Historia de un sueño

Un amor imposible, pero la satisfacción de una sola entrega, compensa el no poder tenerle toda la vida.

Historia de un sueño

“Un amor imposible, pero la satisfacción de una sola entrega, compensa el no poder tenerle toda la vida”

Ha pasado tanto tiempo que ya ni recuerdo nuestras primeras conversaciones en las que yo me juraba que nunca llegaríamos a más. Usted me conoce, sabe como soy, sabe que no estoy nada segura de lo que voy a hacer. Apago la música intentando concentrarme más en la carretera, todos los pensamientos que se agolpan en mi mente no son buenos compañeros de viaje.

Paro el coche, estoy en la puerta del hotel donde nos encontraremos, no puedo más, los nervios no me dejan ni respirar, creo que será el examen más duro de mi vida. Cruzo los brazos sobre el volante y apoyo la cabeza sobre ellos. Debo relajarme, y debo estar segura de querer continuar. Unos dedos golpean la ventanilla. “No puede ser. Debí parar más lejos” pienso incrédula y ligeramente molesta “¿estaba esperando en la puerta? No puede ser casualidad.” No doy crédito a que esté ahí, mi cara debe ser algo indescriptible, mezcla de la sorpresa, el miedo y la alegría. Mi corazón late muy fuerte, siento como si todas las venas fuesen a reventar, suelto el cinturón, y bajo del coche.

Me tiemblan las piernas, usted parece tan seguro, “¿será sólo apariencia?” me pregunto mientras con dos grandes besos y un abrazo nos saludamos. El primer saludo real, después de tanto tiempo es tan especial que siento casi como mis ojos se humedecen de la emoción.

Pero los abrazos deben terminar, y al quedar frente a usted, con esos maravillosos ojos fijos en los míos, atravesándome, no puedo evitar bajar la mirada. Sé, con total seguridad, que ese gesto ha producido en usted una satisfacción indescriptible. Y a mí, a parte de resultarme humillante, me ha servido para despojar las dudas que tenía sobre si seré capaz de obedecerle. En ese preciso instante, antes de que mi mirada llegue al suelo, me doy cuenta de que hace mucho tiempo que perdí la facultad de responderle con un simple “no”.

Retirar o mantener la mirada, un gesto insignificante, pero que a su vez te lo dice todo de una persona En ese momento, yo que creía que todavía podía resistirme a usted, me doy cuenta de que lo he perdido todo. Mientras que usted confirma que finalmente ha ganado, se ha salido con la suya.

Noto mi cara roja, sé que a pesar del aire que como hielo abrasa la piel, mis mejillas están encendidas. Usted sugiere que tomemos un café, estoy demasiado nerviosa para conducir, creo que usted lo nota. Supongo que por eso sugiere que vayamos andando hasta encontrar alguna cafetería cercana. Demasiado tiempo sentada, demasiado tacón, y demasiados nervios, las piernas me fallan, una leve sonrisa indica que no soy la única que se ha dado cuenta.

A los pocos metros encontramos lo que buscamos, la música está muy alta, pero creo que para usted, la escasez de luz es algo que compensa con creces el ruido. Me siento en una mesa, necesito algo fuerte, usted va a pedir. Mientras espero intento relajarme, pero no tarda lo suficiente, es posible que ni con un par de horas hubiese sido suficiente.

La conversación avanza, me relajo un poco, pero no me salen las palabras, nunca fui buena en estas conversaciones, recordamos que pasaba lo mismo en nuestras primeras conversaciones telefónicas. Poco a poco la conversación va fluyendo con más naturalidad, usted pregunta, yo respondo. Primero con monosílabos, pero me voy relajando y respondo con más libertad.

Usted sigue con su café, yo llevo ya dos copas, excesivo... puede, pero era una necesidad. Me siento flotar y padezco esa risa tonta con la que suelo responder a cada uno de esos comentarios que inevitablemente me ruborizan. Acerca la mano a mi cara y coloca detrás de mi oreja un mechón de pelo, me gustaría parar ese instante para siempre. Recuerdo la realidad, y me estremezco, sé que la relación no tiene futuro, pero desearía estar ahí, viviendo ese momento siempre. Su dedo recorre suave y discretamente mi cuello, acaricia mi clavícula. El dedo se convierte en mano y sujeta mi cuello. Todo sucede muy despacio, pero usted no muestra ni el más mínimo signo de duda. Poco a poco se acerca y dulcemente me besa en la boca.

Respondo tímidamente al beso, su lengua ahoga mi ser, necesito más de usted, y su mano sujetando firmemente mi nuca me recuerda quién dirige la situación. Después se acerca a mi oído y con dulzura me indica que vaya al baño, me quite el tanga y se lo entregue. Necesita una muestra más de entrega incondicional. Confío en usted, sonrío y me ruborizo, pero sin pensarlo, mientras noto como cada vez estoy más húmeda, me levanto y me dirijo al cuarto de baño.

Entro nerviosa, pero despacio, me miro en el espejo. Mis ojos brillan, la sonrisa no desaparece, reviso el maquillaje, “Debí haberme retocado” pienso distraída mientras me dirijo a una de las puertas. Retiro mi tanga, noto un nudo atraviesa mi estómago y casi me impide respirar. Acomodo mi ropa, lo aprieto fuerte en mi mano. Respiro hondo y abro la primera puerta, todavía me queda otra para arrepentirme, pero sé que no va a suceder.

Vuelvo con el tanga en el puño, me vuelvo a sentar y se lo doy por debajo de la mesa. Sonríe, supongo que mi obediencia le hace gozar tanto como la excesiva humedad de mi sexo, que se ha trasladado a la prenda. Lo estira, miro a mi alrededor incómoda, pero me doy cuenta de que nadie nos mira. No cabe duda de que es hora de irnos.

La dureza de las costuras del pantalón no hacen el camino fácil, y usted lo sabe. Pero no creo que sea consciente del placer que me proporciona caminar a su lado.

Subimos a la habitación en silencio, usted con la mano en el bolsillo, en el mismo que metió mi tanga, me excita pensar que lo este acariciando como un tesoro. Entramos, mi maleta queda en un rincón apoyada en la pared, alguna de sus ropas descansan sobre la cama, usted las retira. Mientras, yo no sé que hacer. Al atravesar la puerta volví a sentir mi corazón bombeando con fuerza a cada parte de mi cuerpo. De nuevo me fallan las piernas. Cierro los ojos deseando al volver a abrirlos encontrar una situación menos violenta. Pasan unos segundos, los abro, encuentro lo mismo, usted se gira y me mira. Se sienta sobre la cama, noto su mirada desgarrándome, casi duele. Sé que debo acercarme, pero mis piernas no quieren moverse y no puedo pensar.

Probablemente no ha pasado ni un minuto desde que entramos, pero a mi me parece una eternidad. Por fin las piernas me responden, y camino hacia usted, mis pasos son lentos y no hay mucha distancia. Pienso que cuando alcance la cama, no sé lo que voy a hacer, “¿debo sentarme a su lado?” Estoy indecisa, pero no tengo tiempo para pensarlo. Me quedo quieta paralizada ante usted, medio metro por delante. El temblor de mi cuerpo ha dejado de ser una sensación interna, para pasar a ser algo claramente visible. Las lágrimas acechan en mis ojos, no lo comprendo, quizás desasosiego por no saber que hacer, quizás los nervios, quizás lo feliz que me hace sentir la proximidad de mi entrega.

Usted se levanta, y con su mano dirige mi cara frente a la suya, me mira a los ojos, sonrió y aparto la mirada, no puedo dejar que sus ojos entren dentro de mi, tengo la sensación de que si lo permito me romperé por dentro. Usted me devuelve la sonrisa, me besa, de nuevo su lengua recorre cada rincón de mi boca. “¿Te vas a desnudar para mí?” me pregunta, no puedo articular palabra, pero mi mano temblorosa se acerca al botón de la camisa. Antes de que llegue al segundo botón, sus manos apresan las mías, mientras con ternura me dice, “tranquila”. Besa mi frente y vuelve a ocupar su lugar en la cama.

Poco a poco voy deshaciéndome de mi ropa. Mostrando mi cuerpo, cada trozo de piel que queda al descubierto me hace sentir más indefensa, pero también mas entregada. Sé que ve algunas cosas que no le gustan y eso, me avergüenza, me hace sentir imperfecta, temo haberle decepcionado. Un montón de ropa a mi lado en el suelo, y no tener más prendas de las que desprenderme, me hacen darme cuenta de que estoy desnuda ante usted. De nuevo noto el rubor encendiendo mis mejillas. Casi no puedo contener el deseo de utilizar mis brazos para cubrir mi intimidad, pero me esfuerzo en evitarlo.

Su mano golpea suavemente la cama indicándome que he de sentarme junto a usted. Me siento, deseo con todas mis fuerzas que empiece a tocarme, necesito sentir sus manos sobre mi cuerpo. Pero no lo hace, empieza a hablarme, a recordarme como, al principio de conocernos, bromeaba con que me guardaba todos los castigos impuestos por mis negativas y mis malos comportamientos. Mis oídos no dan crédito. No esperaba que empezase así, no con regaños. Mis ojos se encharcan, pero no, no puedo soltar ni una sola lágrima, no por un castigo, y menos si es merecido. Sé que lo merezco, merezco eso y más, demasiado tiempo acumulando.

Agarra mi brazo, con fuerza y decisión, yo me dejo llevar, y en cuestión de milésimas de segundos sólo veo suelo ante mis ojos. Reposo sobre sus rodillas, como una niña pequeña, bocabajo, sin saber como poner los brazos, esperando a ser castigada. No tengo ni idea de cuando van a empezar a llover los azotes. Una caricia recorre mis nalgas y mis muslos. Estoy asustada, siempre lo he deseado, pero siento ese miedo a lo desconocido, miedo a que no me guste, a que eso sea el principio pero también el final.

La primera palmada no es muy fuerte, pero pica. Y la acompaño de un ligero susto, y un movimiento de brazos. Casi ni me he movido pero usted colocar mis manos en mi espalda y las sujeta fuertemente con una de las suyas. Los azotes se van sucediendo, cada vez más dolorosos, cada vez más punzantes. Las lágrimas empiezan a brotar de mis ojos, no es por el dolor físico, sino porque ahora sé lo que se siente al ser castigada, la sensación de no haberlo hecho bien, comprender, de repente, que en algún momento le decepcioné. Le prometí que no lloraría, pero con impotencia siento que no puedo cumplir esa promesa.

Cuando se detiene siento el culo muy caliente. Sólo puedo decir “lo siento” al moverme para que me incorpore, ve mi cara, ve mis lágrimas, y se da cuenta del significado de mis palabras. Me regala una sonrisa, que me otorga el mayor de los consuelos, me mira con ternura, limpia mis lágrimas y me abraza.

Se separa de mí, y coge un pañuelo negro de la mesilla, tapa mis ojos, no me gusta, me siento más indefensa aún. No sé lo que hace, no le oigo, no le siento, lo único que puedo sentir son las dudas en mi cabeza: “¿me va a atar?” “¿ha terminado de castigarme?” “¿Está decepcionado conmigo por haber faltado a mi promesa?” Y es en ese instante, en ese preciso instante, cuando estoy tranquilamente pensando en esas banalidades, en el que me doy cuenta de que ya no tiemblo, que ya no siento mi corazón latiendo como si fuese a despegar de mi pecho, terminaron los nervios, estoy tranquila y segura, totalmente entregada. Estoy disfrutando de usted, de mi Amo por una noche, y también por una noche disfrutando de mi amor por usted.

Un golpecito en la pierna me saca de la meditación. Me está indicando que separe las piernas y lo hago. Noto la humedad de mi sexo, es el efecto que todo nuestro encuentro está produciendo en mí. Noto sus manos en mis nalgas, están muy calientes y me escuecen sus caricias, pero en ese instante el escozor es la sensación más maravillosa del mundo. Sus manos pasan a mis pechos, primero suave, luego más fuerte. Empieza a dedicarse a mis pezones, los mueve en círculos, quiere que se endurezcan. Como conscientes de sus deseos rápidamente obedecen. Sus dedos vuelven a mis nalgas, y su boca empieza a deleitarse con mis pezones, que le reciben como dos piedras. Sólo puedo desear, deseo con todas mis fuerzas que sus manos atraviesen mi intimidad.

Su lengua sigue entretenida con mis pezones, y mi sexo sigue sin obtener ningún tipo de caricia. Un pezón, un mordisco, es suave, no me dolió, ahora el otro pezón, tampoco es doloroso. Los mordiscos se empiezan a suceder, intercalándose con las dulces caricias de su lengua. Cada vez estoy mas excitada, ahora mis flujos corren por mis muslos hacia abajo, pero me sigue faltando algún arrumaco en mi sexo. Necesito sentirle dentro, notar que le tengo por una vez, probablemente la única. No puedo esperar más, y me atrevo a decirlo: “tómame por favor”

Me siento ridícula, “tómame” ¿de dónde han salido esas palabras, del siglo pasado? Usted me ignora, no me extraña. Sigue mordisqueando mis pezones, cada bocado me duele un poco más. Mis brazos caen muertos a derecha e izquierda de mi cuerpo. Tengo tentaciones de tocarme, necesito una caricia, como quien necesita comer. Siento que se me corta la respiración, mientras sus dientes afierran con fuerza uno de mis pezones, su mano oprime el otro. Creo que me doblaré del dolor, me dan ganas de apartarle de mí y salir corriendo. Como si me hubiese leído el pensamiento se aleja de mis pezones, y con otro pañuelo apresa mis manos a la espalda.

Agarrada por su mano me muevo, estoy desorientada y no sé a donde me dirige. Mis piernas chocan contra la cama, y me indica que me ponga de rodillas sobre ella, un ligero empujón me sitúa con la cara sobre la almohada. Se coloca tras de mí, y sin una sola caricia preliminar, empiezo a sentir como pugna por entrar en mí. Estoy empapada, pero aun así puedo notar la lucha entre mi estrechez y su dureza. Firme y despacio, poco a poco entra en mí, suavemente. Por fin me siento completamente suya, completamente llena de usted. Y comienza a moverse, entrando y saliendo de mí, aumentando poco a poco velocidad. Disfruto como pocas veces lo hice, y empiezo a derrumbarme extenuada, mientras usted sigue poseyéndome. Hasta que por fin noto como sale de mí, para dejarme saborearle. Me doy la vuelta y noto como su sabor mezclado con el mío, y la habilidad de sus dedos me llevan al éxtasis más maravilloso de mi vida. Pocos instantes después recibo por fin, mi tan merecido premio, quizás lo único que recibiré de usted en mi vida.