Historia de una esclavitud (2)

Después del episodio del polígono industrial, mi esclava Sara y yo nos dirigimos a casa en coche. La había recogido apenas una hora antes en el aeropuerto y de momento había cumplido su promesa de ser mi esclava.

HISTORIA DE UNA ESCLAVITUD (2)

Después del episodio del polígono industrial, mi esclava Sara y yo nos dirigimos a casa en coche. La había recogido apenas una hora antes en el aeropuerto y de momento había cumplido su promesa de ser mi esclava. Después del episodio del polígono parecía que ella también estaba más relajada, menos tensa, incluso podía advertir rasgo de alegría en su hermoso rostro. De camino a casa no cruzamos palabra. Sara se limitaba a mirarme y a sonreír tímidamente quizás porque se había dado cuenta de que iba a conseguir todo aquello que deseaba. Yo miraba su sonrisa y le devolvía esas sonrisas aunque interiormente, de momento no quería que mi semblante reflejase satisfacción, aun le quedaba mucho por demostrar y no quería que bajase la guardia. Tenia en el asiento de mi coche a una mujer joven, inteligente, hermosa y dispuesta a servirme en todo cuanto se me antojase. Durante mi vida había tenido a muchas sumisas, a decenas de ellas a mi servicio. Mujeres diferentes con diferentes necesidades. Durante todos esos años siempre había intentado acomodarme a las necesidades de mis sumisas pero ahora era diferente. Desconozco porque pero algo me decía que iba a ser totalmente diferente. Ahora solamente importaban mis necesidades. Después de tantos años había dado con la persona idónea para cumplir mis fantasías de tener una esclava total. Ya no eran fantasías a medias. Medias realidades.

Después de aparcar el coche ella cogio sus maletas y nos dirigimos a casa, de improviso se me ocurrió una nueva prueba. ¿Hasta donde era capaz de llegar? Se me ocurrió esa idea cuando vi uno de los cordones de mis zapatos desabrochado

-Sara –dije lentamente- átame el cordón del zapato. Ahora.

Sara dejó las bolsas en el suelo, se arrodillo en medio de la calle y me ató el cordón del zapato con lentitud y precisión. Algunos transeúntes se nos quedaron mirando. Cuando hubo acabado volvió a coger las bolsas y nos dirigimos a mi casa. Ella no tenía reparo ninguno en someterse en cualquier situación, era una esclava y una exhibicionista. Pero… ¿hasta donde era capaz de llegar?

Una vez en casa le enseñé todas las estancias mientras ella simplemente asentía simplemente tocándose el pelo. Deliciosamente tentadora.

-Esta es mi cama –dije señalando mi cama de matrimonio- y aquí podrás dormir conmigo si te portas como se espera de ti. De no ser así dormirás sola en el sofá del comedor y si me haces enfadar dormirás en el suelo. ¿Lo has entendido mi pequeña puta?

-Si amo –contestó Sara con la vista clavada en el suelo.

La lleve hasta el comedor y después me senté en el sofá.

-Quiero que me enseñes toda la ropa que has traído. Quizás debamos ir a comprar otro tipo de ropa más acorde con tu condición de puta de fin de semana. Pero primero quítate la ropa, quiero verte desnuda.

Sara se quitó la falda y el top sin dudarlo. Sus pechos eran esplendidos, grandes y torneados, con un gran pezón marrón. Su pubis estaba perfectamente depilado, había dejado tan solo unos cuantos pelos haciendo una línea vertical. Increíblemente hermosa en su conjunto.

-¿Le gusto amo?

No respondí. Era demasiado evidente. Haberle respondido habría significado decir lo que ella quería escuchar, simplemente. Ella era perfectamente consciente de que era hermosa. Pero había venido hasta mi ciudad para cumplir mis deseos… no los suyos.

-Pruébate toda la ropa –dije simplemente- comienza.

La ropa que había traído era bastante acorde a su edad. No había mucha ropa pero la había escogido para todas las ocasiones a pesar de haber venido tan solo para un fin de semana. Tejanos, camisas, un traje cruzado, tops, un vestido de algodón. De todo un poco. Estábamos a principios de septiembre y todavía hacia calor así que ni había traído ropa de abrigo ni tampoco medias.

-Bien –comencé mientras ella se despojaba de el ultimo modelo quedándose completamente desnuda- esta tarde nos quedaremos en casa, quiero utilizarte para mi placer. Después iremos a cenar, te pondrás el vestido de algodón sin ropa interior. Después iremos a tomar algo y si al final así lo decido, dormiremos juntos.

-Nada me haría más feliz, amo.

-No te vistas y vete a la nevera, quiero beber una cerveza, coge otra para ti. No hace falta que traigas vasos.

Sara obedeció simplemente. Mientras iba a buscar las cervezas me quité toda la ropa y volví a sentarme en el sofá. Cuando volvió me tendió una cerveza mientras ella se quedaba en pie. Ambos bebimos en silencio. Estaba deseando follármela por todos sus agujeros pero algo me decía que lo mejor era esperar. La noche resultaría más excitante si retrasábamos lo inevitable. Le dije que me la volviese a chupar, ella simplemente dejó la cerveza, se arrodilló frente a mí y comenzó a chupármela mientras yo bebía y le aleccionaba sobre como hacerlo mejor. No estuvo mal. Quizás un poco mejor que su primera mamada. Me corrí en su cara, después la cogi del brazo y la llevé hasta un espejo.

-Mírate –le dije- ¿Qué ves?

-A su puta con su semen en mi cara, amo.

-¿Qué mas?

-No me reconozco, amo.

-¿Te gusta lo que ves?

-Muchísimo amo… me encanta.

-Límpiate la cara y después ponte el vestido de algodón blanco –le ordené.

Después me dirigí a mi habitación y me vestí. Mire el reloj, eran las siete de la tarde. Demasiado pronto para ir a cenar pero tampoco me apetecía pasearla por el barrio. Mucha gente me conocía y el capitulo de los cordones de los zapatos ya me había hecho pasar suficiente vergüenza. Ambos teníamos que acostumbrarnos a esta situación. Cogí el teléfono y llame a un conocido restaurante para reservar una mesa. Cuando volví al comedor ella me esperaba vestida y sonriente.

-Así me gusta –le dije- voy a utilizarte, quieres que te utilice, pero sonríe si te apetece, pásatelo bien. No es necesario que exista tensión entre nosotros.

-Gracias amo –dijo ella acercándose a mi y dándome un beso en los labios.

Salimos a la calle, cogimos un taxi y nos dirigimos a la otra punta de la ciudad. Inconscientemente me estaba alejando de la gente que conocía. Como si aquello fuese solo un pequeño capitulo de un libro. Un capitulo que finalizaría el domingo por la noche. Pero hasta entonces aun quedaban 48 horas y muchas cosas por hacer.

(Continuará)