Historia de una amistad (1: El Club)
Algo excesiva historia de dos parejas que se conocen en un club un tanto particular.
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Tumbados todavía en la cama después de haber hecho el amor, Luis jugueteaba con sus dedos, caracoleando por entre mi vello púbico. Mirándome a los ojos me preguntó:
Mónica, ¿alguna vez has tenido la tentación de acostarte con otro hombre?.
Le miré sorprendida, no tanto por el contenido de la pregunta como por lo inesperado de la misma.
Sí, claro. Le respondí, intentando no mostrar mi desconcierto y contraatacando con otra pregunta.- ¿Y tú que harías si te enteraras de que lo he hecho?.
Si me hubieras engañado, me sentaría muy mal; pero, si yo participara de alguna manera en el juego, hasta lo encontraría sexualmente excitante.- Respondió sonriendo, como si tuviera preparada la respuesta.
Eso me descolocó y estallé airadamente diciéndole que no me lo creía, que su progresía era una fachada y que su orgullo de macho se sentiría herido si me viera gozando en brazos de otro.
Sin inmutarse me llamó "burguesa monógama educada por monjas", incapaz de liberarme de mis tabúes sexuales más profundos, y por tanto, incapaz de tener una aventura con otro hombre.
De todo eso, lo que más me molestaba era, y él lo sabía, que me recordara mi educación religiosa y fuera de mí le espeté:
Si eres capaz de proporcionarme uno o varios hombres, me los follaré mientras tú te la cascas viendo el espectáculo. Eso sí, con una condición, no quiero pollas más pequeñas que la tuya.
Súbitamente se puso sobre mí, me beso salvajemente y me musitó al oido:
Pues ves entrenándote. Cierra los ojos y piensa que soy el hijo de los vecinos, ese pipiolo veinteañero al que se le pone dura mirándote las tetas cada vez que nos encontramos en el ascensor, y al que tú no le quitas los ojos del paquete.
Lo que decía era verdad. Luis estaba visiblemente excitado, sentía su verga dura y todavía húmeda de semen entre mis muslos y cerré los ojos pensando en el hermoso cuerpo del vecino. Me penetró de un solo golpe y follamos como locos sin intercambiar una sola palabra.
El viernes de la semana siguiente, llegó Luis a casa más tarde de los acostumbrado. Yo empezaba a preocuparme y le dije, que otra vez me avisara.
Lo siento amor; pero es que estado acabando de organizar tu orgía del fin de semana.- Me respondió, dándome un tierno beso y como si yo ya supiera de que hablaba.
¿Qué dices?.
Sí mujer... Recuerda la conversación de la semana pasada. Te he buscado con quién follar.
Debí poner una cara de asombro tremenda, porque mirándome fijamente añadió:
¿Ahora que lo tengo todo arreglado, no iras a echarte atrás?.
No, no, por supuesto.- Respondí, sin salir de mi asombro.
Pensaba que había podido tu educación monjil. Comentó con sorna y dándome donde sabía que más me dolía.- Mañana por la tarde, te llevaré a una casa en el campo y allí tendrás todo el sexo que quieras. La única condición es que has de hacer todo lo que digan; pero tranquila, te cuidaran bien, son buena gente. No me verás; pero estaré al tanto de todo.- Continuó diciéndome lenta y pausadamente
Prácticamente no hablamos nada más en toda la noche ni durante la mañana siguiente. A media tarde, Luis recibió una llamada telefónica, y tras un escueto:
Ya vamos.
Colgó el teléfono y me indicó que nos íbamos.
Salimos de la ciudad, y a pocos kilómetros, en una antigua zona agrícola, tomo un camino sin asfaltar. Llegamos a un caserón antiguo y simplemente paró el coche y escuatamente me dijo:
Te esperan.
Me acerqué a la puerta principal, estaba abierta y entré en un amplio zaguán. Alguien que parecía un sirviente me recibió y me acompañó a una habitación.
Desnúdese y salga por esa puerta.- Dijo señalando una discreta puerta semioculta por una cortina.- Si quiere, primero puede tomar un baño.
Al quedarme sola, mis ojos se acostumbraron a la penumbra y pude distinguir claramente el contenido de la cámara. Era una habitación espaciosa, con un lujoso baño anexo y amueblada con una amplia cama, una mesa con dos sillas y un cómodo sillón. En el baño, la bañera estaba preparada con agua caliente que expelía un suave olor floral.
Me desnudé y me metí en el agua. Por unos instantes medité como me había dejado llevar a aquella situación; pero ya no tenía remedio, así que salí del baño me sequé con la esponjosas y suaves toallas que había y me dirigí hacia donde me habían indicado, tratando de imaginarme que me iba a encontrar al otro lado.
Traspasé tímidamente el umbral y aparecí en un gran salón, en el centro del cual había una mesa redonda con seis comensales que hablaban animadamente mientras comían. Estaban totalmente desnudos y cubrían su rostro con una máscara.
Uno de ellos se levantó y se dirigió hacia mí. Me tomo de la mano diciéndome:
Bienvenida al Club, Mónica. Nos han hablado muy bien de tus habilidades y esperamos que todos pasemos una más que agradable velada.
No respondí, simplemente dirigí mi mirada a los presentes y asentí con la cabeza.
Bien, empecemos. Veamos si es cierta tu maestría en la felación. Ponte debajo de la mesa y empieza por el que está a mi derecha.
Obedecí sin rechistar. Enfrente del lugar que ocupaba el que hacía de maestro de ceremonias había un paso para colarse bajo el mantel y al entrar me encontré con que estaba iluminada y distinguía perfectamente los sexos de todos ellos.
En efecto Luis había cumplido con mi exigencia y ninguno de los miembros que tenía a mi alcance desmerecían en absoluto el suyo, que por cierto no es precisamente pequeño.
A medida que con mi boca y mis manos los iba llevando al orgasmo y los hacía descargar en mi boca, el tono de la conversación iba disminuyendo. Era evidente que los gemidos y jadeos que emitían sus compañeros de mesa los iba excitando más y más, y yo los iba encontrando más, digamos, "en forma".
Si alguien piensa que las pollas se distinguen exclusivamente por su tamaño, se equivoca, cada una tiene su personalidad: Unas eran como la de un caballo, largas y de un diámetro que apenas me cabían con la boca abierta al máximo; otras, negra como el ébano, a pesar de que ninguno de ellos era de color; las había peludas y con unos huevos como de un toro; en algunos casos, el glande parecía una guinda roja coronando un suculento helado; en otros, parecía el sobrerillo de una amanita, notablemente más ancho que el cuerpo, algunas en apuntaban en erección hacia mi cara, como el cuerno de un unicornio; otras se elevaban altivas hasta llegar al ombligo.
Pero hubo una que me atrajo especialmente. Larga y gruesa; pero que permitía tomarla en la boca con el desahogo suficiente para maniobrar con la lengua; recta y rígida, como el mástil de un velero y con una abultada cabeza carmesí. Suave y de tacto asedado, con un pubis aterciopelado que cosquilleaba mi nariz, la sentí crecer y engrosarse en mi boca, provocando en mí tremendas fantasías y un deseo irrefrenable de sentirla dentro de mí. Sus torneadas y musculosas piernas presagiaban un hermoso cuerpo, de momento invisible a mis ojos; pero que ansiaba tener entre mis brazos.
Empecé a masturbarme, mientras la chupaba con ansias de posesión y, al lamerle golosa las primeras gotas de líquido seminal, percibí como su cuerpo se agitaba de placer, como jadeaba y respiraba hondo para evitar la inminente corrida. La engullí de un golpe, aprisionándola entre la lengua y el paladar, y sentí, al inundarme la boca con su cálido semen, como sus manos acariciaban mi cara. Metí dos dedos hasta el fondo de mi vagina y me vi envuelta en el placer de un inesperado orgasmo.
Acabé la ronda agotada, con las mandíbulas doloridas, despeinada y con abundantes restos de semen en mi cara y mis pechos. Me levanté pensando en el horrible aspecto que debía tener; pero, cuando me puse derecha, una ovación de todos los presentes recibió mi aparición.
Realmente maravillosa.- Exclamó, en medio del asentimiento general, el único que hasta ahora me había dirigido la palabra.- Has superado todas nuestras expectativas.
Pregunté si podía asearme un poco y me retiré a la habitación donde tenía mis ropas. Mientras me lavaba, no pude evitar pensar en el hombre cuya verga me había atraído tan fuertemente, me tumbé un momento en la cama para descansa, acabé fantaseando con ella y reconociendo a mi misma que estaba deseando volver a gozar de sus posibilidades amatorias. Por un momento, un leve sentimiento de culpabilidad cruzó mi mente, no me había acordado en ningún momento de Luis, salvo para comparar el calibre de su sexo con el de mis compañeros de juegos.