Historia de una esclavitud (1)

Ella queria que yo eligiese la ropa que debía vestir, la comida que debía comer, cuando debía comer, como debía comportarse. Quería anular completamente su voluntad y simplemente obedecer las 24 horas del día e intentar hacerlo de la mejor manera posible.

HISTORIA DE UNA ESCLAVITUD (1)

Antes que nada debo aclarar que la esclavitud, como tal, siempre me ha parecido un concepto que repugnante. Estoy absolutamente convencido de que nadie tiene derecho a imponer su voluntad y hacer de la vida de otra persona su forma de supervivencia. También me repugna la violencia y no obstante ciertas prácticas de dominación las contemplan. ¿Existe una esclavitud consentida? Quizás. Cuando ejercemos nuestro poder contra la voluntad de alguien es cuando el acto se convierte en algo reprobable y repugnante pero cuando ejercemos nuestra voluntad con total consentimiento de nuestro "contrincante" es entonces cuando la esclavitud o la violencia deben ser medidas con otro rasero. Un rasero que sigue siendo moral y cultural aunque puede permitir el uso de ciertas prácticas. Así, de esta manera nuestro cerebro (nuestra moral, nuestra educación) acepta unas prácticas que en ninguna otra circunstancia permitiríamos. Es como cuando estamos haciendo el amor con nuestra pareja y nos grita "¡pégame!" o "¡átame!". Es en ese momento cuando el sentido de la bofetada o tener a alguien atado pasan a tener un sentido totalmente diferente. Es entonces cuando nuestra mente acepta esas transgresiones.

La siguiente historia es la historia de una mujer educada para servir a un hombre, las practicas que aquí se relatarán pueden parecer humillantes, degradantes, machistas, violentas y cientos de adjetivos mas pero debo aclarar que es una historia donde esa persona desea con todas sus fuerzas ser humillada, degradada, menospreciada y violentada. Es la historia de una mujer que pierde su voluntad con total voluntad.

Esa mujer se llamaba Sara, tenía 25 años cuando la conocí. Una muchacha delgada, de piel morena y pelo largo, una preciosidad dentro de un perfecto envase de 1,64 metros y 55 kilos. Sus ojos eran negros, sus cejas, su pelo, su piel estaba perfectamente tostada, sus piernas eran delgadas, su cintura perfectamente dibujada, su ombligo matemáticamente redondo, sus labios finos y perfilados, sus pechos grandes y gravitatorios. Toda ella era una preciosidad. Una de esas muchachas que vuelven locos a los hombres incapaces de darse cuenta de que detrás de ese cuerpo hay una mente apasionante. Eso es lo que mas la molestaba. Supongo que a los feos nos molesta que nos juzguen por nuestro físico y no por nuestro cerebro envidiando a los guapos y sin darnos cuenta de que ellos desean exactamente lo mismo que nosotros.

Fue ella quien llegó a mi, conocedora de mi condición de amo. La forma en que nos conocimos es irrelevante. La consecuencia de ese encuentro fue que ella se ofreció a ser mi esclava, sin más condiciones que respetar ciertos aspectos que mas adelante relataré (aspectos puramente prácticos basados en el nivel de dolor y/o humillación). Sara no vivía en mi ciudad. Esto significa que solo la conocía por fotos y aunque en principio dudé de la veracidad de esas magnificas fotos, no me quedó mas remedio que otorgarle un voto de confianza y creer que esa persona era quien decía ser y que quería hacer lo que decía. ¿Por qué no podía ser hermosa e inteligente y al mismo tiempo querer servir a alguien como yo? ¿Por qué no me había pasado antes? El premio merecía el riesgo.

Nuestro primer contacto iba a ser para pasar un fin de semana juntos. Ella vendría en avión. Me pregunto como quería que fuese vestida. Me hizo gracia que se vistiese de alguna manera provocativa que hiciese sudar de pasión a sus ocasionales compañeros masculinos de vuelo así que le dije que se vistiese con un top fino de lana y una falda corta de algodón, de colores claros y sin ningún tipo de ropa interior. Sandalias y sin maquillar. Simplemente contestó "así será amo". Mientras la esperaba en el aeropuerto no dejaba de recordar nuestras conversaciones acerca de lo que ella buscaba en este primer encuentro. Me había dicho que era una persona con un carácter servil, no le gustaba tomar decisiones, no le gustaba enfrentarse a la gente, prefería doblegar su voluntad a cambio de hacer feliz al hombre que estaba a su lado y quería explotar eso hasta sus últimas consecuencias. Que yo eligiese la ropa que debía vestir, la comida que debía comer, cuando debía comer, como debía comportarse. Quería anular completamente su voluntad y no pensar en nada, simplemente obedecer las 24 horas del día e intentar hacerlo de la mejor manera posible. Eso incluía darme placer sexual, servirme, cocinar, limpiar la casa… etc. Una sirvienta, una amante, una esclava. Reconozco que el planteamiento es totalmente machista y muchas personas me juzgaran negativamente por ello. Pero yo no le había propuesto nada, aquella mujer joven y hermosísima deseaba hacer todo eso, sin más y yo iba a aprovecharme de la situación. ¿Qué habríais hecho vosotros? Pensadlo bien. Si os encontraseis un billete de lotería en el suelo ¿no iríais a cobrar el premio?

Cuando comenzaron a salir los pasajeros de su vuelo mi corazón se encogió involuntariamente dentro de mi pecho. Estaba nervioso, debo reconocerlo. Seguramente ella lo estaría más aun pero eso no simplificaba mis sentimientos, si acaso los magnificaba. De improviso apareció una mujer, igual que en la foto, esplendida y vestida tal y como le había ordenado. Agradecí a un dios desconocido que fuese igual (o mejor) que en las fotos que me había enviado porque de no ser así la habría abandonado allí sola en el aeropuerto. Mis gustos no basen en la belleza exclusivamente pero si hay algo que no soporto es la mentira. Llevaba una maleta en una mano y una bolsa de deporte colgada del hombro. Simplemente preciosa. Superaba cualquier sueño erótico que hubiese tenido hasta ese día. Levante una mano y ella me miró. Supongo que me reconoció de alguna de las fotos que le había enviado porque su cara se iluminó con una sonrisa y se dirigió hacia mi. Nos besamos en la mejilla.

-Hola amo -susurró ella.

-Hola esclava –susurré a su susurro- ¿Qué tal el viaje?

-Nerviosa, tenía al lado un hombre que no dejaba de mirarme.

-¿Cómo te sentiste?

-Creo que nunca he disfrutado tanto en un avión, amo… estoy completamente mojada.

Era una exhibicionista nata, me lo había confesado antes y ahora eso quedaba confirmado.

-Vamos al coche.

En cualquier otra circunstancia la habría ayudado a cargar con las maletas. Pero ahora era diferente. Fuimos hasta mi coche. De camino de vuelta hablamos de cosas irrelevantes como el tiempo metereologico, el viaje, la comida, etc. Todas esas cosas de las que hablan dos desconocidos que comparten un espacio reducido. El miedo al silencio. Pero las cosas iban a cambiar. Sin decir nada salí de la autopista y me dirigí a un polígono industrial que había a la entrada de la ciudad. No podía esperar más. Aparqué en un descampado y me bajé los pantalones.

-Comienza –le dije- demuéstrame de lo que eres capaz.

Ella asintió e inmediatamente se metió mi polla en su boca. He de reconocer que lo hacia con autentica intención, pero como en todo, cada hombre tiene un ritmo y unas necesidades diferentes así que comencé a indicarle como debía chupármela e inmediatamente mis palabras se convirtieron en un placer incomparable. Ahora sus manos masajeaban mis testículos y su boca se tragaba mi polla hasta la base evitando las inevitables arcadas. Deslicé mis dedos por debajo y comencé a masajear sus pechos. Eran grandes y blandos, no llevaba ropa interior… "buena puta", pensé.

-Eso es, mi pequeña puta particular. Trágatela toda, despacio pero con ritmo. El secreto está en no varíes el ritmo. Aprieta los labios, eso es… toda dentro

Ahora la mamaba como una autentica profesional. No pude aguantar más y descargué dentro de su boca, ella comenzó a chupar y a lamer en el único esfuerzo de no dejar escapar ni una sola gota. Cuando hubo acabado se limpio las comisuras de los labios con una kleenex y me sonrió.

-¿Qué tal he estado amo?

Para ser una primera mamada había estado simplemente perfecta.

-Ha estado bien… pero siempre puede estar mejor. Te has esforzado. No has dudado.

Mis palabras debían estimularla a ser siempre mejor, a esforzase siempre mas y mas. A ser la esclava perfecta.

-Gracias amo, procuraré no decepcionarle.

-Bien, ahora quiero que salgas del coche y comiences a caminar por este polígono. Está repleto de obreros, de camioneros, de guardias de seguridad, faltan diez minutos para que salgan del trabajo. Quiero que camines por las calles de este polígono hasta que te vaya a buscar. Te seguiré de cerca con el coche. No contestes a nadie, no dejes de caminar. ¿Eres capaz?

-Si amo, me da miedo… pero lo haré.

Se bajo del coche y comenzó a caminar en dirección a una fabrica cercana, al pasar junto a la garita de entrada pude escuchar el silbido de un guarda de seguridad. Sara continuó caminando. Puse en marcha el coche y me dedique a seguirla desde la distancia. Cuando la recogí de nuevo había pasado media hora y mas de doscientos hombres le habían dicho de todo. Muchos de ellos habían advertido que no llevaba ropa interior (el top revelaba sus pezones excitados por la situación).

Cuando se hubo sentado en el coche comenzó a llorar. Yo no dije nada, simplemente dejé que se tranquilizase y recuperase el habla.

-¿Lo he hecho bien, amo? –dijo finalmente entre sollozos.

-Fantásticamente bien.

-Gracias amo.

-¿Cómo te encuentras Sara?

-Ahora mismo soy la persona más feliz del mundo.

Solamente entonces supe que sus lagrimas eran de felicidad. Solamente entonces supe que iba a enfrentarme al fin de semana mas apasionante de mi vida.

(Continuará)