Historia de una esclavitud (6 -final-)

Sara permanecía prácticamente desnuda y completamente inmóvil. Sentada a mi lado en el coche vestida tan solo con la parte inferior del bikini. Circulando ambos a toda velocidad por la autopista.

HISTORIA DE UNA ESCLAVITUD (6 –final-)

Sara permanecía prácticamente desnuda y completamente inmóvil. Sentada a mi lado en el coche vestida tan solo con la parte inferior del bikini. Circulando ambos a toda velocidad por la autopista. Sara miraba al suelo del coche mientras yo procuraba situarme junto a los otros vehículos para que los conductores pudieran verla perfectamente. Le dije que no quería que se tapase los pechos, unos pechos separados graciosamente por el cinturón de seguridad quedando perfectamente a la vista de todo el mundo.

-¿Cómo te sientes?

-Varios conductores me han hecho señales.

-No te he preguntado eso.

-Excitada

Estábamos entrando en la ciudad. La mire de reojo. Estaba nerviosa. Una cosa era ir en topless por la playa, incluso dentro de un coche por una autopista… pero ahora estábamos entrando en la ciudad. Y eso cambiaba cuantitativamente las cosas. La gente no va en topless por la ciudad, ni tan siquiera en bikini. La gente de la ciudad se visten de cuero y se meten objetos por el culo. Pero nunca van en bikini por la calle. A nuestra izquierda hacia rato que circulaba un coche con un tipo de mediana edad que no dejaba de mirarnos mientras su coche se movía peligrosamente de un lado a otro. Me apetecía mucho entrar en la ciudad con Sara de aquella manera pero algo me decía también que el juego debía terminar. Una cosa era humillarla, otra bien distinta provocar un accidente en la autopista o que un motorista se saltase un semáforo.

-Vístete.

Media hora después entrábamos por la puerta de casa. Todavía quedaba un tiempo para comer así que la ordene que se duchase y después fuimos al supermercado a comprar lo necesario para la comida. Escogí dos botellas de vino negro y lo necesario para hacer una paella.

-¿Sabes cocinar una paella? –le pregunté.

-Creo que si.

Cogí comida para los dos días y la ordené que pagase. Después volvimos a casa mientras dejaba que ella cargase con todas la bolsas. De nuevo volví a sentirme avergonzado, estaba en mi barrio y todo el mundo podía ver como aquella hermosa desconocida cargaba las bolsas a mi lado.

Entonces me di cuenta de que si ella era mi esclava podía hacer cuanto me apeteciese. Sin explicaciones.

-Yo me adelanto –le dije antes de comenzar a apretar el paso- te espero en mi piso.

Y dicho esto la dejé sola en la calle cargando con todas las bolsas. Quizás el secreto estaba en esos pequeños detalles precisamente. En la más cotidiana de las esclavitudes. La más reprochable. El aprovecharse de un ser humano para que nos haga aquello actos que cotidianamente hacemos todos y cada uno de nosotros. Dominar a una mujer, atarla, azotarla, humillarla… esos son actos que escapan de toda cotidianeidad. Son hechos aislados que contemplamos como meros divertimentos al margen de nuestra vida diaria. La realidad esta en cargar las bolsas de comida, planchar, lavar los platos, cocinar… todos esos actos que muchas mujeres desempeñan diariamente sin ayuda ninguna y que están considerados como forma de vida de las mal llamadas "amas de casa". ¿Qué diferencia hay pues entre lo que acababa de ordenarle a Sara y como muchos maridos tratan aun a sus mujeres? La esclavitud en mayor o menor medida sigue vigente. Pero no en la vida de Sara. Sara era una mujer joven, una mentalidad moderna. Aun vivía con sus padres y seguramente dentro de poco viviría sola y contemplaría esos actos como algo a compartir con sus futuras parejas. Para una persona como Sara el que la obligasen a convertirse en una sufrida ama de casa utilizada por su marido era lo mismo que para muchas otras mujeres ser atadas y azotadas. Cada persona tenemos una concepción diferente del mismo término.

Porque Sara no era mi esclava. Sara era esclava de ella misma, de aquello que nunca sería. Su propia ambición unida a su insolente juventud y belleza hacían de ella a la menos sumisa de las sumisas. Por eso necesitaba ser esclavizada "a tiempo parcial". Para sentir aquello que nunca sentiría en su vida diaria. Porque… ¿qué somos sino aquello que deseamos ser? Finalmente lo había comprendido Sara necesitaba de las mas cotidiana de las humillaciones, la mas frecuente y reprochable.

Durante todo el fin de semana estuve tratándola como la más común de las sirvientas, una persona servil sin derecho a la mínima de las réplicas. También la até, la azoté, la humillé y la sodomicé… pero esto último lo hice simplemente porque me apetecía a mi.

Cuando nos despedimos en el aeropuerto su semblante reflejaba una especie de tristeza que nunca podría describir. Me abrazo y comenzó a llorar. Por primera vez desde que la conocía advertí que no estaba llorando de alegría. Nos besamos en la boca y nos despedimos. Ahora es medianoche y estoy escribiendo estas líneas pocas horas después de esa escena. No se si volveré a verla, pero este fin de semana he aprendido algo. Algo mucho más importante de lo que parece

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Aunque este relato es ficticio contiene algunas escenas basadas en la realidad. Mi opinión personal es que nadie tiene derecho a imponer su voluntad y hacer de la vida de otra persona su forma de supervivencia. Pero lo que también deberíamos recordar es que cada persona es diferente y que todas las decisiones son respetables siempre que estén escogidas desde la total libertad.

amo_ricard@hotmail.com