Historia de un verdadero amor 4
Historia novelada de un hecho histórico, el amor entre una judía y una mujer aria en la Alemania nazi. En este capítulo cuando la protagonista ya disfruta libremente de su sexualidad, el pasado vuelve a su vida.
Historia de un verdadero amor.
Historia novelada de un hecho histórico, el amor entre una judía y una mujer aria en la Alemania nazi. En este capítulo cuando la protagonista ya disfruta libremente de su sexualidad, el pasado vuelve a su vida.
Berlín, 22 de enero de 1942.
Querido diario:
Ayer en la noche, fue nuestro aniversario. Hace exactamente un mes que dejé de vivir esa vida asexuada y huidiza para convertirme en la lesbiana que soy hoy en día.
No ha sido fácil, he tenido que romper con mis creencias y adentrarme en un nuevo mundo sin saber hacia dónde me iba a llevar. Ser judía ya no me parece tan importante, las personas son lo que son y no importa su origen. Lo único que no ha cambiado es el asco que tengo a los nazis. Fanáticos enfundados en sus rutilantes uniformes que al ser incapaces de reconocer sus errores se dedican a perseguir al diferente. Creía que solo era a mi pueblo, pero no es así. Judíos, gitanos, homosexuales, monárquicos, comunistas, les da igual. Odian al diferente. Y por eso me odiarían a mí, si alguna vez me descubrieran.
Mi relación con Ilse me satisface. Sigo sin estar enamorada pero me da esa tranquilidad que tanto necesitaba. Su genuina devoción por mí, hay momentos que me empalaga, pero soy feliz. Me estoy acostumbrando a ser querida. Desde que me he ido a vivir con ella, me trata como una princesa, siempre atenta a mis caprichos, siempre dispuesta a cumplir con mis deseos.
Hoy le he dado una sorpresa. Al salir del trabajo, he ido a una tienda y le he comprado ropa. Ella paga todo, no me deja gastar en nada y por eso he querido tener un detalle con ella.
En el autobús cuando volvía a casa, me he encontrado con Brigitte. Sigue impresionante. Como ya te he contado es una mujer altísima con cintura estrecha y pechos de infarto. Hemos estado hablando durante más de media hora. Ninguna de las dos ha hecho mención a lo ocurrido en el coche de Gerard, pero te tengo que reconocer que mientras charlábamos me excitaba la idea que se repitiera y que esta vez que fuera yo quien la tocara. Me ha comentado que ha roto con él porque le pilló con otra y que desde entonces se siente muy sola. Cuando le comenté que estaba viviendo con Ilse, creí descubrir una expresión de desilusión en su cara, pero ha prometido visitarnos.
Ojala lo haga, me parece, además de guapa, una persona estupenda.
Al llegar al apartamento, Ilse me recibió preocupada. No sabía dónde estaba y pensaba que me había ocurrido algo. No sé, querido diario, pero quizás me esté acostumbrando a mi papel dominante, pero me molestó que me preguntara y enfadada, le dejé el paquete y sin decir nada me encerré en el cuarto, sin hacer caso a mi amada que, al otro lado de la puerta, me pedía que la perdonase.
A las dos horas, aunque no se me había pasado el coraje, salí a comer a algo. Con extrañeza descubrí que Ilse no había preparado la cena y ya realmente enfadada, la llamé a gritos. Cuando entró en la cocina, lo que vi me dejó impresionada.
Llevaba puesto el vestido azul que le acababa de regalar, pero lo había trasformado. La falda la había recortado hasta convertirla en un cinturón ancho, con la tela que sobraba se habría hecho un delantal, había abierto el escote y sobre la cabeza llevaba una cofia.
-¿Qué narices has hecho?-, le pregunté horrorizada al descubrir que había destrozado el traje nuevo.
-Mi dueña, siento haberme olvidado de mi papel-, me respondió,-por eso he creído conveniente que su primer regalo fuera un uniforme de sirvienta que me haga recordar lo que soy-.
La locura de sus actos lejos de enfadarme, me hizo sonreír y con voz calmada, le pregunté que teníamos de cena.
-La señora tiene la mesa servida en el comedor-, me contestó, señalando con su mano el camino como si no lo conociera.
Imitando a una gran dama, levanté la barbilla y me dirigí hacia mi silla. Al llegar, esperé a que mi criada me la acercara. Ilse no sabía qué era lo que yo aguardaba y dándole un azote en su trasero, le solté:
-Tienes mucho que aprender para ser una buena chacha, inútil. ¡Acércame mi silla!-.
-Perdón, mi señora, disculpe a esta inútil sirvienta, no se repetirá más-, me contestó abochornada.
Su cara reflejaba vergüenza, pero yo sabía que estaba disfrutando de su papel de sumisa.
-Luego recuérdame que debo darte un escarmiento-, le solté y sin darle más importancia, empecé a cenar.
La comida estaba buenísima, había preparado chucrut acompañado por un guiso de carne de ternera, todo ello bañado con un buen vino del Rhin. " Ilse es una mágnifica cocinera cuando se quiere lucir y hoy se ha esmerando ", pensé mientras terminaba.
-¿El postre?-, exigí a mi amante que, mientras cenaba, se había arrodillado a mi lado, adoptando una posición servil.
Se levantó como un resorte y corriendo a la cocina, me trajo una fuente de fresas con nata. Al irme a servir, la paré con un gesto y le pedí que retirara el plato. Confusa, me rogó que le explicara.
- Desnúdate, voy a comer directamente sobre ti y no quiero que manches ese bonito uniforme- .
Haciéndose la sufrida, agachó la cabeza y sin mediar palabra, se desnudó y se extendió sobre la mesa. Disfruté un rato solo observándola. Me gusta esa mujer, su cuello, sus pechos pequeños pero firmes, su estómago sin grasa y sus esculturales piernas, pero lo que más me enloquece es su piel suave, su olor a niña y su pelo rubio, tan distinto al mío. Como si estuviera verificando que el plato donde iba a tomar el postre estuviera limpio, recorrí con mis manos sus aureolas, su ombligo, para terminar en su sexo ya humedecido por la excitación.
Cuidadosamente, fui colocando estratégicamente una a una las fresas sobre su cuerpo. No quedó punto de placer que no fuera ocupado por una de esas frutas.
Satisfecha del resultado, cogí la nata y con un cuchillo fui untando, cada trozo con cuidado, evitando que rebosara en exceso y si lo hacía, usando el filo, recogía lo sobrante. Mi amante se mantuvo quieta todo el tiempo, solo su respiración agitada revelaba hasta qué grado mis maniobras le estaban afectando.
-Se ven deliciosas-, dije en voz alta, -solo espero que al recipiente no se le ocurra cambiar su sabor con su flujo.
Le acababa de avisar que debía evitar excitarse, tras lo cual empecé con la fresa que había colocado en su boca. No me resultó difícil, cogerla de entre sus labios, pero al retirar la nata con la lengua, ella creyó que quería un beso.
-Eres un plato, no te muevas-. Cerró imperceptiblemente las piernas al oírme.
Sonreí al pensar que cuando llegara a su sexo, la nata se habría licuado por la temperatura del recipiente. Sin hacer caso a esa infracción, proseguí degustando los trozos de su cuello. Con las venas marcadas por la tensión, soportó estoicamente sin mover un músculo.
Las fresas que nacían en ambas clavículas y que se unían en su escote eran otra cosa, tuve que subirme a la mesa y colocarme encima de ella para podérmelas comer. Fue excitante tenerla inmóvil, a mi entera disposición debajo de mis piernas. Con cuidado para que no se cayeran fui cogiendo entre mis dientes los pedazos, rebañando la crema sin dejar más que el rastro húmedo de mi saliva.
Con mi sexo completamente empapado, me enderecé antes de dar cuenta de las que decoraban sus aureolas. Mi amante tenía la piel de gallina, concentrada no emitía el menor ruido. Me apetecía llegar al final, pero era una carrera de obstáculos y debía de conquistar cada cima antes de perderme en las profundidades de su cueva. Reconozco que fui mala al recoger la cosecha de sus pechos por que no solo no me conformé con el fruto, sino que me entretuve en mordisquear pacientemente sus pezones, buscando que me desobedeciera y sin poderlo evitar, se corriera aún antes de llegar a su sexo. Tuvo que morderse los labios para que distraerse y olvidarse que estaba siendo usada.
Al ir bajando por su torso y siguiendo el rastro dejado por la nata, recordé sus cosquillas. Estaba segura que si antes, al torturarle delicadamente los pechos, no había fallado, cuando mi boca recogiera de su ombligo el enorme fresón que había colocado en su interior, iba a sucumbir.
"No creo que lo consiga", pensé cuando ya estaba a escasos centímetros, "va a moverse". Pero como si fuera una estatua griega, Ilse soportó impasible las crueles caricias de mi lengua.
"Lo está consiguiendo", me dije mientras terminaba de masticar la fruta.
Me tomé mi tiempo antes de lanzarme sobre la última etapa de mi viaje. Mi propio sexo estaba sobre-excitado y me dolían los pezones, me urgía terminar para que la boca de mi amada saciara el otro hambre que me estaba consumiendo. Estuve a punto de masturbarme, necesitaba el contacto de unos dedos acariciando mi atormentado clítoris.
"¡No debo hacerlo!, ¡Jamás debe de tomar el control!", me repetía insistentemente, "Tengo que obligarla a que se corra".
Con determinación, proseguí mi camino. Separando sus piernas, abrí el hueco que requería mi exploración. Su olor me estaba volviendo loca, era yo la que realmente estaba deseando sumergirme en ella. Lentamente, fui bajando por su cuerpo. Mis manos acariciaban sus pechos, mientras mi lengua retiraba la nata de su pubis sin llegar todavía a la frontera de sus labios.
"¡Cómo la deseo!", pensé al recoger con mis dientes la fruta incrustada en la entrada de su gruta.
Sabiendo que era una de mis últimas oportunidades de hacer que se corriera, usé la áspera piel de fresón para acariciar su clítoris. A mis oídos llegó un leve gemido, envalentonada abrí sus pliegues y usando mi lengua a modo de cuchara recorrí todo su sexo. La excitación de mi amante era palpable, sus labios estaban completamente hinchado y su botón erecto.
Las gotas de mi propia ansia recorrían mis piernas en un reguero de pasión líquida que nacía de mi entrepierna mientras el objeto de mis lisonjas se mantenía incólume sobre la mesa. "Estoy a punto de correrme", reconocí preocupada mientras introducía uno de mis dedos en su vagina, "tengo que darme prisa". Forzando esa entrada que tanto trabajo me estaba dando, profundicé mi penetración añadiendo dos dedos y mordisqueando su clítoris con mis dientes.
¡Nada!, le había obligado a no excitarse y estaba cumpliendo a rajatabla mis instrucciones, tenía que hacer algo o habría perdido. Desesperada, me levanté de la mesa y cogí un plátano del frutero y de un solo golpe se lo incrusté hasta el fondo. Gritó al sentir asaltada su cueva, pero siguió sin correrse.
"Tengo que hacer algo".
Al no tener la porra al mi alcance, me tuve que conformar con una estrecha berenjena.
"Mira que es lo que voy a usar", le solté esperando que al ver el grosor del vegetal, se moviera o al menos se quejara. Pero no hizo ningún gesto, por lo que acercando el improvisado instrumento a su entrada, retiré la banana y con decisión, forcé cruelmente su sexo.
"¡Chilla!", le supliqué sin palabras, "¡tienes que venirte!".
Desesperada, comencé a sacar y a meter la berenjena, sin importarme el sufrimiento que suponía que estaba soportando. La pasión ya me había poseído. Mojando dos dedos en mi propio flujo, embadurné su inexplorado camino trasero, relajándolo. Sabía que ese agujero era todavía virgen, nunca su dueña había permitido que nadie lo horadara.
"No va a permitirlo", me dije tratando de auto-convencerme, siempre me había dicho que su ano solo estaba destinado a servir de evacuación de deshechos de su cuerpo y que jamás le daría otro uso.
Unté con nata el plátano antes de usarlo, no estaba segura del daño que podría provocarle si no lo hacía, y, sin mediar palabra, lo introduje unos centímetros en su interior.
"¡Se está dejando!", no dejaba esta niña de sorprenderme.
Penetrándola alternativamente por ambas entradas, fui acelerando mis maniobras al sentir que mis pechos y mi coño estaban a punto de explotar. La pared de su vagina recibía el empuje del vegetal tras lo cual era su esfínter el que era obligado a encajar por entero el fruto.
Alborozada, la escuché gemir. Sin ninguna piedad, apuré hasta el límite la cadencia de mis movimientos. Ilse se estaba desmoronando. Sus suspiros se sucedían sin pausa. Todavía podía ganar, pero debía de usar todas mi armas.
Acercando mi boca a su clítoris, lo puse entre mis dientes. Mi amante no aguantó sentirse violada y mordida y dando un grito de angustia se vació ante mis ojos. Fue alucinante ver que de su sexo, como si de un geiser se tratara, un cálido chorro brotó empapando la mesa.
-¡Sigue!-, me rogó absorta en su placer.-¡Lo necesito!-.
Sus palabras eran la confirmación de su fracaso, pero en mi fuero interno sabía que yo había hecho trampa y por eso no me importó seguir buscando su placer hasta que desplomándose sobre la madera, quedó vencida.
La dejé descansar unos minutos, tras lo cual la llevé a la cama.
-¿Cómo me vas a castigar por fallarte?-, me preguntó entornando sus ojos.
-Tu condena es esta -, contesté señalando mi atormentado sexo.
Sonrió y separando mis piernas, se concentró en cumplir escrupulosamente su castigo. No tardó en conseguir que me corriera y, por primera vez, esa noche me dormí deseando que alguien me desvirgara.
Berlín, 13 de febrero de 1942.
Querido diario:
El pasado irremisiblemente siempre vuelve. Hoy en la oficina, el delegado en Dusseldorf me ha encerrado en su despacho. Asustada pensé que se iba a repetir la escena del sr. Hass, pero fue peor.
-Felice-, me dijo casi susurrando, -nuestro pueblo te necesita-.
Me costó entender a que se refería, mi actual vida había echado tierra sobre mis recuerdos. Tuvo que ser él, quien zarandeándome, me recordara que era judía y que nuestros congéneres sufrían.
-Que quiere que haga-, le contesté.
-Trabajarás para nosotros desde aquí. Ha sido una suerte que uno de los conductores te reconociera. Vamos a usar los camiones de la compañía para mandar a nuestros parientes a lugares seguros-.
No pude negarme. Había renegado de mis orígenes en pos de una seguridad y un modo de vida ficticia, pero sé que el destino me tiene reservado otro fin. No en vano .Soy judía.