Historia de un verdadero amor 2

Historia novelada de un hecho histórico, el amor entre una judía y una mujer aria en la Alemania nazi. En este 2º capítulo la protagonista profundiza en su lesbianismo con Ilse.

Historia novelada de un hecho histórico, el amor entre una judía y una mujer aria en la Alemania nazi. En este 2º capítulo la protagonista profundiza en su lesbianismo con Ilse. Puede parecer invención mía pero esto ocurrió y yo solo he dotado a la historia de sus pasajes eróticos.

Si no lo creéis revisad los siguientes enlaces, aunque no os lo aconsejo porque os perderéis la tensión de la trama al saber de antemano el desenlace.

http://www.inescapablemente.es/la-verdadera-historia-de-felice-schragenheim-y-elisabeth-%E2%80%9Clilly%E2%80%9D-wust/

http://www.elpais.com/articulo/agenda/Aimee/ha/muerto/elpepigen/20060419elpepiage_7/Tes/

Berlín, 29 de diciembre de 1941.

Querido diario:

Hace una semana que no escribo, lo siento pero no me sentía con ganas de confesar que soy lesbiana.

Desde hace siete dias, duermo todas las noches en la casa de Ilse. No estoy enamorada, pero con ella estoy descubriendo un mar de sensaciones que nunca imaginé. Hoy me ha pedido que me vaya a vivir con ella, no le he respondido porque no estoy segura.

Necesito plasmar en tus adoradas páginas cuales son los sentimientos que esta relación está haciendo aflorar.

Esa mañana, después de nuestro primer encuentro, al levantarme descubrí a Ilse haciendo el desayuno. Quise ayudarla pero se negó en rotundo diciéndome que yo era la invitada. Viendo su cuerpo desnudo al cocinar, rememoré el placer que había disfrutado con un sentimiento ambiguo. Por una parte me era complicado mirarla a los ojos, me sentía sucia al saber que mi amante además de ser nazi era mujer, pero la fascinación que sus caricias me habían provocado me obligaba a recorrer los escasos metros que nos separaban y abrazarla. Asustada, me vestí y me fui de su casa sin despedirme.

En el trabajo, infructuosamente intenté concentrarme en un artículo que me habían pedido redactar nada más llegar pero me resultó imposible, no podía dejar de pensar en sus labios, en sus jadeos al penetrarla con la porra, en sus pezones erizados por mis pellizcos. Recordar sus abrazos me estaba llevando a un callejón sin salida. Tras tantos años sola, necesitaba que alguien se desviviera por mí, aunque fuera una mujer. El calor irrefrenable que quemaba mi sexo me obligó a ir al baño, para liberar la tensión que me atenazaba.

Ilse al ver hacia donde me dirigía, me acompañó en silencio. Nada más entrar atrancó la puerta y arrodillándose, me pidió que le diera una oportunidad. Verla en esa posición servil, me terminó de excitar y levantando mis faldas, puse mi pubis a la altura de su boca. La muchacha comprendió mi gesto. Era una orden. Sumisamente bajó mis bragas y usando su lengua como si de un micropene se tratara, recorrió todos mis pliegues y apoderándose del acalorado clítoris que le ofrecía, me masturbó hasta que de mi gruta un torrente liquido brotó con oleadas de placer. Afortunadamente esta sociedad admite que dos mujeres vayan juntas al servicio, sino es seguro que alguien en la oficina hubiera reparado que quince minutos son demasiados para solo ir al baño.

Al terminar de desahogarme, me vestí y dándole un beso en la boca, le dije:

-Al salir, hablamos-.

La felicidad con la que recogió mis palabras fue un indicio que no supe interpretar.

Ya saciada, me resultó mucho más sencillo relatar el amor que la juventud alemana siente por su Furher. Aunque Hitler me asquea, mecanografiar el sentimiento de admiración de sus lacayos no fue ningún problema, solo tuve que pensar en esa mujer que, despreciada, se arrodilló a adorar a su diosa. Esa nazi iba a ser mi presa y mi salvación, pensaba usarla mientras me sirviera y luego tirarla como sus correligionarios tiran a los de mi pueblo.

Durante la comida evité sentarme a su lado. Mirándola de reojo, disfruté al comprobar que no podía dejar de mirarme. Ilse besaría el suelo si yo se lo pidiera. Nuevamente, al comprobar mi superioridad empecé a sentir ese calorcillo subiendo por mis piernas y buscando el distraerme, entablé una insulsa conversación con mi compañera de mesa. Desde el otro lado del comedor, mi amante se retorcía llena de celos.

Al salir del la oficina, nos fuimos directamente a su casa. Durante todo el trayecto, mi amante intentó disimular su calentura. Sentadas en la última fila del autobús cada vez que le hablaba al oído, Ilse cerraba sus piernas intentando controlar su deseo pero, al hacerlo, presionaba su sexo y lejos que calmar la hoguera añadía leña, convirtiéndola en un incendio.

-¿Qué te ocurre?-, le pregunté posando mi mano en sus rodillas.

Era consciente que mis caricias eran una tortura y aún así, seguí acariciándola sin ningún decoro.

- ¡Por favor!- , gimió desesperada ,-no aguanto más-.

Oír que estaba a punto de correrse, avivó mi lado perverso y poniéndole mi coqueto paraguas en sus manos, le ordené susurrándole al oído:

-Quiero que termines-

No le dije nada más. Me miró pensando que era broma. Al ver mi semblante decidido, supo que era en serio. Asustada y tapándose con el abrigo, la vi levantarse la falda y con dolor, introducirse el mango en su sexo. Nadie estaba a nuestro lado. Lentamente fue metiendo y sacando el instrumento sin interrupción, mientras yo seguía sus movimientos entre alucinada y excitada por la obediencia ciega con la que acataba mi antojo. El sudor le recorría la frente. Si alguien se percataba de lo que estaba haciendo con toda seguridad terminaríamos en la comisaría acusadas de escándalo público pero, contra toda lógica, no dejaba de penetrarse porque yo se lo exigía. Su respiración entrecortada fue el preludio de su éxtasis y, derrumbándose sobre el incomodo asiento, se corrió ante mis ojos.

-¡Espero que estés satisfecha!-, se quejó devolviéndome el paraguas.

No la respondí porque estaba absorta contemplando el mango completamente mojado por su flujo. No me preguntes, mi querido diario, porqué no pude evitar el probar con mi lengua el producto de mi locura. Su sabor agridulce me entusiasmó y decidí que esa misma noche me iba a saciar con ese sabor nuevo y excitante.

Nada más cerrar la puerta de su casa, se me lanzó encima, besándome, tocándome, intentando desnudarme, pero la rechacé de plano:

-Tenemos que hablar-, le dije.

Con lágrimas en los ojos, se sentó en el sofá esperando quizás una reprimenda.

-¿Qué he hecho?-.

-Nada-, le respondí,- pero quiero aclarar nuestra relación. En primer lugar y como tú sabes, soy virgen y quiero seguir siéndolo. Segundo, no estoy enamorada de ti y no sé si alguna vez voy a estarlo. Y tercero y último, me gustas y no me importa descubrir contigo el sexo pero siempre que acates todos mis deseos. ¿Estás de acuerdo?- .

Era un ultimátum y ella lo sabía, la rubia bajó avergonzada su cabeza antes de contestar:

-Sí, solo te pido que si algún día conoces a alguien que te guste más que yo, me lo digas-.

-Me parece justo-.

Sonriendo, me preguntó qué era lo que quería hacer.

-Pon música y desnúdate para mí-.

Obedeciendo sin rechistar, puso un disco de Marlene Dietrich y colocándose en medio del salón, se empezó a desnudar.

-Hazlo despacio, quiero disfrutar-, le ordené al ver que lo hacía demasiado rápido y sin maña, - imagínate que estás en un teatro frente a un público de lesbianas y quieres que todas esas mujeres que te observan, te deseen -.

La imagen en su mente de tanta hembra pendiente de ella aguijoneó su apetito. Con los ojos cargados de deseo, me miró y sensualmente se fue desabrochando uno a uno los botones del vestido sin dejar de bailar. Más afectada de lo que quería demostrar, no podía dejar de recrearme en cada centímetro de piel que sus maniobras liberaban.

"¡Qué guapa es!", pensé al ver caer su vestido al suelo.

De pie, únicamente tapada por un corpiño, se veía extremadamente sensual con sus medías negras. Sus pechos encorsetados parecían a punto de explotar. Con toda la tranquilidad de la que fue capaz, se quitó los corchetes del liguero y recreándose en la lascivia de mi mirada, fue haciendo resbalar sobre su piel el nylon de sus pantis. Creo que fue entonces cuando involuntariamente mis manos empezaron a acariciar mis propios senos, buscando un alivio momentáneo a la calidez que me iba dominando.

-Date prisa-, le pedí urgida.

Controlando a la perfección los tiempos, se desabrochó el cierre de su corpiño sin permitir que pudiera disfrutar de la perfección que escondía. Ya sin poderme dominar, me pellizcaba los pezones imaginándome que era ella quien lo hacía. Ilse consciente de los efectos que su striptease estaba provocando, se dio la vuelta antes de dejarlo caer. Mi sexo humedecido me pedía su atención, deseaba que la boca de mi amiga se hiciera fuerte entre mis piernas y que sus manos desgarraran mi vestido, pero fui incapaz de pedírselo y solo pude quedarme allí sentada con mis piernas abiertas esperando que terminara.

Como a cámara lenta, fue girando, permitiéndome ver el inicio de sus pechos:

-¿Te gusta lo que ves?-, me preguntó con una mirada impregnada de deseo.

-Si-, le contesté.

Satisfecha por mi respuesta, se bajó las bragas de encaje dejándome verla en plenitud. La rotundidad de sus formas, el volumen de sus pechos pero sobretodo la visión de su poblado triangulo consiguieron vencerme y sin ningún pudor, me quité la falda sin dejar de observarla. Esperaba que recibiera ese gesto como una declaración de intenciones y se acercara a satisfacer mis necesidades.

Cuando Ilse se arrodilló, pensé que iba a ver saciada mi deseo pero, en vez de ello, se dedicó a recorrer a gatas el salón mientras no dejaba de maullar como un cachorro llamando a su madre. Fue irresistible, con los ojos fijos en la oscuridad de su cueva me acerqué a ella y abriendo con mis manos sus nalgas, contemplé con absoluta libertad el objeto de mi deseo.

Sentirse tan íntimamente observada, incrementó su calentura e inundando la habitación con el olor de su celo, se quedó quieta esperando mis siguientes movimientos. Como una zombie controlada por mis hormonas, me vi impelida a acercar mi cara a su sexo. Ese aroma penetrante, todavía más profundo que el que expedía el mango de mi paraguas me llamaba e incapaz de negarme, introduje por primera vez mi lengua en el monte de una mujer. La rubia dio un brinco al notar la acción de mis caricias.

Me dio miedo mi inexperiencia, estuve a punto de dejarlo pero los gemidos callados de la muchacha me dieron la seguridad que me faltaba y abriendo con dos dedos sus labios, dejé al descubierto mi fijación. Con toda la parsimonia del mundo, lamí y mordí su más que erecto clítoris. Las carantoñas de mi boca se fueron profundizando cuando con completo deleite saboreé el enorme flujo que brotaba de su manantial secreto. Ya poseída por la lujuria, mi lengua recogía a borbotones su néctar cuando se desmoronó sobre la alfombra presa de la agitación de su orgasmo. Fue violentamente dulce. Espatarrada, se corrió ante mis ojos pidiendo que no cejara en mis lamidas.

Demasiado caliente para contenerme, le di la vuelta y depositando mi más sagrada pertenencia en su boca, le exigí que se atiborrara de mí.

Por segunda noche consecutiva, mi virtuoso coño, jamás antes conquistado, fue derrotado. Su lengua penetró en mi interior, sin dañar mi himen, pero asolando mis defensas. No solo violentó mi gruta, sino que aprovechándose de mi flaqueza, sus dedos acariciaron los bordes de mi ano. Me sentí paralizada al percibir que su índice se introducía arañando mi anillo. Nunca había oído siquiera que eso se podía practicar pero mucho menos disfrutar, tal y como yo lo estaba gozando. Totalmente empapada, me dejé hacer. Sentir que mis dos hoyuelos eran tomados al asalto fue superior a mis fuerzas y gritando, me vacié en su boca.

Eso fue el preludio, el anticipo, durante toda esa noche, seguí gozando. No me arrepiento es más te tengo que confesar que también durante las noches posteriores disfruté de la carne tibia de mi amante.

Estoy quebrantando mis creencias pero, aún así, he decidido que seguiré haciéndolo. Me gustan las mujeres y no puedo remediarlo.

Querido diario:

Sé que aunque no puedas recriminar a gritos mi comportamiento, debes de estar indignado con mi amoral comportamiento. En las escrituras se prohíbe de manera expresa la unión entre dos personas del mismo sexo, espero que mi dios, Yavhe, me perdone. No he hecho mal a nadie y me siento querida. No sabes lo duro que han sido todos estos años sintiéndome como una rata aprisionada, escondiéndome del mundo y sin nadie con quien compartir alegrías y penas.

Estoy pecando pero al menos no he contagiado a nadie de mi raza con mi perversión. Ilse no es miembro de nuestro pueblo, por lo que mis ofensas quedan meramente enmarcadas en mí.

Lo siento, pero cada día soy más lesbiana y menos judía.