo hundido entre sus cachetes y arrastrándolo hacia adelante; ese dedo pronto encuentra la entrada a su más íntimo lugar y con cuidado empuja, notado su humedad y su alta temperatura interna; como ella había prometido, su virginidad seguía intacta y Alfredo no puede evitar empujar con su dedo para ponerla a prueba —Cielo, mira... lo que toco ahora...— hace una pausa para mover su dedo y que ella lo localice —esto es tu himen, tu virginidad... tu flor...— la voz de Alfredo se quiebra un momento de excitación —y que se la ofrezcas a tu padre es el mejor regalo que una hija puede hacer
—Papá... yo...— su voz se corta
—¿No me lo estás ofreciendo?— el tono del susurro es de sorpresa, pero Alfredo lo imposta de una manera casi cómica, aunque Paula no se da cuenta —¿No le estás ofreciendo tu flor a tu padre, lo mejor que puedes ofrecer de ti?— Alfredo se divierte torturando a su hija con la presión a la que la somete, aunque en el fondo siente que es su pequeña y le pertenece, y que debería ser él quién disfrutara de ella, no su hijo.
—Papá... es que Tomás...— su susurro se apaga, se lo ha prometido a Tomás y se ha 'casado' con él, aunque se arrepiente de la decisión y en ese momento le gustaría poderselo entregar a su padre —Es que se lo he prometido...— susurra y empieza a llorar, con una pena enorme
—Shhh, princesa... no pasa nada... lo has prometido y valoro mucho que mantengas tu palabra... no pasa nada cielo, no quería presionarte— miente, mientras desliza el dedo hasta llegar a su clítoris, aún en su capuchón —oh... qué chiquitín es tu botoncito... —lo coge entre dos dedos y lo aprieta suavemente, moviendo sus dedos para masajearlo; nada más empezar a acariciarla de esa manera, el cuerpo de Paula se estremece y tiembla, y abre sus piernas lentamente para él —así, princesa... eso es... abre las piernas...— sus dedos se mueven despacio mientras nota como con ese pequeño botón puede controlarla completamente —Así, cielo...— las caderas de Paula se balancean lentamente —eso es... eso es, deja que papá te ayude— Paula asiente, gimiendo bajito; nota su cuerpo realmente excitado y la penumbra del cuarto de papá ayuda a que se confíe y se entregue; Alfredo se incorpora, le ayuda a subirse la camisola por encima de las caderas y la acerca hacia él de nuevo; se nota más duro y más excitado que nunca antes, acariciando el cuerpo suave y firme de su hija; ni en sus sueños más calientes podría haber soñado con esto pero desde que esa mañana volvió del hospital, todo había cambiado. De repente, sus dedos cambian sus movimientos y de masajear el botón para forzarlo a que salga, sus dedos ahora hacen círculos sobre ese botón además de una leve presión que la hace estremecerse —¿Te gusta así, cielo?— Paula no puede responder pero agita la cabeza; su conejito chorrea y Alfredo no puede evitar moverse entre sus piernas y cubrir esa sabrosa rajita con su boca, recogiendo sus dulces jugos mientras con su lengua juguetea con su botoncito ya fuera de su capuchón —Así, princesa... dáselo todo a papá...— susurra a su conejito, comiéndoselo con mucha hambre —No sabes el favor que le estás haciendo a tu anciano padre, cielo— fuerza, excitado, todavía en su papel de hombre enfermo y desvalido mientras controla a su hija usando sus instintos más primarios. Alfredo empuja su lengua en su vagina, pequeña y estrecha, que agarra su lengua y la intenta chupar hacia dentro como una ventosa, y sólo pensar en qué pasaría si fuera su polla se excita más y más, aferrándose a la determinación que había tomado. Aprovechando que tiene a su alcance el plug, juguetea con él para excitarla más y más, pero no controla la intensidad a la que la somete ni lo excitada que está y el pequeño cuerpecito se ve sobrecogido por un orgasmo animal, brutal; lo siente en su lengua, cuando las contracciones le atrapan, pero se siente incapaz de detenerla y siente que se lo ha ganado aguantando al idiota de su hijo; lo percibe también por la manera en que su cuerpo se contorsiona y en cómo agarra las sábanas de su cama, pero sobre todo en cómo Paula empujaba su cabeza hacia su conejito, queriendo tragárselo. Conociendo a su hijo, Alfredo se pregunta si Tomás habrá conseguido que Paula acabe así, o si sólo se limita a usarla dándole el mínimo placer. Así con la cara cubierta en la lubricación de Paula, Alfredo se incorpora y le besa la frente —¿Cómo estás princesa?— le pregunta, cariñoso, sin agobiarla, acariciando su carita y su cabello suavemente. A Paula le cuesta articular palabra pero sonríe y gime bajito
—Gracias... papá... muy bien...—ríe bajito, una risa musical, feliz, aún abierta de piernas y expuesta, sin poder moverse.
—Me alegro cielo...— dice Alfredo, besando de nuevo su frente y levantándose al baño; allí se desnuda y se da una ducha rápida, limpiándose bien la cara y la barbilla, y aprovecha para bajarse un poco la excitación. Se seca y se pone un pijama limpio; busca uno más clásico con botones, que pueda abrirse para no mancharlo, y con apertura en la bragueta. Además, busca algo que pueda servirle como lubricante, y lo único que encuentra es un potingue que Ana se dejó en el que en la etiqueta indica que es aceite de coco y que podría servir en caso de necesitarlo. Después de unos minutos, volvió a la cama y descubrió que Paula se había dormido; con la luz apagada volvió a tumbarse entre las piernas de Paula para continuar donde lo había dejado. Empezó a lamer los labios que se habían deshinchado, dejando que su lengua se deslizara entre ellos hasta localizar de nuevo su botón y capturarlo entre sus labios, chupándolo y acariciándolo con su lengua. No tarda nada el conejito de Paula en despertarse y empezar a mojarse otra vez; para sí, Alfredo tiene que reconocer que su hija es una niña muy caliente y que si no la controlan tendrán un problema. Desliza su lengua dentro de su vagina para sentir de nuevo esa ventosa que quiere tragarlo, y hace círculos con su lengua como si ensanchara la entrada, a la vez que con su dedo gordo masturba su botoncito; Paula gime en sueños pero se va despertando lentamente
—Mmmmmm papá... qué... oh... qué bien... no pares...— se estira y vuelve a mecer sus caderas para él, notando lo mojada que está
—No, cariño, no paro, tú deja que papá cuide de tí— susurra mientras su lengua entra y sale de ella, alcanzando su himen sin problema, y el dedo gordo sigue trabajando su botón del placer. Concentrado en estos dos puntos, su mano libre baja hasta su plug y despacito tira de él hacia fuera, jugando con la resistencia que hace su esfínter durante un ratito hasta que acaba deslizándolo fuera completamente
—Ahhh... gracias papá...— gime de placer, sintiendo su culo relajarse en horas, pero la lengua de papá baja rápidamente y lame ese agujerito, juguetona, sintiendo como se cierra a su alrededor y cómo los pliegues del pequeño agujerito se vuelven a tensar —papá... papi... oh papi...— gime de nuevo sin poder parar, soplando para evitar gemir más alto —no... no pares... ay papá que me gusta eso... que me haces...— el coñito de su pequeña se ha hinchado y mojado en los pocos minutos que lleva encargándose de ella
—Paula, cariño ¿quieres que papá se encargue de tí ahora?— sugiere, llevándola a donde Tomás aún no la ha llevado —Papá podría ser tu nuevo marido y te dará todo lo que necesitas...— mueve su lengua en círculos dentro de su culo, mientras captura su clítoris entre dos dedos y lo masajea. Paula se arquea y gime sin poder responder, agarrando las sábanas de la cama y tirando de ellas, intentando ahogar el placer; su boca se mueve de nuevo a sus labios vaginales que chupa y lame, recogiendo el dulce néctar, para volver a su culito glotón
—Papá... papá... lo... lo que tú... quieras... sí... sí todo— gime, incapaz de hilar una idea
—Entonces, cielo ¿le das a papá tu conejito? ¿quieres ser de papá?
—sí papá...— tiembla en sus manos, estremeciéndose
—Princesa ¿de verdad? ¿de verdad me lo vas a dar?
—Sí... sí papi... Có... cógelo papá, es tuyo— tiembla, mirando entre sus piernas hacia donde debería estar la cabeza de su padre. En ese momento Alfredo se incorpora y le besa la frente, sin dejar de frotar su clítoris
—Gracias cariño, es algo que vas a disfrutar y que nos va a unir más, cielo— Paula sigue temblando de la excitación, y sólo espera que su padre vuelva a besar su culito —pero antes, debes ir a decírselo a tu hermano, que vuestro matrimonio se ha acabado. Dile si quieres que ahora vas a ser mi esposa, cielo— el dedo gordo de papá se acelera sobre su botón, masturbándola sin parar mientras le pide que salga y se encare con su hermano, para comprobar hasta dónde es capaz de llegar
—¿Cómo...?— Paula no entendía; por un lado papá la sigue masturbando, evitando que pueda pensar con claridad, y por otro la envía a que hable con su hermano
—Es muy sencillo, princesa. Si quieres ser la nueva esposa de papá, se lo tienes que decir a Tomás. No puedes ser la esposa de los dos— Vuelve a besar su frente y le acaricia la cara; después levanta la mano que juega con su conejito y lleva los dedos a la boca de Paula, que abre la boca obediente y los chupa— Muy bien cielo, eres una niña muy obediente— Paula le mira con frustración mientras Alfredo coge el plug anal y lo moja en su coñito, llegando a meter la punta en su vaginita para lubricarlo bien, y después lo desliza suavemente de vuelta en su culo —Princesa, pensé que tardarías más en aceptar el cambio— empieza a follar el culo de Paula despacio con el plug —Debes aprender a pensar más las cosas antes de entregarte a alguien. Con papá aprenderás a tomar buenas decisiones— Paula asiente, y Alfredo vuelve a bajar su boca a su conejito, para limpiarlo una última vez —Cariño, ve ahora a hablar con Tomás— dice cuando la ha limpiado bien; ella no acaba de entender que pasa, pero Alfredo le insiste y se levanta un poco desorientada, caliente y frustrada, lloriqueando. Realmente pensó que a Paula le iba a costar más cambiar su decisión, pero se alegró de no tener que insistir más y que su hija le prefiera a su hijo. Miró a su mesilla y guardó el aceite de coco en el último cajón, junto con un par de juguetes que alguna vez había usado con Ana —Ve, princesa, te espero
Paula se recompone la camisola y camina hacia la puerta; la abre y sale, y se encuentra con su hermano de frente que venía a buscarla
—¿Qué ha pasado? Has tardado mucho...
—Es que... me he dormido— No miente, pero no dice toda la verdad. Tomás la abraza y baja su mano por su espalda hasta llegar a su culo
—Aquí sigue... muy bien...— y besa su frente, sus labios y su cuello —Tenía miedo de que papá te hubiera pillado— y la coge en brazos de manera que las piernas de Paula rodean a Tomás, quedando su conejito mojado totalmente abierto —Paula, estás muy mojada... ¿tan necesitada estás?— Se ríe de su propia ocurrencia y Paula lo abraza con fuerza
—No... no es eso... o bueno sí... pero... bájame
—No quiero bajarte, Paula, eres mía...— responde juguetón y le saca el plug —y como eres mía... puedo hacer esto— dice mientras se baja el pantalón y deja que su polla vuelva a saltar fuera, la agarra y la apunta al culo de Paula, que se abre sin problemas —Oh... mira... eres mantequilla...— gime mientras la penetra hasta el fondo
—Bájame, Tomás... no...— gime de placer, su hermano mueve su mano a su conejito y la empieza a masturbar —bájame por favor... no quiero...— gime de nuevo
—No seas tonta Paula, claro que quieres... disfrutas de esto más que yo— gime, sin importarle que su padre esté al otro lado de la puerta
—Tomás... no Tomás...— gime muy excitada, casi sin poder controlarse — Bá... ja... me...— grita sin mucha convicción
Al otro lado de la puerta, Alfredo los está escuchando; es consciente de lo excitada que está Paula y de cómo Tomás la controla y la utiliza cómo ha hecho él mismo. De hecho, encuentra esa relación que tienen muy excitante, tanto que se le pasa por la cabeza que ambos pueden compartir a Paula, y que Paula puede ser la única mujer de la casa mientras estén encerrados, y hacerla suya cuando Tomás se pueda desahogar en otras. Y con esa idea, abre la puerta del cuarto y los sorprende
—¡¡¿Pero qué coño estáis haciendo?!!— Tomás ha apoyado a Paula contra la pared mientras la mantiene en el aire, y entra y sale de ella con velocidad, mientras ella lloriquea pidiéndole que la baje pero gimiendo de placer como hacía con él unos minutos antes. La primera en reaccionar es Paula; Tomás se queda de piedra y ni se le ocurre bajar a su hermana, y se limita a dejarla caer en su miembro empalándola profundamente
—Papá... perdón papá...— le mira asustada, esperando que su trato siguiera en pie, y que no se arrepintiera después de ver que Tomás la había vuelto a tomar —papá no quería... yo... papá...—
—Calla Paula; Tomás ¿tu hermana no te está pidiendo que la bajes? No puedes usarla sin que ella quiera...— A Alfredo le parece que una frase acertada, conciliadora y que deja clara su postura en ese tema
—Pero papá, Paula y yo tenemos un...— Tomás no sabe cómo definir lo que tienen, pero Alfredo se adelanta
—Mira hijo, no me importa qué tipo de relación tengáis, ni desde cuando. Entiendo tus necesidades, y no has hecho nada que no haya hecho yo antes. Bueno, parecido...— Los hermanos se miran, sin entender qué está pasando; Tomás deja que Paula baje al suelo y se guarda la polla en el pantalón; Paula baja su camisola, con miedo —Vamos a la cocina, vamos a hablar los dos— Mira a Paula y corrige —Vamos a hablar los tres, y empieza a andar esperando que sus hijos lo sigan.
Tomás se sienta frente a su padre, y Paula se queda en pie; Alfredo se dirige principalmente a su hijo
—Tomás, por mí podéis seguir, me gusta veros— dice Alfredo para volver a romper el hielo; Tomás asiente y monta a Paula sobre sus piernas, pero sin llegar a penetrarla —Paula, princesa, tienes un conejito muy dulce, y un culito precioso— Paula se sonroja y Tomás la mira asombrado, sin saber qué decir —No la mires así, Tomás, si la hubieras satisfecho como deberías, al venir a mí no hubiera sido tan fácil— Ahora es Paula la que mira a Tomás, pero está muerta de vergüenza
—Papá, ¿tú también has...— no puede acabar la frase, a Tomás también le da corte hablar con su padre de ese tema
—No, oh no... no, sólo he usado mis dedos y mi boca para convencerla, y no me ha costado nada. Por eso digo que no lo has hecho bien del todo, hijo— Paula mira al suelo, sintiendo que hablan de ella como cuando era más pequeña y hablaban de ella como si no estuviera delante —Pero precisamente por eso he visto que Paula es todavía virgen. Y te lo agradezco
—Bueno, gracias papá, pero era algo que quería hacer más adelante; llevármela a algún lado y disfrutar de ella...
—Oh, ya tenías planes y todo... Lástima— Alfredo utiliza una sonrisa de la que tira cuando necesita dar una puñalada a alguien y que aún le den las gracias —porque ya que tú has estrenado su culo, el coño de Paula es para mí— Paula abre los ojos y la boca como platos, sin creerse lo que estaba oyendo —Paula es mi princesa, y he decidido que duerma conmigo por las noches— La cara de Paula no se puede expresar con palabras; los ojos le brillaron y no pudo evitar dar un grito de felicidad
—Papá sí!!!! sí papi sí!!!! gracias papá!!!! te quiero tanto papá...— alargó la mano por encima de la mesa para cogerle la mano
—Espera cielo... no es todo— los dos le miran con desconfianza —Tomás, sé que no siempre voy a poder darle a Paula lo que necesita, sé que no puedo hacerlo solo y que también te necesito— Alfredo sabe que puede ocuparse de ella él solo, pero le interesa mantener a su hijo entretenido y relajado —no quiero que dejes de jugar con ella, de llenarla y abrirla, es estrecha pero debemos adaptarla. No me importa lo que quieras hacer, porque sé que ella lo va a aceptar— ahora es él quien alarga el brazo y coge la carita de Paula con una mano; ella sonríe sintiéndose una princesa a la que su papá adora —Ahora está descontrolada, todo es nuevo para ella y se siente rara— sonríe mirándola, y continua hablando con su hijo como si no estuvieran solos —pero hay que enseñarle a comportarse, y moldearla a nuestro gusto. Insisto, puedes hacer lo que quieras, pero tienes que mantenerla complacida, no puedes castigarla sin orgasmo porque podría salir a buscarlos ella y se descontrolaría el equilibrio— Tomás escucha atentamente y asiente —Paula tiene que saber que este es un lugar seguro dónde puede conseguir todo lo que necesite, y así estará siempre a nuestros pies.
—Papá, cuando dices que puedo hacer lo que quiera... ¿todo?— Le mira extrañado
—No todo está permitido, Tomás, no seas bruto, sólo lo que ella apruebe— Paula sonríe, y mira alrededor haciéndose notar —Ella manda en ese sentido; tú en el resto— Tomás asiente —Quiere atención y sentirse querida, y a cambio de eso, puedes divertirte con ella. Es un win-win
—Si la quisiera llevar a una fiesta privada, con una máscara para que no la reconocieran... ¿podría?
—Si ella acepta, no hay problema— Alfredo le guiña un ojo a su hijo —Y recuerda que hay un botón que puedes tocar para convencerla de algo— Tomás asiente, pillando la referencia al clítoris de su hermana, pero ella no lo hace porque anda despistada mirando alrededor. Tomás sonríe
—Gracias papá, no te arrepentirás por confiar en mí
—Lo sé hijo...
Y mientras Alfredo le ayuda a quitarle la camisola a Paula, Tomás se baja de nuevo el pantalón y saca su polla que sigue dura y la vuelve a empujar dentro de su hermana, penetrándola con dureza y haciéndola chillar
—Perdona, Paula, no tengo el lubricante aquí— se excusa Tomás mientras Paula lloriquea por la sequedad
—Tomás, el conejito de Paula tiene un lubricante natural, úsalo si lo necesitas— dice Alfredo, que se sienta de nuevo en su silla para ver cómo Tomás saca su polla y la moja bien entre los labios de Paula, dejando que la cabeza se deslice entre ellos; después retira la silla un poco y estirando a Paula boca arriba sobre la mesa, apunta de nuevo a su entrada y empieza a balancearse dentro de ella bajo la atenta mirada de su padre, abriéndola con menos brusquedad esta vez —una última cosa, Tomás, no la preñes, un aborto en este momento sería complicado
—¿Pero Paula ya...?— pregunta Tomás a lo que Alfredo asiente, conociendo los periodos de su hija
Alfredo puede apreciar la belleza de su hija a la luz de la cocina; es preciosa, su cara muestra felicidad, y la mezcla de dolor y placer de sentir una polla adulta dentro. Él conocía bien esa expresión y le acarició suavemente mientras observaba que si bien la polla erecta de su hijo era algo más larga que la suya, probablemente Paula iba a tener algún problema con el grosor de la suya. Se levantó excitado por la situación y jugueteó con los pezones de su hija haciéndolos crecer rápidamente y luego bajó su mano a su conejito para masturbarla
—Princesa, disfruta, te espero en la cama— Paula sonrío a papá
—Te quiero... te quiero papi— gimió, con los ojos cerrados y sintiendo la polla de su hermano palpitar en su culo; Alfredo acaricio su cara otra vez y le dió un último tirón de los pezones
—Tomás, cuando acabes dúchala y llévala a mi cuarto; si estoy durmiendo no me despiertes, estoy cansado. La quiero desnuda en mi cama, y con el pelo suelto.
—Sí... sí papá, cuenta... cuenta con ello— gimió Tomás follando a Paula con fuerza, sujetándola por los hombros y empalándola una y otra vez. En ese momento Alfredo se dió cuenta del bulto que dejaba la polla de Tomás en la tripa de Paula y la acarició
—Oh... qué preciosidad...— acarició un momento el bulto, satisfecho —cuando puedas usar su conejito, es posible que te encuentres con algo que no te habrá pasado con chicas más mayores— sonríe, recordando a su prima —digamos que al ser todavía adolescente, si tu miembro es lo suficientemente largo puedes llegar a entrar hasta su útero— sonríe —para tí será un placer indescriptible, aunque a ella le pueda doler— Paula le mira, sin entender— Princesa, tú no te preocupes, haremos que no te duela— Y asiente, convencida, gimiendo. Alfredo se da media vuelta y sale de la cocina, dejando a su hijo Tomás follando el culo de su hija Paula