Historia de un maricón (Final)
(Llegué al punto de compartir a mi mujer la noche de nuestra boda, olerle el coño a mi hermana mientras él se masturbaba o mirar los ojos de mi madre mientras mi primo se la follaba.)
Historia de un maricón(Final)
(Llegué al punto de compartir a mi mujer la noche de nuestra boda, olerle el coño a mi hermana mientras él se masturbaba o mirar los ojos de mi madre mientras mi primo se la follaba.)
Ismael nos telefoneó para decirnos que llevaba unos meses en Madrid y que quería ir al pueblo a pasar una temporada. Habló con mi padre y le pidió permiso para quedarse en casa. Yo tenía 33 años y él 43, casi la misma edad que Cristina. Su llegada me excitó mucho, le había hecho tantas pajas y tantas mamadas que su sola presencia me llenaba de lujuria. Lo hablé con Cristina y fantaseamos a modo de broma.
- Igual te vuelves marica otra vez cuando le veas.
- No seas cabrona.
- Si tiene una polla tan rica.
- Igual tú te tiras a mordérsela.
- ¿Me dejarías?
- Igual te dejaba probarla.
Ismael llegó un viernes al mediodía, a una semana de mi boda con Cristina. Todos los preparativos estaban en marcha, teníamos pensado en principio irnos a vivir a su apartamento y después comprar una casa más grande. También tuvimos que posponer la luna de miel porque Cristina tenía unos pases de moda. Yo estaba cortando el césped cuando le vi llegar y saludar a mis padres. Vi cómo le susurraba cosas al oído a mi madre cuando la abrazaba. Luego vino a saludarme.
- Primo, cuánto tiempo joder, y enhorabuena, hombre, te casas, ¿no?
- Diez años sin vernos, macho, ¿cómo estás?
Nos dimos un fuerte abrazo y me resumió, mientras se fumaba un cigarro, sus diez años por el mundo. Más o menos seguía igual de robusto, con la cabeza rapada, pero con la barriga más pronunciada y más dura. Los pelos del pecho le sobresalían por la camisa y le miré de pasada el bulto del pantalón.
- ¿Cuándo te casas?
- El sábado.
- ¿Y dónde vais de luna de miel?
- De momento, tenemos que esperar, Cristina tiene unos pases de moda. Es modelo.
- No me jodas, cabrón. Tiene que ser un pibón.
- Sí, vamos a conocerla, está en la playa con mi hermana.
- Con lo mariconcete que tú eras, ¿eh?
- Sí – le sonreí.
- Venga, preséntame a esa novia tan guapa.
Cristina y Sonia jugaban con los niños en la playa. Lucía un bikini blanco con copas que tapaban la base de sus tetitas duras, aunque se le notaban los pezones clavados en la tela, y unas braguitas tipo tanga, con una fina tira trasera metida por la raja, por lo que la dejaba con su culito perfecto a la vista. De hecho, los tíos de la playa babeaban al verla.
- Coño, primo, qué buena está la hija puta – me soltó a medida que nos acercábamos.
- ¿Te gusta?
- Vaya polvazo que tiene la cabrona. ¿Folla bien?
- Fenomenal. Y le gusta, no se cansa – le incité.
- Y eso que tu polla es como un puto dedo. Cogía ese culito y lo reventaba…
Primero saludó a mi hermana y a los niños, y como hizo con mi madre, la abrazó y le susurró cosas al oído, incluso le atizó una palmadita en el culo delante de mi novia. Después le presenté a Cristina. Se dieron unos besos en las mejillas. Me puso cachondo verla cerca de él, con aquel bikini que parecía que llevaba el culo al aire. Cómo la miraba. Entablaron una conversación y estuvieron un rato hablando, ella con aquel bikini tan erótico y él vestido. No paraba de mirarla con descaro. Cristina se percató de esas miradas. Un rato más tarde, Ismael se entretuvo con mi hermana y los críos.
- ¿Qué te parece? – le pregunté.
- Tiene cara de follar como una bestia. Está un poco gordo, pero me pone saber que tú has sido como su mariquita.
- ¿Has visto cómo te mira?
- Me he dado cuenta, es un babosón.
Luego me quedé a solas con él mientras mi madre, mi hermana y ella preparaban una limonada.
- Vaya culito que se le ve a la hija puta con ese bikini. No se me quita de la cabeza. Me tiene la verga hinchada.
- Qué cabrón, sigues como siempre. He quedado esta noche con unos amigos para tomar algo por ahí, ¿quieres venir?
- Sí, voy, aunque yo me iba con tu novia. Me la prestarías un rato, ¿no?
- No sé, macho, con lo vicioso que tú eres, me la destrozabas. Y es una muñequita.
Esa noche, cada uno salimos por nuestro lado, yo con mis amigos y ella con las suyas, como para celebrar la despedida de soltero. Ismael se vino con nosotros. Medio en broma medio en serio, Cristina me advirtió con respecto a mi primo cuando me quedara a solas con él en mi habitación.
- A ver si al final me voy a casar con un maricón. Contrólate…
- Mira que eres mala, ¿eh?
Cenamos en un restaurante y después estuvimos de pub. Terminamos en una discoteca sobre las cuatro de la mañana. Ya había algunos con una buena borrachera. Estuvimos bailando y después mi primo me invitó a una copa en la barra.
- Pedazo de novia te has echado, cabrón, joder, tiene un tipo, es un bombón.
- Es muy guapa.
- Con lo maricón que tú eras por entonces, quien lo iba a decir – me dijo.
- Sí, te tirabas a mi madre y a mi hermana, cabronazo.
- Eran unas putas las dos. A tu madre le gustaba que le diera mucho por el culo. Daba gusto follarse ese culo gordo. Está buena todavía para la edad que tiene. Y tu hermana sigue con el pánfilo ése.
Decidí incitarle, me tenía muy excitado.
- Lo pasábamos bien.
- Cómo te gustaba, ¿eh? – me dijo mirándome a los ojos.
- Sí – le sonreí.
- ¿Quieres acompañarme a mear?
- Como antes, ¿no?
Fui tras él hacia la zona de los servicios. De nuevo revivía aquellas sensaciones, volvía a sentirme como su putita. Nos adentramos en los baños de caballeros. Había gente meando en los urinarios de pared. Nos metimos en uno de los lavabos. Cerré el pestillo. Había una taza toda salpicada de meadas. Ismael se colocó ante la taza y comenzó a desabrocharse el pantalón. Yo esperaba en su lado derecho. Cuando se bajó el slip, se balanceó su polla monstruosa de piel ennegrecida, gruesa en la base y más estrecha en la punta, medio erecta, con sus huevos gordos y peludos.
Se la agarré y cerró los ojos concentrado. La bajé un poco y aguardé sujetándosela hasta que salió un chorro de pis muy disperso que salpicaba hacia todos lados. Fue una meada larga. Cuando empezó a gotear, se la empecé a machacar, deslizando mi mano por aquel trozo de carne dura.
- Qué bien, marica – me susurró -. Cómo me gustaría que fueras tu novia.
Cómo estaba disfrutando meneándole la verga. Se bajó un poco más los pantalones y el slip hasta por debajo de las ingles. Iba acelerando los tirones poco a poco. Él se concentraba con los ojos entrecerrados, resoplando entre dientes para no hacer ruido. Alcé la mano izquierda y le acaricié el culo peludo con la palma, aquellas nalgas carnosas, mediante suaves caricias, hasta meterle los dedos entre las piernas para tocarle los huevos con las yemas.
- ¿Te gusta que te toque los cojones? – le pregunté con la mano bajo el culo, tentando sus huevos.
- Sigue, maricona…
Apreté las agitaciones de mi brazo derecho sin dejar de sobarle el culo peludo. Abrió la boca para soltar el aliento y frunció el entrecejo cuando la polla empezó a escupir semen hacia el fondo de la taza, mezclándose con las numerosas meadas. Retiré la mano de su culo y le estrujé el capullo. Después no pude contenerme. Me bajé la bragueta y saqué mi pollita delante de él para masturbarme viéndole la polla y el culo. Despidió una sonrisa burlona.
- La puta maricona… Cómo te gusta…
Se subió el pantalón y yo me corrí al instante, un poco avergonzado de haberme tenido que masturbar viéndole. Pero quería que pensara que seguía siendo su maricón. Regresamos a la barra y nos pedimos otra copa.
- Si tu novia supiera lo maricona que estás hecha, te mandaba a freír espárragos.
- Lo sabe, le conté que te hacía pajas en el barco.
- Hostia puta, ¿y qué te dijo?
- Nada, se excitó el día que se lo conté. Ella es de mente muy abierta.
- ¿Y estaría dispuesta a echar un polvo conmigo?
- Eso ya es muy fuerte, tío, nos casamos en una semana.
- Díselo, hombre, no me importaría hacerle un favor. Tú la dejarás insatisfecha con esa pollita que tienes.
- Qué cabrón.
- ¿No te gustaría verme follar con ella?
- Sí – le contesté seriamente -. Me encantaría que te follaras a mi novia.
Nos recogimos a las seis de la mañana. Durmió desnudo y pude fotografiarle, primeros planos de su polla y de su culo, así como de su cuerpo peludo y seboso. Por la mañana temprano, telefoneé a Cristina y le dije lo que había hecho. Estaba adormilada porque también se había recogido tarde, pero me pidió que fuera a enseñarle las fotos de mi primo. A una semana de casarnos, y le enseñaba fotos de la polla de otro hombre.
Alucinada, ante el televisor, vi con qué fuerza se masturbaba, cómo se agarraba el coñito y se encogía de gusto pendiente de las imágenes que se reproducían en la pantalla. Babeaba, la veía morderse los labios y tocarse las tetas, a veces hasta sacaba la lengua como si quisiera lamer la pantalla. Se daba ella con rabia, no quería ni que la masturbara yo. Prefería tocarse así misma. Yo me pajeaba viendo cómo se retorcía de placer, pero ni siquiera me miraba.
- ¿Te gusta?
- Ohhhh… Sí… Lo que más me pone es que seas su maricón, que tú también hayas chupado esa polla tan rica…
Terminó masturbándose con una imagen de su culo peludo. Saltaba de placer en el sofá con las dos manos en el chocho, se retorció de tal manera que llegó a mearse en las manos. Sudó a borbotones, fue la masturbación más loca que le había visto.
- ¿Quieres follar con él? – le pregunté cuando salió de la ducha con una toalla liada.
- Sí que me gustaría follar con él, Carlos, pero es una temeridad, nos casamos a la semana que viene y encima es tu primo. Va a pensar que te casas con una puta. Y haces que me sienta muy puta enseñándome las fotos de su polla. Seguro que te masturbaste, ¿verdad?
- Sí – reconocí algo ruborizado.
- Eres un puto marica, Carlos. No me jodas ahora, no me jodas que te pone cachondo un hombre.
- Ya lo sé, cariño, perdona, pero es que estos jueguecitos nuestros a veces nos empujan a cruzar la raya. ¿Estás molesta?
- Estoy mosqueada, Carlos.
Era sábado y fuimos a mi casa. Mi padre preparó una comida en honor a Ismael y lo pasamos muy bien almorzando en el porche. Vino Esteban con Sonia y los niños, mis padres, Ismael y nosotros. Mi primo contó sus aventurillas por el mundo y se convirtió en el centro de atención. Vi cómo intimaba con Cristina, cómo iban tomando confianza, sentados uno al lado del otro. Charlaban animadamente, se reían, la piropeaba, brindó por la novia más guapa del mundo. El muy cabrón me tenía la polla tiesa y Cristina me miraba. Me había llamado puto marica a una semana de casarnos.
Tras la comida, Cristina, mi hermana, sus hijos y yo nos fuimos un rato a la playa. Mientras Sonia chapoteaba con los niños en la orilla, Cristina me daba con protector solar por la espalda. Estábamos de pie. Ella llevaba el bikini blanco de braguitas tanga y en ese momento hacía top less, tenía sus tetitas duritas con forma de pera a la vista de todo el mundo. Vi salir a Ismael de casa acercándose hacia nosotros. Y mi novia como si estuviera desnuda con aquel tanguita pequeño y las tetas al aire.
- Lo vas a poner muy cachondo – le susurré.
- Lo sé, y sé que te gusta – me dijo ella.
Llevaba un bañador tipo slip de color amarillo. El bulto le botaba con los pasos. Se detuvo a nuestro lado y saludó a mis sobrinos con la mano. Luego me miró.
- ¿Por qué no me das con un poco de crema a mí también? – le pidió a Cristina mirándola viciosamente -. No me quiero quemar.
- Estás muy blanco, la verdad.
Se acercó hasta él y se colocó de frente. Se me puso tiesa al verles juntos, los dos medio desnudos, al ver el contraste de los dos cuerpos, el mastodonte peludo y barrigón de mi primo y el cuerpo fino y delicado de mi novia. Cristina se echó crema en las palmas de las manos y las acercó a sus pectorales para esparcirla. Se miraban mientras le embadurnaba de crema los pectorales peludos.
- Esto es como un masaje de una tía guapa como tú.
- Gracias.
Las manitas de Cristina se deslizaron por su amplia y peluda barriga y esparcieron la crema haciendo círculos. Sus deditos llegaron a rozar el vello que sobresalía por la tira superior del bañador amarillo. Estaba a punto de correrme viendo cómo manoseaba la barriga de mi primo. Había momentos en que sus pezones, llegaban a rozar ligeramente la curvatura de su barriga.
- Date la vuelta, que te dé por la espalda.
- Estoy a tus órdenes, bonita.
Estaba a punto de correrme. Necesitaba tocarme, pero no quería ser descarado. Ismael se dio la vuelta y Cristina se puso a masajearle los hombros con sus manitas. De nuevo, los pezones arañaron su espalda levemente. Ismael me hizo un gesto, también Cristina me lanzó una mirada por encima de su hombro. Las manitas resbalaban por su espalda peluda. De pronto, Ismael alzó las manos y se metió el bañador por el culo, exponiendo sus nalgas blancas y granuladas, carnosas y redondeadas.
- Dame en el culo, me joden las marcas del bañador -. Me miró con una sonrisa -. No te importa que tu novia me toque el culo, ¿verdad, primo?
Me había quedado estupefacto. Tardé en reaccionar.
- ¿Qué?... No…No…
- No seas aprovechado, Ismael – le dijo ella dándole una palmadita en la espalda.
- Anda, bonita.
Mi novia se acuclilló ante el culo de mi primo, en plena playa, con su rostro muy cerca de la raja cubierta por la tela amarilla. Alzó sus manitas y plantó una en cada nalga para manosearlas con suavidad. Vi cómo Ismael entrecerraba los ojos y se metía la mano por dentro del bañador para manosearse la verga. Vi a Cristina embelesada, acariciándole el culo, con la nariz a un centímetro de su raja. Desprendía lujuria en sus ojos. Noté que me corría. Sonia miraba desde el agua. Cristina reaccionó y se levantó sacudiéndose las manos y mi primo se dejó el bañador metido por el culo. Enseguida sacó la mano. El muy cabrón se había estado masturbando por dentro. Ella seguía con la mirada fija en el culo de mi primo. Se lo había tocado. Se lo había olido.
- Tienes muchos granos – le dijo ella -. Te vendrá bien esta crema.
- Gracias, guapetona.
Y sin cortarse, le atizó una palmadita en su culito, una palmadita que hizo que le vibrara la nalga.
- ¡Au! Que me duele…
La oí conversar con Sonia. Sé que mi hermana la advirtió de que mi primo era un caradura y le contó que de jóvenes habían tenido un rollo. Estuvieron un buen rato cuchicheando.
Por la tarde, estábamos los dos sentados en unas hamacas tomando una copa cuando Cristina se acercó a nosotros. Venía imponente. Se había duchado y traía el cabello remojado, con una camiseta blanca muy desgastada donde se le transparentaban las tetas sueltas, llegaba a percibirse con claridad la sombra circular de las aureolas y los pezones pegados a la tela. Llevaba una falda muy corta de rayas marineras, elástica, pegada al cuerpo para realzar sus curvas, y unos zuecos para subrayar la sensualidad.
- ¿Qué hacéis?
- Mirarte – le encajó Ismael -. Me gusta mirar los bombones como tú.
Arqueó las cejas con una sonrisa.
- Qué galante tu primo, Carlitos.
- Y me gusta comerme los bombones.
- Pues no me comas que me tengo que casar. ¿Vamos a salir, Carlos? ¿Has quedado con la gente?
- Sí, hemos quedado para cenar en algún sitio.
- ¿Te vienes a cenar, Ismael?
Su invitación me pilló desprevenido, pero me excitó en segundos con solo pensar que estaríamos los tres juntos y la de cosas que podrían surgir conociendo la cara de mi primo.
- Claro, si tú me invitas.
- ¿Qué te gusta?
- Bombones como tú.
- Qué gracioso, bueno, ya iremos donde sea – se inclinó hacia mí para estamparme un besito en los labios -. Yo me voy, quiero ver a mis padres. Me recogéis en casa, ¿vale?
Mi primo la agarró de la mano y tiró de ella hasta obligarla a sentarse en sus piernas. Al ver cómo asentaba su culito sobre los muslos peludos de mi primo, se me puso el pene a tope. La rodeó por la cintura con el brazo izquierdo y se irguió hacia ella. Cristina en su papel de tontona. Alzó la mano derecha y se la pasó por encima de las piernas, arrastrando la palma desde las rodillas y empujando la falda marinera hacia la cintura. Sus tetas se traslucían a través de la fina camiseta, en reposo y erguidas. Asomaron sus bragas, unas braguitas blancas de muselina donde se transparentaban los pelillos del chocho. La manaza resbaló por la cara externa del muslo, llegándosela a meter por debajo de la tela, acariciándola casi hasta la nalga. Qué manoseo.
- Entonces, ¿qué me vas a invitar a comer? – le preguntó acariciándole el muslo muy cerca de la nalga. Yo temí que nos vieran los demás. La tenía en bragas, se le podía ver el coño a través de la gasa.
- ¿Qué quieres tú comer? – le retó ella.
- Quiero comerte a ti.
Vi la mirada de complicidad entre ellos. Cristina sonreía, aunque desbordaba placer. Se levantó de repente y entonces Ismael, antes de que se bajara la falda, le atizó una palmadita en el culo, por encima de las braguitas.
- ¡Au! – dijo llevándose la mano al trasero, tirándose de la faldita hacia abajo -. Tu primo es un caradura, ¿eh, Carlos? Hasta luego.
- Adiós, bomboncito.
- Adiós, león – le saludó ella meneándole el culito al alejarse.
La estuvo mirando hasta que la vio desaparecer en la casa, luego me miró rascándose el bulto de la bragueta.
- A la puta de tu novia le reviento yo el culo. Qué buena está la puta, ummmm. Y encima, se me pone tonta…
- Qué bruto eres.
- La puta calientapollas, cómo me ha puesto -. Miró a su alrededor levantando un poco la cabeza. Mi hermana y los niños estaban en la piscina, mi padre y mi cuñado descargaban leña y mi madre hablaba por el móvil al otro lado del recinto -. Hazme una paja. Voy a pensar en la puta de tu novia.
Le metí la mano dentro del pantalón corto, le agarré la polla como si agarrara el mango de una sartén y empecé a darle tirones sin sacarle la verga. Se relajó cerrando los ojos, seguro que imaginándosela, y le tiré hasta que noté el semen en mi mano. Me lamí la mano sin que él se diera cuenta, me tragué toda su leche. Sé que se la iba a follar, sé que ella tenía muchas ganas de follar con él. Luego fuimos a vestirnos para ir a casa de mi novia. Me esperaba una noche emocionante.
Fuimos a recogerla sobre las diez de la noche. Habíamos quedado con la pandilla en cenar en un chino. Ismael iba de negro con un pantalón muy suelto de lino y una camisa medio desabrochada, con los pelos del pecho sobresaliéndole. Conducía mi coche y yo iba a su lado. Cristina apareció por el portal muy sexy, con un vestidito ajustado tipo safari, abotonado en la delantera, con la base ligeramente por encima de las rodillas. Lo llevaba muy escotado y con los botones de abajo desabrochados para que se le abriera. Llevaba la melena rubia al viento e iba muy bien maquillada, con tacones negros.
Se acercó a mi ventanilla.
- Qué guapos.
- Tú sí que estás guapa -. Le encajó Ismael -. Anda, primo, móntate atrás, deja que vaya chuleando de mujer guapa.
- Sí, sí…
Me apeé para montarme en mitad de los asientos traseros. Recordé la escena en el coche con mi padrino. Nada más montarse, Cristina cruzó las piernas y mi primo le acarició el muslo con su manaza, abriéndole un poco más el vestido, hasta que asomó un trozo de las braguitas negras que llevaba puesta. Ella actuó con naturalidad permitiéndole el manoseo.
- ¿Cómo vienes tan guapa?
- No sé… - sonrió -. Me gusta estar guapa.
- Eres un bomboncito – le dijo dándole una palmadita en el muslo -. Te quiero para cenar.
- Anda, vámonos – le dijo ella dándole un manotazo en el brazo.
Cristina ni llegó a taparse y se mantuvo con las piernas cruzadas y el vestido abierto para exhibir sus piernas, con un trozo de braga visible. Ismael arrancó y nos desplazamos al restaurante chino donde habíamos quedado con la pandilla. Durante el trayecto, no dejó de mirarla, haciéndole preguntas sobre su trabajo en las pasarelas. Yo tan sólo les escuchaba, sin intervenir en la conversación.
Cenamos todos los amigos en una gran mesa, entre chicos y chicas estaríamos unos veinte. Ismael y Cristina se sentaron juntos. Ellos eran los mayores, cuarentones de la misma edad, mientras que nosotros éramos todos unos pipiolos treintañeros. Fue una cena animada. Vi cómo intimaban, cómo mi primo le susurraba cosas al oído y la hacía reír. Yo pagué la cuenta. Era una cena que le tenía prometida a mi gente. Después nos desplazamos todos a una discoteca cercana y allí estuvimos bailando, pero había mucho jaleo de gente joven, mucha música tecno. Cristina y yo estábamos junto a la pista donde bailaban los colegas cuando llegó Ismael y nos pasó a los dos un brazo por la cintura.
- Esto es una mierda y vuestros amigos unos putos muermos. Conozco un sitio más guay, aquí cerca, ¿por qué no nos vamos los tres sin decirle nada a ninguno?
Cristina y yo nos miramos.
- Yo por mí – saltó ella.
- Sí, mejor – le dije yo.
Nos llevó a una sala de fiesta donde bailaban tías desnudas en un escenario, haciendo acrobacias sobre una barra, con espectáculos eróticos. Había bastante gente en las gradas que rodeaban el escenario semicircular, parejas, pandillas, pero la mayoría eran grupos de hombres. Nos acomodamos en la parte de atrás, en una zona oscura iluminada por luces rojas, como unos reservados. Eran cómodos sillones, pero estaban todos ocupados. Mi novia se convirtió en el centro de atención de todos aquellos babosos solterones. Al final encontramos una mesa alta y redonda rodeada de taburetes en la parte más oscura y alejada del escenario. Ismael se sentó en uno y yo en otro. Cristina se mantuvo de pie. Pedimos una botella de champán.
Cristina se apoyó en mi hombro.
- Hay que ver dónde nos ha traído tu primo. A ver tías desnudas.
- ¿No me digas que no es un sitio caliente? – le preguntó él -. Tómatelo como una despedida de soltera.
- Mi primo es que está un poco salido – añadí.
- ¿Una despedida de soltera viendo tías bailando desnuda? Prefiero un espectáculo de boys, no ver tías, al menos veo algo que me alegra los ojos.
- Igual mi primo también prefería ver los boys – le encajó el cabrón -. Sabes que antes era un poco mariquita, ¿no?
- Ya me ha contado, estáis apañados…
- ¿No te importa casarte con un maricón?
Cristina me dio un beso en la mejilla.
- Ya no lo es, ¿verdad, cariño?
- Ya no.
- Todavía seguro que se le hace la boca agua cuando ve una polla, ¿o no, primo?
- No seas cabrón, Isma.
- Deja a mi novio en paz – bromeó Cristina.
- Debe de follarte como un mariquita con esa pollita de risa que tiene. A lo mejor es que te gusta follar con maricas.
- Habló el portento… - sonrió ella.
- A mi primo le encantaba agarrarse a la mía, seguro que a ti te iba a encantar.
- Seguro…
- Ven… -. Le tendió la mano y ella le correspondió. Continuaba sentado en el taburete y la metió entre sus piernas, después la sujetó por la cintura y la giró hacia mí. La rodeó por la cintura y la apretujó contra él, apoyando la barbilla en su hombro. Vi cómo el culito de mi novia comprimía el bulto de su fino pantalón -. ¿Lo notas?
- Uy, sí – dijo removiendo ligeramente el culito -. No está mal dotado tu primo, Carlitos.
- ¿Te gustan las pollas grandes? – le preguntó mordisqueándole el lóbulo de la oreja.
- Sí, cómo no me va a gustar…
- ¿Te pone cachonda rozarme la polla que se comía tu novio?
- Es morboso…
Ella ladeaba la cabeza hacia él para sentir el cosquilleo de su lengua en la oreja. Y yo en mi papel de mirón. Sentía envidia de mi novia, me hubiese gustado ser ella. Mi primo bajó la mano derecha y le desabrochó dos botones más del vestido. Después se lo abrió exponiendo sus braguitas negras. Continuaba con el culito apoyado en el bulto de su pantalón. Miré alrededor por si alguien nos veía, pero estábamos muy para atrás. No paraba de lamerle la oreja, como si el lóbulo fuera un caramelito. Le metió la mano derecha dentro de las bragas para hurgarle en el chocho con sus dedos gordos y bastos. Le vi los nudillos tensando la tela, escarbando. Cristina se removió emitiendo un relajante jadeo.
- Tienes el coño caliente… -. Cristina se retorcía, suspiraba, le sujetó la muñeca que le hurgaba dentro de las bragas, y meneaba la cadera para sentir mejor los dedos -. Muévete puta… Mueve el coño…
Completamente extasiada, con la cabeza ladeada hacia él para que la lamiera, se removía para follarse ella misma con el dedo. La mano de mi primo permanecía parada dentro de la braga.
- Ay, qué caliente… - me sonrió sin parar de retorcerse.
- Cómo te gusta, puta…
Le sacó la mano de las bragas y le tiró hacia arriba hasta metérselas por el coño a modo de tanga. Le presionó severamente el clítoris. Le vi el chocho dividido en dos por la tela negra de las bragas. No pudo reprimir un gemido agudo que casi alerta a los que estaban delante. Yo miraba asombrado. Le tiraba de las bragas para masturbarla. Cristina intentaba mirarme, aunque el gusto la empujaba a fruncir el entrecejo y entrecerrar los ojos. Dejó de tirarle de las bragas, aunque se las dejó metidas en el coño. Cristina respiró aliviada.
- ¿Quieres acompañarme a mear?
- Sí…
Cristina se irguió cerrándose la falda y abrochándose unos botones. Sonrió suspirando con una sonrisa, limpiándose el sudor de la frente con el dorso de la mano.
- Qué calentón.
- ¿Vienes con nosotros, primo?
- Sí.
Como pasó con mi padrino, ella marchó delante como una prostituta hacia los servicios de caballero. Estaban vacíos. Nos metimos en un lavabo individual con sólo una taza, sucia y salpicada de meados por todos lados. Yo me encargué de echar el cerrojillo. Ismael se colocó ante la taza y ella a su derecha. Yo permanecía tras ellos.
- Venga, putita, sácame la polla, quiero mear…
Cristina se encargó de bajarle la bragueta y desabrocharle el botón. El pantalón cayó por sí solo hacia sus tobillos. Llevaba un calzoncillo rojo tipo bóxer que ella también se encargó de bajarle hasta los tobillos, dejándolo sólo con la camisa. Le miró su polla gorda y larga y extendió su brazo para rodearla con su manita, bajándosela hacia la taza.
- ¿Te gusta mi polla?
- Sí, mucho. Me gustan las pollas grandes.
- ¿Más que la del maricón de mi primo?
- Sí.
Mientras aguardaba sosteniéndole la polla hacia abajo, Ismael le tiró del vestido hacia la cintura y después le bajó las bragas de dos tirones, quedándola con el culito al aire. Los dos culos estaban uno junto al otro, uno blanco y lleno de granos, carnoso, y otro fino y delicado, estrechito y de nalgas bronceadas. Él se lo sobó con la palma. Empezó a mear, pude ver el arco amarillento entre sus piernas. Mi novia se la sujetaba, tratando de guiar el chorro al interior, aunque a veces salpicaba por fuera.
- Cómo me gusta que las putas me la sujeten para mear.
- ¿Sí? Pero yo no soy una puta.
- Eres una puta.
En cuanto la polla empezó a gotear pis, Cristina se la empezó a machacar con veloces tirones, salpicando los últimos resquicios de pis hacia todos lados. Les veía de espaldas, con los culos juntos, viendo cómo mi novia agitaba el brazo mirando hacia su polla, cómo la manaza de mi primo acariciaba el culito de ella.
- ¿Me la quieres chupar?
- Sí – contestó de manera suplicante -. Me apetece.
Ismael dio un paso atrás y enseguida Cristina se acuclilló entre la taza y él. Yo di un paso para asomarme. Se había bajado la polla hacia la cara para lanzarse a mamar. Aún le rezumaba pis por la punta cuando le baboseó el capullo mordisqueándolo y sorbiéndolo, antes de empezar a comérsela entera. Ismael le colocó su manaza izquierda encima de la melena.
- Cómete mi polla, puta… -. Me miró -. ¿Quieres olerme el culo, maricón? ¿Eh?
- Lo que tú quieras.
Ella me miró de reojo, pero sin dejar de mamársela. Me coloqué tras él y me arrodillé ante su culo. Tuve que sacarme la pollita para masturbarme. Me incliné y metí la nariz en su raja, olisqueándole el culo, con los orificios de la nariz pegados a su ano, percibiendo su hediondez. La oía chasquear saliva. Yo oliéndole el culo a mi primo y mi novia mamándosela al otro lado. A él le oía acezar como un perro. Yo aspiraba con profundidad. Aparté un poco la cara y me asomé bajo sus piernas. Los huevos danzaban alocados. Oía los chupeteos de mi novia. Veía que se meneaba el coño con la mano izquierda y que le estrujaba los huevos con la derecha, con la polla en la boca. Se meó de gusto, el pis fluyó entre sus deditos goteando en el suelo, formándose un charquito entre sus tacones.
- Te estás meando, guarra… Ahhh… Dame, me voy a correr…
Yo acerqué los labios y le estampé besitos por el culo, en una nalga y en otra, hasta que eyaculé. Me incorporé justo en el momento en que ella aguardaba con la boca abierta, agitándole la polla con la mano manchada de su propio pis, con el capullo entre los labios. Ismael comenzó a verter leche espesa y a llenarle la boca poco a poco. Le vi la lengua y los dientes inferiores sumergidos en el semen. Cuando terminó de eyacular, Cristina volvió la cabeza y vomitó el semen escupiendo, lanzando las babas al interior de la taza. Tenía la polla mojada de saliva y pis, con manchas del carmín de los labios. Le dio unas lamidas al capullo, mirándole sumisamente, y luego se levantó subiéndose las bragas al mismo tiempo. También Ismael comenzó a vestirse.
- ¿Te has meado?
- Es que me has vuelto loca -. Se pasó un clínex por dentro de las bragas y se abrochó el vestido -. Se me escapa cuando estoy muy caliente, ¿verdad, Carlos?
- Sí.
- La chupas muy bien, como una buena puta. Deberías trabajar en un club.
- Qué gracioso.
- ¿Queréis que vayamos a un sitio más tranquilo? – propuso Ismael.
- Si queréis, vamos a mi apartamento – añadió Cristina mirándome.
- Vamos.
Estábamos a su disposición, mi novia y yo nos convertíamos en su puta y su maricón, a unos días de contraer matrimonio.
Cuando llegamos al apartamento de Cristina, ellos se sentaron en el sofá. Mi primo me pidió que sirviera unas copas. Ella estaba sentada a su derecha con las piernas cruzadas y él le acariciaba el muslo de la pierna con su manaza. Les entregué las copas y le dimos el primer trago. Yo me mantenía de pie ante ellos, parecía su criado. Mi primo le pasó el brazo por los hombros y ella se echó sobre él.
- ¿Por qué no te pones algo para que parezcas una maricona de verdad? Que tu novia vea lo guapa que te pones.
- Pero me da corte…
- Anda, anímate, cielo. Esto es divertido – me animó ella.
Fui hasta la habitación, rebusqué en el armario y me disfracé de putita con un picardías negro semitransparente, con un tanga negro tan ajustado que los huevos y el pene me sobresalían por todos lados y me puse unos tacones. Estaba ridículo. Parecía un transexual con aquella pinta, y debía presentarme ante mi novia así.
Al llegar al salón no se dieron cuenta de mi presencia a pesar del taconeo. Se estaban morreando abrazados. Vi sus labios pegados, besándose con lengua. Cristina tenía el vestido abierto y desabrochado y él le acariciaba sus tetas duritas. Ella le tenía metida la mano por la cintura del pantalón para manosearle por dentro.
Carraspeé para llamar su atención y enseguida se separaron para mirarme. Ella tenía el vestido abierto y las tetas al aire. Cristina arqueó las cejas sorprendida y mi primo expulsó una sonrisa burlona.
- ¿Qué te parece la maricona de tu novio?
- Que está muy guapa.
Ismael comenzó a desabrocharse el pantalón. Cristina me miraba alucinada y yo sonreía muy abochornado. Se levantó para quitarse el pantalón y el calzoncillo. Desenfundó su gran polla erecta y después se quitó la camisa. Se quedó desnudo, aquel cuerpo barrigón y peludo. Volvió a sentarse con las piernas separadas. Y mi novia, con el vestido abierto, sentada a su lado. Volvió a pasarle el brazo por los hombros y la acurrucó contra él. Su tetita izquierda se apretujó contra su costado. Apoyó la mejilla en su hombro. Ella empezó a acariciarle la barriga deslizando su palma por toda la curvatura peluda, como queriéndome dar celos de que la prefería a ella. Ambos me miraban.
- Anda, marica, por qué no me la chupas un poquito, que tu novia vea lo que te gusta.
Temblaba de los nervios. Di unos pasos hacia ellos y me arrodillé entre sus robustas piernas, evitando mirarla. Sólo veía su mano acariciándole la barriga. Le sujeté la polla por la base y me curvé para mamársela. Subía y bajaba la cabeza comiéndola, deslizando los labios desde el capullo hasta el glande.
- Mira cómo mama la maricona…
- Lo hace bien, ¿verdad?
Noté la mano de mi novia en mi cabeza, como empujándomela para meterme toda la verga en la boca. Les oía besarse mientras yo se la chupaba. Estaba amarga de cuando se la manchó de pis con la mano. A veces paraba en el capullo y se lo rodeaba con la lengua, entonces les veía morrearse a mordiscos, veía sus tetitas rozarle por la barriga y su manita acariciándole por el vello que rodeaba la verga.
- Chúpame los huevos… - me pidió.
Bajé más la cabeza y empecé a lamerle los huevos con la lengua fuera, mirándoles sumisamente. No paraban de comerse la boca. Ella le agarró la polla y se la empezó a machacar mientras yo le tiraba de los cojones con los labios. Qué ricos estaban. Bajé un poco más y le lamí el trozo de raja que le sobresalía del culo, regresando a los huevos, donde hundía mis labios.
Cristina se puso de pie de repente. Yo me erguí, le agarré los huevos con la mano derecha y me ocupé de sacudírsela con la izquierda. Ismael sólo la miraba a ella, reclinado sobre el respaldo. Se quitó el vestido y se bajó las bragas a toda prisa, después se montó encima de él, frente a frente, dándome la espalda. Echó la mano hacia atrás, me arrebató la polla y se la metió en el coño, luego se asentó sobre ella. Mi primo la agarró por el culito y se lo empezó a subir y bajar para follársela. Enseguida comenzó a gemir. Yo seguía acariciándole los huevos, observando cómo la polla entraba y salía del coño vertiginosamente, cómo relucía por las sustancias vaginales. A veces le abría la raja del culo y le veía su ano tiernecito y a veces la azotaba en las nalgas.
- ¡Muévete, perra! – apremiaba azotándola.
Cabalgaba como loca saltando sobre la polla, recibiendo severos cachetes que le enrojecían el culo. Mi primo se erguía y le comía las tetas. Acerqué la nariz y le olí el culo a mi novia, rocé con la punta de la lengua el tronco de la verga al salir del coño. Seguía achuchándole los huevos. Mi primo ya jadeaba como un loco. Mi novia emitía débiles gemidos de placer. Hicieron una parada con la verga clavada por la mitad. Les oía acezar sofocados, ella echada sobre su barriga. Mi primo le tenía las manos plantadas en sus nalgas. Volví a olerle el culo a mi novia. Se besuqueaban. Discurrió pis del chocho, volvía a mearse. Hileras amarillentas resbalaron por el tronco hasta mojar los huevos, de donde empezaba a gotear.
- ¿Te estás meando, guarra? – le preguntó mi primo – Te estás meando en mi polla…
- Lo siento… No puedo aguantarme…
Seguían quietos. Entre las hileras de pis bajaron porciones de leche aguada, porciones que discurrían por el tronco hacia la curvatura de los huevos. Se estaba corriendo al mismo tiempo que ella se meaba. Me invadía el olor, pero acerqué la boca y le lamí los huevos avinagrados, probé aquella leche amarga y caliente. Después mi novia se incorporó y se apeó del cuerpo de mi primo, sentándose a su lado, sudando como una descosida. Yo también me erguí entre las piernas de mi primo. Tenía toda la verga meada y los huevos manchados de leche, saliva y pis. Estaban reventados de placer. Cristina me miró y quiso sonreírme, pero la fatiga se lo impedía. Estaba abierta de piernas y rezumaba leche por la rajita.
- Trae algo para mear – me ordenó mi primo.
Alcancé un jarrón con unos juncos de adorno. Lo vacié y coloqué el recipiente bajo sus huevos. Le sujeté la verga y se la bajé. Cristina me miraba. Comenzó a mear y a llenar el recipiente. Me observaban, sentados uno junto al otro, un cuerpo barrigón y peludo y uno fino y delicado. Cuando terminó de mear, se la sacudí y deposité el jarrón en el suelo. La polla se le estaba poniendo blanda. La tenía toda mojada. Erguido entre sus piernas, se la empecé a menear despacio, acariciándole los huevos con la izquierda.
- Cómo le gusta a la puta maricona…
- Ummmm, es un marica – añadió mi novia mordiéndose el labio.
- Sigue pajeándome, maricona…
Ismael extendió el brazo y empezó a acariciarle el coño con sus dedos gordos, fisgando en su rajita manchada de leche. Cristina bufaba atenta a mi masturbación, elevando la cadera para sentir los dedos, con el ceño fruncido y la boca muy abierta para expulsar el placer.
- Qué cabrón – sonrió Ismael -. Qué maricona ha sido siempre, le gusta más una polla que un puto caramelo.
Cristina estaba desbordada, muy caliente. Se revolvió hacia él arrodillándose encima del sofá y se lanzó a morrearle, pasándole la manita por toda su barriga. Yo miraba cómo se besaban. Estaba como desesperada, se curvó un poco para lamerle los pectorales velludos, pasando la lengua por encima del vello, mordisqueándole las tetitas, y bajó con la lengua por su barriga peluda para lamerle con la punta dentro del ombligo. Ismael se relajaba reclinado y cabeceando en el sofá ante el hormigueo en su ombligo. Ya le había puesto la polla dura de tanto acariciársela. Mi novia le chupaba el ombligo con lengua de víbora. Acerqué la cabeza y empecé a comerme la polla otra vez, muy cerca del rostro de mi novia. Tenía un sabor agrio de tanta mezcla.
Tras babosearle el ombligo, se incorporó para morrearle de nuevo. Oía los chupeteos.
- ¿Sabes lo que me gusta que me hagan las guarras como tú? – le preguntó mi primo.
- ¿Qué?
- Que me chupen el culo. Vas a pedírmelo, ¿verdad, perrita?
- Quiero chuparte el culo – le pidió ella en tono suplicante.
Yo me erguí y ella también. Ismael se puso de pie y Cristina bajó del sofá. Después Ismael se giró dándonos la espalda, se arrodilló en el borde y se curvó hacia delante. Él mismo echó los brazos hacia atrás y se abrió la raja del culo descubriendo su ano arrugado y ennegrecido cubierto de vello, con los huevos colgándole entre los muslos. Cristina se arrodilló a mi lado.
- Chupadme el culo…
Los dos a la vez acercamos la nariz al ano y aspiramos profundamente, con nuestras mejillas rozándose, expulsando el aliento sobre sus huevos. Luego ella sacó la lengua y se lo empezó a lamer pasándosela por encima del orificio, pegándole los pelillos a la piel con la saliva. Yo empecé a besarle por la nalga que tenía a mi lado, estampándole pequeños besitos. Cristina le lamía el culo como una perrita. Apartó un poco la cara y mi primo relajó los esfínteres para que se le abriera el orificio, entonces le metimos la punta de la lengua los dos a la vez. Una junto a la otra, lamiéndole la carne anal del fondo. Ismael rugió de placer al notar el cosquilleo de las dos lenguas. El hormigueo le volvía loco. Cristina se puso a follarle el ano con la lengua, asintiendo la cabeza para metérsela unos centímetros. Yo aguardaba respirando. Estuvimos chupándole el culo un buen rato, más de quince minutos. Se había corrido dos veces en menos de una hora y le estaba costando. Apartamos las cabezas, hastiados de tanto chupar, y se lo sobamos con las cuatro manos, mirándoselo y oliéndoselo, hasta que Ismael retiró las manos y se incorporó apeándose del sofá.
- Ven acá, perrita…
Le tendió la mano y la ayudó a levantarse. Yo me mantuve arrodillado. La sentó en el sofá y le separó las piernas para abrirle el chocho. Luego flexionó las suyas, se agarró la verga y se la metió en el chocho. Cristina permanecía reclinada y con los brazos extendidos y el culo sobresaliéndole por el borde. Ismael colocó las manazas en su vientre plano y empezó a follarla mediante golpes secos. Cristina gemía con el ceño fruncido y él soltaba jadeos secos. Sus tetitas duras se meneaban con los golpes. Yo, como un mariquita vestido, me senté al lado de ella sin intervenir, sólo mirando. La barriga sudorosa de mi primo rozaba el vello del coño y tapaba la visión de la penetración. Paró meneándose sobre el coño, rugiendo, y Cristina también cerró los ojos. Cuando le retiró la polla estirando las piernas, le colgaban babas blanquinosas del capullo. También el coño empezó a verter leche hacia el suelo, como si rebosara, la había dejado muy llena.
Ismael, exhausto de tanto follar, fue en busca de un trago y Cristina se incorporó hasta levantarse.
- Voy a darme una ducha – dijo ella -. La necesito.
- Yo voy a cambiarme – dije -. Nos vamos a ir, ¿no, Isma?
- Sí, vístete.
Se despidieron más tarde con un morreo intenso. A mí sólo me dio un beso en los labios y un abrazo. Había compartido a mi novia con mi primo Ismael y me habían dejado participar, aunque de manera vejatoria, como a mi primo le gustaba.
No pasó nada especial durante la semana, los preparativos de la boda nos tuvo muy ocupado a todos. Cristina estuvo tres días fuera por motivos de trabajo, luego pasó la mayor parte del tiempo en su pueblo de la sierra con su familia. Hablábamos dos o tres veces por teléfono al día y nos decíamos cuánto nos queríamos. A los dos nos daba apuros referirnos a la noche del sábado.
- ¿Qué te pareció? – le pregunté por teléfono.
- Lo pasamos bien, ¿no?
- Sí, sí, ¿Te gustó?
- Es un portento, la verdad. Pero me recuerda a tu padrino, le gusta insultarme y esas marranadas, no entiendo por qué.
- Imagino porque nunca han estado con una tía tan guapa y que sea tan facilona.
- ¿Me estás llamando puta?
- Yo no, pero a ellos sí que les pareces una puta. Por eso te tratan así.
- ¿Y tú?
- Yo también lo pasé bien.
- Estás hecho un buen maricón – me soltó.
- Creo que soy bisexual, me gustan los tíos y las tías, pero sólo te quiero a ti.
- Creo que te gustan más los rabos.
- Igual ya no tienes ganas de casarte con alguien como yo, tan…
- ¿Tan qué, Carlos?
- Medio homosexual.
- No pasa nada, Carlos, sabes que soy de mente muy abierta.
- Pero, ¿te gustaría que fuera de otra manera?
- Sí, me gustaría que fueras más macho, pero te quiero, no pasa nada. Tengo que dejarte, Carlos, tengo que irme a la peluquería. Nos tenemos que casar. Un beso, guapo.
- Adiós, cariño.
Prefería un buen macho, lo había dejado claro. Y yo era un maricón al que le gustaban los rabos. Entendí que yo no le servía para follar, que era como su osito de peluche a la que le tenía mucho cariño. Prefería follar con otros hombres a hacerlo conmigo. E iba a casarme con ella. Si Cristina era tan puta es porque yo lo había propiciado. Llegó el día de la boda.
La boda fue en el juzgado, sobre las doce del medio día. Lucía un sol brillante. Estaba preciosa cuando bajó del coche del brazo de su padre. Viéndola acercarse hacia mí con pasos sincronizados, bajo la música nupcial, me fijé en cómo la miraba mi primo Ismael, en cómo ella le lanzó una mirada de complicidad al pasar por su lado. Mi padrino no acudió a la boda, sino hubiera tenido presentes dos hombres que se la habían follado. Lucía un vestido precioso, blanco, de tela lisa con una caída muy elegante. Estaba formado por un corset de lentejuelas con escote palabra de honor y una falda amplia hasta los tobillos, sin cola ni velo. Lucía su melena rubia al viento, con las puntas onduladas y una diadema de florecillas. Llevaba unos guantes de hilo, brillosos y opacos, hasta mitad del brazo, que le daban un toque de magia y elegancia. Le dije que estaba muy guapa.
Nos dimos el sí quiero y un gran beso ante la multitud. Estaba más pendiente de mi primo que de nadie más, una semana antes había follado con ella. Vi cómo la felicitaba, cómo la sujetaba de los hombros y le susurraba algo al oído. Ella se rió dándole un manotazo cariñoso. Del banquete se ocupó una empresa de catering. Lo celebramos en el recinto de la piscina de la casa de mis padres bajo una carpa grande que montaron, con orquesta incluida. Acudieron unos cien invitados entre familiares y amigos. Mi primo lucía un traje gris marengo con camisa blanca, sin corbata. Durante el bufete, pude comprobar cómo mi hermana Sonia tonteaba mucho con él y temí que se la volviera a tirar, ahora que estaba muy bien asentada con su marido y sus dos hijos. Mi madre ya no le atraía tanto, superaba los sesenta años y estaba bastante envejecida. Y mucho más, después de haber probado a mi novia.
Eran las cuatro de la tarde y hacía un calor horrible. Nos encontrábamos en la mesa nupcial esperando el café, con mis padres a un lado y los de ella a otro, frente a las mesas donde se ubicaban el resto de invitados. Me percaté de que mi primo Ismael se acercaba por detrás. Los padres hablaban entre ellos muy entretenidos. Ismael apoyó los brazos en nuestros hombros y acarició a Cristina bajo la barbilla como si fuera una niña buena.
- ¿Qué guapa estás?
- ¿Sí? ¿Te gusto?
- Me encantas -. Me dio un toque en el pecho -. Primito, no te importa que tu mujer me acompañe a mear, ¿verdad? Estoy que exploto.
Miré a mi alrededor por si alguien pudiera haberle oído y luego miré a Cristina.
- ¿Ahora? Es un poco peligroso, Isma, entiéndelo…
- Quiero que me acompañe a mear. Vamos -. La agarró de la mano y tiró de ella obligándola a levantarse -. Ven conmigo, bonita.
Empezaron a alejarse de mí. Él tiraba de ella. Cristina iba saludando a la gente para disimular. Se la llevaba, el muy cabrón se la llevaba el día de mi boda. Vi que se dirigían hacia la casa. La dejó pasar primero y cerró la puerta tras de sí. Joder, qué momento tan tenso. Me puse muy nervioso, si les pillaban, el escándalo sería mayúsculo y yo me convertiría en el hazmerreír de todos. Nadie parecía haberse percatado. Mi suegra se giró hacia mí.
- ¿Y Cristina?
- No sé.
- Ves a buscarla, es hora de repartir los regalos.
Me dirigí hacia la casa. Tuve que pararme a saludar a varios de mis amigos. Conseguí entrar en la casa sin que nadie me viera y me dirigí hacia la segunda planta. Estaban en el servicio, frente a la taza. Mi mujer se la sujetaba con el guante de hilo mientras meaba, mientras soltaba un arco de pis amarillento que salpicaba hacia todos lados. Ismael tenía bajado los pantalones y los calzoncillos hasta los tobillos y ella le acariciaba el culo peludo con la otra mano enguantada. Les veía de espaldas. Él le tenía un brazo por la cintura. Poco a poco el chorro se fue cortando e inmediatamente se la empezó a machacar.
- Así, perra… Así… Hazme una buena paja…
La veía agitar el brazo derecho para cascársela y la manita izquierda deslizándola por su culo peludo. Contrastaba el guante de hilo con los pelos de las nalgas. Ismael ladeó la cabeza para morrearla y ella le correspondió sin dejar de pajearle y sobarle el culo. Vi cómo combatían las lenguas. La apretujaba contra él. Los pezones de las tetas asomaban por el escote palabra de honor, como si ya se las hubiera estado sobando. Cristina dejaba de agitar el brazo.
- ¡No pares, perra! – le regañó dándole un azote en el culo por encima de la tela del vestido de novia.
Y mi mujer reanudaba los meneos y los sobamientos en el culo. Yo miraba desde cierta distancia, a los dos de espaldas ante la taza, viendo cómo agitaba el brazo y cómo le metía la mano enguantada entre las piernas para tocarle los huevos.
- Así, perrita… Ummm… Quiero correrme en tu culito, perrita… Seguro que lo deseas… ¿verdad, perrita?
- Me vas a manchar, Ismael…
- Venga, jodida perra, me voy a correr en tu puto culo -. La sujetó violentamente del brazo y la agarró por la nuca para forzarla a curvarse sobre la cisterna, hasta que apoyó la frente en la porcelana. Sus tetitas duritas ya las tenía completamente por fuera del escote. Le subió los faldones del vestido hacia la espalda. Aparecieron sus braguitas blancas, sus medias blancas y brillantes, con bandas de encaje en lo alto de los muslos, donde iban enganchadas las tiras laterales del liguero. Le tiró de las bragas hacia abajo hasta dejarla con el culo al aire y comenzó a azotarla -. ¡Perra! ¡Eres mía, jodida perra! -. Cristina encogía las nalgas cada vez que recibía un azote. Podía verle la rajita del chocho en la entrepierna. Se lo había depilado, no había rastro de vello -. Jodida perra, qué buenas estás.
Ismael le sujetaba el vestido en la espalda para mantenérselo levantado y se curvó para besarla por el culo, hundiendo sus asqueroso labios por las nalgas. Yo tenía los nervios a flor de piel, por si alguien nos sorprendía, un temor que me debilitaba las piernas por cómo la trataba. Los hombres trataban a mi mujer como a una puta. Le arreó tres azotes más hasta dejarle el culo enrojecido. Cristina sólo emitía débiles quejidos, con la cara y las manitas apoyadas en la superficie de la cisterna. Ismael se irguió y se la empezó a machacar. Ella se mantenía inmóvil con el vestido subido y las bragas bajadas.
- Mueve el culo, perra… -. Mi mujer empezó a menear el culito en círculos. Ismael lo miraba embelesado, dándose cada vez más fuerte -. Así, perrita, muévelo para mí… Eres mía… Eres mía… Ahhhh… Ahhhh…
La polla comenzó a salpicar leche sobre el culito de mi mujer. Ismael seguía atizándose. Numerosas hileras le resbalaban por las nalgas hacia el encaje de las medias. Alguna le caía en el fondo de la raja. Se la siguió sacudiendo hasta que dejó de salpicar. Luego se acuclilló para subirse los pantalones. Cristina se incorporó y se miró el culo.
- Joder, Isma, mira cómo me has puesto.
- No pasa nada, mujer, estaba que explotaba.
Tenía las nalgas con las señales de las palmas. La leche le caía por las medias. Arrancó trozos de papel higiénico para poder limpiarse mientras él se lavaba las manos en el lavabo. Pudo verle los bajos del vestido con salpicaduras amarillentas de la anterior meada. Tras secarse el culo, se subió las bragas y se bajó el vestido colocándoselo. Los oía murmurar. Se unió a él para colocarse la melena y el escote ante el espejo. Y así les dejé. Vino hasta la mesa nupcial un rato más tarde, con el culo recién duchado de semen y rojo de tanto azote.
- ¿Estás bien?
- Tu primo es un salvaje, Carlos – dijo con síntomas de indignación -. Le falta un tornillo, casi nos pillan, el muy marrano quería que le pusiera a mear y luego he tenido que hacerle una paja. Me ha puesto perdida, me ha manchado las medias y las bragas y mira cómo me ha puesto el vestido. Jodido guarro…
Su madre acudió enseguida.
- Hija, dónde andas, venga, ya están ahí los regalos.
Y tuvimos que ponernos a repartir los regalos. Ya hacia el final de la velada, después del baile, después de que nos despidiéramos de nuestros padres, Ismael se ofreció para acercarnos al apartamento. No rechazamos la proposición, creo que ambos por miedo a indignarle. Supe que iba a compartirla con él el día de nuestra boda.
Tuvo la cortesía de que nos dejó montarnos juntos detrás. Fuimos todo el camino agarraditos de la mano. No paró de hablar de anécdotas de la boda. Iba un poco bebido, su aliento apestaba a alcohol y llevaba toda la camisa desabrochada, con la barriga sobresaliéndole por la chaqueta. Aparcó el coche junto a la fachada.
- ¿No vais a invitarme a una copa?
- Sí, sí, sube un ratito –se precipitó Cristina, a la que notaba más retraída, como si albergara el mismo temor que yo.
Aún llevaba el traje de novia y los guantes de hilo fino en los brazos. Estaba borracho. Nada más bajarse del coche, la sujetó por la cintura y la apretujó contra él.
- Ven acá, bonita, eres la novia más guapa que he visto nunca…
- Gracias.
Y yo tras ellos observando cómo manoseaba a mi mujer. Nada más entrar en el ascensor, se lanzó sobre ella abrazándola, aplastando la barriga sobre su delicado vestido, morreándola, metiéndole las manazas bajo la falda y elevándosela para acariciarle los muslos por encima de las brillantes medias blancas.
- Cómo me pones, perra… Seguro que estás cachonda…
Se la comía a mordiscos por el cuello manoseándola por las piernas, nerviosamente, como si el vestido de novia le incitara aún más. Le manoseó por encima de las braguitas blancas. Le sacó las tetas por fuera del escote y se las empezó a lamer como un hambriento, comiéndose una y otra. Cristina me miraba por encima de su hombro. Le pasaba la lengua a sus tetitas duritas y luego volvía a besarla.
Cuando se abrió el ascensor, la sacó sujeta del brazo y con las tetas botando por fuera del escote. Cualquier vecino podría habernos visto. Llevaba todo el cuello baboseado y el bonito peinado desecho. Cristina no decía nada y se dejaba manejar. Y yo no me atrevía a intervenir, estaba asustado.
Nada más entrar, encendí la luz del salón.
- Echa unas copas, primo, te esperamos en la cama.
Y se la llevó como si fuera su prisionera. Me mantuve como una estatua en mitad del salón, como alerta. Enseguida oí la voz de mi primo.
- ¡Te has depilado el coño, perra! ¡Ábretelo! ¡Vamos!
Y al instante, dieron comienzo los gemidos de Cristina. Gemía alocadamente. Fui hacia allí. Ya no tenía el vestido ni las bragas, sólo los tacones, los guantes en los brazos, las medias y el liguero enganchado a la cinturilla. El peinado le caía sobre el rostro con la diadema ladeada. La tenía en posición de parir, boca arriba con las piernas flexionadas y separadas, con la cadera cerca del borde. Mi primo estaba de pie y la sujetaba por los tobillos para mantenerle las piernas en alto mientras le perforaba el coño contrayendo su culo peludo. Pude ver cómo el grosor de la polla entraba y salía frenéticamente dilatando la vulva. Mi mujer giró la cabeza en las sábanas para mirarme, expulsando los gemidos con las cejas arqueadas. Pero recibió una bofetada que la obligó a mirarle.
- ¡Mírame, perra!
Sus tetitas duras vibraban con los meneos que recibía su cuerpo. Le metió las manos bajo las tiras del liguero para acercarla más hacia él y poderle hundir mejor la verga. Aceleró jadeando y luego se echó sobre ella chupándole las tetas, comiéndoselas a mordiscos, para después morrearla. Aparecieron sus manitas enguantadas para acariciarle el culo gordo y peludo que no paraba de contraer. Veía sus lenguas unidas, su barriga aplastada contra la de mi mujer. Fruto del sofoco, Ismael la follaba de manera más lenta, echado encima de ella. Vi cómo Cristina le arreaba en el culo con sus manitas enguantadas.
- Fóllame… Fóllame… No pares ahora… - le pedía desesperada.
- Lo que tú me pidas, puta…
Sus tetitas aplastadas contra los peludos pectorales, sus piernas en alto y flexionadas, sus manitas manoseando el culo de mi primo y los gemidos de lujuria. Él la acariciaba por los muslos, bajo las tiras del liguero.
De repente, Ismael se incorporó sacándole la verga. Los chorreones de sudor le resbalaban por la barriga y le cocían en la frente. Cristina quedó inmóvil, en posición de parir, con el coño muy abierto y enrojecido. Trataba de recuperar el aliento. Ella misma se lo acarició con las manitas, como si le hirviera.
- Date la vuelta, perrita.
Cristina dio media vuelta hasta quedar boca abajo, apoyada con los codos en el colchón, por lo que tenía el torso elevado de las sábanas. Estiró las piernas hasta apoyar la punta de los pies en el suelo, con la cadera en el borde de la cama. Ismael se acercó a ella sujetándose la verga y se la metió en el culo. Le costó trabajo, pero a base de empujones logró sumergirla en el ano tiernecito de mi mujer. Cristina se puso a ronronear de gusto, mirando al frente con los brazos bajo el cuerpo y la cabeza erguida, alargando el débil gemido, mientras mi primo le follaba el culito mediante golpes secos. Ismael la agarraba por la nuca y la cadera y apretaba los dientes para darle fuerte. Podía ver el enorme grosor de la verga embutido en el ano delicado de Cristina. Se lo estaba bombeando.
Ella me miró y trató de sonreírme, pero el fuerte placer se lo impedía. Sacó el brazo derecho y lo extendió hacia mí, entonces me senté y entrelazamos los dedos. Ismael vio cómo nos agarrábamos de la mano, pero no cesaba en sus empujones.
- Cómo le gusta a la muy puta… -. Le hizo una coleta con las dos manos a su melenita rubia y tiró de ella tensándole los músculos del cuello, atizándole fuertes golpes con la pelvis en su culito -. Este culo es mío, puta…
Dio un fuerte acelerón temblando de placer, provocándole a ella auténticos aullidos, hasta que frenó con la polla encajada gritando como un ogro. Su cuerpo brillaba en sudor. Se la sacó de golpe dando un paso atrás. Cristina se esforzaba en respirar, dejando caer la cabeza sobre el colchón. Aún la tenía agarrada de la mano.
- ¿Quieres chuparle el culo a tu mujer, maricón? ¿Eh? -. Sonreí de manera temblorosa -. Anda, chúpaselo…
La solté y me arrodillé tras ella. Le abrí la rajita del culito. Ya manaba semen hacia la rajita depilada del coño. Le pasé la lengua por encima del ano probando la leche de mi primo, deslicé la punta hasta el coñito. Ella expulsó aire con más leche y volví a pasarle la lengua. Esperé otro poco, manteniéndole la raja abierta. El ano se contraía y se relajaba, apareciendo más goterones de leche espesa. Acercaba la punta de la lengua y se las lamía.
- Muy bien, perro. Ahora nos traes una puta copa para relajarnos un poco. Y antes, vístete de maricona, con un lacito en el pito…
Cuando salía de la habitación para acatar sus órdenes como un sumiso, Cristina se estaba incorporando con todo el culito dilatado y lamido. Me cambié en el baño, la noche de mi boda y me puse un picardías negro transparente y me até un lacito rosa en el pene. Eran sus exigencias. Mi primo gozaba humillándome. Se me puso tiesa, aunque no quería, pero el muy cabrón me excitaba. Nos humillaba a los dos porque éramos dóciles con el sexo, porque nos prestábamos como sumisos a sus exigencias. Les serví dos copas y como una camarera se las llevé en una bandeja.
Estaba apoyados en el cabecero de la cama, uno junto al otro, mi primo desnudo y Cristina con las medias, el liguero y los guantes. Él le tenía un brazo por los hombros y ella le pasaba la manita enguantada por el pecho peludo y la barriga, con una tetita aplastada contra su costado. Cuando me vieron aparecer con el picardías y el lacito, Ismael sonrió, pero Cristina soltó varias carcajadas.
- ¿Tú te has mirado al espejo, Carlos?
- No os cachondeéis, hombre… - dije tratando de ser natural.
- Déjalo, mujer, tu maridito está muy guapa. Trae las copas, anda…
Rodeé la cama por el lado de mi primo y les entregué las copas. Me mantuve de pie junto al borde con la bandeja en la mano.
- Lárgate, déjanos solos, quiero pasar a solas un rato con tu mujer. Y cierra la puerta.
Obedecí, cerré la puerta y les dejé a solas. Me apoyé en la pared y me dejé caer hasta sentarme en el suelo. Oía sus risas y sus murmullos.Abracé mis piernas y apoyé la barbilla en las rodillas. Un rato más tarde, les oí follar de nuevo. Cristina gimiendo como una loca y mi primo jadeando secamente. Me metí la mano bajo el camisón y me empecé a masturbar oyendo cómo follaban. Y me corrí. Ésa fue mi patética noche de bodas.
Pasaron toda la noche juntos, encerrados en la habitación de matrimonio, hasta hartarse de follar. Mi primo se marchó al amanecer, aunque no llegué a verle porque me escondí en el otro cuarto. Me había puesto un pijama. Cuando entré en nuestro dormitorio, ella salía de la ducha con un albornoz y una toalla liada a la cabeza. Notó mi decepción. Nos sentamos en el borde de la cama y me cogió las manos.
- Vaya noche de bodas que hemos tenido, ¿eh? -. Sólo pude asentir -. Nosotros le hemos dado alas, Carlos. Somos culpables los dos. Sexualmente, te gustan los hombres, te he visto, Carlos, y no puedes negarlo. Puedes llamarme puta, pero me he casado con un homosexual.
- ¿Quieres que lo dejemos?
- ¿Tú me quieres, Carlos?
- Sabes que sí.
- Yo a ti también, no quiero dejarlo, Carlos, quiero seguir contigo.
- ¿Y qué pasa con mi primo?
- No lo sé, Carlos, no lo sé. Vamos a dar un paseo y nos relajamos un rato.
Empezaron a liarse de vez en cuando, a veces me enteraba y a veces no, a veces les pillaba y a veces no, Ismael se la tiraba cada vez que le daba la gana. Normalmente, aprovechaban cuando yo estaba en el trabajo. En nuestro apartamento les pillé dos veces. La primera vez fue a media mañana. Con el uniforme médico, me pasé por casa a recoger unas radiografías de un paciente que había estado estudiando. Nada más entrar, oí la poderosa voz de mi primo.
- Así, perra, no dejes de oler…
Me fastidiaba mucho que jodieran a mis espaldas, me sentía engañado. Pude asomarme sin que se dieran cuenta. Ismael desnudo a cuatro patas encima de la cama, con las rodillas en el borde y los pies por fuera, con la panza colgando hacia abajo como un bombo, y Cristina, también desnuda, arrodillada en el suelo entre sus pies, erguida. Le olisqueaba el culo, tenía la nariz metida en la raja. Aspiraba profundamente y expulsaba el aire por la boca. Con la izquierda se meneaba el coño y con la derecha le ordeñaba la verga, tirándole despacio hacia abajo.
- Así, perrita, cómo me gusta…
A veces, sin sacar la nariz de su raja, le besaba los huevos o sacaba la lengua para lamérselos con la punta. No paraba de exprimirle la verga con suaves tirones. Ismael bufaba de placer sin alterar su postura a cuatro patas. Alzó la mano izquierda, le soltó la verga y le abrió el culo. Pude ver su ano peludo. Como una descosida, empezó a mamárselo. Pegaba los labios fruncidos en el orificio anal y sorbía. Apartaba la cabeza, lo miraba y volvía a sorber, provocando el delirio de mi primo, hasta que ya empezó a pasarle la lengua por encima una y otra vez, pegándole los pelillos a la piel de tanto rociarlos de saliva. Me puse caliente al ver cómo mi mujer se comía el culo rico de mi primo. Me eyaculé en los calzoncillos.
- ¡Me corro, me corro!
Entonces apartó la cara y las manos del culo y le bajó la verga. Ladeó la cabeza y la metió entre sus muslos. Abrió la boca y al segundo comenzó a gotear leche espesa en su lengua. La saliva le corría por la raja del culo y aparecía en la curvatura de los huevos. Se le iba llenando poco a poco la boca de leche. Una gota le resbaló por la comisura de los labios, cruzó la barbilla y le cayó por el cuello. Así la dejé, bebiéndose la leche de mi primo, mamando como si fuera la cría de una perra.
La segunda vez me dejó un tanto desconcertado, era una faceta que no me había imaginado en Cristina tras años de morbo. Era una noche tranquila en urgencias. Estaba de guardia. Me mordía las uñas al pensar que estaba con él. Era una mezcla de celos y envidia, salvo aquella noche, mi primo ya pasaba de mí y no me dejaba participar en sus encuentros, para formar tríos, y follaban como perros, a ella le encantaba. Desde que nos habíamos casado, y aún no habíamos hecho el amor. Tenía una hora libre y fui a casa a mirar. Me he tirado años siendo un mirón. Mi primo tenía aparcado el coche en la puerta. Cuando subí sigilosamente y accedí al salón sin hacer ruido, les oí a los dos, pero también oí la voz de otra persona. La muy puta estaba con dos hombres.
Como siempre, decidí asomarme, nunca me ha preocupado que me pillaran, ni cuando espiaba a mi madre, ni a mi hermana ni a mi mujer. Soltaba alaridos de placer. Ya conocía sus gemidos, cuando chillaba así es porque le daba por culo, y eso que de tantas veces ya le tenía el ano muy dilatado. Me quedé anonadado al ver la escena.
Eran cuatro personas en total, entre ellas, mi hermana Sonia. Se me heló la sangre al verla compartir con mi mujer aquellas experiencias. Un barbudo igual de barrigón y peludo que mi primo, de la misma edad que ellos, formaba la doble pareja. Contrastaban los dos cuerpecitos femeninos con los de aquellos dos machos. El barbudo estaba sentado en una silla y mi hermana le hacía una mamada arrodillada entre sus piernas. Estaba desnuda, la veía de espaldas subiendo y bajando el tórax para mamársela. El tipo le cogía los cabellos y se frotaba la barriga con ellos. Estaba más pendiente de la escena que se desarrollaba en la cama. A veces se curvaba y le arreaba un cachete al culo de mi hermana.
- Muy bien, guarra… Cómetela toda…
En la cama, Cristina y mi primo follaban con la típica postura de los perros, ella a cuatro patas con las rodillas en el borde y los pies por fuera y mi primo detrás dándole por culo. Oía los costalazos de la pelvis al chocar contra el culito de mi mujer. A mi primo le caía el sudor por la espalda. Las tetitas de mi mujer se movían como campanitas.
- ¡Puerca, te voy a reventar el culo!
Aceleró bruscamente. A mi mujer se le doblaban los brazos de los empujones que le daba, chillando como una loca. Mi hermana levantó la cabeza para mirar, con varios hilos de babas uniendo sus labios con la polla del barbudo. Recibió una palmadita en la cara.
- ¿Te he dicho que dejes de chupar, guarra?
- Perdona…
Enseguida reanudó la mamada y se ganó un par de cachetes en el culo. Ismael paró de golpe y dio un paso atrás extrayendo la polla. Mi mujer mantuvo la postura, aunque miró hacia mi primo por encima del hombro, con ojos suplicantes, y condujo su manita izquierda al coño para acariciárselo. No era suficiente para ella, necesitaba más. Empezó a manar leche del ano. Entre sus piernas veía sus deditos frotándose el coñito depilado. Aguardaba. Asistí a la meada del culo, un fuerte chorro de pis empezó a caerle sobre la cintura y a resbalarle por las nalgas empapándole el coño y la mano en su recorrido, de donde empezaba a gotear hacia las sábanas.
La vi cabeceando, gritando como una loca, agitándose bruscamente el coñito, a veces se lo agarraba con fuerza al sentir el caldo caliente que le venía del culo. Gritaba muerta de placer con la rociada de pis. Caían gruesas hileras por sus piernas. Le dejó el culo meado. Iba apagando sus gritos, aunque mantenía su mirada suplicante por encima del hombro, mantenía sus caricias sobre el coñito mojado.
- ¿Quieres mear a esta guarra?
- Por favor… Por favor, quiero más… - suplicó ella.
Mi hermana se echó a un lado, ya con la boca rebosando leche por las comisuras. El barbudo se agarró la verga y la apuntó. Volvió a chillar de gusto cuando aquel desconocido le meó el culo, cuando dirigía el chorro directamente al coñito que ella misma se meneaba. Desconocía aquella lujuria. Su placer resultaba desbordante cuando la meaban.
Salí de allí completamente desconcertado. Todo se había desmadrado, mi mujer, como mi madre y como mi hermana, se había convertido en la putita de mi primo. Se desahogaba con ella cada vez que le daba la gana. Y para colmo, había inmiscuido a mi hermana en sus perversiones. Ya se la ofrecía a otros hombres. Ya no contaban conmigo.
Con mi mujer y me sentía un colgado. Se divertía con mi primo y otros hombres. No habíamos hecho el amor y ya ni la tocaba. Salía todas las noches, incluidos los días de diario, y me dejaba sólo en casa. Decía que quedaba con amigas, pero me mentía, salía a follar, quedaba con mi primo o con amigos suyos y regresaba a altas horas de la madrugada, muchas veces llegaba borracha y con las bragas en el bolso. Cuando se desnudaba, le veía su culito enrojecido, señal de que la habían azotado, aunque sé que le gustaba. Otras veces llegaba con olor a pis, sé que gozaba como una loca con la lluvia dorada. Y me besaba, después de haber mamado pollas, me decía que me quería. Una madrugada me encontraba en el balcón y la vi llegar con su ex marido en el coche, el profesor de educación física. Al aparcar bajo el balcón, presencié la mamada que le hizo, cómo le limpió la polla con un pañuelo, presencié el morreo que se dieron al despedirse. Y subía y se comportaba de manera natural. Con todo lo que habíamos compartido juntos, habíamos abierto juntos nuestras mentes al sexo más liberal, pero ella, como mi primo Ismael, gozaba humillándome.
Maldije la mala suerte. Yo era liberal, pero mi docilidad provocó que los hombres y las mujeres de mi vida disfrutaran con esas humillaciones. Podíamos haberlo pasado bien con el sexo, pero no supe llevar las riendas de la relación. No me atrevía a dar ningún paso.
Un sábado por la tarde estábamos los dos en casa viendo la tele. Ese día no la había llamado nadie ni noté que hubiese quedado. Me propuso salir e ir al cine, y acepté, hacía mucho tiempo que no compartía con ella un rato de intimidad, que no salíamos a solas. Fuimos a ver una película de risa y después nos comimos unas hamburguesas. Íbamos paseando por una zona de marcha, agarrados de la mano por primera vez en mucho tiempo. Ella llevaba un vestido azul ajustado, corto, con cremallera delantera. Aún era temprano. Se paró de repente.
- ¿Tomamos algo? – me preguntó -. Son las doce ahora, es temprano.
- Vale.
- ¿Quieres que entremos ahí? -. Señaló un disco pub con una fachada muy extravagante.
- ¿Ahí?
- Es un bar de maricones. No sé, nunca he entrado, me gustaría ver el ambiente -. Tiró de mí -. Venga, vamos, no seas cobardica.
En el interior del bar había una atmósfera humeante con luces rojizas por todos lados, todo ambientado con música discotequera. Había mucha gente, la mayoría eran gays, aunque había algunas chicas repartidas por el local. Nos sentamos ante la barra en unos taburetes y pedimos unas copas. Cristina parecía alucinada, no paraba de mirar a su alrededor.
- Bueno, ¿qué te parece? – me preguntó.
- No sé, un ambiente raro, mucho gay, ¿no?
- Seguro que se te ha puesto dura viendo tanto maricón, ¿eh? -. Alargó el brazo y me tocó el bulto -. Ummmmm, estás empalmado.
- No seas cabrona, Cristina.
Se bebió la copa de un trago y pidió otra. Un tipo rubio con una coleta pasó por nuestro lado con el anagrama del local en la camiseta. Era de mediana estatura, fuerte y guapo, con dragones tatuados en los brazos. Cristina le cortó el paso agarrándole del brazo.
- Hola, soy Cristina.
- Boby, encantado.
Se saludaron con unos besitos en las mejillas.
- Él es Carlos.
- Hola, Carlos.
También nos besamos en las mejillas, pero enseguida se volvió hacia ella.
- Quiero un chico para mi marido.
- Tengo un amigo, si me acompañáis, os lo presento.
- Vamos.
Le acompañamos entre el gentío del pub. Nos presentó a un transexual que se llamaba Viky, ataviado con unas mallas rositas ajustadas y un sostén del mismo color. Tenía el cabello teñido de rojo y era mulato. Llevaba tacones y su voz era muy afeminada. El tipo rubio de la coleta rodeó a mi mujer por la cintura como si fuera su novia y pidió una botella de champán. Viky me dijo que era muy guapo y también me pasó su brazo por la cintura. Subimos a la planta de arriba en pareja, yo abrazado al transexual y Cristina al joven.
Entramos en un cuarto donde había un camastro estrecho. Cristina tonteaba con el chico joven, les vi morrearse.
- ¿Por qué no te desnudas, guapetón? – me pidió Viky.
- Vale.
El rubio servía champán y brindaba con mi mujer mientras yo me desnudaba. Cuando me bajé el calzoncillo, Viky me pidió que me sentara en la cama y me echara hacia atrás. Eso hice, me eché hacia atrás y levanté las piernas hasta pegar las rodillas a mis pectorales, elevando mi cadera del colchón. Viky se bajó las mallas y desenfundó una verga extremadamente larga, aunque muy floja todavía.
Mi mujer se acercó a él, se pegó al costado del transexual y le agarró la verga para empezar a meneársela.
- Fóllale el culo a mi marido, ¿vale?
- Ummm, sí, voy a follarme a tu marido, es muy guapo.
Se la estuvo sacudiendo un ratito hasta que logró enderezársela del todo. Después Cristina retrocedió hasta el sofá, hasta sentarse entre las piernas del joven de la coleta. Ella misma se deslizó la corredera del vestido para abrírselo hacia los lados, exponiendo sus tetitas y sus braguitas de muselina. Se reclinó sobre el joven, que empezó a chuparla por el cuello, mientras la rodeaba con sus brazos tatuados y le metía ambas manos en las braguitas para masturbarla.
El transexual se roció la verga con lubricante y después me pinchó el culo, empezó a follarme con violencia, embistiéndome secamente mientras yo me masturbaba con la cabeza ladeada hacia mi mujer. Nos mirábamos a los ojos. Aquí quiero terminar esta historia, con aquella mirada hacia mi mujer mientras un transexual me follaba. Pueden imaginarse cómo sería mi relación a partir de entonces. FIN. Carmelo Negro.
Mil gracias.