Historia de un legionario
Y el el relato, historia o como queráis considerarlo, llega ya a su final. Quue os haya, cuando menos, enetretenidos.¡¡¡HASTA OTRA, AMIGAS, AMIGOS...............
CAPÍTULO 5º Pasó otro par de días, tal vez tres, a lo largo de los cuales volví a ver algún viejo amigo que otro, pero el tiempo no pasa en balde y lo que en otro tiempo nos uniera ya no existía. Sí, nos conocíamos, recordábamos juntos tiempos pasados, pero el presente no nos unía, en este aspecto realmente éramos desconocidos, nada había en común entre ellos y yo. Entre ellos sí, pues para ellos el tiempo sí transcurrió en común. En fin, que todo se acaba algún día en este mundo. Empezaba a estar incómodo en el pueblo y me arrepentía de haber venido, incluso pensé decir a mis padres que prefería volver a Madrid, o mejor aún, a la casa de la sierra madrileña pero al cuarto o quinto día de estar allí volví a ver a Carmen. Era ya media tarde, como las siete o, tal vez, las ocho, cuando la vi venir calle Mayor abajo. Yo estaba sentado, solo como casi siempre, en la terraza que la confitería del pueblo montaba en la calle Mayor durante el verano, confitería que también funcionaba como cafetería y heladería bastante aceptable. Y tan pronto como la vi acercándoseme me levanté saliéndole al encuentro y con toda mi cara me hice el encontradizo con ella, aunque bien sabía que me había visto allí sentado. Audacias que a uno de vez en cuando se le ocurren. · ¡Hombre Carmen, qué grata sorpresa coincidir otra vez contigo! · Hola Javier, lo mismo digo. Celebro verte. Me emparejé con ella y caminamos calle abajo hablando de naderías, frases hechas, conversación insulsa, hasta llegar a su casa · Bueno, supongo que te quedas aquí, luego creo que nos separamos · No Javier, la verdad es que me apetece seguir paseando otro poco. ¡Hace una tarde tan buena, tan fresca! Seguimos paseando calle Mayor abajo pero, sin saber por qué, los dos, Carmen y yo habíamos guardado silencio. Yo intuía que ella quería hablar de algo en concreto, pero al parecer le costaba trabajo empezar, y yo tampoco quería forzar otra conversación intrascendente que a nada conducía; prefería darle tiempo para que encontrara la forma de decir lo que, de seguro, quería decirme. Inconscientemente le tomé una mano, ella se volvió a mirarme y sonrió un momento... ¡Pero no retiró su mano de la mía! Seguimos caminando otro trecho, también en silencio. Apreté la mano que de ella retenía y, mirándome, volvió a sonreírme. Pasamos el arco que se alza a la altura de la casa del médico del pueblo de toda la vida, pariente mío por parte de mi madre. Bueno, el pariente, realmente, es su mujer, prima hermana de mi madre. Y seguimos calle abajo · Verás Javier, yo me quería disculpar contigo por la forma que tuve de separarme de ti el otro día. Sé que estuvo mal hacer lo que hice: ¡Prácticamente, dejarte allí, sólo, con la palabra en la boca! · Carmen, tú no tienes que disculparte con nadie y, menos que con nadie, conmigo. Tus razones tendrías y con eso a mí me basta. · No Javi, no es suficiente. Gracias por la confianza que en mí tienes, de verdad que lo valoro. Eres el amigo fiel y leal de siempre; y eso a pesar de todos los pesares, de bonanzas o durísimas tormentas Por eso quiero darte esta explicación, porque la mereces, porque mereces saberlo todo de mi. Verás, aquella tarde lo pase mal, muy mal, viéndote, viendo cómo tú lo estabas pasando. Cuando te marchaste también yo me fui. No aguantaba más la alegría del casino, la música; en fin todo eso. No te amaba ni creo que te ame, la verdad Javi. Lo siento pero, ya lo sabes, en eso no se manda, pero te quiero de verdad, y bastante más de lo que, seguramente, imaginas y de lo que yo misma creía. De modo que marché a casa rogando a Dios que “aquello” te durara poco, que lo superaras y que pronto te fijaras en otra chica que pudiera quererte como mereces. A la mañana siguiente, cuando supe de tu desaparición, el mundo se me cayó encima. Me sentí culpable de cuanto pudiera sucederte. Fui a pie al Santuario de la Virgen Patrona y, postrada a sus plantas, le rogué por ti; hasta hice propósito de aceptarte por novio si aparecías. Pero no apareciste. Con mis padres volví a Valencia antes aún de las fiestas. Y no volví al pueblo hasta hace tres años, que regresé para el verano y desde entonces vengo pasándolos todos aquí. A dos años de lo “tuyo”, conocí a un hombre en Valencia, un sargento paracaidista, que, casualmente, pasaba unos días de turismo junto al Turia, y Javi, me enamoré de él, con lo que al año siguiente me casaba con ese hombre y enseguida quedé encinta dando a luz un niño. Pero él, Esteban, era un hijo de mala madre, uno de esos mujeriegos compulsivos que me “los puso” con todo lo que llevara faldas y pasara a su vera. Un cazador de hembras que no perdonaba ocasión para añadir nuevos “trofeos” a su extensa colección. Luego supe que, hasta en el viaje de novios se citó con una para cuando volviéramos a Alcantarilla, donde estaba destinado. Pero además resultó ser un violento, uno de esos tíos muy “machos” que para imponerse a las mujeres no dudan en arrearles palizas de muerte. Y a mí me la pegó una noche que no quise satisfacerle por que ya estaba en un estado muy avanzado de mi segundo embarazo y me encontraba muy mal, con muchas molestias y dolores; y es que ese embarazo se me puso muy, muy, cuesta arriba. Acabamos en el hospital y yo abortando de una patada que me dio. Cuando me recuperé, cogí a mi hijo y con él me marché de casa. Esteban, cuando supo que lo había abandonado ni se molestó en buscarme. ¡Poco a gusto que debió quedarse campando a sus anchas! Como sabes, yo hacía magisterio y cuando me casé llevaba casi un año ejerciendo en una escuela nacional (1), pero cuando me casé pedí una excedencia, con lo que, al dejar a mi marido, lo primero que hice fue requerir volver a ejercer, pero resultó que para entonces no había plaza libre por lo que tuve que esperar tres años hasta que logré plaza en propiedad de nuevo, hace aproximadamente un año A todo esto, paseando y paseando, llegamos al final de la calle Mayor, una especie de rotonda que allí hace la calle antes de torcer hacia la derecha bajando hasta la salida del pueblo. Al fondo de la rotonda, enfrentando la calle Mayor, como una prolongación suya, el llamado Camino de la Virgen, una caminillo o vereda de tierra y piedras, que baja hasta la carretera nacional que bordea el pueblo por el oeste y por el que los fieles suben a la Virgen Patrona al pueblo el día de su fiesta. En su inicio el camino está flanqueado por dos pilares o columnas de piedra a las que se adosan sendos asientos corridos, también de piedra. Nos llegamos hasta tales bancos, sentándonos al tiempo que yo le replicaba · Siento todo cuanto te ha pasado Carmen. Pero los malos tragos tienen de bueno que algún día se acaban, y paréceme que para ti eso ya pasó. Lo importante Carmen es que disfrutes con tu hijo, que te devores la vida y no vuelvas nunca la vista atrás, sólo hacia adelante, que es el futuro, la solución muchas veces de casi todo lo que nos pasa en la vida, porque el futuro es el tiempo que todo lo cura. Alegra tu vida, Carmen, ríe a la vida y disfruta todo lo que puedas. Es la solución definitiva para casi todo: Disfrutar de cuánto la vida, lícitamente, nos ofrezca · Gracias Javier. Sí, es un buen consejo. Y realmente, eso es lo que hago desde hace algún tiempo. ¡Qué buen amigo eres y cuánto te quiero por ello! Qué bien me encuentro contigo Javier, qué bien… E, inopinadamente, se incorporó y me besó en la mejilla. Seguimos hablando un rato aún, en tono menos trascendente, hasta que, consultando un momento el reloj, Carmen se levantó diciendo · ¡Señor, qué tarde se nos ha hecho, si son ya casi las diez y mi hijo con su abuela desde casi las cinco! Me voy Javier, mañana nos vemos si quieres, a eso de las seis de la tarde te espero en casa, ¿de acuerdo? Volvió a inclinarse sobre mí poniendo sus labios otra vez en mi mejilla y se incorporó levantándose a continuación, para empezar a caminar calle arriba. Se detuvo un segundo, volviéndose hacia mí, como esperándome. Yo también me levanté, caminé unos metros hasta ella y la tomé de la mano, pero no para emparejarme con ella y regresar así hacia su casa. No, no hice eso, sino que tirando de su mano hacia mí, con suavidad pero con firmeza, hasta tenerla muy, pero muy cerca de mí. Entonces, mientras seguía reteniendo su mano en la mía y así la seguía acercando a mí, el brazo libre se lo pasé por la cintura de forma que la palma de la mano quedó hacia la mitad de su espalda. Y me la acerqué hasta estrechar su pecho contra el mío, en tanto que mis labios buscaban la miel de su boca, quedando ambos labios unidos por unos segundos, ¿un minuto tal vez? No sé, puede que menos, puede que más. ¡Y Carmen no me rechazó! Ni un intento por separarme, apartarse de mi; ni siquiera intentó liberar su mano de la mía, sino que la mantuvo allí, abandonada a la mía. Pero tampoco respondió a mi caricia, su boca se mantuvo cerrada, sin la menor oportunidad para que me embriagara en su dulzura, en la de su saliva, en la de su lengua Nada, ni la menor concesión a este respecto. Simplemente se quedó pasiva, dejándose hacer. No obstante, con claridad llegaron a mí los latidos de su corazón, diría que algo más acelerados de lo usual. Por fin, corté el contacto con sus labios y la miré hondamente. También ella fijó en los míos sus divinos ojos oscuros como piélago, me acarició por un momento la mejilla con enorme ternura y, con gesto un tanto serio, pero en absoluto adusto, dijo · Esto no estuvo bien Javier. Y, dándome la espalda, se empezó a alejar de mí a paso vivo. Estaba ya a un trecho de donde yo quedé, cuando se detuvo, se volvió hacia mí, y añadió · Javi, no creas que me voy así, tan deprisa, por nada en particular; es simplemente que mi madre lleva ya bastantes horas con su nieto, y tampoco eso está bien. Hasta mañana Javier. Ya sabes dónde te espero, en casa, hacia las seis de la tarde. Me envió otro beso con la mano y siguió hacia su casa, a paso aún más vivo. Me quedé allí, donde estaba, de pie, hecha un pequeño lío mi cabeza. ¿Qué significaba todo aquello? Desde luego, no había respondido a mi beso pero no sólo no me había rechazado sino que, al parecer, mi acto no la había ofendido, ni siquiera parecía haberla molestado. Lo único que hizo fue no colaborar conmigo, pero me había acariciado con dulzura cuando me separé de ella, eso lo tenía claro; y quería seguir viéndome, pasear conmigo... Lo dicho, ¿qué significaba todo eso? ¿Ese sí pero no, o no pero sí? No me lo explicaba. Y tampoco quería explicármelo entonces, no quería pensar en ello, ni entonces ni después. Mejor dejarlo todo así. Otra cosa también tenía clara: Carmen me quería, me quería muchísimo, como amigo, sí, pero... Mejor eso que nada. Luego, Dios dirá lo que a bien tenga que decir El día siguiente lo pasé en ascuas, haciéndoseme eternas las horas hasta dar las seis campanadas en el reloj de la plaza. Entonces, presuroso y con el alma en la mano, anhelando verla, me dirigí a su casa, vamos, la de sus padres. Cuando llamé a su puerta me abrió ella misma, vestida, dispuesta a salir con un precioso vestido azul celeste que le quedaba como hecho para ella por el mejor modisto de París. Y bonita, muy, muy bonita, de verdad hermosa. Y me dije: “Javier, fíjate, se ha preparado para ti, para gustarte, gustarte a ti, no a otro.” Al menos, así lo pensé. Como venía siendo ya costumbre, me recibió con un beso en la mejilla, saludé un momento a sus padres y me dijo ella entonces. · Javier, ¿tendrías inconveniente en que venga mi hijo con nosotros? Como es de esperar contesté que no, que ni hablar. Que además no le conocía y quería conocerle. Por finales dije: “Sabes que todo lo tuyo me interesa, y un hijo tuyo más.” Ella agradeció el cumplido con otro beso, también en la mejilla, claro, y con un: “Eres un cielo Javier” Y por fin salimos a la calle. Quise que el chaval fuera entre nosotros dos, tomándole cada uno de la mano, pero Carmen dijo que no. Tomó a su hijo con la mano derecha y con la izquierda se colgó de mi brazo. Antes de despedirnos le pregunté si no le gustaría que hacia el medio día nos sentáramos en alguna terraza de la plaza a tomar lo que todavía se decía el “vermut”, es decir, cualquier bebida alcohólica, vino o cerveza propiamente, con algunas “tapas”, gambas, sepia, calamares o algo más prosaico como oreja de cerdo, callos o simples “patatas a la inglesa”, a lo que me dijo que le gustaría mucho, con lo que pasaba ya a buscarla a eso de las doce del medio día y estábamos juntos, casi siempre solos los dos, hasta las dos, dos y media de la tarde, en que la devolvía a su casa para volver a buscarla a las dieciocho horas Estas salidas desde aquel primer día, cuando la besé, se hicieron diarias. A veces, las menos, Carmen acudía con su hijo al que tomé cariño pues en él veía al hijo que hubiese querido tener con ella y no era raro que yo mismo le tomara a veces en brazos. Hubo días que iba a buscarla antes, a veces incluso antes de las cinco de la tarde y pasaba una hora o más en su casa, departiendo con sus padres. A veces, cuando Carmen no tenía ningún trajín que hacer en casa, (ella se ocupaba prácticamente de todo, sin dejar a su madre hacer casi nada) también mi “novia”, como muchos por el pueblo empezaban a llamarla, se unía a nosotros, sentándose junto a mí, con su hijo bien en las rodillas de ella o bien en las mías. Me gustaba jugar con él, levantarlo a lo alto entre sus risas, incluso francas carcajadas, y no era raro que alguna vez besara su rostro o su frente. Y sí, llegamos a parecer “novios” al andar por la calle. Yo enseguida me tomé la libertad de pasarle el brazo sobre los hombros al principio, pero después empecé a enlazar el brazo por su cintura y ella lo aceptó así desde el primer momento, enlazando además mi cintura con su brazo en un abrazo más que evidente. Incluso si llevábamos al niño con nosotros así íbamos, con el niño cogido bien de su mano libre bien de la mía. Hasta se dio que cuando nos internábamos en zonas de la calle poco iluminadas ella, a veces, gustaba de reposar su cabeza en mi pecho, allá donde éste está más cerca del omóplato. Y con esto los líos de mi cabeza iban en aumento. De nuevo la vieja pregunta: ¿Qué significaba aquello? Que...¿por fin me aceptaba, que aceptaba mis caricias, que podría besarla, tomar entre mis manos sus dulces senos y acariciarlos, besarlos, lamérselos, hasta chupar y succionar sus pezones, esas piedrecitas duras y erectas que a veces adivinaba a través del leve tejido de blusas, camisas, vestidos. Y siempre concluía en que mejor no intentar nada que la pudiera enojar y ponerla en guardia frente a mi. Claro que también, tras la oreja, un muy popular dicho de esta tierra ibera: "Que la alegría dura poco en casa del pobre", y yo referente a Carmen, me consideraba no pobre, sino paupérrimo, con lo que casi que de contino, con la Espada de Damocles encima, esperando que, cualquier día se presentaría un hombre y se la volvería a llevar Así pasaron otros pocos días, hasta que una tarde-noche, en aquella rotonda del final de la calle Mayor, sentados en uno de aquellos como poyetes de piedra que se extendían a partir de cada uno de los pilares que flanqueaban la cabecera del Camino de la Virgen, sin hablar ninguno de los dos, en uno de esos silencios que entre nosotros a veces se producían, ella rompió el mutismo empezando a hablar sin mirarme siquiera Javier eres lo mejor que en años me ha pasado. Esteban me hizo sufrir mucho y esas heridas las he llevado a flor de piel hasta ahora mismo. Así, las fuerzas y ganas de vivir las encontraba en mi hijo, él era mi único sostén. Pero regresaste, te encontré y volví a vivir por mí misma. (Se volvió hacia mí y mirándome prosiguió) Me has rodeado de cariño y seguridad; me estás haciendo otra, alguien más cercana a la que fui. Pero tú, mi Pigmalión (2), tú no eres el mismo que fuiste: Apenas si sonríes y no te he visto reír ni una sola vez. Antes eras muy niño, muy ingenuo y por eso a veces parecías delicioso, pero otras insufrible. Ahora en tus ojos, en tu mirada, no hay ingenuidad, infantilidad menos. Todo eso se trocó en seguridad, pero una seguridad fría cual acero. Y mucha, mucha dureza, una dureza que impone, que casi asusta. ¿Qué te ha pasado Javi, qué te ha pasado? Ni yo ni nadie en el pueblo sabe nada de ti, de lo que has sido, lo que has hecho, a lo que te has dedicado todos estos años de ausencia. Sólo que un día desapareciste, nadie se explica por qué, yo sí, y que ahora has reaparecido, tan sigilosa, calladamente como desapareciste. ¿Quién eres Javier? Repito, ¿qué te ha pasado en todos estos años para cambiar así? Javier, me siento responsable, culpable de lo que te haya pasado y necesito saber; saber lo sucedido. No me atrevía a preguntarte nada y lo hice a tu hermana. La vi antes de ayer y la abordé para saber algo de ti. De nada me sirvió pues no me soltó prenda. Solamente saqué en limpio que no vives en casa sino por tu cuenta y que vives muy lejos. Por favor Javi, háblame, dime lo que te ha pasado. Necesito saberlo, de verdad que lo necesito. Carmen, lo primero que debes tener en cuenta es que tú no eres responsable de nada y, aún menos, culpable de cosa alguna. En el amor no se manda, el amor no responde a razonamiento ni voluntad alguna, sino que es espontáneo y surge o no surge. En mi surgió, en ti no. ¿Es eso culpa de alguien? No Carmen, nadie es culpable de eso ni hay responsabilidad que valga. Quítate de la cabeza esos pensamientos, esos pesares y vive, Carmen; disfruta de la vida por ti y por tu hijo. En cuanto a lo otro, sí, vivo muy lejos, nominalmente en El Aaiún, capital de la Provincia del Sahara Occidental/Zona Norte, la Seguía el Hamrá(3), aunque efectivamente sea en pleno desierto, entre sus arenales y pedregales. Allí, en una pequeña aldea saharaui, está mi puesto de mando como teniente jefe de una sección de vigilancia fronteriza de la Legión. Sí Carmen, soy militar, Caballero Teniente Legionario exactamente. Y le conté todo. Mi plan de “suicidio heroico” con la fuga a Madrid, la descarga de camiones, el alistamiento en la Legión con la renuncia a tal suicidio; la guerra en el Sahara...y Edchera con las dos heridas y, cómo no, mis dos medallas. La experiencia mercenaria en el Congo, en Katanga, y el horror allí vivido. Mi decisión de hacerme oficial y cómo lo logré. Pero sobre todo mi identificación total con la Legión, con ese espíritu que me redimió e hizo de mí un ser diferente: Lo que ahora era. Carmen me escuchó en silencio, sin decir palabra, sin interrumpirme en ningún momento. Sólo su rostro, el gesto de sus labios, se tensó, se contrajo, en algunos momentos, y a ratos hasta creí que rompería en llanto, de lo apretados que ponía los dientes. Y cuando acabé de contar siguió en silencio, pero me abrazó, me abrazó de verdad pues, por primera vez en la vida, me echó los brazos al cuello y, rodeándole con ellos, presionando con sus brazos para estrecharse contra mí, me besó... ¡En los labios!... Quedé de una pieza, sin saber qué hacer; y me quedé quieto, sin tomar iniciativa alguna, dejando que fuera ella quien las tomara. Mis esperanzas de que, por fin, me diera un beso de amor, se me entregara al fin, aunque solo fuera un poquito, se fueron al traste pues ella no hizo intención alguna de abrirme su boca. Pero algo era algo y notarla tan cerquita de mi, sentir el divino calor de su cuerpo junto al mío el aroma de su cuerpo de mujer, era más que suficiente. Nunca, nunca antes había estado tan unida a mí. Me trataba con un cariño como jamás me tratara. Y las esperanzas de que alguna vez me viera como algo más que un amigo.... No, mejor ni pensar en eso. Y pasaron más días: Se celebró, un año más, la festividad de la Asunción de la Virgen al Cielo, la famosa en España Virgen de Agosto del día 15, con su baile en el casino al que asistimos Carmen y yo, bailando y conversando los dos solos toda la tarde y hasta bien entrada la noche seguimos juntos, paseando por la calle Mayor bajando hasta la gasolinera. No teníamos prisa ni ganas de separarnos, juntos, muy juntos los dos, enlazados mutuamente por la cintura con ambos brazos, como novios, pero de aquellos novios que eran no ya nuestros padres sino nuestros abuelos, de acrisolada castidad, sin un mal beso o tocamiento mínimamente erótico. Al fin ella, mirando su reloj que decía que ya era casi la una de la madrugada me dijo. · No me separaría nunca de ti Javier, pero es ya muy tarde y mis padres pueden estar hasta alarmados por mi tardanza. (Riendo) ¡Gajes de ser chica! A ti en cambio, como hombre, no te dirán nada cuando llegues a casa. Además, ¿quién se atreve a decir nada a un bravo legionario? Ahora rió abiertamente, a carcajada limpia. Y los dos juntos, sin separarnos ni romper el abrazo que nos unía emprendimos el regreso a su casa, calle arriba, aunque a veces fuera más bien cuesta arriba. Cuando llegamos a su puerta insistí en entrar con ella para dar la cara ante sus padres por la tardanza. Yo era consciente que en mí sus padres veían no ya al buen amigo de su hija sino al novio de ella, a un novio formal del que estaban seguros que la haría feliz, y yo entraba en su casa con esa confianza. A veces hasta me parecía que también ella me trataba así, tanto cuando estábamos los dos solos como en su casa con sus padres. Su confianza para conmigo estaba más a ese nivel de familiaridad que al de simple amigo. Los días siguieron pasando uno a uno, más rápidamente de lo que desearíamos y se acercó el día fatídico en que mi permiso se acabaría debiendo volver al desierto. Entonces, cuando paseábamos, juntos y abrazados como nunca, apenas si hablábamos, sólo sentíamos la proximidad de la separación. Porque estuve seguro de que para ella era tan duro e indeseable como para mí, incluso estoy seguro de que más indeseable, aún, que para mí. Lo demostraba con sus arrebatos de cariño muy poco propios de amiga sino de novia atribulada ante la próxima separación, eso sí, novia a la antigua, sin asomo de erotismo en sus caricias pero vívidamente sentidas. Me besaba las mejillas y hasta los labios alguna vez, sin abrirme francamente la boca, eso sí, pero con una intensidad, una muestra de bastante más que amistad que me embriagaba. Pensé en proponerle que viniera conmigo cuando tuviera que marcharme pero no me atreví. ¡Ahí es nada, proponerle venir a enterrarse conmigo en el desierto! Pero este asunto fue ella misma quien lo resolvió. Fue el 28 de Agosto, tres días después de la tradicional subida al pueblo de la Virgen Patrona desde su ermita. Como ya era costumbre de estos últimos días juntos pasamos casi toda la tarde casi sin hablar, solo disfrutando los dos de la mutua compañía. Acabó por caer la noche y el frescor de esas horas hizo que Carmen se acurrucara más en mi pecho y yo, galante, le pasé por los hombros la chaqueta de punto que traía puesta. Como también era ya costumbre estos encuentros se prolongaban hasta más tarde, hasta las doce y más de la madrugada a veces. Entonces, cuando serían algo más de las doce y a punto de separarnos, ella rompió el silencio. ¡Y de qué manera! · Javi, te lo dije antes y lo repito: Eres lo mejor que me ha pasado desde hace tiempo; tú y mi hijo sois lo único que realmente tengo. Quiero ser sincera contigo. No sé si te quiero o no como tú deseas que te quiera, pero sí sé que el cariño con que me rodeas, tan tierno, tan suave, tan lleno de dulzura, me gusta y dependo de él como del aire para respirar. Y que me encanta cuando me miras embobadito, saltándote de los ojos ese amor inmenso con que me distingues. Pero, ¿sabes?, lo que más me gusta de todo es ver en tus ojos la pasión, el deseo tan profundo que te causo; sé que no es el deseo animal de un macho, sino el deseo que a un hombre inspira el amor por la mujer que adora. Sí Javi, me chifla verte tan...tan “así” por mí. Y, ¿sabes una cosa?, el recuerdo de esos sentimientos que tu compañía me provoca se apodera de mí cuando estoy sola en mi cama e invariablemente, me planteo: ¿Cómo habría sido mi vida si te hubiera aceptado hace doce años? Y ¿sabes? Entonces sé que quiero estar contigo, acostada contigo y que me embriague tu amor; entonces quiero abandonarme a ti, dormirme entre tus brazos, arrullada por tu cariño y contigo aún dentro de mí haciendo reverdecer mi vergel como la lluvia primaveral hace florecer la campiña. Y despertarme por la mañana en tus brazos henchida de tu amor, para en la noche dormirme otra vez como en la anterior. Y así proseguir todas las noches, todas las mañanas, por el resto de nuestra vida Carmen calló pero, lanzándome los brazos al cuello, buscó mi boca, abriéndome por primera vez la suya; yo, por pura perplejidad ante el hecho, aún mantenía la mía cerrada; entonces de nuevo fue ella quien, tomando por entero la iniciativa de nuestros actos, con su lengua, empujando suave, dulcemente, sobre mis labios, la abrió e invadió mi intimidad bucal con un cariño enternecedor que, sin embargó despertó en mí todos esos anhelos de amor largamente guardados que explotaron arrebatadoramente en la respuesta a su maravillosa caricia. · ¿Me aceptas Javi, cariño mío? ¿Nos aceptas a mí y a mi hijo? ¿Querrás ser mi marido y un padre para mi hijo? Porque yo no puedo renunciar a ninguno de vosotros dos, ni a ti ni a mi hijo; ambos sois mi vida, mi bien, mi razón de existir. ¿Querrás querido mío · Carmen… ¿Esto no es un sueño? ¿No tendré que despertar luego? Y por el niño no te preocupes, es nuestro hijo, el que debimos haber tenido tú y yo hace años, el mayor de los hermanitos que seguro le seguirán · Javi ¿te he dicho antes que eres un cielo de marido? Cuando a la mañana siguiente despertamos y salimos a desayunar los padres de Carmen ya habían desayudo. Con ojos chispeantes nos saludaron diciendo · Vaya “tortolitos”, que ya era hora de que os despertarais Ni Carmen ni yo despegamos los labios, un tanto cohibidos por haber salido del dormitorio en pijama y camisón, con el pelo revuelto y cogidos de la mano, ante los padres de ella. Pero esto, el ver nuestro embarazo ante la situación, les hizo romper a carcajadas, en tanto que el padre nos decía. · ¡Menos mal que al fin os decidisteis! Ya creía que por finales, tú Carmen, ibas a dejar que Javier volviera a marcharse solo. ¡Porque lo que es por mi querido yerno…! Aviados estábamos, con su sentido del respeto y caballerosidad hacia ti, hija. Porque desde luego tú Carmen has sido la que solucionó el asunto. Aquí también nosotros rompimos a reír, satisfechos por la reacción de los padres de ella; vamos, los que ya eran mis suegros. Desayunamos amenamente, aunque los colores a la cara nos los volvieron a hacer aflorar, en especial a Carmen que se puso roja cual amapola cuando su madre le espetó. · Por cierto Carmen, que la noche fue “movidita” de verdad porque hija… ¡Menudos gritos que soltabas! Pero quien puso la “guinda” esta vez fue su padre cuando añadió · No, no eran gritos lo que soltaba, ni siquiera alaridos, sino rugidos; rugidos de tigresa en… bueno, en… “eso”; ya me entendéis... Y lo que ya resultó el acabose fue cuando su hijo, Esteban, saltó diciendo. · Es verdad mamá, ¿Por qué gritabas tanto anoche? ¿Tenías mucha pupa? ¿Te la hizo Javier? Porque si fue él, pues ya no le voy a querer. Eso ya fue demasiado para Carmen, cuyo rostro había adquirido a esas alturas una rojez casi bermellón y estaba por entero envarada en su asiento, lanzando miradas asesinas a sus padres. Pero eso resultó ser peor aún para ella, pues mis suegros rompieron en francas carcajadas a las que de buena gana me sumé yo, para verdadera condenación de mi mujer, que a punto estaba de salir corriendo a esconderse en su cuarto. Yo entonces me levanté a sosegarla un poco, con besos en las mejillas y diciéndole que no se enfurruñara, que sus padres sólo le lanzaban bromas por lo grato que les resultó sentir cómo nos queríamos. Y mi suegra ayudó a mejorar el ambiente para su hija al coger en brazos a su nieto diciéndole · Esteban, cariño mío, Javier no le hizo anoche ningún daño a mamá. Lo que pasó es que la quiso tanto que mamá empezó a gritar por la alegría del cariño de Javier. Nadie hubiera podido explicar mejor y ni más sencillez que aquella sencilla mujer lo que para Carmen fue la noche pasada, cuando disfrutó por fin del amor de un marido rendido a ella y ella misma pudo disfrutar también del mismo amor que a su vez entregaba a su marido. De aquella nuestra “Noche de Bodas” nos separan ya bastantes años, más de treinta, con tanto Carmen como yo mismo embarrados en la sexta década de nuestra vida. Desde entonces Carmen me ha seguido fiel y amorosa allá donde la Legión tuvo a bien enviarme. Vino conmigo y nuestro hijo Esteban, ese que ella me donó cuando me eligió como el definitivo compañero de su vida, a El Aaiún, desde donde, incluso, quiso venir tras de mí hasta la aldea donde, en pleno desierto, tenía mi puesto de mando. Pero yo se lo impedí, me negué en redondo. Esteban, nuestro hijo, tendría que asistir al colegio y después al instituto y eso sólo sería posible en la capital del Sahara. Así lo entendió también ella y alquilamos una casa; vamos un piso, coqueto pero algo pequeño, con sólo dos alcobas, pero suficiente para nosotros entonces; luego Dios diría. Piso que Carmen supo hacer acogedor y confortable con esa maravillosa sensibilidad que posee, ese cariño que sabe poner en todo. Pero tampoco dejaba crecer la hierba en el camino entre El Aaiún y la aldea, pues cada dos por tres allí se presentaba con o sin nuestro hijo Me decía mientras reía de buena gana. Después vino tras de mí a Ceuta y Melilla, y de nuevo al Sahara, a Villa Cisneros esta vez, para pasar luego por Tenerife, Viator (Almería) y por fin en Ronda donde actualmente vivimos y espero nos afinquemos por fin pues estoy a punto ya de pasar a la Reserva. La familia que Carmen y yo formamos con nuestro hijo Esteban se fue enriqueciendo con el nacimiento de otros tres hijos más, tres niñas precisamente, que nuestro mutuo amor nos ofrendó. Por cierto que mi hijo mayor, Esteban, me ofreció una gratísima sorpresa cuando alcanzó su mayoría de edad. Ese día, sin decir palabra a nadie, ni corto ni perezoso se dirigió al Registro Civil y abrió expediente de cambio de nombre: Su natal Esteban F…le trocó en Javier Andrade, aduciendo que esos eran el nombre y apellido de su verdadero padre. Fue la primera y única vez que en mi vida he llorado; sí, llorado de emoción pero, sobre todo, de orgullo de padre pues Esteban-Javier siempre fue para mí el mayor de mis cuatro hijos. Hoy día, este Javier Andrade IIº, es Caballero Teniente Legionario en la VIIª Bandera, Tercio Juan de Austria, IIIº de la Legión... Sí, sigue mi propia huella como cabal hijo mío Ah, y otra cosa. A los seis años más o menos de unirme a Carmen y con nuestras tres hijas ya nacidas, tuvimos noticias de Esteban, el impresentable padre biológico de nuestro hijo mayor. Fue por medio de una escueta carta que el Ministerio del Ejército dirigió a Carmen: La informaban del fallecimiento de su esposo, el sargento paracaidista D. Esteban F…, en trágico incidente. El trágico incidente consistía en una “ensalada” de tiros liada entre el indecente de Esteban y otro sargento a cuya esposa el “tenorio” había seducido y convertido en su amante: Y el Esteban a la tumba mientras su contrincante a un castillo o prisión militar. Como es natural a Carmen y a mí sólo nos causó el efecto de vernos al fin libres para casarnos como Dios manda, cosa que hicimos ante la Virgen Patrona del pueblo, en su ermita, en ese verano que, como todos los que siguieron a aquella nuestra primera noche, los pasamos allá, con sus padres y los míos. F I N DEL RELATO
NOTAS AL TEXTO: 1. Es el nombre que por aquellos años y desde muy antiguo se aplicaba a los colegios públicos Pigmalión fue uno de los héroes de la Mitología griega, cuya historia es narrada por el poeta romano Ovidio, en su “Metamorfosis”: Pigmalión, rey de Chipre buscaba una mujer perfecta para hacerla su esposa, pero al no hallar a ninguna desistió de su propósito de casarse y se dedicó a modelar estatuas de mujer en marfil. Una de estas esculturas le salió tan perfecta que se enamoró de ella. Compadecida de él Afrodita (Venus) hizo que al tocarla Pigmalión cobrara vida. El llamó Galatea a la estatua hecha mujer y se casó con ella. La Seguía el Hamrá, la Acequia Roja, hoy día un río seco, sin sombra de agua que valga, uno de los lugares más secos, más áridos, del planeta. Pero en la zona circula, pues quién sabe qué, ¿una leyenda, un hecho real?... En todo caso es algo que se mantiene vivo en tal región, transmitido de generación en generación por la tradicional vía del boca a boca según la cual la región, en épocas casi milenarias, sería un florido vergel, alimentado por el torrente de agua que entonces llevaba la acequia, conocida en tiempos como la Seguía el Jaddra, La Acequia Verde. Una curiosidad, como otra cualquiera.