Historia de una madre maravillosa (Primera Parte)
De cómo mi madre celebró su viudedad y puso fin a la desgraciada vida que le dio mi padre.
I
A estas alturas de su vida, mi desvergonzada e impúdica madre era bien conocida por nuestro círculo de amistades. Vecinos y familiares conocían muy bien su condición extremadamente libertina, menos mi difunto padre, hoy de cuerpo presente y al que Dios tenga en su gloria, que no se enteró de nada por mojigato, hasta que ya enfermo su hermano y amante de mi madre le desveló el tipo de mujer con quien se había casó.
Pero, la pregunta es: ¿como una mujer como ella, tan viciosa y lujuriosa, le resultó tan fácil ocultar y llevar esa doble vida de engaños y escarceos amorosos a mi padre?.
Pues por un error de juventud en una época tan difícil para las mujeres en general, y más para las viciosas en particular.
Ya desde pequeñita, mi madre había sentido fuertes pulsiones de tipo sexual que le resultaba difícil de controlar, por eso, y sin saber desde cuando, se masturbaba para aliviar la desazón que esto le producía.
A los trece años ya sentía la necesidad de relacionarse con chicos pues ya intuía que ellos eran el complemento natural para satisfacer sus impulsos. Por desgracia fue entonces cuando conoció al gilipollas que luego fue mi padre, y que además era diez años mayor que ella. Y como a esa edad no se tiene claro nada en la vida, pensó ingenuamente que quizás este sería el hombre que la aliviara de su divino tormento. Craso error.
El panolis resultó puritano, y por mucho que ella insistía no había forma de que la follara, le decía que aun era muy pronto, y que eso solo se podía hacer cuando fuese mayor y estuviesen casados. No se puede ser más imbécil.
Pero aún así, a los quince años consiguió que su padre, el borracho de mi abuelo, le diera la emancipación, eso sí, a cambio de que guardara silencio (Pero esto es otra historia).
A los dieciséis se casó con él. En la misma noche de bodas se dio cuenta del tremendo error que había cometido. Esa noche fue imposible que consumara el acto por el estado lamentable en que se encontraba, ¡y a demás se dio cuenta que era de picha pequeña!.
Pero ahí no quedó todo, posteriormente supo que también era eyaculador precoz. Vamos, una joyita.
Mi padre era el mayor de tres hermanos varones, y además el más tonto de todos, pues pronto uno de ellos, Salvador, el menor de los tres, más guapo y apuesto que él, se encaprichó de mi madre, y pronto comenzó a hacerle insinuaciones. Por suerte mi madre no tardó en responder a su interés y mantuvo una actitud complaciente y provocativa hacia él. Esta fue su salvación.
Pero había otro problema, por aquel entonces mi tío Salvador tenía novia y estaba próximo a contraer matrimonio, pues ella era hija de un rico comerciante de la zona y no podía dejar pasar una oportunidad así, un braguetazo suculento. Esto era otro obstáculo a sortear.
Mi madre siempre ha sido una mujer de recursos, y esta circunstancia añadió esa chispa de morbo que necesitaba su historia.
Su relación íntima comenzó durante una comida con toda la familia en casa de mi abuela paterna donde se iba a anunciar la boda de mi tío salvador con la rica heredera.
Mi madre y mi tío Salvador se habían sentado juntos alrededor de una mesa redonda vestida con un gran mantel con la que se cubrían el regazo, ella a la derecha de él, y el que luego fue mi padre a la derecha de ella, mi abuela, Rosario, la prometida de mi tío, y Pepe, mi otro tío y Pepita, su mujer, respectivamente.
La comida transcurrió como cabía esperar, pero ya en los postres mi tío Salvador comenzó, por debajo del vestido, a meterle mano por entre las piernas. Mi madre, que al principio se puso un poco tensa porque no se lo esperaba, reaccionó como cabía esperar y dio su consentimiento separándolas ligeramente, permitiendo así que mi tío acariciara la parte interna de su muslo izquierdo. Él, viendo como se le habría el camino, la acariciaba con lentitud y fue subiendo la mano hasta rozar con la punta de los dedos la fina braguita que cubría su chocho, ya mojado por la excitación del momento, haciéndola estremecer.
Casi de manera automática y también bajo la mesa, ella buscó con su mano el bulto de la entrepierna de mi tío mientras intentaba disimular la situación, mirando y riendo nerviosa con los comentarios del resto de comensales, que permanecían ajenos a sus manualidades.
Mi madre sintió como se le aceleró el corazón cuando notó la dureza y el tamaño del miembro que palpitaba bajo el pantalón de mi tío. Esa noche por fin mi madre le comió la polla a un hombre de verdad y saboreo, por primera vez en su vida, el acre sabor del semen eyaculado por un macho excitado.
A partir de ese día todo cambió para ella.
Al poco tiempo se quedó embarazada de mí. Para mi madre, que ya estaba perdidamente enamorada de mi tío Salvador, ese acto había sido como una violación, pues desgraciadamente fue el cerdo de mi padre el que mancilló su cuerpo con su podrido semen. Un profundo asco hacia él se apoderó de mi madre, pero solo por seguir cerca de mi tío Salvador siguió casada con él.
De ese acto repugnante nací yo, de lo que siento profunda vergüenza. Por eso, para redimirla de su pecado, me convertí en cómplice y encubridor de mi pobre madre.
Luego vendrían mi primer hermano que, afortunadamente para ella, sí fue concebido con mucho amor, y más placer, pues su padre fue mi tío Salvador.
La siguiente fue mi hermana que también fue concebida por el cerdo de mi padre. Tampoco mi madre pudo evitar sentirse violada. Mi hermana, desde muy pequeña supo de la situación que vivió nuestra madre con el cerdo de nuestro padre, y también sintió la necesidad de redimirla, y para ello tomó como ejemplo su obsceno comportamiento.
El tiempo fue transcurriendo, y por motivos del trabajo de mi padre, cambiamos de lugar de residencia. Esto supuso que durante una larga temporada mi madre y mi tío Salvador dejaron de verse, por lo que mi madre no pudo evitar liarse con Andrés, uno de los mejores amigos de mi padre. De esa relación nació mi hermano pequeño.
Con astucia mi madre supo inculcarnos a mi hermana y a mí un odio visceral hacia nuestro padre, mientras alentó la relación de nuestros hermanastros con sus respectivos padres.
Así pasó el tiempo hasta que mi padre enfermó, momento en que a mi madre se le desató la lujuria comenzando a comportarse de una forma desvergonzadamente impúdica públicamente, sin disimulo alguno. Como es natural contó con mi complicidad y la de sus amantes para entregarse en cuerpo y alma a disfrutar de todos los placeres prohibidos.
Mi padre estuvo enfermo seis meses, y en ese tiempo en que mi madre había dado rienda suelta a la perra ninfómana que llevaba dentro, había empezado a beber y a consumir la marihuana y el hachís que le proporcionaban unos buenos amigos, a cambio, eso sí, de gratos servicios sexuales.
Continuará…