Historia de un político corrupto: Doña Leonor

Haciendo recuento de su vida, un político narra como fue escalando posiciones dentro del gobierno. Con todo lujo de detalles, explica que para hacerlo no le importó quien se pusiera por delante. Relato escrito a dos manos entre Virgen jarocha y Golfo.

Me importa un carajo lo que la historia diga de mí. He vivido largos años, he disfrutado de mi vicios y no me arrepiento de si el día de mañana unos capullos intelectuales me vituperan y me arrastran por el fango. He sido un hombre consecuente con  el tiempo que me ha tocado vivir. Me han amado y odiado por igual. Tengo detractores pero también seguidores. Me han acusado de ser un asesino, un pervertido y demás pendejadas pero tras escuchar mi historia, tendréis que estar de acuerdo conmigo que esos malnacidos se han quedado cortos. No me jode reconocer que nunca me importó mancharme las manos, ni tampoco confirmar que si una mujer me gustaba, no paré hasta conseguirla.

Me ha dado igual si estaba casada, si era viuda, si era puta o si por el contrario era virgen. He tomado en cada momento lo que me ha apetecido. Si para ello he utilizado la violencia, el chantaje o mi poder, son solo meras anécdotas. Los ciudadanos normales, esos que se levantan temprano para conseguir un mísero jornal, me la han sudado. Si me votaban es porque para ellos es mejor conocer de antemano la clase de gobernante que iban a tener. Preferían que yo robara un poco a cada uno, a que llegara un puñetero idealista y les hundiera en la miseria con su mierda de políticas.

Por supuesto que me he enriquecido pero por donde yo he pasado, la gente me recuerda con cariño porque le he dado un futuro. He construido carreteras, colegios y hospitales, y al verlas mis compatriotas se olvidan que un pequeño porcentaje ha recalado en mis bolsillos. Respecto a mis enemigos, tuve un lema:

“Si solo hablan, déjales. Pero si intentan joderte, están mejor bajo tierra”

Todos aquellos que han tenido los santos cojones de intentar perjudicarme, me los he cargado. Por eso me ratifico: He matado pero nunca a un inocente. Jamás he puesto la mano encima de alguien que pasara por mi lado, solo he actuado en defensa de lo mío y a los que me llaman asesino, les recomiendo que lean “El príncipe” de Maquiavelo.

¡He sido, soy y seré un gobernante!.

Usé todo tipo de tretas para alcanzar el poder pero una vez con mi culo sobre la poltrona del gobierno, he favorecido a mi pueblo y jamás nadie podrá negar que viven mejor ahora que antes de que yo llegara. Dicen que fui un dictador pero se olvidan de los millones que elección tras elección, me han favorecido con su voto en las urnas.

“Fui tan amado como ahora odiado”

Aún recuerdo con orgullo cuando, con treinta años y siendo solo un abogado que luchaba por sobrevivir, mi partido me eligió a mí para gobernar mi amadísima ciudad.

¡Que tontos fueron tontos fueron creyendo que me controlarían y que perdería! “¡Qué días aquellos durante mi primera campaña, siendo yo todavía un yo un hombre idealista! ¡Como añoro aquellos recorridos por colonias y rancherías en búsqueda de un voto!

Vi en mi nominación una vía conseguir mis metas. Aun joven e inexperto no era ningún ingenuo y sabía de antemano que lo primero que tendría que hacer era compensar de algún modo a Don Mauricio, el cacique que me había nombrado. Desgraciadamente, el día que contra todo pronóstico salí electo, conocí a su mujer.

Doña Leonor era una hija de emigrantes italianos y como sus antepasados era una perra dura. La primera vez que la vi, fue durante el convite que organizaron a toda prisa para celebrar que había vencido. Reconozco que esa bruja me pareció preciosa. Con unos ojos cafés y una melena morena, la señora parecía una modelo.

“¡Qué buen gusto tiene el puto viejo!” exclamé mentalmente mientras le daba la mano.

Con treinta años menos que el baboso de su marido, esa hembra destilaba sexo por todos sus poros:

-José Carlos Herrero a sus órdenes- dije protocolariamente mientras le extendía mi mano.

Esa pedante frase era un modo de servilismo que me acompañó hasta que no hubo nadie por encima. Durante años, la dije y cada vez que salía de mi garganta, me tenía que morder un huevo para que no se notara la hipocresía de mis palabras.

La vampiresa que de tonta no tenía un pelo, se rio diciendo:

-Déjese de tonterías. ¡Usted solo sigue el dictado de su bragueta!.

Cortado, contesté:

-¿Por qué lo dice?

La mujer soltó una carcajada y en voz baja me susurró al oído:

-No me negará que, importándole una mierda mi marido, me ha mirado los pechos.

Me quedé en silencio mientras la mujer se destornillaba de mi cara de espanto pero la cosa no quedó así porque justo antes de volver al lado de su marido, me soltó:

-Como no está casado, ¿Quién va a nombrar como directora del DIF?

Me pilló desprevenido esa pregunta y sabiendo que ese puesto tan ansiado por el dinero que se gastaba en apoyo de las familias de bajos recursos, normalmente era ocupado por las mujeres de los alcaldes, no supe que contestar. Viendo mi desconcierto, esa pérfida me soltó:

-Tengo una buena candidata-

Al oírla, comprendí que debía de andar con pies de plomo:

-¿En quién ha pensado?

Muerta de risa, respondió:

-En mí.

Mi primer polvo en mi carrera y mi primer muertito.

Supe desde el principio que esa mujer me iba a ocasionar problemas pero nunca aquilaté el modo tan brutal en que esa puta me iba a cambiar mi vida y menos en lo rápido que iba a hacerlo.

Siendo la esposa de mi mayor mentor, no pude negarme a aceptar su sugerencia de que la nombrara para ese puesto y por eso al día siguiente de mi toma de posesión como Alcalde, la vi llegar con su guardaespaldas a mi oficina.

-Señor Presidente municipal, ¿Puedo pasar?- preguntó con un tono irónico desde la puerta de mi despacho.

“Por lo menos, la zorra guarda las apariencias” pensé agradecido porque en esos momentos departía con el que iba a ser mi secretario y no me apetecía que pensara que era un títere en manos de Don Mauricio. Leonor sonrió al escuchar mi permiso y sentándose frente a mí, pidió amablemente a mi subalterno si nos podía dejar a solas. El pobre hombre que conocía como se las gastaba el marido de esa mujer, ni siquiera esperó mis órdenes y recogiendo apresuradamente sus papeles, me dejó con esa arpía.

La mujer se la notaba feliz del poder que ejercía sobre mí y tras esperar a que saliera el tipo, se acomodó en la silla y cruzando las piernas, me comentó:

-Me siento muy honrada con mi nombramiento y espero poder ser tu más estrecha colaboradora.

Que esa zorra me dijera eso, me puso los pelos de punta y no solo por lo de “estrecha colaboradora” sino porque al decirlo, dejó que su chaqueta se abriera permitiéndome entrever su generoso escote. Olvidándose de que su marido era un matón, esa morena estaba tonteando conmigo. La certeza de que me veía como uno de sus juguetes vino cuando a los cinco minutos de estar charlando de temas de su nueva ocupación, Leonor me informó de que esa misma tarde le tenía que acompañar a visitar un colegio de una de las pedanías de la ciudad. Ante mi cerrazón a acompañarla aludiendo a obligaciones previas, frunció su ceño y con voz pausada, me soltó:

-¿No sé cómo le va a sentar a la esposa del gobernador que no vayas?

Confundido por sus palabras, pregunté:

-¿Es que va?

-Por supuesto, ¿No te he dicho que es una de mis mejores amigas? ¡No se perdería mi estreno en política!

“¡Mierda!” pensé “¡No puedo faltar!”

Vencido por esa puta por segunda vez en menos de una semana, le confirmé mi asistencia, a lo que cogiendo su bolso, contestó:

-Lo espero en mi casa a las tres. Es bueno que vayamos en un solo carro.

Jodido y mal encarado, acepté. Leonor al oírme, soltó una carcajada y se despidió dando un portazo.

Francamente preocupado por el acoso al que me estaba sometiendo esa zorra, me costó un montón concentrarme el resto de la mañana. Don Mauricio era un mal bicho y se llega a enterar del capricho de su mujer, no tenía ninguna duda de que me mandaría matar pero, por otra parte, si no iba a esa reunión mi futura carrera se vería truncada.  Cómo estaba en un brete, decidí acudir a por Leonor y evitar en lo posible sus ataques.

Aún aterrado, acudí puntualmente a la cita. A las tres en punto, estaba entrando por las puertas de la hacienda donde esa mujer vivía. Nada más cruzar el cuidado jardín que daba a la mansión conteniendo la respiración, descubrí a una docena de hombres perfectamente pertrechados a ambos márgenes del camino. El hecho que esos cabrones portaran metralletas aumentó mis reparos y estuve a punto de darme la vuelta, pero inconscientemente dejé que mi ambición se saliera con la suya y me vi tocando el timbre de la casa.

Leonor debía de estar esperándome porque salió en seguida.  Hecho un mar de nervios contemplé cómo venía vestida esa fulana. Sin importarle las apariencias, llevaba una blusa rosa totalmente pegada y una minifalda de infarto.

“¡Qué requetebuena que está!” maldije para mí al comprobar que se le veía por encima de la mitad del muslo al sentarse junto a mí en el carro.

La esposa del cacique adivinó mis pensamientos porque sonriendo como una autentica puta, me dijo riendo:

-¡Ves cómo te gobierna tu bragueta!

Asustado porque se me notara, instintivamente llevé mi mirada a mi pantalón. La mujer al advertirlo, soltó una carcajada diciendo:

-Tranquilo, “todavía” no te he puesto bruto.

Ese jodido “todavía”, me terminó de poner de los nervios y arrancando mi automóvil, salí de ese lugar.  Nuestro destino estaba a solo diez minutos de allá pero ese tiempo no me sirvió para tranquilizarme porque mi acompañante se ocupó de evitarlo. Mientras me conversaba sobre el evento, permitió que su falda se le subiera mostrándome un escueto tanga blanco. Aunque intenté no mirar, me resultó imposible y por eso al llegar hasta el colegio donde nos esperaba la esposa del gobernador, ya estaba claramente excitado.

Como era usual, tuvimos que esperar a que llegara esa señora, tiempo que usamos para presentarnos ante los reunidos. Al cabo de media hora, vi aparecer por la entrada de la institución la caravana oficial donde venía la mujer y saliendo a su encuentro, la saludé en cuanto se bajó de la limusina. Lo que no me esperaba fue que tras un breve saludo, me dejara plantado y abrazando a Leonor, se pusiera a conversar animadamente con ella.

Como un florero me sentí el resto del acto,  ya que esas dos amigas compartieron entre ellas el protagonismo, dejándome relegado a actor secundario. Lejos de molestarme, me tranquilizó porque así no tendría que aguantar los reproches de esa bruja si las cosas se hubiesen desarrollado a la inversa. Desgraciadamente mi tranquilidad terminó al despedir a la gobernadora porque con una excusa, Leonor me obligó a acompañarla hasta el despacho de la directora. Sin saber lo que se me avecinaba la seguí por los pasillos del colegio y nada más entrar en la oficina, cerró la puerta tras de mí.

-¿Qué hace?- pregunté al ver que cerraba los visillos.

Sin mediar palabra, se puso frente a mí, tomó mi mano y se la puso en la cintura, acercando su cuerpo contra el mío. Aprovechando mi desconcierto, acercó sus labios a mi boca y me besó mientras bajaba su mano para acariciar mi entrepierna.

-Me encantaría follar contigo ahora mismo.

Reaccionando, me separé de ella y con el sudor recorriendo mi frente, le pedí que nos fuéramos.

--No quiero irme- contestó desanudando el nudo de su blusa.

Tratando de hacerla entrar en razón, le expliqué que podían oírnos pero obviando mis motivos, rodeó mi cuerpo con su mano mientras seguía magreando mi paquete.

-Déjame hacer- susurró como una perra- no querrás que grite diciendo que me estás violando.

Su amenaza me dejó helado. Si eso ocurría y llegaba a oídos de su marido, me podía considerar hombre muerto. Temblando le pedí que se calmara, a lo que ella respondió metiendo su lengua en mi boca sin dejar de pajearme.

-Quiero chupártela-

Al oírlo, no pude aguantar más y poniéndola contra la pared del despacho, devolví su beso apasionadamente. Leonor encantada por mi trato, abrazó con una de sus piernas mi cintura. No me explico todavía como me dejé llevar pero ya metido en faena, su vestido se le había subido permitiéndome ver que no llevaba nada debajo. Acalorado, llevé mis dedos a su sexo para descubrir que estaba empapada.

Las hormonas de ambos hicieron el resto. Con mi corazón a toda leche, me apoderé de su clítoris. Lo incómodo de la postura la hizo desequilibrarse. Gracias a ello, recapacitó y temiendo el escándalo, me dijo:

-Nos vamos pero con una condición-

-¿Cuál?- pregunté ya excitado.

-Qué me dejes hacerte una mamada en el carro-

Su oferta me pareció demasiada lejana y sin hacer caso a su sugerencia, metí  mis dedos en su sexo. La morena pegó un gemido y moviendo sus caderas, abrió sus piernas para facilitar mis maniobras. El morbo que la pillaran junto con su natural calentura, hicieron que en menos de dos minutos esa zorra se corriera sin remedio en silencio. Cómo me hubiera gustado oírla gritar y berrear, le dije:

-Vámonos-

Salimos a toda prisa sin casi despedirnos. De camino al carro, mi menté intentaba tomar el mando pero no pudo y por eso nada más cerrar la puerta, salí chirriando ruedas de allí. Ni siquiera habíamos recorrido cien metros cuando me bajé la bragueta y sacando mi miembro, le dije:

-¿Es esto lo que querías?

Leonor pegó un gemido de deseo y sin esperar a que nos hubiésemos alejado un poco, tomó entre sus manos mi pene ya duro. Disfrutando de mi entrega, empezó a masturbarme mientras no paraba de sonreír.

-¿Qué esperas?- pregunté ya que eso no era lo acordado.

La mujer al escucharme se agachó entre mis piernas, dispuesta a devorar la tentación que para ella resultaba mi extensión. Con una maestría que me dejó acojonado, abrió su boca  y poco a poco se la fue introduciendo. La lentitud con la que lo hizo, me permitió sentir la tersura de sus labios sobre cada centímetro de mi piel.

Tan concentrado estaba con su mamada, que estuvimos a punto de chocar por lo que aprovechando que estábamos frente a un motel, de un volantazo nos metimos en él.

Leonor, sin hablar y tapándose la cara, esperó que la encargada viniera a cobrarnos, tras lo cual, me acompañó por las escaleras que daban a la recámara. Cerrando la puerta y sin prender la luz, me arrodillé en el suelo. Levantando una de sus piernas, acerqué mi boca a su sexo.

-¡Me encanta!- la escuché decir al sentir que mi lengua se hacía fuerte en su vulva.

Con lengüetazos largos y profundos le comí ese coño casi depilado por entero, hasta que sus gemidos me hicieron comprender que estaba a punto de volver a correrse.

-¿Te gusta puta?

-Sí- chilló separando aún más sus rodillas.

Su entrega me hizo parar y levantándome del suelo, la desnudé mientras mis manos seguían pajeándola.

-¡Vamos a la cama!- me pidió.

Aceptando su ruego, me fui desvistiendo en el camino y por eso al llegar al colchón, ya estaba desnudo y con la verga tiesa. La morena se tumbó en las sábanas y desde allí, me llamó diciendo:

-¡Cógeme!

Ni que decir tiene que obedecí. Llegando a su lado, la puse de rodillas sobre el colchón. Leonor comprendió mis intenciones y apoyando su cabeza en la almohada, puso su culo en pompa para que la penetrara. Sin más prolegómenos, me pegué a ella dejando que sintiera la dureza de mi miembro entre sus piernas mientras le acariciaba los pechos.

-¡Cógeme!- insistió moviendo sus caderas.

La urgencia que esa mujer demostró me hizo acelerar mis maniobras y mientras jugueteaba con mi glande en su sexo, pellizqué uno de sus pezones. La morena correspondió a mi caricia con un gemido de placer. Totalmente mojada, se colocó ella misma mi pene en su abertura y de un solo empujón, se la clavó hasta el fondo.

-Ahhhhh!!!!- gritó al sentir como rellenaba su conducto.

La lubricación de su cueva facilitó mis maniobras de forma que sentí que la cabeza de mi lanza chocaba contra la pared de su vagina, mientras la esposa del cacique se retorcía de placer. El olor a hembra inundó la habitación, Sus gritos y el río de flujo de su cueva que mojaba mis piernas, preludiaron su orgasmo. Mi ritmo ya era infernal cuando, agarrándola de la melena, le pedí que me dijera si ese viejo se la follaba así:

-¡No! ¡Cabrón!

Nunca hubiera supuesto que esa zorra disfrutara tanto y tan rápido. Dominado por la lujuria y obviando que ese anciano era un tipo peligroso, seguí machando su cuerpo con mi estoque cada vez más rápido. Con mis huevos rebotando contra su coño, escuché los gritos de placer de la morena y buscando que fuera algo que recordara por siempre, le mordí el cuello con fuerza.

-¡Me vengo!- chilló descompuesta al sentir que su cuerpo explotaba.

Su orgasmo me dio alas y reclamando mi triunfo, azoté sus nalgas con dureza mientras le gritaba que era un zorrón desorejado. Mi maltrato prolongó su éxtasis y cayendo sobre las sábanas, toda ella convulsionó de gozo. La nueva posición hizo que su conducto se contrajera y ya sin ningún recato, fui en busca de mi propio placer.

Leonor, al notar que mi simiente rellenaba su sexo, pegó un grito de alegría. Aún insatisfecha, buscó terminar de ordeñar mi miembro moviendo sus caderas. La destreza que demostró hizo que me vaciara por completo dentro de ella, tras lo cual caí exhausto a su lado.

Fue entonces cuando  esa guarra cogió su celular y sin darme tiempo a reaccionar, sacó una foto de los dos desnudos sobre la sábana.

-¿Qué haces?- pregunté aterrorizado de que dejara prueba de su infidelidad.

La mujer soltó una carcajada y levantándose de la cama, me soltó:

-Hacerme un seguro de vida.

-¡No te comprendo!- mascullé nervioso- Si tu marido se entera, ¡Estamos muertos!

Mi argumento quedó hecho pedazos con su respuesta. Sonriendo, se sentó en la cama y poniéndose seria, me soltó:

-José, estoy harta de Mauricio. No solo es un maldito viejo al que ni siquiera se le levanta, sino que ya no me sirve. Con él ya no puedo progresar más… -Supe que no me iba a gustar lo que estaba a punto de decirme y por eso intenté que se callara pero pasando por alto mis reparos, continuó diciendo: -Soy una mujer ambiciosa y por eso cuando te conocí, comprendí que debía cambiar de marido. Ese anciano ni quiere ni puede ser más que un cacique de pueblo y ¡Yo quiero mucho más!

-¡Estás loca! ¡Nos va a matar!- respondí acojonado mientras me ponía el pantalón.

Leonor, muerta de risa, se tumbó en la cama y señalando su teléfono, me dijo:

-No podemos irnos todavía. En estos momentos, unos sicarios que contraté deben estar a punto de librarnos de ese incordio.

-¿De qué hablas?

-Mauricio está a punto de dejarme viuda y rica.

Comprendí en ese instante cuales eran los motivos por los que se había entregado a mí con tanta facilidad. De haber una investigación, el principal sospechoso sería el amante de su mujer. Ya francamente aterrorizado, me senté.

-Conmigo y gracias a mis contactos, al dejar la alcaldía serás el senador más joven de Veracruz- y sin dejarme asimilar su promesa, siguió diciendo: -Ya he hablado con mi amiga para que cuando su marido nombre el candidato que le sustituya, seas tú el elegido.

-Y ¿Qué le has ofrecido?- pregunté sabiendo que no iba a ser gratis.

-Total inmunidad- contestó.

Tratando de recapacitar, me fui al baño. En la soledad del mismo, valoré durante cinco minutos mis opciones: si me negaba, esa zorra iba a hacer caer sobre mí la muerte del anciano y si aceptaba, estaría en sus manos por el resto de mi vida. Sabiendo que no me quedaba otra, volví a la habitación. En ella, Leonor estaba al teléfono. Esperé a que terminara de hablar.

-¿Quién era?-

-El secretario de mi marido informándome de que ha sufrido un atentado.

-¿Está muerto?

-Sí- respondió mientras se vestía.

Alucinado por la frialdad de esa mujer, aguardé a que estuviera lista para irnos y entonces pregunté:

-¿Ahora qué sigue?

-Llévame a casa. Debo parecer una afligida viuda al menos durante seis meses. Tú te convertirás en mi sostén y cuando todo se calme: ¡Nos casaremos!

Vendiendo mi piel al diablo, la acompañé a su mansión y mientras ella recibía las condolencias de la gente, supe que don Mauricio era el primer muerto de mi carrera pero también que no iba a ser el último.


Os aconsejo revisar mi blog:

http://pornografoaficionado.blogspot.com.es/

En él, encontrareis este y otros relatos ilustrados con fotos de las modelos que han inspirado mis relatos. En este caso son de una DIOSA DE PELO NEGRO llamada

JASMINE A