Historia de un legionario
La historia sigue. Javi acaba su compromiso con la Legión y se licencia, pero es para irse, como soldado de fortuna, mercenario, a la guerra en Katanga, provincia secesionista de la recién proclamada República Democrática del Congo, antes, el Congo Belga.
CAPÍTULO 3º
Acabó 1958 y 1959 estaba por acabar cuando un día de Noviembre en una de las fugaces “escapadas” a Villa Cisneros, me metí con otro camarada del grupo de Leganés en uno de los cafetines de la ciudad. Allí coincidimos con el que fuera cabo 1º de aquella vieja compañía “Juan de Austria” de la XIII Bandera y licenciado casi un año antes tras 14/15 de servicio, Ginés Pavón, que venía acompañado por otro veterano legionario, también licenciado hacía poco. Nos saludamos con la efusión propia de tales ocasiones, nos sentamos juntos charlamos de mil y una naderías, disfrutando del encuentro recordando viejos tiempos, en especial de la época de la campaña del Sahara. Luego, tras algo más de una hora, salimos a la calle despidiéndonos allí. Pero antes de separarnos Ginés me dijo. Javi toma mi teléfono. Llámame cuando puedas pues deseo hablar contigo, pero en plan más tranquilo. Es que deseo tratar contigo de cierto negocio que, estoy seguro, te interesará. Con lo que le llamé días más tarde. El “negocio” consistía en hacerse uno mercenario, soldado de fortuna a sueldo del país o similar que mejor pagara. En fin, que en aquello sólo ha bía interés crematístico, y al parecer importante: Según Ginés, en un mes podría ganar más que en un par de años en la Legión. También me dijo que un “fulano”, un francés llamado Bob Denard (1), estaba interesado en formar un grupo de “desesperados” expertos en uso de armas y experiencia de combate, tipos “duros”, dispuestos a todo en definitiva; y a él le encomendó reclutar unos veinte o veinticinco ex-legionarios con tales características. Yo entonces no vi claro aquello, y con un incoloro “Lo pensaré” dimos por finalizada la conversación. Pero, como digo, la vida en el desierto se me estaba haciendo insufrible, amén de aburrirme cosa mala, y lo de Ginés me daba vueltas por la cabeza. La paga lo merecía y, además, el gusanillo del peligro, las sensaciones vividas jugándome la pelleja, la vida en campaña, al fin, me gustaría revivirlas. Pienso que por entonces estaba algo loco. Al final, lo de Ginés acabó por convencerme y ya en Marzo le telefoneé para que contara conmigo, pues si luego lo del “negocio” no me interesaba siempre podría reincorporarme al Tercio. Me dijo que no estaría solo, que otros doce/quince camaradas más participarían. Aunque todavía no conociera a ninguno, en seguida nos haríamos amigos, pues ya conocía el sentido de compañerismo que reinaba en la Legión, y todos nosotros éramos viejos legionarios.
El 17 de Abril del año 1960, fecha en que vencía mi compromiso de tres años pedí licenciarme, con lo que tan pronto me vi fuera del cuartel y de la Legión, volví a telefonear a Ginés. Quedamos para una semana después en el mismo tugurio donde nos encontramos y me urgió para que me sacara el pasaporte, pues en diez o doce días saldríamos para Francia. Para obtener el pasaporte no tuve problema alguno, más bien pude tenerlo en Mayo del año anterior 1959, cuando recién cumplidos, de verdad esta vez, los 21 años, solicité un nuevo documento de identidad en la comisaría de Villa Cisneros, alegando haber perdido el mío. Unas dos semanas más tarde vino hacia mí el teniente de la sección para darme el DNI que, desde el departamento central del Documento Nacional de Identidad en Madrid, habían remitido a la Plana Mayor de la Bandera. Alguna ventaja tendría estar cubriendo un puesto fronterizo. Cuando me lo entregó el teniente, riéndose, me dijo. ¡Conque te alistaste siendo aún menor de edad!... ¡Pero qué cara que le echaste, tío! Y me entregó el documento que regularizaba mi situación. Al parecer cuando en la central del DNI se recibió mi solicitud, buscando en los archivos los datos originales, apareció una denuncia de mi padre por mi repentina desaparición, pero eso ya no tenía efecto pues era ya mayor de edad.
Como acordáramos, a la semana volví a reunirme con Ginés y seis días más tarde estábamos, todo el grupo de Ginés, en una extensa y solitaria finca cercana a Versalles. Casi un lugar paradisíaco en medio de la nada, pues en kilómetros a la redonda no parecía haber vecino alguno.
La finca era en realidad un campo de entrenamiento. Allí había ya algo más de 100 hombres de buena parte de Europa, franceses, alemanes, polacos más algunos británicos y hasta dos o tres norteamericanos: Todos, excombatientes, bien de las guerras coloniales en Indochina o Argelia bien de la Guerra Mundial incluso, a pesar de los quince años transcurridos desde su final.
El “mandamás” era el francés llamado Bob Denard que tenía como mano derecha a un alemán, al parecer antiguo oficial, creo que capitán de las Waffen S.S. Aquí se hacía llamar “Coronel Scheffer”. En ese campamento me vi por vez primera ante una “Pista Americana” y ante mi primer fusil de asalto. A todo me acostumbré bastante bien y estaba allá como en mi salsa, “oliendo” ya a pólvora y combate. En el campamento estuvimos hasta primeros de Agosto, con los efectivos engrosados hasta unos 160-170. Entonces, sobre el día 10, volvimos a embarcar en cuatro aviones DC-3 que en un par de viajes nos llevaron a nuestro destino final: Elisabethville, capital de la provincia de Katanga, República Democrática del Congo (antiguo Congo Belga), que había declarado su independencia respecto a esa república. Aguanté no más de cuatro meses pues aquello sí que fue horroroso. No combatíamos al Ejército congoleño, que por allí ni apareció, sino a una étnia, los balubas, enemigos ancestrales de la étnia mayoritaria, que se rebelaron, manteniéndose leales al gobierno central de la República: Los enemigos de mis enemigos son mis amigos. Es difícil olvidar lo que en aquellos meses pude ver. Claro que disparé y maté a bastantes de aquellos infelices, como mis compañeros también hicieron. Éramos...lo que éramos y hacíamos lo que se nos mandaba, que para eso nos pagaban, pero sin hacer lo que vi hacer a los guardias katangueños. Nunca antes había visto semejantes atrocidades: Aquellos energúmenos de guardias, no mataban, simplemente, a los infelices balubas sino que, literalmente, los descuartizaban, los hacían picadillo a machetazo limpio. Brazos y piernas cercenados aparecían por todas partes, cabezas cortadas hasta separarlas del tronco, cosa no tan fácil como pueda parecer. Mujeres con los pechos cortados, abiertas en canal y finalmente trituradas a golpe de machete; niños con los cráneos destrozados contra los árboles... Y violaciones sin cuento, sin importar la edad, a veces ni el sexo tratándose de criaturas. En los últimos días que allí estuve vi como, entre siete u ocho de aquellas fieras violaban a una pobre niña que apenas tendría siete u ocho años. Aquello ya me superó, no lo pude aguantar: Grité ¡basta ya!, alcé el arma y empecé a disparar sobre la jauría hasta agotar el cargador, lo reemplacé en el acto y volví a levantar el arma ante un grupo de “gorilas” que a su vez habían levantado sus armas contra mí. Menos mal que mis camaradas me apoyaron y también apuntaron a tal caterva; y ahí se acabó el asunto, también los desmanes de aquella turba, pues les conminamos a acabar con aquello por su bien. ¿Que cómo aguanté? Pues a base de “yerba”, LSD, cocaína y alcohol. ¡Buena mezcla! Pocos días después, cobré mi cuarto mes allí y mi sexto sueldo sobrepasado, pues aunque mientras estuvimos en Francia no se nos pagó nada excepto los “gastos”, que incluían una serie de “señoritas” que cada sábado aparecían por el campo traídas en un camión y permanecían allá hasta el lunes por la mañana, al llegar a la capital katangueña nos abonaron una prima de enganche de más de dos mensualidades. Con mi dinero, mis ahorros, una fortuna, realmente, y lo poco que tenía de impedimenta me planté en el aeropuerto de Elisabethville y tomé el primer avión hacia Europa, uno belga que me llevó a Bruselas. De allí a Villa Cisneros con escala y cambio de avión en Marrakech y, casi en vísperas de Navidad, de nuevo en la Legión, en mi vieja Bandera y compañía.
FIN DEL CAPÍTULO
NOTAS AL TEXTO
Bob Denard empezó su carrera para-militar a los 16 años combatiendo con la resistencia Francesa contra el ocupante alemán en la 2ª Guerra Mundial; luego fue un mercenario francés que, al frente de un grupo de “soldados de fortuna” estuvo en la guerra secesionista de Katanga contratado por el que fuera presidente de aquella efímera república Moisés Tsombé (1960-1963). Posteriormente participó en diversos golpes de Estado o apoyo a guerrillas pro-occidental, fundamentalmente, anticomunistas, en Yemen (1963), Angola (1975) con el grupo rebelde UNITA de Jonás Savinbi o en Comores (1975, 78, 89, 95), donde quita y pone presidentes. Curiosamente casi siempre actuó, por cuenta de los Servicios Secretos franceses, que le financiaban, y en ocasiones rescatado por paracaidistas de este país, como en 1989 en Comores. Murió en 2007, en su casa de la Gironda, en condena atenuada a su domicilio por padecer Alzheimer. Fue condenado tres meses antes por un tribunal francés que le encontró culpable de atentar contra el estado de Comores en 1995