Historia de una cita

Hoy se iban a conocer, a poseer, a devorar. el desdén de su mujer ya no importaba.

Aquel  era el gran día. Por fin iba a verla, tocarla, sentirla, rozar su piel, penetrarla con mis dedos, con mi sexo, con mi lengua,....lo que tanto había deseado.

Me arreglaba para pasar un día en principio normal, pero para mis adentros sabía que todo seria diferente. Me había quitado el pijama, y me di cuenta que solo el hecho de pensar lo que iba a tener me había provocado una erección.

Tenia que calmarme, porque sino vendrían las preguntas indiscretas a las cuales yo no tenia respuesta, o si, pero no podía decirlas. Observaba mi sexo, estaba duro, y el glande brillaba, como reclamando lo que era suyo. Baje un poco mi piel y lo desnude, me gustaba esa sensación de descubrirlo. Notaba que se hinchaba mas aun, y puse un poco de mi saliva encima de el, la extendí con mis dedos,  ahora si que estaba a gusto.

Por puro reflejo, volví a subir mi piel por encima de el, y a bajarla, dios...me gustaba, era una sensación que no podía parar, pero debía hacerlo, no podían pillarme masturbándome de esa manera y a esas horas porque las preguntas serian aun mas comprometidas.

De repente la puerta sonó, guarde mi sexo de nuevo en el bóxer, y disimule, justo a tiempo, pero por encima de mi ropa interior se adivinaba una enorme erección. Sinceramente me da igual, pensé, "que sepa lo que no disfruta, y ese día será de otra". La vida ofrece oportunidades y estaba claro que no habían sido aprovechadas. Continué vistiéndome, perfumándome y con la única  idea en mi cabeza de follarla hasta la saciedad.... (Te deseo mi vida) No me lo podía creer, ¿de verdad iba a pasar? De verdad podría tener lo que tanto había deseado?. Si este era el día, lo habíamos decidido la tarde anterior. – Mañana será nuestro día- me dijiste, y yo acepté sin dudarlo.

Había salido del trabajo temprano, tanto que mis compañeros pensaban que estaba enferma, pero no podía ni quería esperar, tenía que llegar a casa y prepararme.

Me vestía para él, pensando en él, el solo roce de la ropa interior en mis pezones era una tortura. No podría aguantar mucho así. Mirándome al espejo me invadían las dudas, ¿le gustaré, me comparará con alguien? No, no iba a pensar en eso, si venía a mi sería porque quería estar conmigo y sin pensar para nada en nadie más. Era nuestra única regla: juntos el uno era del otro, sin reservas completamente entregados.

Había elegido mi ropa con mucho cuidado, quería estar espectacular. Sabía lo que le gustaba y se lo iba a dar. Un sujetador de copa baja, bordado en dorado, que dejaba ver la parte superior de mis senos, esa parte suave, blanda, que tiembla un poco al caminar. Liguero negro ajustado a mi cintura, sujetando unas medias de seda negra que suben hasta mi muslo, para terminar en un encaje negro, y tanga a juego con el sujetador, que deja ver mi trasero completo. Eso sería todo. Quería sorprenderlo, dejarle sin aliento y esperaba conseguirlo. Me puse mi perfume en los sitios que deseaba que él besara; mi cuello, el valle entre mis senos, detrás de mis rodillas y solo de pensarlo me humedecía completamente. Se acercaba la hora, debía ir hacia él. Me puse mis zapatos negros tacón de aguja y mi abrigo de brocado dorado ceñido a mi cintura, y con una última mirada al espejo cogí mi bolso y salí de casa.

A la hora en punto llegué a nuestra cita, sabía que parecía ansiosa, pero no me importaba. Estaba totalmente excitada y quería tenerlo ya. Recordaba en mi cabeza cada palabra que me había dicho durante este tiempo que habíamos estado escribiéndonos y ahora quería realizar nuestras fantasías.

No era la única ansiosa, mi genio ya estaba allí y su cara me decía que nuestro deseo era el mismo y nuestra necesidad enorme, de manera que no perdimos tiempo nos acercamos el uno al otro y nos besamos. Fue "su" beso, aquel que me había descrito. Recorría mis labios con los suyos y los mojaba con su lengua, abría su boca y cogía mi labio inferior entre los suyos, para volver a cerrarla y cambiar el ángulo. Yo ardía dentro de mi abrigo, y aprovechaba cualquier ocasión para acariciar su lengua con la mía.

Me apretaba contra él con fuerza y podía notar su necesidad, su erección que me quemaba a través de la ropa.

La tenía entre mis brazos, besándola a placer y notando su total entrega. Esta mujer se amoldaba perfectamente a mí, y me reclamaba para ella. No podía esperar más así que me separé de su cuerpo, le acaricié el rostro y cogiéndola de la mano, entramos en el hotel, hacia el paraíso.

Ella ya tenía la llave de la habitación, buena chica. Nos dirigimos al ascensor en silencio y ya dentro de él volví a besarla. Dios no podía mantener mis manos alejadas de ella. Al llegar a nuestro piso salimos, caminamos por el pasillo hasta que ella se paró ante una puerta, introdujo la tarjeta en la ranura y se oyó el clic que daba la salida a nuestra pasión. Entré detrás de ella y cerré la puerta a mi espalda y me apoyé en ella.

La miré caminar hasta que llegó a los pies de la cama, entonces se giró y me miró con una sonrisa de deseo en su rostro, mientras sus manos desabrochaban el abrigo, de una forma lenta, torturándome. De repente se dio la vuelta, de espaldas a mi y con un moviendo de hombros el abrigo cayó al suelo. No me lo podía creer, solo veía piel, por un momento no entendí lo que veía, hasta que se dio la vuelta. Entonces reaccioné, solo vestía ropa interior, para mi.

Verle la cara fue indescriptible: deseo, pasión, fuego. Se acercó a mí y me agarró entre sus brazos mientras devoraba mi boca en un beso feroz. Era tan grande su ansiedad que sin darse cuenta me había levantado del suelo y me apretaba fuerte contra su pecho. Dios yo esta en la gloria. Me dejó resbalar por su cuerpo hasta que mis pies tocaron el suelo, y bajó sus manos a mis nalgas, apretándolas y clavándome su dura erección en mi vientre. Mientras sus manos ansiosas se abrían camino desde mi trasero hasta mi sexo, separando mis labios para introducir sus dedos dentro de mí. Yo no podía respirar, de repente me sobrevino un orgasmo rápido y potente y grité su nombre, dentro de su boca. Pero dios, quería más, mucho más. Lo quería a él dentro de mí, empujando con fuerza. Como si hubiera leído mi pensamiento me llevó a la cama y sin dejar de besarme me dejó encima, con cuidado, y poco a poco se fue separando, hasta quedar de pie delante de mí. Cuando llevó sus manos a la camisa creí que me iba a derretir. Los botones se fueron soltando y la camisa se iba abriendo dejando al descubierto su torso. Terminó de quitársela y la tiró al suelo, y sin dejar de mirarme a los ojos, llevó sus manos a la cintura de sus pantalones. Yo no puede resistirme y gateando por la cama me acerqué a él, bajé su cremallera y descubrí su sexo erecto, caliente y duro. Lo cogí con mis manos para acariciarlo, era tan suave, deslizaba las yemas de mis dedos por toda su longitud, mientras escuchaba su respiración entrecortada. Esa lanza erecta me tenía hipnotizada, solo pensaba en probarla, saborearla a placer y así lo hice: bajé mi cabeza y besé la punta con los labios, casi sin tocarla, aspirando su aroma, disfrutando del momento, pasando mi lengua por su abertura. Pero él no podía esperar y tomándome de la cabeza empezó a empujar como si estuviera dentro de mi sexo, entrando y saliendo de mi boca. La sensación era asombrosa, un placer inmenso empezó a extenderse por mi cuerpo para concentrarse en mi sexo, dejándome empapada, resbalando por mis muslos los jugos de mi cuerpo.

Cuando ya creía que estallaría en mi boca, me separó me besó profundamente recorriendo mi boca con su lengua, y firme pero delicadamente me dio la vuelta y así, apoyándome en mis manos y mis rodillas, entró en mi de un solo golpe, casi provocándome dolor, tan profunda fue la penetración. Sabiendo su tamaño esperó quieto hasta que me acostumbré a tenerlo tan profundamente dentro de mí y entonces mientras con una mano acariciaba mi clítoris, empezó a mover sus caderas. Sacaba su sexo casi hasta la punta para volver a meterlo de un golpe seco, provocando un roce exquisito y llevándome con cada golpe hacia un placer inmenso. Así consiguió mantenerse un buen rato provocándome dos orgasmos más, pero yo no tenía bastante, mi cuerpo me decía que había algo más, algo mucho más fuerte y así fue. Empecé a notar su respiración forzada, sus gemidos se hicieron más fuertes y aceleró el ritmo, cada vez más deprisa, hasta que con un último golpe estalló dentro de mí y de esa manera me catapultó a un placer exorbitante, a un orgasmo increíble que parecía no acabar nunca.

Cuando terminaron los temblores me ayudó a tumbarme en la cama, estiró las sabanas cubriendo nuestros cuerpos y apoyándome en su pecho, me dio el beso más dulce que me habían dado en mi vida.

Gracias, mi genio.