Historia de una madre maravillosa (Capítulo 3)

De cómo mi madre celebró su viudedad y puso fin a la desgraciada vida que le dio mi padre.

III

Allí se acercó a un grupo de jóvenes, que parecían estar de juerga, y que vieron en ella alguien de quien reírse. La invitaron a cubatas y también le dieron a fumar de los porros que consumían. Mi madre no rechazó ningún ofrecimiento y se prestó a ser el centro de las burlas y salidas de tono de los muchachos, pues a ella eso también le divertía. Los chicos no tardaron en empezar a meterle mano y manosearla por donde podían, entre risas y bromas. Ella se dejaba hacer, pero cada vez estaba más pedo, y los muchachos fueron perdiendo el interés al ver como se estaba poniendo, y no quisieron tener problemas.

Un tipo solitario que había por ahí se percató de su estado y como los jóvenes ya no le hacían caso, vio que era una presa fácil, así que se le acercó, llamó su atención y consiguió apartarla del grupo de jóvenes. No le fue difícil enrollarse con ella, tan sólo hizo falta invitarla a un par de cubatas más para tenerla a su merced.

El camarero del local, viendo el estado en que mi madre se encontraba, sugirió la posibilidad de llamar a un taxi para que se la llevaran de allí, entonces el tío, que fingió saber donde vivía se ofreció a llevarla a casa, pero, “a la suya”.

Mi madre estaba tan borracha que a aquel tipo le fue fácil hacer con ella lo que quiso. La llevó un viejo polígono industrial a las afueras de la ciudad, y en el interior de una nave abandonada, a la luz de las farolas que iluminaban tenuemente la estancia, se la folló a placer.

Mi madre a penas reaccionaba y tenía que apoyarse en los objetos que por allí había para no caerse. Ese estado fue aprovechado por aquel hombre para echarle dos o tres polvos, corriendose dentro de su coño y sobre su cara, dejándola empapada y llena de semen. La folló por la boca con tanta fuerza que la hizo vomitar dos veces.

Cuando se cansó, y siendo ya sobre las tres de la madrugada, el tipo la llevó a un parque cercano dejándola tumbada en un banco durmiendo la borrachera.

A las siete de la mañana la despertó el personal de limpieza del parque. Cuando se espabiló un poco cogió un taxi y se fue a casa. Se duchó, tomó un analgésico para la resaca y tras desayunar volvió al hospital donde mi padre ya había comenzado a agonizar durante esa noche.

Al llegar, a eso de media mañana, preguntó en recepción si ya se había muerto, pero al obtener una respuesta negativa no pudo reprimir un gesto de desagrado y subió a la habitación de mala gana.

Continuará