Historia de un maricón. Capítulo 5º

En la cama con Lourdes

Capítulo 5º

En la cama con Lourdes

No pude evitar "el trance", o me acostaba con ella, o se me desmontaba toda la farsa que había montado para ocultar mi homosexualidad; así que no tuve más remedio que inventar la forma de que el brete fuera lo más suave posible, por lo que le dije un día ante de ir a su casa para "cubrir el expediente". Sus padres y hermana se iban a un chalet que tenían en la Sierra; ella con la excusa de que el viernes irían los fontaneros a hacer una reparación, se quedaría en casa para atenderles, y mañana sábado se reuniría con ellos.

-Lourdes, ¿Estas segura que podemos hacerlo en tu casa sin ningún peligro? ¿No sería mejor hacerlo en un hotel?

-Prefiero en mi casa, cariño, no te molestes, pero es que en casa me siento más segura. En cuanto el señor Nicasio (el sereno) cierre el portal, bajo y te abro.

-Otra cosa, cariño.

-Dime.

-Me da vergüenza.

-Venga José Luis, no me vengas ahora con remilgos.

-Es que... es la primera vez que lo voy a hacer.

-Me alegro, porque también para mí va a ser la primera vez, así aprenderemos juntos.

Estaba pasando uno de los momentos más angustiosos de mi vida; me aterraba el tener que rozar el cuerpo de Lourdes piel con piel, y portarme como un hombre. ¡Dios mío! Pero si soy una mujer. No, no creo que lo pueda superar.

Temblaba como la hoja de un árbol en día de viento. Le pedí a Lourdes que por favor me diera tiempo para poder asumir esa situación.

-Esto no es normal José Luis. Me parece normal que si es tu primera vez estés nervioso y preocupado, pero con enormes deseos de hacer el amor con tu novia.

-Sé Lourdes, que cualquier chico de mi edad, estaría dando saltos de alegría, pero...

Estaba de espaldas a ella, y al darme la vuelta para explicarle ese pero, estaba ya totalmente desnuda...

-A ver si así te animas... me dijo adoptando una pose que pretendía ser erótica.

Desde el punto de vista anatómico, su cuerpo diría que era escultural, pero en vez de venirme a la mente el deseo de poseerla como un poseso (valga la redundancia), lo que me vino fue el deseo de dibujarla, pues aquellas formas eran dignas de ser esculpidas en mármol o en un lienzo.

-¿No te desnudas, José?

-Sí, ya... ya...

Fue ella la que me desnudó, pues yo estaba casi paralizado, no acertaba ni a desabrocharme los botones de la camisa.

Lo que me temía, sucedió. Mi pene se escondía entre los testículos, estaba tan replegado que la cara de decepción que puso ante aquella muestra de desinterés hacia lo que ella me ofrecía, fue de amargura.

-¿Qué te pasa, José?

-No lo sé.

Estaba sin escapatoria; sólo se me ocurrió una salida, recurrir a mis convicciones supuestamente religiosas. Miré al Crucifijo que colgaba de la pared de la cabecera de la cama; y poniendo ojos de "cordero a medio degollar", murmuré:

-Padre mío, perdóname; sé que estoy pecando contra el sexto mandamiento, y que mi alma está en este momento condenada al fuego eterno del Infierno. Perdóname.

Lourdes me miraba de una forma que no daba crédito a lo que estaba viendo; la desilusión se reflejaba en su rostro que se tornó en rabia y desesperación. Salió de la habitación como alma que lleva el diablo llevando la ropa que acababa de quitarse. Supuestamente iría al servicio a la otra habitación colindante.

Al rato, no puedo precisar cuanto tiempo estuvo fuera, ya que me hallaba sumido en un caos mental, pensando cómo no podía haber previsto esta situación, entró completamente vestida.

-José Luis, es mejor que te marches, y mañana te confieses del pecado tan terrible que acabas de cometer.

La decepción se había tornado ahora en ironía,  o más  bien sarcasmo. Añadiendo:

-Esto se cuenta, y nadie se lo cree.

-¡Ah! Pero es que lo vas a contar. Dije con cara de preocupación.

-No, no te preocupes que hoy no lo voy a contar a nadie; pero a mis nietos, que evidentemente no serán tus nietos, si se lo voy a contar para que se rían.

Mejor no decir nada ya; todo estaba dicho y consumado. Me vestí en silencio, y en silencio salí de su casa.