Historia de una esclavitud (3)

Despues de lo sucedido fuimos a cenar a la otra punta de la ciudad... pero aun tenia una sorpresa reservada para Sara.

HISTORIA DE UNA ESCLAVITUD (3)

En poco más de veinte minutos llegamos a la otra punta de la ciudad, a una zona comercial bastante concurrida. No cruzamos palabra durante todo el trayecto. Tampoco era necesario. Nos bajamos del taxi y nos sumergimos en la marea de gente que caminaba avenida abajo como una serpiente de apagados colores. Supongo que la mayoría eran turistas aunque algunas parejas –locales- paseaban distraídas cogidas de la mano, haciendo tiempo para que llegase el momento de la cena. Como hacíamos nosotros, aunque nosotros no cogidos de la mano. También había gente solitaria se deslizaban entre la multitud en busca de alguien o huyendo de alguien. Miré a todas esas personas, todas anónimas… y pese a no saber nada de ellas me di cuenta de que nosotros éramos la pareja mas peculiar de todas. Aun quedaban más de dos horas para ir a cenar así que puse mi mano encima del hombro de Sara y la encaminé a una tienda de ropa. Una de esas tiendas que sin ser exclusivas, te gastas medio sueldo en unos pantalones y una camisa.

-¿Qué talla utilizas?

-Una 38.

Entramos y comenzamos a mirar los vestidos, faldas, pantalones, camisas, etc. Miramos todo cuanto allí se exponía. Todo carisimo y todo aparentemente de calidad. Al final me decidí por dos faldas de algodón (una negra y una roja), una camisa blanca semitransparente y un vestido liviano de colores llamativos. Le dije que s encaminase a los probadores. Entramos juntos en uno. Ella se quitó toda la ropa. Llevaba ropa interior, la ordene que se la quitase también y se probase el vestido liviano. Se le ajustaba al cuerpo de manera provocativa. Salimos fuera y se miró en un espejo de cuerpo completo.

-¿Te gusta? –pregunté sin dejar de sonreír.

-¿Y a usted?

-No me trates de usted en público… -dije eliminando de inmediato la sonrisa de mi cara- y contesta.

-Me gusta mucho.

Volvimos a los probadores, yo mismo le quité el vestido deslizándolo por la parte superior de sus hombros. Antes de tenderle una de las faldas (la negra) y la camisa blanca semitransparente me dedique a magrear sus tetas y ponerle duros los pezones. Ella simplemente se limitaba a mirarme y a intentar ahogar sus suspiros. No quería hacerle daño, simplemente ponerle duros los pezones. Cuando lo hube conseguido le tendí la blusa.

-¿Puedo ponerme los sostenes?

Negué con la cabeza. Ella comprendió rápidamente y asintió mientras se vestía. Ahora estaba mas nerviosa, podía advertirlo, no dejaba de mirar al suelo y su respiración se había acelerado. La camisa revelaba en gran parte la forma de sus pechos pero sobretodo se podía advertir perfectamente sus pezones, la forma, el tamaño, el color… El conjunto le sentía fantásticamente bien. Excesivamente provocador… pero excelente para mis planes.

Saqué la cabeza fuera del probador, en el espejo había un hombre con su pareja mirando un feo vestido que se estaba probando ella. Cogí a Sara de una mano y la acompañé hasta el espejo. El hombre nos vio llegar reflejados y sus ojos se abrieron como platos al adivinar perfectamente los pechos de Sara a través de la camisa transparente. Su acompañante también lo advirtió e inmediatamente agarró al tipo de la mano y lo arrastró al interior del probador. Sara no levantaba la cabeza, estaba completamente avergonzada. La empuje hasta el espejo e hice que se mirase, mientras lo hacia me coloque detrás de ella y comencé a tocarle el culo, groseramente, sin importarme si alguien podía vernos.

-¿Te queda bien? –la pregunté.

-¿Me queda bien? –me preguntó.

-Entonces todo esta dicho –le susurré al oído mientras de reojo miraba el inmoral precio que estaba estampado en la etiqueta- Vete a cambiar mientras yo pago. Te espero fuera.

Después de este episodio nos dirigimos al restaurante. Me di cuenta de que Sara se comportaba de otra manera, su rostro reflejaba felicidad. Incluso su caminar era diferente. Antes caminaba un poco atrasada, como esperando mis movimientos. Ahora caminaba con paso firme a mi derecha. ¿Orgullosa?

Nos dieron una mesa en el centro del restaurante, tal y como yo había solicitado por teléfono. Perfecto. Nos trajeron la carta, una para cada uno.

-No –dije al camarero- llévese la carta de la señora, yo elegiré por los dos.

Los ojos de Sara se iluminaron. Estaba disfrutando de su perdida de voluntad como nunca hubiese imaginado. Se sentía utilizada y dirigida. Su única preocupación consistía en obedecer. Simplemente. Una vida al margen de la mas mínima de las preocupaciones, aunque esa preocupación fuese escoger un plato que comer o el color de una camisa.

Pedí dos ensaladas y dos salmones. Vino blanco fresco. Comenzamos a comer.

-¿Cómo te encuentras Sara?

-Muy bien. En serio. Se lo

Alce un dedo y lo moví de un lado a otro… no debía tutearme en publico.

-Perdón… te lo prometo, me lo estoy pasando fenomenalmente. Espero que tu también. Gracias por este regalo. Sabía que podía confiar en ti.

-Toda confianza ha de ser mutua. Recuerda siempre eso. Si no es hipocresía.

-Lo recordaré.

Estuvimos comiendo y charlando sobre su vida, sobre mi vida. Conociéndonos un poco mas, como dos personas que se encuentran por primera vez. En realidad era la primera vez que nos encontrábamos.

-Por cierto –dije en voz baja- ahora iremos a tomar una copa y después iremos a casa donde te humillare y te sodomizaré hasta la hora que me apetezca.

Sara simplemente asintió con la cabeza mientras yo deslizaba uno de mis pies descalzos por debajo de la mesa. Supuse que nadie podría vernos así que continué subiendo por sus pantorrillas hasta llegar a sus muslos. Sara me miró y sonrió, después se deslizo un poco hacia debajo y permitió que mi pie se introdujese por completo entre sus piernas. Entonces recordé que llevaba tanga así que comencé a hurgar con el dedo gordo intentando que nadie se diese cuenta. Una de las razones por las que había escogido ese restaurante era porque las mesas eran estrechas y con grandes manteles cubriéndolas por completo. No era la primera vez que hacia eso allí. Y supongo que alguno de los comensales debía estar haciendo lo mismo… Finalmente conseguí apartar el tanga y comprobé que estaba completamente mojada. Sara tenía la vista clavada en el plato de carne, comiendo e intentando evitar que nadie se diese cuenta de lo que estaba sucediendo. Continué moviendo el dedo arriba y abajo mientras Sara se concentraba inútilmente en el salmón. Su respiración se había acelerado y yo tenía una erección de mil demonios. De repente vi como ella apretaba fuertemente la servilleta y cerraba los ojos mientras un poco de comida se escapaba por la comisura de los labios.

Retiré mi pie.

-Marchémonos de aquí –le dije- yo he pagado la camisa. Ahora es tu turno, paga la cena.

Pagó y salimos de aquel lugar. No demasiado lejos había un bar de copas así que puse mi mano encima de uno de sus hombros y la encaminé hacia aquel lugar.

-¿Qué tal ha estado la cena?

-Bien. Gracias.

-¿Demasiado cara?

-Tal y como me siento ahora creo que ha sido demasiado barata

Sonreí abiertamente mientras volvíamos a sumergirnos en la marea humana (ahora un poco menos densa). Aquella mujer iba a proporcionarme el mejor fin de semana de toda mi vida. Ahora ya estaba completamente seguro.

(Continuará)