Historia de una amistad (3: Carla y Alex)

Las dos parejas se conocen y organizan una cena privada.

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Pasaron varias semanas y llegaron las fiestas de Navidad. Como todos los años, la empresa de Luis organizó una cena para sus empleados/as y sus esposas/maridos. La celebración empezaba con un aperitivo; Luis y yo deambulábamos por la sala saludando a unos y a otros, cuando me dijo que quería presentarme a un buen amigo y compañero. En un rincón una pareja conversaba animadamente y nos dirigimos hacia ellos.

Alex, quiero presentarte a mi mujer. – Dijo, tocando en la espalda a él.

La pareja se volvió hacia nosotros, él tomo mi mano suavemente con la suya, se la llevó a los labios y me la besó gentilmente inclinándose levemente en un gesto de cortesía poco usual hoy en día.

Encantado, Mónica. – Añadió, mirándome fijamente.

El corazón me dio un vuelco. Ese suave tacto de su mano, esos delicados labios, esos profundos ojos oscuros y esa cálida voz no podían ser de otro. Era él, el hombre que me subyugó en aquel encuentro preparado por Luis, el hombre que me había hecho gozar tan salvajemente.

Mi mujer Carla. – Continuó, señalando a su despampanante compañera.

Encantada de conocerte.- Dijo cortésmente con una amplia sonrisa y dándome un abrazo y un par de besos.

Carla era muy agradable y simpática, y eso hacía que me sintiera molesta pensando en que su marido y yo habíamos participado en una orgía y mientras ella era tan amable conmigo

Mientras hablábamos. Alex no me quitaba los ojos de encima y eso hizo que me sintiera más incómoda aún.

Supongo que sería un mecanismo de defensa, pero me convencí a mi misma de que yo no tenía la culpa de nada, de que en aquel momento no sabía quien era él, si estaba casado o no y no había conocido a Carla todavía. La fiesta transcurrió maravillosamente y entre Carla y yo surgió una estupenda relación, a lo largo de la velada fuimos congeniando, y al finalizar la misma entre nosotras comenzaba a fraguarse una buena amistad. Sin embargo, he de reconocer en algunos momentos pasaban por mi mente sombras de duda de cómo podría compatibilizar esta amistad con mi relación con Alex.

Ya en la calle, en el momento de despedirnos Carla se dirigió a mí diciendo:

Chica, no se que le hiciste a Alex el otro día. Lo dejaste agotado, no había manera de que me follara mientras me explicaba lo que había hecho contigo.

Me quedé helada, mi cara debía ser un poema.

Bueno, yo. – Balbuceé tímidamente.

Tranquila mujer, Alex me explica siempre mientras follamos como locos como han ido las "reuniones" del club. Pero el otro día lo dejaste para el arrastre. - Insistió.

Para, Carla. No seas tan directa. ¿Qué va a pensar de nosotros?. – Tercio Alex.

Pues la verdad. Que nos gusta el sexo a todas horas. Por cierto, Luis tiene una lengua de ensueño. Es un maestro comiendo coños. – Añadió, persistiendo en su tono.

Si verás, el día que fui a la primera reunión estaba ella. – Dijo Luis, como disculpándose.

Yo me sulfuré y exploté diciendo:

Sois unos machistas. Os intercambiáis las mujeres en esa especie de picadero de yeguas que habéis organizado, sin contar con nosotras.

¿Machistas?. ¿Sin vosotras?. – Preguntó Alex extrañado. - ¿No te ha explicado Luis que la primera reunión es, dijéramos, iniciática y que ahora puedes venir cuando quieras?.

Miré a Luis echando fuego por los ojos.

No, no le he dicho nada. Pensaba hacerlo cuando llegara la invitación para la próxima cita. – Respondió mi marido, como cuando se coge a un adolescente en una mentira.

Sí Mónica, El club es un club de parejas con la única limitación es que, salvo que sea una reunión privada, no pueden ir los dos juntos. – Explicó Alex pausadamente e intentando romper el clima de tensión entre Luis y yo. – Carla y yo nos vamos turnando y, como ya te ha dicho, empleamos nuestras experiencias como fuente de nuestras fantasías eróticas privadas.

Bien, bien. Ya hablaremos los dos en privado. – Dije mirando a Luis enfurecida. - ¿Qué es eso de las reuniones privadas?.- Apostillé, intrigada.

Dentro de los locales del club, que tú ya conoces, un grupo de socios puede organizar una velada privada y en ese caso si pueden asistir los dos miembros de la pareja. – Aclaró Alex. - ¿Qué os parece si organizamos una para los cuatro? Será una gran oportunidad para conocernos mejor.

Alex y Carla pasaron a buscarnos en su coche. Ella se sentó junto a mí en la parte de atrás del vehículo, Alex y Luis iban delante. Durante el trayecto charlamos animadamente sobre temas intrascendentes y para nada se hizo mención de que encontraríamos en el club.

Era una fría tarde invernal y enseguida anocheció y cuando llegamos ya era noche cerrada.

La puerta principal esta abierta dando paso a un amplio espacio decorado con un sobrio árbol de navidad. Una persona del servicio nos recibió y nos indicó cuales eran las dos habitaciones que ya teníamos preparadas.

Tomé a Luis del brazo para dirigirnos a una de ellas; pero Alex me detuvo diciéndome que me fuera con Cristina a cambiarnos juntas y que Luis y él irían a la otra.

En la habitación, sobre una amplia cama, había dos túnicas ligeras, casi transparentes. Carla y yo no desnudamos y no pude menos que quedarme prendada de su cuerpo. No creo tener un culto excesivo al cuerpo, ni me siento en absoluto desafortunada con el que tengo; pero el de Carla era extraordinario, el prototipo de todo aquello que vuelve loco a los hombres. Un lustroso y largo pelo azabache hacía juego con sus hermosos y grandes ojos Poseía unos grandes y firmes senos, coronados por gruesos pezones rodeados de una amplia y oscura aureola. En armonía con tan magnífico busto, unas anchas caderas enmarcaban su carnoso sexo que, impecablemente depilado, se mostraba radiante bajo un pubis de aspecto sedoso y tapizado con un cuidado vello acaracolado. En contraposición con tanta exuberancia, su talle grácil y cimbreante le daba un aire esbelto y elegante.

Bajo las transparencias de la tenue ropa, el cuerpo de Carla parecía aún más bello y sensual; el contacto de su carne con el sutil tejido, contribuía a hacerlo más deseable y el conjunto resultaba terriblemente erótico y capaz de levantar las mayores pasiones de la carne.

Cuando salimos de la habitación, Alex y Luis nos estaban esperando. Lucían un atuendo similar al nuestro y jamás me podía imaginar que un hombre vestid de tal guisa resultara tan atractivo y seductor. La hechura de sus prendas resaltaba la anchura de sus hombros y la masculinidad y vigor de sus torsos desnudos, apenas ocultos por el traslúcido tejido. Sus sexos insinuaban lo que podía llegar a ser, cuando presos de la excitación se manifestaran en toda su plenitud. Una erección evidente hubiera roto el encanto y la sensualidad de un momento en el que, la visión desata la imaginación sobre lo que no se ve, pero da pistas suficientes sobre lo que será. Era como la promesa de un paraíso que vendría en su momento y que ya se adivinaba como maravilloso.

Sobre un alfombrado y mullido suelo, rodeada de cojines, había dispuesta una mesa en la que, admirablemente presentados, se ofrecían mariscos, caviar, ensaladas, hortalizas crudas, frutas y un sin fin de otros exquisitos manjares.

¡Estáis espléndidas!. – Exclamaron ambos al unísono y haciendo gestos de admiración.

Y vosotros para comeros. – Respondí son sincera espontaneidad.

Mónica tiene razón. Me he de refrenar para no lanzarme sobre los dos.- Añadió Carla.

Alex me tomó de la mano y me sentó a su lado; frente a mí, se situó Luis y junto a él, Carla.

Empezamos brindando con champaña y comenzamos a degustar la suculenta cena en medio de comentarios de aprobación por lo estupendo de la misma.

Alex comenzó a darme de comer con su boca. Ponía entre sus labios trozos cada vez más pequeños, de manera que, para poder tomarlos, el contacto entre nosotros se iba haciendo más profundo. Acabamos cruzando nuestras lenguas y bebiendo el uno del otro. Sus manos exploraron mi cuerpo y reaccioné al suave contacto de sus dedos con escalofríos que sacudían todo mi ser. Bajo la túnica, me acariciaba los senos, el vientre y el pubis e insinuó placeres mayores en las proximidades de mi sexo. Yo le respondí de igual manera recorriendo el suave vello de su pecho, la dureza de su vientre hasta toparme con la firmeza de su miembro erecto.

Me denudó totalmente, me hizo recostarme de espaldas entre los mullidos cojines y lentamente cubrió mis senos de caviar y luego siguió dejando un reguero que marcaba la senda hacia mi vientre y que concluía en la cima del monte de Venus. Se inclinó sobre mi cuerpo y con su lengua y sus labios fue recogiendo todas y cada de las bolitas del preciado manjar.

Cerré los ojos y me abandoné al erotismo del momento, sentía como iba siguiendo milímetro a milímetro el negro rastro que el mismo había dejado instantes antes acercándose más y más a su evidente objetivo. Noté como sus dedos separaban los labios de mi sexo y esperaba el cálido y placentero contacto de sus labios y su lengua; pero sen su lugar sentí algo frío y viscoso.

En un mecanismo reflejo me incorporé ligeramente para ver lo que pasaba y me encontré con su rostro sonriente y el cuerpo carnoso de una ostra a la que Alex había sustituido sus nacaradas valvas por mi vulva. Alex se inclinó sobre mí, y con su lengua extrajo el molusco de mi seno y lo devoró. El resultado de su acción fue un espasmo de placer recorriendo todo mi cuerpo. Repitió una y otra vez la maniobra y mi cuerpo cada vez reaccionaba más violentamente a sus estímulos.

Entonces reparé en Luis y Carla. Mientras me miraba sin perderse detalle, por su verga erecta resbalaban chorreones de una salsa blanca, probablemente de queso, que ella lamía una y otra vez. El resultado visual era tremendo, parecía como si tras una tremenda eyaculación, siguiera en erección y ella estuviera recogiendo hasta el último resto de esperma.

Entre lo que sentía y lo que mi vista me evocaba, estaba terriblemente excitada y sentía mi sexo cada vez más húmedo. En eso, Alex tomó una zanahoria pelada y la introdujo con un movimiento circular lentamente en mi vagina, la sacó y oliéndola, lamiéndola y mordiéndola dijo:

Sabe a ti y me enloquece.

No podía resistir más y le grité que penetrara en mí de una vez, que quería sentir que su polla era sólo para mí. Me penetró de un solo golpe, nos abrazamos y nuestros cuerpos enlazados rodaron por el suelo con su verga palpitante clavada en mi ser.

En eso oí a Carla gemir y gritar e inmediatamente comprendí el motivo: Luis le estaba comiendo el coño, como él sabe hacerlo, penetrándola con su lengua y estirando del clítoris prendido entre sus labios, para luego soltarlo de golpe. El oír gozar a otra mujer, por que mi marido le devoraba el sexo, mientras el suyo tenía su verga clavada en mí, me hizo explotar en un orgasmo formidable y extraordinario.

Quedé tendida sobre con el cuerpo laxo, Alex me follaba pausadamente y sin prisas, suspirando profundamente y yo iba camino de un segundo clímax. Abrí los ojos y, junto a mí estaba Carla a gatas, con sus pechos moviéndose acompasadamente al ritmo de las envestidas de Luis y me volví a correr sin remedio.

Carla empezó a jadear y a gritar palabras ininteligibles; también cabalgaba hacía el trance. Le fallaron las fuerzas de brazos y piernas, y quedó tendida en el suelo. Luis la tomó, le dio media vuelta y se sentó sobre ella poniendo su brillante y húmeda polla entre sus pechos. Carla abría la boca y sacaba la lengua para recibir la amoratada cabeza del miembro de Luis, que gemía cada vez que sentía el húmedo contacto.

Intuí que Alex iba a correrse y le pedí que no lo hiciera así. Me desmontó, se tendió a mi lado y yo tome en mi boca su acerado miembro. Percibí el sabor seminal de las primeras gotas; saqué su verga de mi boca y tras dos lametones llenó mi cara y mi boca con su espesa y cálida esperma.

Luis también había vaciado sus cojones en el rostro y los labios de Carla que yacía a mi lado. Nos miramos y, sin decirnos nada, unimos nuestras bocas en un lúbrico y profundo beso en busca de familiares aromas. Topé con sus pechos, nunca antes había tocado a una mujer así; pero presa de excitación me lancé besárselos. Ella gemía, se estremecía y me acariciaba, mientras que, de un modo instintivo, fui recorriendo con mis labios todo su hermoso cuerpo hasta su húmedo sexo. Allí, mi boca comenzó a hacer lo que mi cuerpo había aprendido recibiendo ese placer. En eso, recibí las inconscientemente ansiadas caricias de sus labios en mi sexo.

Fue extraordinario. Las caricias de Luis eran hábiles, varoniles y enérgicas y me llevaban al paraíso; las de Carla suaves, delicadas e intensas y me estaban transportando a otro mundo. Bebí los jugos de Carlas hasta llenarme el alma de su sabor y ella hizo lo mismo hasta que caímos extenuadas.