Historia de un verdadero amor 3

Historia de un verdadero amor. Historia novelada de un hecho histórico, el amor entre una judía y una mujer aria en la Alemania nazi. En este 3er capítulo la protagonista descubre el aspecto sumiso de su amante.

Historia de un verdadero amor.

Historia novelada de un hecho histórico, el amor entre una judía y una mujer aria en la Alemania nazi. En este 3er capítulo la protagonista descubre el aspecto sumiso de su amante. Puede parecer invención mía pero esto ocurrió y yo solo he dotado a la historia de sus pasajes eróticos.

Si no lo creéis revisad los siguientes enlaces, aunque no os lo aconsejo porque os perderéis la tensión de la trama al saber de antemano el desenlace.

http://www.inescapablemente.es/la-verdadera-historia-de-felice-schragenheim-y-elisabeth-%E2%80%9Clilly%E2%80%9D-wust/

http://www.elpais.com/articulo/agenda/Aimee/ha/muerto/elpepigen/20060419elpepiage_7/Tes/

Berlín, 1 de enero de 1942.

Querido diario:

Ayer celebramos, mi amante y yo, la fiesta pagana de fin de año. En mi casa, allá en el pueblo, jamás esa noche fue algo especial. Recuerdo que nos reuníamos como siempre después de cenar al calor del brasero y juntos en familia, rezábamos y leíamos la Torah.

Pero anoche fue diferente, Ilse me convenció de ir a bailar a uno de esos antros que mi padre consideraba cosa del diablo. La curiosidad pudo más que la prudencia. Durante dos años, he malvivido en esta ciudad, escondiéndome de todo y ayer me liberé.

Mi noviazgo, si es que se puede llamar así a nuestra relación pecaminosa, va viento en popa, pero aún así no lo podemos revelar al mundo, no nos entenderían. Por eso guardando las apariencias, me vestí en casa. Eran las nueve de la noche cuando me recogió en la puerta de mi portal.

- Te ves hermosa -, me dijo al verme, recreando su vista en el descocado escote del vestido que me había prestado.

Sé que si hubiéramos estado a solas al abrigo de la intimidad de cuatro paredes, Ilse no habría soportado la tentación de besarme. Me alegré de comprobar que había tenido buen criterio al obligarla a recogerme en la calle. Si la hubiera esperado en mi piso, considero que no hubiéramos salido a divertirnos esa noche. Es todo tan novedoso, mi sexualidad, mi libertad, que quería más.

-¿Dónde vamos?-, le pregunté al montar en el taxi.

- Es una sorpresa -, me contestó guiñándome un ojo mientras su mano se perdía en mi entrepierna.

- Quieta -, le ordené quitando sus garras de mi sexo,- mañana es fiesta, tendremos todo el día-.

Satisfecha al saber que disfrutaría de mí durante casi dos días seguidos, me obedeció. La temía o mejor dicho me temía. De empezar así, irrevertiblemente en menos de una hora estaría entre sus piernas y lo que yo quería es descubrir la noche de Berlín.

El taxista nos dejó a las puertas de un antiguo cabaret, reconvertido en sala de baile por una ordenanza del alcalde nazi de la ciudad. Por primera vez en mi vida, anoche entré y baile en uno de esos lugares. Durante unas horas la guerra y Hitler desaparecieron de mi mente. Me encantó ver que hombres y mujeres se reunían sin pensar en las clases sociales a disfrutar de la noche.

Nada más entrar nos dirigimos a la mesa donde se encontraban sus amigos. Educadamente, Ilse me fue presentando a las dos parejas con las que habíamos quedado y, contra lo que yo estaba acostumbrada, todos se mostraron amables y encantados con mi presencia. No pude evitar pensar que cambiarían de opinión si supieran que además de judía, la mujer castaña clara que les estaba siendo presentada era lesbiana.

-¿Dónde tenías escondida a esta preciosidad?-, oí como Gerard preguntaba a Ilse por mí.

Brigitte, su novia, una rubia despampanante de más de 1.80 e inmensos pechos, le recriminó que se fijara en otras estando ella allí.

- Tienes toda la razón en enfadarte- , le dije sonriendo,- al lado tuyo soy horrorosa, debería de darse con un canto en los dientes que una mujer tan bella como tú, se digne en hacerle caso-.

Gerard, muerto de risa, se defendió diciendo que menos mal que yo era mujer sino, con esa labia, sería incapaz de competir conmigo. Ilse, metiendo el dedo en la llaga, le respondió que aun siendo mujer si yo me lo proponía no tardaría en bajarle la novia. Viendo que la conversación iba tomando un rumbo que no me convenía, corté por lo sano:

- No te preocupes, me gustan los hombres y cuanto más machos mejor -.

El resto de la velada fue maravillosa, baile, reí y disfruté como una loca. Creo que incluso bebí en exceso. Lo único realmente reseñable fueron los celos de Ilse al ver que sin ningún recato, acepté que los muchachos sin pareja me sacaran a la pista.

- No seas boba -, le susurré dándole un beso en la mejilla,- al llegar a tu casa te compensaré-.

Ese beso casto, pasó desapercibido para todos excepto para Brigitte que, guiñándome un ojo, me sonrió con una dulce mirada que me heló la sangre. Se había percatado que mi actitud de devora hombres era una fachada y que entre nosotras había algo más que amistad.

" Mierda ", pensé dándome cuenta de mi error, " debo de ser más prudente ".

Eran cerca de las dos de la madrugada cuando cerraron el lugar. Los amigos de Ilse insistieron en llevarnos a casa, de modo que los seis nos metimos en el angosto habitáculo de un Volkswagen escarabajo. La estrechez de los asientos obligó a los hombres a sentarse en los asientos delanteros mientras las cuatro mujeres nos tuvimos que acomodar como pudimos en la parte trasera. Debido a que yo era la más pequeña de estatura tuve que ir sentada sobre las rodillas de mi amiga. No habíamos recorrido quinientos metros cuando horrorizada noté a Ilse acariciándome el trasero.

" Está idiota ", mascullé para mis adentros, dejándome hacer, no podía montar un escándalo.

Mi ausencia de respuesta, la envalentonó y sin el mínimo de sentido común, su mano fue subiendo por mi torso, recorriendo mi pecho por entero. El morbo del peligro me excitó y sin poderlo evitar mis pezones reaccionaron irguiéndose sobre la tela. Mi amante al notarlo, se dedicó a torturarme pellizcándolos. " Qué pare ya, ¡por dios! ", pensé al sentir que mi sexo se empezaba a humedecer por sus caricias, "me estoy mojando". Tuve que hacer un esfuerzo sobre humano para no correrme.

Afortunadamente cuando creía que no podía soportarlo más, llegamos a su casa. Los cinco minutos que tardamos en despedirnos de todos, bajaron mi calentura y me permitieron planear mi venganza. Por eso, mientras subíamos por el ascensor, no hice mención ni recriminé a Ilse que su actitud había sido insensata.

Nada más cerrar la puerta, acercándola a mí, le di un beso en el lóbulo de su oreja mientras le decía que había sido muy mala. Mi amante, pegando su pubis al mío, me contestó diciendo:

-¿Me vas a castigar?-

-Sí, pero antes tienes que apagar el incendio que has provocado-.

No le tuve que decir más, arrodillándose a mis pies, metió la cabeza bajo mi vestido y me empezó a devorar. Era alucinante, apoyada contra la puerta, sentí sus manos bajándome mi ropa interior y a su lengua recorriendo los pliegues de mi coño, buscando apoderarse de mi clítoris. Para facilitar su labor, abrí mis piernas. Gemí al sentir que su dedo se introducía en mi interior y que sus dientes mordisqueaban mi botón como si de un hueso de aceituna se tratara. Necesitaba desfogarme y por eso forzando su cabeza, le pedí que se diera prisa que me urgía correrme en su boca. Al oírme, profundizó sus caricias, lamiendo y penetrándome con la lengua mientras sus dedos se concentraban en mi vértice. Recibí hambrienta las primeras oleadas de placer. Mis piernas eran incapaces de mantenerme, quería irme a la cama pero antes necesitaba explotar.

-¡Puta!¡Hazlo ya!-, le grité, usando esa palabra malsonante que nunca había salido antes de mi boca.

Contrariamente a lo que hubiese supuesto, el insulto la espoleó y acelerando sus movimientos, me llevó en volandas a un intenso éxtasis. Ilse, al saborear las primeras gotas de mi flujo, se trastornó y, totalmente poseída por la pasión, buscó su propio placer, masturbándose. Ella arrodillada y yo de pie, nos corrimos gritando y gimiendo sin pensar que podíamos estar turbando el reposo de los vecinos.

Caí agotada. Mi amante, todavía necesitada de caricias, me ayudó a levantarme y llevándome a la cama me desnudó lentamente. Sus manos recorrieron mis pechos al quitarme el corpiño.

-¡Qué bella es mi dueña!-, me dijo al verme enteramente desnuda sobre las sábanas.

Sonreí al oírla, puedo no estar enamorada de ella pero tengo que reconocer que es un encanto. Dando una palmada en el colchón, la llamé a mi lado pero ella, haciendo un puchero, me recordó que todavía no la había castigado.

-¿Cómo quieres que lo haga?-, le pregunté interesada.

Me contestó desnudándose y poniéndose a gatas sobre la cama.

-No te entiendo-, dije riéndome.

-He sido mala y mi bella dueña debe de azotar a su esclava-, me respondió poniendo su culo en pompa.

No me podía creer lo que estaba viendo y oyendo, Ilse quería que le diera una azotaina en su trasero. Indecisa pero picada en mi curiosidad, me puse detrás de ella y sin pensarlo dos veces, le di una sonora palmada en sus nalgas. Dio un brinco pero no se quejó, en vez de ello levantó un poco su trasero pidiendo más.

"¿Quieres guerra?, ¡la tendrás!", me dije mientras le soltaba otro azote, éste más duro. Mi amiga se mantuvo impertérrita, sin moverse. Con confianza y usando ambas manos, empecé a castigar sus cachetes alternativamente cada vez más fuerte.

Ya tenía su piel colorada cuando la escuché gemir de placer. Sorprendida, me percaté que de lo más hondo de su sexo manaba su placer goteando sobre las sábanas.

"No puede ser que esté disfrutando", pensé y para cerciorarme, introduje dos dedos en su vulva: Quería comprobar que fuera flujo y no que, producto del miedo, se estuviera orinando. No tuve ni que probarlo, no me hizo falta verificar su textura pegajosa, porque al sentir Ilse que hurgaba en su interior, pegando un grito, se desplomó sobre el colchón mientras se corría retorciéndose como una posesa.

Pensando que me había pasado, le pedí perdón pero ella, sonriendo, me respondió que le había encantado, que se lo merecía y que cada vez que se portara mal, no solo debía castigarla así, sino que debía de pensar otros modos de reprenderla. Ella era mi esclava y yo su ama.

Me costó asimilar tanto sus palabras como lo que había ocurrido. Nadie me había comentado que podía haber gente a la que le gustara ser dominada, personas a las que el dolor, lejos de ser algo a evitar, les gustara. En una mente como la mía, educada siguiendo la ortodoxia más pura, no cabía ese comportamiento. Pero tenía a escasos centímetros de mí, la prueba palpable de mi error. Mi adorada amante era la demostración palpable que ese tipo de personas existían.

Pensando en ello, la abracé y me quedé dormida.

Hoy me desperté cuando, tocando la puerta, Ilse me trajo el desayuno a la cama. Se había levantado sin hacer ruido y me había preparado un café con tostadas. La muchacha, completamente desnuda, se sentó a los pies de la cama, esperando a que yo terminara. Estaba de un estupendo humor, su cara relucía de despreocupación.

-¿Cómo ha dormido mi dueña?-, me preguntó limpiando con su lengua una gota de café que me había caído en la pierna.

Ese leve contacto me excitó, verla tan dispuesta a satisfacer mis deseos, me hizo soñar en que mi vida había dejado de ser solitaria y espantosa y que tenía una oportunidad. Cogiéndole las manos, le pregunté:

-¿Sigues queriendo que viva contigo?-.

Se echó a llorar al oírme y mirándome a los ojos, me contestó que sería la mujer más feliz del mundo.

- Bien, pero antes quiero que me dejes claro que es lo que quieres de mí -.

Se tomó unos segundos antes de responder:

-Nada pero si me aceptas, te doy todo. Mi cuerpo, mi mente, mi vida, todo será tuyo. Te juro que te obedeceré siempre y aceptaré tus órdenes sin rechistar. Seré tu esposa, tu amante y tu puta sin preguntarte donde ni con quien has estado. Viviré para servirte. Si para satisfacerte, quieres que me corte el pelo o me vista de cualquier forma, lo haré. Solo quiero aprender a agradarte. Cocinare, limpiaré, trabajaré para ti. No me importa que no me ames, solo déjame cuidarte-.

No podía dejar pasar esa oferta tan tentadora, pero aún así había algo más que necesitaba y no pensaba aceptar sino me lo daba:

-¿Estarás a mi entera disposición?-

-¡Sí!-.

-¿Cumplirás todos mis deseos?-

-Ya te he dicho que sí-, me contestó preocupada.

-Si te digo que me apetece, que quiero sentir tu boca en mi sexo, ¿que harás?-.

-Dejaré lo que esté haciendo y me pondré a satisfacer ese o cualquier otro deseo-

-Entonces una última cosa: Jamás me tocaras si no te lo pido, y menos en público, no quiero que se repita lo de anoche-.

- No sé a qué te refieres -, me contestó compungida.

-A que aprovechaste que no podía decir nada y me metiste mano-.

-Te juro que no fui yo, ¿Dónde dices?-.

Entonces comprendí que no había sido ella, sino Brigitte, la que sin ningún pudor me había metido mano en coche de su novio.

"¡ Será zorra!".

Con solo pensar que ese estupendo espécimen de mujer me deseaba, mi entrepierna empezó a arder. Sería un estupendo repuesto de Ilse, o quizás un complemento. Como tenía tiempo y ahora me urgían otros menesteres, le ordené:

-Que haces que no te estás comiendo mi coño para cerrar nuestro trato-.

Tal y como me había prometido, sin rechistar y con su gran sabiduría se dedicó en cuerpo y alma a satisfacer mi deseo, mientras yo no dejaba de imaginar cómo sería tener a las dos en mi cama.

Querido diario:

Hace diez días que habito en la isla de Lesbos. Sus playas, sus montañas y sus grutas me resultan familiares. Me siento en casa. Sé que en este lugar no tiene cabida mi Dios. Él vive muy lejos y no mira el sufrimiento de su pueblo.

Soy una mujer joven, pero ya no estoy sola.