Historia de un legionario

Javier, a sus 18 años, sufre un tremendo desengaño amoroso y, desesperado, se alista en la Legión española, buscando una muerte heroica, cayendo ante el enemigo moruno

HISTORIA DE UN LEGIONARIO

INTRÓITO

Esta historia se basa en un hecho de mi ya muy lejana primera juventud, cuando andaba por los 18-20 años. Entonces me enamoré por vez primera en mi vida, con esa pasión, vehemencia60 e ilusión, pero también la irresponsabilidad y descuido de esa edad en que ya no eres el adolescente que fuiste pero tampoco el hombre cabal y sensato que llegarás a ser.

Anduve entonces tras esa chica dos o tres veranos seguidos y cuando creía que ella, por fin, aceptaría ser mi novia sucedió que me “arreó” una calabazas memorables mientras bailábamos en la pista que el casino instalaba al aire libre por las Ferias y Fiestas del pueblo donde ambos veraneábamos: Que como amigos muy santo y muy bueno, pero que de novios nada de nada. Vamos, que no, no y no. Así, por triplicado, para que no me cupieran dudas.

En poco tiempo aquella chica fue agua pasada que ya nada movía en mi molino pero pasó a ser, para mí, el bello recuerdo de una época muy hermosa y querida de mi vida.

Y es que, pienso yo, al menos, que la persona que fue nuestro primer amor queda perennemente en nuestra mente como lo que es, un bello recuerdo que nos retrotrae a un tiempo, puede que idealizado, que para nosotros suele ser grato, hasta mejor que el presente, tal vez porque se fue para no volver. Es algo así como hacer bueno lo que Jorge Manrique dice en sus “Coplas a la muerte de su padre: “Cualquier tiempo pasado fue mejor”

Aquella muchacha se llamaba Carmen, “Carmeli”, razón por la que la protagonista de la historia se llame así, y era sobrina de los confiteros del pueblo en cuya casa pasaba los veranos. Por cierto, la confitería que cito en la historia es la de sus tíos, lo más parecido a una cafetería que en kilómetros a la redonda había por aquel entonces.

La historia desde luego es pura fantasía y de real sólo tiene el hecho de que el protagonista se enamora "de quien de él no se enamora"... Original, ¿verdad? El resto, lo dicho, fantasía más falsa que un duro o, mejor, un euro de plomo, pero escribirla me ha dado momentos, muy, pero que muy agradables, pues me hizo recordar cosas ya más que olvidadas: Mis estancias en aquel pueblo al que hace décadas que no voy y que, seguro, no volveré a ir; los amigos que me fueron íntimos y que hace casi siglos que no veo; primos míos que más que parientes fueron amigos desde la infancia, muchos de ellos pasados ya a "mejor vida"... El pueblo mismo: Realmente, es el que fuera "patria chica" de mi madre y casi toda su familia, hasta de mi propia hermana, y de adopción, podría decirse, de mi padre y sus hermanos, y "patria chica" también, y a todo ruedo además, de mis primos paternos. Y muy, pero que muy ligado a mí, del que me siento "hijo" verdadero, cual si también yo naciera allí, pues fue escenario de casi toda mi niñez (¡Ay, "Años del Hambre", con los pueblos agrícolas como refugio ) y los veranos de mi adolescencia y primera juventud. Y la casona, la casa ancestral de mi familia materna, por entonces ya de la exclusiva propiedad de mis padres. La plaza y calle Mayor que describo son las de este pueblo y es cierto que esa plaza causa impacto a quien la ve por su extraordinaria y sobria belleza del renacimiento Carolino, época de Carlos Iº, el que fuera Vº de Alemania, construida hacia 1516. También impresiona la iglesia parroquial, una joya del gótico final, siglo XIII, con aditamentos, renacentistas coetáneos a la construcción de la plaza, y la de San Miguel, casi al otro extremo del lugar. Y bueno, cómo os diría, es todo el pueblo, todo él, entre medieval y barroco, con casas, casonas, blasonadas de siglos casi sin cuenta.

Pero también es una especie de ensueño, un dejar volar la imaginación en forma onírica en pos de aquél tiempo de recuerdo tan amable. Un sueño por el que reviví aquella mi temprana juventud sumergiéndome como simple espectador del escenario, tiempo y lugar, donde se desarrolla la historia y que me regaló momentos muy felices. Y es que soñar no cuesta nada ni con ello se hace daño a nadie. Y al final, pues lo que D. Pedro Calderón de la Barca dice en “La Vida es Sueño”, jornada segunda, final:

“¿Qué es la vida? Un frenesí/ ¿Qué es la vida? Una ilusión/ Una sombra, una ficción/Y el mayor bien, es pequeño/ Que todo en la vida es sueño/Y los sueños, sueños son"

CAPÍTULO Iº

Tanto Carmen como yo éramos naturales del mismo pueblo de la serranía manchega pero hacía tiempo que allí no vivíamos pues nosotros nos trasladamos a Madrid a nada de acabar la guerra y los de Carmen algo después se fueron a Valencia. Pero ambas familias volvían al hogar ancestral todos los veranos para pasarlos allí, lejos de los calores de Madrid y Valencia.

Los dos nos conocíamos desde pequeños, pues éramos casi de la misma edad, ella sólo algún mes menor que yo. Así, de los juegos infantiles pasamos a integrarnos en la misma pandilla de adolescentes empezando a bailar en aquellos “guateques” de mediados-finales de los cincuenta. Poco a poco me fui aficionando más y más a bailar con ella, primero por pura amistad, a mis 15-16 años, hasta que en el verano de 1955, con 17 y el preuniversitario aprobado, la amistad hacia ella se trocó en verdadero amor, cosa rara a esa edad, pero así fue. Ella, ante mis lisonjas y requiebros, se reía. Diría que le agradaba escucharlas aunque nunca cedió a mis pretensiones de hacernos novios. Cuando se lo pedía se volvía a reír diciendo que estaba loco; sí por ti le respondía y ella repetía la risa, pero nada, sin consentir en ello. Eso sí, me seguía aceptando como pareja de baile asiduamente, en exclusiva podría decirse.

Al año siguiente, 1956, con ya 18 años y en primero de derecho, aunque con un par de asignaturas “para Septiembre”, volví al “asedio” de la fortaleza de mis sueños. Carmen comenzó recibiéndome igual, con mucho afecto y aceptándome más aún en exclusiva como pareja de baile, hasta el punto que para fines de Julio ya únicamente bailaba conmigo. Yo estaba que no cabía en mí, seguro de que por fin la había enamorado. Pero el primer jarro de agua fría me lo echó encima su hermano, un chaval algo menor que yo y que, a veces coincidíamos por ahí, bien en cualquier tasca del pueblo o en un lugar del sitio nombrado “El Corralón”, una especie de terraza que se abre casi en vertical sobre la fértil vega que circunda la población. Me abordó en la calle una tarde de Agosto, un par de días antes del día 15, para decirme que su hermana era demasiado joven para salir en serio con nadie, que la dejara en paz durante un tiempo. En fin, cualquier cosa menos lo que yo deseaba oír. Seguro, malos rollos familiares, pensé yo, y, muy ufano y seguro de mí mismo, le largué que eso era ella quien debía decírmelo. Y vaya si lo hizo. El 15 fue el, hasta entonces, peor día de mi vida. Por la festividad de la Asunción esa tarde hubo baile en el casino, en especial para nosotros los jóvenes. Carmen, tras estar evitándome buena parte de la tarde, al fin se avino a bailar conmigo, pero sólo para confirmar lo que su hermano me dijera: Que era muy joven, menos de 18 años, para una relación tan seria como yo pretendía. Además, y esto fue lo que más me dolió,  que yo no era su tipo; le caía bien como amigo, así hasta me quería mucho pues era divertido y mis requiebros le gustaron al principio, pero estaba harta de tenerme siempre pegado a ella, de que la monopolizara y no la dejara vivir. Y así, ya ni me soportaba. A mí, oyendo eso se me  partió el alma, fue como si algo se rompiera dentro de mí produciéndome una muerte interior.

Sólo le dije que lamentaba haberla molestado, que me disculpara y me separé de ella en el acto; la dejé allí, plantada en el centro de la pista, y me fui a la barra. Allí inicié la “romería” alcohólica de la ya casi más noche que tarde, con tres copas de coñac, una tras otra, y no "como quién dice", sino en su más literal sentido. Cuando me servían la tercera copa se me acercaron dos amigos, mi primo Alberto y Paco, mi gran amigo, para tranquilizarme: Que por nada, por nadie, merecía la pena perder así la cabeza; que volviera a casa, que ellos me acompañaban si quería... Al propio tiempo veía como ella, Carmen, aún bailando con otro chaval, estaba casi más pendiente de mí que de su pareja.

Y eso me gustó: Se preocupaba por mí; aunque fuera como amigo pues, seguro, le dolía verme así. ¡Pues que sufriera! Quería hacerle daño, el mayor daño posible. Idiota de mí, pues esa actitud, andar de “romería”, era a mí a quien más perjudicaba, pero los 18 años son eso, 18 años. Me “clavé” de un trago la tercera copa y, tras mandar al infierno, con cajas destempladas, a mis amigos, me marché del casino bajando las escaleras hasta la plaza. Y desde allí seguí mi “romería” hasta que pasadas las doce de la noche y con un exceso de alcohol bastante decente bajé, tambaleándome, hasta la gasolinera del pueblo. Una vez allí me refugié en un paraje cercano, plagado de monte bajo. No quería ser observado por nadie y al propio tiempo deseaba despejarme un poco. Quedé dormido tan pronto me acomodé en ese suelo. Desperté pasadas las tres de la madrugada. Me encontraba mejor y me acerqué a la gasolinera. Estaba desierta salvo el dueño, también el mecánico del pueblo, que dormitaba tras la cristalera de la oficina. Apareció un camión a repostar y, al sonido del claxon, el de la gasolinera despertó y salió a atender al cliente llegándose hasta la portezuela del conductor. Tras repostar y mientras el de la gasolinera volvía a su oficina me acerqué al camión por la otra puerta, preguntando al conductor si podía llevarme. Y así emprendí viaje a Madrid.

Aunque la intoxicación alcohólica casi había desaparecido de mi cuerpo, la idea que durante esa tarde-noche madurara seguía intacta en mi mente y yo decidido a llevarla a cabo. Ingresar en el Ejército, concretamente en La Legión

Yo me había enamorado de Carmen hasta las trancas, de esa manera que suele perdurar toda la vida si eventos extraordinarios no lo impiden y que es poco común que a tan temprana edad suceda. Pero en mi sucedió y es más, aquella noche fui consciente de que la cosa podía no venir sólo del pasado año, como en principio creí, sino de bastante antes, tal vez de mis diez-once años, cuando empecé a  apreciar que chicos y chicas no somos iguales y, sin saber por qué, me vi empujado a despreciarlas un poco.

Luego su rechazo me había hecho un daño terrible: Mi cuerpo y mente vivos convivían con un ser interior muerto e insepulto que reclamaba sepultura para poder descansar. Y ese no poder descansar del ser que llevaba muerto en mi interior tampoco dejaba descansar a mi cuerpo y mente vivos, de modo que ellos querían enterrar a ese muerto interno que no toleraban. Pero ese enterramiento no era posible sin enterrarme yo mismo, sin yo morir físicamente. Tal vez por mis 18 años pensaba y sentía así; tal vez si ese mismo íntimo dolor me hubiera sobrevenido después, cuando fuera capaz de razonar con más cordura, hubiera encarado la situación de forma más responsable.

Pero entonces, con la irreflexión y el entusiasta idealismo de los 18 años, la única solución para ese mi no descansar, ese no verme capaz de disfrutar nunca más de la vida fue morir. Pero no la muerte sórdida de un suicidio, no, eso no lo quería porque, a la postre, a quien únicamente haría daño sería a mis padres, pues para todo el pueblo, incluso tal vez para ella, no sería más que un imbécil que por una chiquillada se había quitado la vida. Yo quería una muerte digna, una muerte que pudiera ser sentida por todo el mundo, no sólo por mis padres. Una muerte que de verdad ella, Carmen, sintiera, le doliera. Pues lo que también quería era hacerle daño, hacer que sufriera. Era mi triste venganza, por decirlo así. Y, ¿qué muerte más sentida por todo el mundo, qué forma de morir que más pudiera dolerle a ella, remorder su conciencia con un “Por mi, por mi culpa” que una muerte heroica, una muerte en combate, por ejemplo?

Aquella noche recordé lo que tantas veces oyera decir a mi padre últimamente: “En breve tendremos que defender nuestras colonias africanas con las armas”

Y  es que, aunque al gran público español no llegaran por la censura, a ciertos círculos privilegiados como el de mi padre, abogado de cierto nombre, sí llegaban las alarmantes noticias que desde meses antes llegaban de las colonias africanas (1), hasta el punto de ser destacada al territorio de Ifni la Iª Bandera Paracaidista y crearse una nueva Bandera de La Legión, la XIII, que llegó a El Aaiún  el 1 de julio.

Luego si yo intervenía en esa guerra, al parecer tan próxima, encontrar la muerte heroica que quería sería algo más que posible. Y si la parca tenía el capricho de respetarme, en un ambiente tan agitado, tan vital como el militar lo de Carmen, si no lo superaba, al menos lo llevaría mejor. En fin, que en el Ejército podría solucionar mis pesares y, claro, lo urgente pues era ingresar en el Ejército; pero no en una unidad cualquiera, no, sino en una que me asegurara estar en primera línea y en el puesto más peligroso y ¿qué unidad más apropiada para eso que la Legión, el cuerpo de choque por excelencia del Ejército español, el que siempre estaba en primera línea y en los sitios más duros y arriesgados? Pues eso, la Legión sería mi objetivo.

Por fin, sobre las cinco de la mañana, el camión aparcó junto al mercado de Legazpi, lugar donde descargaban buena parte de los camiones que abastecían Madrid de frutas, verduras y pescado. El chofer me invitó a café con leche y porras; aunque yo insistí en no tomar las porras y pagar mi parte, él no lo consintió. Además me propuso ayudar a descargar el camión, lo que me valdría algún dinero. Acepté y con otros dos hombres que casi me sacarían veinte años, descargamos el camión. Aquellos tipos resultaron ser buena gente; me preguntaron si me había escapado de casa ( mi palmaria juventud y la ropa que vestía parecían hacer evidente el real evento de la fuga ). Contesté que sí, que para ser ¡torero! Y les caí en gracia, hasta uno de ellos me dijo que él, en sus años mozos, también quiso ser torero, pero que una cornada en una capea de pueblo le desanimó. Me ayudaron y pude trabajar hasta casi las diez de la mañana. Luego, aunque baldado, anduve por los puestos del mercado buscando obtener algo a cambio de algún trabajo puntual, y sí, al medio día tenía en mi bolsillo lo que, para mí y en aquel momento de penurias excelsas, representaba un capital.

Aquella tarde la pasé durmiendo y, tras cenarme un bocadillo caliente en uno de los bares de Legazpi, me fui de nuevo a dormir hasta las cuatro de la mañana, que me levanté y me encaminé al mercado a descargar camiones hasta las diez, diez y media de la mañana y luego al “menudeo” por los puestos del mercado que quisieran encargarme algo para ganarme, al menos, la comida de ese medio día.

Desde que escapé del pueblo tenía muy claro que la vida en La Legión sería muy dura y la instrucción terrible, por lo que quería estar lo mejor preparado posible, tanto física como moralmente para aguantar y superar todo aquello. Por eso decidí esforzarme, disciplinarme y me tracé un plan que seguí a rajatabla: Por las mañanas, de cinco a 13-13,30 horas, a la caza de las pesetas donde las encontrara. A la una o una y media, a comer en la cantina del mercado, donde me preparaban lo que por la mañana me dieran en los puestos por el “menudeo” y a dormir hasta las cinco de la tarde para  irme a correr un poco, hacer flexiones y abdominales al próximo parque de la Arganzuela y respirar aire más limpio. En fin, pasar así la tarde de momento...

De esta manera pasaron un par de semanas hasta reunir el dinero necesario para inscribirme en un gimnasio pugilístico, prácticamente los únicos que por esas fechas existían en Madrid y en España en general. Quería endurecer músculos y desarrollar mi fuerza física, lo que, combinando gimnasio con la descarga de camiones no me fue difícil lograr en no muchos meses. Allí hacía pesas, dominadas y extensiones en máquinas. Las flexiones y los ejercicios de abdominales los dejé para el parque, aunque allí me indicaron la mejor forma de realizarlas. Y también defensa personal, boxeo.

Todo esto me costaba un trabajo infinito, pues no descansaba en todo el día. Sólo los domingos me tomaba para descansar, durmiendo casi todo el día, pues por entonces el sábado era un día laboral más de la semana, las 40 horas todavía no habían llegado.

A diario me acostaba agotado, y, casi a diario, me decía: “¡Basta ya!" Al día siguiente pediría perdón a mis padres, aguantaría sus broncas y bofetadas, pero volvería a casa, a mi normal vida de estudiante” Pero cuando a las cuatro sonaba el despertador me levantaba y marchaba a los camiones que esperaban su descarga. Al final, eso me vino muy bien, pues me hizo ser disciplinado y fortaleció hasta casi el infinito mi fuerza de voluntad, mi determinación para conseguir las metas que me propusiera.

Y llegó el 18 de Abril. En el Javier Andrade de ahora apenas quedaba rastro de aquel que ocho meses antes escapara del pueblo. Más que ocho meses parecía que habían pasado años por mí: Siempre fui más bien alto, 1,73 mt., y un tanto corpulento, aunque algo pasado de peso con los 78-80 Kg. que por entonces pesaba; pues bien, ahora pasaba poco de los 70 Kg., 72-73 a lo sumo, pero 72-73 Kg. de hueso y recio músculo, con brazos y pernas casi macizos. También habían variado los rasgos faciales, con un cutis algo atezado por el frío invernal madrileño más el viento, la lluvia azotando día sí, día también. De mis labios desapareció la alegre sonrisa que antes iluminara casi perennemente mi rostro y de mis ojos la mirada candorosa dejó paso a otra fría y dura cual acero de Krupp. Con casi 19 años, me faltaban dos meses escasos para estrenarlos, podía pasar perfectamente por más de 20, hasta más de 22.

Pues bien, ese día 18 de Abril, hacia las 10,30 de la mañana, me vi ante la puerta del Banderín de Enganche de La Legión en Leganés, un cuartel que visto desde fuera, era de altos muros, garitas y, a la puerta un legionario, alto, fuerte, con unas barbas enormes, uniforme inmaculado, correaje y cinturón negros, machete al cinto y fusil al brazo

Al estentóreo grito que pegó cuando, ya junto a él, pregunté que cómo podía alistarme, grito que más que alarido humano me pareció el ladrido de un gran perro, un pastor alemán o un mastín del pirineo, con el “¡Cabo de Guardia!”, del interior surgió otro legionario, este con un galón de cabo al pecho, y con tan impecable uniformidad como el de puerta, pero sin fusil, que me condujo hasta la oficina de alistamiento donde, tras el pertinente reconocimiento médico de puro trámite, me alistaron. (2) Luego me mandaron al almacén a recoger la uniformidad y equipo de aspirante a legionario, calidad que obtendría una vez superado el periodo de Instrucción. A continuación se me señaló alojamiento en la compañía de destinos, anexa a las oficinas por un costado, a esa hora desierta pues la gente se encontraba de instrucción o en sus obligaciones.

Aquella tarde, tras la comida que como proclamaba la propaganda estuvo bastante bien, sin exquisiteces pero no mal condimentada y suficiente para cualquier comilón, fue mi primer día de instrucción. No me pareció eso tan terrible como esperaba, pero es que todavía no iba la cosa “en serio”, digamos que un simple “calentamiento” para no andar holgazaneando acá y allá. Lo “bueno” llegaría después, en África, en la compañía donde luego nos destinaron.

Tras la cena, que tampoco estuvo mal aunque no tanto como la comida, a la Compañía a dormir. El toque de Silencio dio fin a este mi primer día militar.

Para no dormirme en los laureles, al día siguiente me busqué mi primer problema. El toque de Diana nos sacó diligentes de la cama, literas de tres alturas, e hicimos las camas lo más rápido que pudimos. Estas tenían unas colchas con el escudo de la Legión; pues bien, en mi premura por acabar dejé la colcha con el escudo al revés, y cuando al segundo pasó el cabo Martos revistando hombres y camas ( los tres que dormíamos en cada litera formábamos justo frente a ella ), al ver mi cama se paró en seco y bramó más que preguntó

  • ¿Quién duerme aquí?

Entonces yo, con todo el aplomo y la cara del mundo, respondo señalando a otro de los “reclutas” que el día anterior ingresara conmigo

  • Este, mi cabo

Y... ¡Plaasss!... ¡Menudo guantazo que le “cayó” al pobre aludido! Pero el tío no rechistó. Aguantó impertérrito la “caricia”, sin defenderse, sin acusarme.... Eso sí, tan pronto el cabo siguió adelante, perdiéndonos de vista, me soltó una mirada... ¡asesina!

El “aludido”, un catalán tan alto como una torre y fuerte como un toro, me abordó tan pronto salimos a desayunar espetándome

  • ¡Si tienes pelos “ahí” abajo, ven a la leñera después de instrucción!

Desde luego que fui a la leñera tras la instrucción y...menudo “faje” que nos dimos. ¡Dios, y qué ensalada de “tortas” que pudimos darnos! Hasta que, agotados los dos, caímos ambos al suelo, uno junto al otro, resoplando que era una vida mía tanto él como yo. ¡En mi vida me había pegado, y me habían pegado, de esa manera!; como fieras que buscaran aniquilarse una a la otra. Entonces, tirado en el suelo cuan largo era y sin resuello ya en el cuerpo, le dije

  • ¡Macho!... ¿Me arreas un bofetón de esos que hacen época y dejamos esto saldado? ¿Vale tío?

  • ¡Vale!

Yo había empezado a incorporarme mientras le lanzaba la propuesta de paz, pero al momento volví al suelo del tremendo puñetazo que me arreó al tiempo de decir “Vale”. Pero a continuación del tremendo golpe e irme de nuevo al suelo me tendió la mano diciendo

  • ¿Amigos, Javi?

  • Amigos Mario.

Nos dimos la mano y fuimos buenos amigos hasta que la muerte se llevó a Mario.

El tres de Mayo nos sacaron en un camión a los 17 voluntarios que a lo largo de Abril allá nos reuniéramos, llevándonos a la Base Aérea de Getafe, desde donde, en un Ju-52 de la Fuerza Aérea, volamos hasta Larache.(3) Tras desembarcar del avión y recoger los equipajes e impedimenta que llevábamos, formamos en las mismas pistas y, a la voz de ¡Ar!, pues... ¡carretera y manta a El Krimda!, el campamento donde tenía su base el Tercio “Juan de Austria” IIIº de La Legión, en los alrededores de Larache, y al que veníamos destinados.

Allí, asignados como transeúntes a una compañía, estuvimos los tres meses de entrenamiento e instrucción. Se dice que la realidad casi siempre excede a la ficción, y en este caso el dicho popular no fue excepción: Yo siempre di por sentado que el periodo de Instrucción legionario sería duro, muy, muy duro, pero lo que me encontré durante esos meses fue inenarrable. Aparte la dureza intrínseca que la instrucción en La Legión representa, pues allí sí que nos convertían en verdaderos soldados de élite, estaba la férrea disciplina legionaria, con sanciones y castigos por la más mínima falta que a veces podían incluso pasar por inhumanos.

¡La de veces que tuve que apretar los dientes para, incluso, no llorar como un chiquillo! ¡La de veces que tuve que hasta enclavijar más que apretar los dientes para poder soportar todo aquello; que tuve que poner a prueba una fuerza de voluntad que creía fuerte, pero que allí, bajo la dureza de las pruebas, bajo esa disciplina horripilante, se me desmoronaba casi cada día. Y otra vez empecé a decirme muchas  noches: “Se acabó, mañana me vuelvo a casa y que sea lo que Dios quiera”; pero de nuevo, como cuando descargaba camiones, cada mañana al toque de diana volvía a formar para iniciar otro día de instrucción.

Aquí, lo que empezó con los camiones se acabó de asentar en mi carácter y descubrí que afrontando como bueno los retos que me marcaba y superándolos me sentía más feliz que nunca hasta entonces pues me sentía HOMBRE como antes jamás me sintiera. Y eso hacía que estuviera orgulloso de mí mismo como tampoco antes me había sentido, ni cuando aprobé el preuniversitario.

Pero ese no fue el único cambio que se obró en mí durante este periodo de preparación legionaria, no. Lo más importante fue la forma en que empecé a ver la vida, el sentido con que empecé a vivirla: Como legionario y orgulloso de serlo. Aprendí que el grito “¡A mí la Legión!” significa el compañerismo llevado a su cenit pues hace que los legionarios seamos un solo hombre ante cualquier contingencia y que jamás, bajo ningún concepto o situación, se abandone a un camarada, “con razón o sin ella”.

También el orgullo que significa ser “Soldado de Brava Legión” pues es ser uno de los mejores soldados del mundo, no por nuestro equipo o armamento, que más bien es pobre, remanentes de la guerra civil tanto armas como municiones, (4) incluso vehículos que, además, son pocos, a todas luces insuficientes, sino por nuestro corazón, nuestra decisión de vencer o morir al entrar en combate, haciendo buena nuestra divisa: “Legionarios a luchar, legionarios a morir”.  Y el orgullo de ser sucesores directos, herederos y depositarios del honor y bravura de aquellos españoles que integraron los legendarios Tercios de Flandes, Nápoles, Lombardía, Sicilia, o los de Mar, de esos españoles que estuvieron en Lepanto, Isla Tercera, Breda, Brujas, Empel, Ostende, Amberes..y tantos, tantos, otros lugares teñidos de sangre española. Y el amor a La Legión, permanente en el corazón de cualquier hombre que haya pasado por este Cuerpo, pues los legionarios, como los sacerdotes, lo son “In Aeternum”, hasta la Eternidad…para siempre

También varió el presupuesto que allí me llevara. Esa fue otra de las consecuencias de mi incorporación a la Legión, dar a mi vida un sentido del que carecía al salir del pueblo y que en ningún otro medio lo habría encontrado, al menos en tan poco tiempo. Por así decirlo, la Legión me había redimido de mi mismo y, desde luego, la muerte heroica que hasta allí me llevara ya no era objetivo ninguno. Desde luego, llegado el caso, no daría la espalda al riesgo, al peligro, por alto que fuera, defendiendo mi vida en cualquier circunstancia. No huiría de la muerte si me salían al paso, sino que le plantaría cara, enfrentándola, pero tampoco la buscaría tonta, inútilmente.

Seguía amando a Carmen con la misma pasión e intensidad de entonces y su rechazo me hería tanto como antes, pero ahora podía convivir con ello. Eso sí, tratando de no pensarlo, de no pensar en ella en definitiva, cosa que a veces no lograba pero que por lo general, absorbido por el aprendizaje militar como estaba, conseguía normalmente. Y lo que pasara después ya se vería.

FIN DEL CAPÍTULO

NOTAS AL TEXTO

  1. Desde el 8 de Abril de 1956 se produjeron en Ifni diversos incidentes, con manifestaciones a favor de la integración del territorio en el Reino de Marruecos, independiente desde el día 7 de ese mes, que culminaron el 28 de junio con el ataque a un puesto avanzado, que se saldó con la muerte de un cabo y un soldado de la Policía Indígena de Ifni.
  2. En 1957 Javier no hubiera podido alistarse a ningún Arma o Cuerpo de las Fuerzas Armadas españolas, la Legión incluida, pues era menor de edad. Por entonces a la mayoría de edad aún se llegaba a los 21 años, y en ningún Instituto armado, Legión incluida, te admitían sin presentar documentación alguna. Los tiempos en que en la Legión podía alistarse la gente sin documentación habían pasado ya a la historia. Pero permítaseme esta Licencia literaria a beneficio de la historia que escribo.
  3. Desde que en Abril de 1956 Marruecos llegara a la independencia Larache, como todas los demás centros urbanos con presencia militar española en tierra marroquí quedaron bajo la soberanía de este país por lo que los cuarteles y campamentos españoles debían evacuarse. Pero Marruecos concedió a España el plazo de dos años para terminar esa evacuación, por lo que en 1957 ese Tercio todavía estaba acuartelado en Larache.
  4. En 1957 el arsenal de armamento español no era tan pobre, pues la Ayuda americana le había puesto bastante al día con armas como el reactor de combate North Américan F-86 Sabre, punta de lanza que fue de la USAF en Corea en 1954. Pero sí es cierto que el Ejército de África, lo más granado de las Fuerzas Armadas españolas, sufría estas penurias porque el “amigo americano” no permitía usar las armas y equipos suministradas por los USA fuera de Europa. Esas armas, realmente, eran para la gloria y seguridad de los USA y la Alianza Atlántica, no para la defensa de España allende la península, Baleares y Canarias, que era donde una ofensiva soviética que llegara a los Pirineos podía afectar a los aliados de la OTAN. Así, tanto entonces como ahora, Ceuta y Melilla quedan con su defensa en precario pues están fuera del ámbito de intereses de la OTAN. Eso sí, estas restricciones en el uso de armas “Usacas” a Marruecos no se le aplicó en modo alguno, con lo que el armamento del ELM era, en general, bastante más moderno que el de las fuerzas españolas en África.