HISTORIA DE UN AMOR.- Capítulo 1º

La relación de amor humano entre una madre y su hijo

HISTORIA DE UN AMOR

Es la historia de un amor como no hay otro igual

Capítulo 1

Ester nunca tuvo suerte en el amor; fue madre cuando era más niña que adolescente, en el fiel de la balanza entre los trece y los catorce años, y no por fruto del amor, sino de la curiosidad…jugando a “papás y mamás” con su amiguito Juancho, al filo de los dieciséis años él. En primera instancia, cuando mamá se enteró de que estaba próxima a ser abuela, le arreó un par de  guantazos de a metro, pero es que, cuando papá se enteró de la “feliz” nueva, se empeñó en perniquebrar a su “vástaga”, y menos mal que mamá, por finales, se impuso a la “fiera corrúpea” de su esposísimo, que si no…

Cuando a papá se le templó, que no pasó, el monumental cabreo, hubo consejo de familia, encarando el problema… Y a ver; corría el año 1957 y tales deslices juveniles se solventaban casando a los “criminales”, aún y cuando la “mamá” fuera más niña que otra cosa… Aunque aquí habría que puntualizar que Ester, a sus doce añitos, podía perfectamente pasar por mocita de quince, incluso dieciséis años, en promesa de futura mujer bella y escultural.

Las cosas entre el nuevo matrimonio fueron bien hasta que empezaron a ir mal; a ello contribuyó, y no en poca medida, que el nuevo matrimonio tuviera que acogerse a la casa de los padres de ella para poder vivir, ya que el Juanchito ni de dónde caerse muerto disponía, “conti más”, para mantener a sus flamantes “parienta” y “rorra”… Vamos, que desde el mismísimo día siguiente a dar el “Sí quiero” ante el párroco del pueblo, el mancebo a “doblar el lomo” arando el pedazo de tierra de su suegro, junto a éste, que conste… Y eso no le hacía ni pizca de gracia, que ni en su casa, la de sus padres, se entiende, sudó de la forma que el suegro le hacía sudar

Así que hacia sus diecinueve años, tres después de lo del “santo matrimonio”, una idea le comenzó a calentar el caletre; a ello tampoco fue ajeno que el Jeromo, un mozo del pueblo que antes allí era de los “sin oficio ni beneficio”, tres años antes se largó a “currar” a Alemania y el año anterior, para el verano, vino por primera vez de allá, de vacaciones, tirando de coche excelso y “parneses” pa dar y tomar… En fin, que planteó a su “santa” y sus no tan santos suegros su plan de irse, como el Jeromo, a las Alemanias esas de Dios, donde, al parecer, ataban los perros con longanizas, es decir, chorizos… Trabajaría a modo y manera hasta los veintidós años, cuando se vendría a hacer la “mili”, es decir, al Ejército, a cumplir el Servicio Militar, con unos buenos ahorros con que comprar un pedazo de tierra para él y su “parienta”

Al suegro, aquello, en principio no le convenció ni poco ni mucho, pues más bien fue nada… Bueno; ni al suegro ni a nadie en aquella casa, pero el chico insistió e insistió y, como además estaba el precedente del Jeromo, que parecía ser se había montado en el “dólar”, digo en el “marco”, que tampoco era mala marca, y válgame la semi redundancia, pues un buen día el Juanchito, con su maleta del soldado de aquellos entonces, es decir, de madera y cantoneras “pa” parar un tren, en una mano y en la otra el hatillo con la tortilla de patatas, los chorizos, las morcillas y el buen trozo de jamón curado en casa al puro aire invernal de la sierra, salió pitando para la estación del Norte, de Madrid, a tomar el tren para aquella especie de nuevo Eldorado que por aquellos tempos era Alemania

Pero sucedió que del “finado Fernández”, es decir, del Juancho, nunca más se supo, pues fue salir de España y esfumarse en el aire, sin una mala noticia de él no ya a su “santa” y suegros, sino ni siquiera a sus padres… Pasaron tres, cuatro años, y del Juancho ni palabra, ni idea de dónde podía estar… Como si la Tierra se lo hubiera tragado… Ester, por entonces, alcanzó sus veinte años, y en vista de la situación, con la bendición de sus padres, que además se quedaron con su pequeño, Daniel como su abuelo, el padre de ella, se marchó a Madrid, donde todo el mundo cabe y cada quién es cada cual, sin importar mucho la vida privada de nadie…

Encontró trabajo en una oficina bancaria, de limpiadora; pero Ester tenía aspiraciones y, con su primer sueldo, se inscribió en una academia empezando así estudios mercantiles: Taquigrafía, mecanografía, contabilidad, balances, nóminas etc… Vamos, lo que por entonces eran unos estudios muy completos para colocarse en cualquier oficina y no, precisamente, de simple “chupatintas”

Así que llegó a prosperar, pues con veintitrés años ya, entró a trabajar en las oficinas del mismo banco en que empezara limpiando, como administrativa taqui-mecanógrafa y contable; dejó la casa de huéspedes donde en principio se alojara, y alquiló un pisito de dos dormitorios, salita, cocina y baño, y se trajo a su hijo con ella. Pasaron otros dos, tres años, y dio cara a los galanteos de un compañero de la oficina… Comenzó con los escarceos por entonces vigentes, segunda mitad de los sesenta: Besitos, toqueteos, primero por encima de la ropa, luego directamente a sus senos, sus muslos, hasta tener su primera relación sexual con ese “novio”, tras diez u once años de que su maridito Juancho diera la espantá

Aquél “noviazgo” no duró mucho, cuatro años escasos… Para entonces habían pasado ya más de diez años desde que su marido desapareciera sin dejar rastro y ella “movió papeles” para ser declarado legalmente muerto… Lo logró, a pesar de la oposición de los padres de él, y de seguido planteó a su “novio” su nieva situación: Era legalmente viuda, luego podían casarse…incluso por la iglesia, “fartabe” más…  Pero entonces resultó que el mancebo no la quería lo bastante para dar tal paso, con lo que Ester se quedó compuesta y sin novio… Luego siguieron otras relaciones a sus treinta, treinta y tantos… Ella soñaba con un hombre que, de verdad, la quisiera… Vamos, que en ella buscara algo más que unos cuantos “revolcones”… Pero, más bien, que “su gozo en un pozo” quedaba siempre

Así llegó Octubre de 1983, con Ester más cerca de los cuarenta que de los treinta y nueve años; por esos entonces, su hijo Daniel contaba ya con veintiséis años y pocos meses, tres escasos; “buena facha”, alto, metro setenta y siete, setenta y ocho y casi ochenta kilos de peso y contextura atlética… Aunque en absoluto un “musculitos”; ni siquiera un deportista empedernido, pues el deporte en modo alguno le atraía… No era un “guaperas”, pero sí resultaba atractivo, por lo que a las nenas, a simple vista, y de momento, las atraía… Hasta que se le acercaban buscando la corta distancia, pues al poco rato, lo normal, es que salieran de estampida, pues su inmisericorde fama de “muermo” que hasta a las ostras aburre era más que merecida

Porque Daniel era tímido en exceso, lo que devenía en hacer de él una persona retraída, casi introvertida; esa timidez determinaba que no le fuera fácil hacer amistades, al costarle mucho abrirse a nadie… Y si no se le daba bien eso de hacer amigos, hacer amigas, para él, una proeza… En fin, que de mujerío más bien nada, pues ni una sola relación medianamente íntima tenía en su haber…

Había hecho, con bastante más pena que gloria, el Bachillerato Elemental, hasta cuarto curso y reválida; contra sus deseos y por imperativo de su madre, que quería que hiciera también el Superior para luego la Universidad para hacer Empresariales, el sueño de la hacedora de sus días, para que el día de mañana pudiera ingresar en el banco donde ella trabajaba, pero a nivel de ejecutivo gracias a la carrera; de modo que empezó quinto de Bachiller, primer curso de la etapa superior, pero le costó Dios y ayuda aprobar tal curso, entre Junio y Septiembre, con lo que se plantó con su madre haciéndole ver que, si el quinto curso de Bachillerato se le había puesto tan cuesta arriba, qué no serían los estudios universitarios… Vamos, que Dios, por el camino de los estudios no le había llamado… Y no porque el chico no estudiara, que sí lo hacía, pues era tesonero y trabajador, pero su intelecto no daba para tales virguerías…

En cambio, la electricidad, la electrónica, se le daba a las mil maravillas; ya a los doce, trece años, construyó una máquina electrónica que reproducía, en pequeño, manual y casero, esas máquinas recreativas “Pin-Ball Flipper” que por los años sesenta-setenta tanto pululaban por los bares… Su madre, por finales, le hizo caso, inscribiéndole en el Instituto “Virgen de la Paloma”, al final de la calle Francos Rodríguez, la misma donde ellos vivían, pero casi un kilómetro más abajo, hacia Bravo Murillo… Allí hizo Electricidad y Electrónica, entrando a trabajar, con dieciocho años, en una multinacional alemana, del ramo, donde acabó por ganarse la vida bastante bien

Un sábado de ese mes de Octubre de 1983, Ester, toda peripuesta, salió de casa entre las ocho y media y las nueve de la noche a encontrarse con su “novio” del momento, contando pasar una noche de amor, pero no eran mucho más de las dos de la madrugada cuando regresó a casa. Se llegó directa al salón, ante la expectación de Daniel, su hijo, que hasta las primeras claras del domingo, como pronto, no la esperaba, y, arrojando el bolso al sofá, de cualquier manera, más furiosa que otra cosa, se quitó la chaqueta  y se derrumbó sobre el mismo sofá, al lado de su hijo

  • ¿Qué te pasa, mamá?... ¿Cómo es que vienes tan pronto?... ¿Qué ha pasado, mami?
  • ¡El cabrón!... ¡El hijo de puta!... ¡Me ha follado cuánto le ha dado la gana, hasta cansarse, y “m’ha dao” la “patá” Charlót!... Que su mujer le ha perdonado y se vuelve con ella…por los niños y tal… Que le entienda… ¡Hijo de puta!... ¡Lo que pasa es que se ha cansado de mí y quiere “carne fresca”!… ¡Chochitos más jóvenes que el mío!… ¡Si le conoceré!...

Ester calló y rompió a llorar, hipando; Daniel, entonces, la abrazó amoroso, acariciándola en la cara, pasándole la mano por el pelo, las mejillas… Y besándola todo el rostro, la frente, las mejillas, los ojos, sorbiéndole las lágrimas y limpiándoselos con su lengua acariciadora… Ester se refugió en ese pecho atento, amoroso, consolador, abrazándose a él y metiendo allí su cara, llora que te llora… Y su hijo, consuélate que te consolaré

  • Anda, mamá; cariño… No llores… No merece la pena… No se merece ese impresentable tus lágrimas… Anda, cariñito, mamita linda… Seca esas lágrimas y sonríeme, queridita
  • Es que… Es que… Nadie me quiere… Ningún hombre… Lo único que desean es follarme… Follar conmigo… Y luego… ¡Si te vi, no me acuerdo!... ¡Son unos hijos de puta todos los tíos!... ¡Todos, todos, unos hijos de la gran puta!...

Ester siguió llorando acogida al pecho de su hijo, que continuó acariciándola, besándola toda la cara… El pelo, la frente, las mejillas, los ojos… Y, en un momento dado, sin quererlo, sin pensarlo, sus labios se posaron por un segundo en los de ella, Ester…su madre… Fue solo eso, un segundo… Un rozar, fugazmente, durante un segundo más escaso que extenso, los femeninos labios… Como suele decirse, un “piquito”… Pero un piquito que se repitió al momento… Y se repitió, y se repitió…y se volvió a repetir unas pocas veces… Ella, Ester, no decía nada… Lo aceptaba… Aceptaba, plenamente, esas otras caricias de su hijo, como expresión de su intenso cariño hacia ella, su madre… Pero es que llegó un momento en que esos besos empezaron a hacerse más largos… Más intensos… Más pasionales… Aunque el desbordamiento pasional aún no había llegado, pues las bocas todavía no se habían abierto, la una para la otra

Al fin, esos besos más largos, más emotivamente sentidos, de incuestionable cariz erótico-pasional, se suspendieron cuando las bocas se separaron para encontrarse los ojos, las miradas… Unas miradas preñadas de pasional deseo… Deseo de amar y ser amado… Deseo de amar y ser amada… Como fauces lobunas sobre tiernos corderillos, las dos bocas se lanzaron, la una sobre la otra, para, al unísono, abrirse ambas al íntimo contacto de las dos, Y las lenguas se proyectaron, buscándose mutuamente, para lamerse y enroscarse la una con la otra, cual serpientes copulando. Las bocas se comieron la una a la otra, mordisqueándose la lengua, los labios… O mordiéndose con pleno vigor, hasta hacer saltar la sangre, como hizo la mujer en el inferior del hombre

Ella, Ester, había engolfado entre sus brazos el cuello de Daniel en tanto éste llevó sus manos a los femeninos senos, acariciándolos por encima de la ropa, y Ester comenzó a gemir de gusto…de placer… Luego, los dedos de Dani desabrocharon los botones de la blusa, de arriba abajo, dejando al descubierto el primoroso sujetador, en encaje negro. Ester, especialmente cuando salía a reunirse con el novio de turno, para facilitar las cosas, usaba sujetadores abiertos y abrochados por delante… Y esa tarde-noche no fue excepción a la general normativa, por lo que a Daniel no le costó trabajo alguno liberar esas dos cántaras de dulce miel que eran los gloriosos pechos de su madre… Y si la mujer había gemido al sentir las manos de  él a través de la ropa, cuando las tuvo directamente sobre su piel casi aúlla de placer…

Por fin Daniel liberó la boca de ella de sus bucales atenciones para dirigir éstas a los desnudos senos, que besó, lamió… Y a los divinos botoncitos amarronados

,

sus dulcísimos pezones… Ester entonces creyó volverse loca… Loca de placer… Pero esa locura alcanzó casi el cénit cuando sintió cómo la mano del hombre serpenteaba bajo su falda, ascendiendo a través de la cara interna de sus muslos, acariciados por esa mano, hasta la más preciada, la más femenina prenda del cuerpo de su mami… Y cuando los dedos de Daniel hicieron a un lado su braguita-tanga, penetrando a través de los velos que escondían el Sancta Sanctorum de ese “tesoro”, hasta orinarse de puro gusto creyó… Y casi, casi que así fue, pues sus íntimos fluidos comenzaron a manar, a raudales, de su interior…

  • ¡Pero qué me haces, cariño!... ¡Ay…ay…ay!... ¡Hijito…hijito mío querido!... ¡Aaayyy!... ¡Aaayyy!…

Aquello fue como un aldabonazo para la conciencia de Ester… Ese “¡Hijito…hijito mío querido!” , le resonó en su cerebro y su conciencia como sordos cañonazos, que la sacaron de ese estado de gozosa abstracción que la dominaba, sin permitirle analizar hechos, acontecimientos… Y un estado de terror sustituyó al instante al de gozo

  • Pero… Pero… ¡Qué estamos haciendo, Dani!... Estábamos a punto…a punto… ¡Dios mío; Dios mío de mi alma!... ¡Apunto de follar, Dani!... ¡A punto de follar, tú y yo!... ¡Dios mío; qué horror…qué horror!...
  • Tranquila, mamita querida… Tranquila… Íbamos… Vamos… Sí; vamos a amarnos… A amarnos, mamá…a amarnos, no  a follar… A amaros, sí; como el hombre y la mujer que somos… A darnos amor…cariño… Y placer; claro que sí; porque el amor entre un hombre y una mujer es gozoso…placentero…
  • Pero…pero… ¿Qué dices?... ¿Te has vuelto loco?... ¿Cómo amarnos?... ¡A follar!... ¡Sí; follar…eso es lo que íbamos a hacer!...
  • No mamá; no… Yo… Yo no te quería follar… Yo no quiero follarte… Yo quiero amarte… Porque te quiero mamá… Te quiero, Ester… Con toda mi alma… Te adoro… Te idolatro… Y deseo amarte… Hacerte el amor… Hacerle el amor a la mujer que quiero… Que amo… De la que estoy enamorado hasta las trancas…
  • ¡Pero cómo puedes decir eso, Dani!... ¡Que soy tu madre!... ¿Cómo puedes pretender eso?… Pensarlo siquiera... Tienes que estar mal de la cabeza para tan siquiera pensarlo…
  • No estoy loco… O, bueno… Sí; sí que lo estoy… Pero por ti… Loco por ti, Ester… Por esa maravillosa mujer que tú, sí, mi madre, como bien dices, también eres… Sí, Ester…sí mamá… Una mujer… Eso es lo que también para mí eres… Una mujer que, no sólo es bellísima…escultural…sino que es, ante todo, adorable… Adorable por buena…por mujer completa…absoluta… Porque eres como eres… Por eso te amo, madre… Ester… Mi amor… Mi madre querida… Mi mujer adorada… Y yo… Yo, puedo ser…soy ese hombre que anhelas… Ese hombre que te quiera más que a su vida… El que nunca te fallará, porque siempre te querrá… Porque para él, para mí, siempre serás lo más preciado de la vida… Porque sin ti, la vida para él no tendría sentido… Para qué vivirla, pues, si tú le faltas…si tú me faltas… Si tú no la vives conmigo…
  • Pero mi vida, cariño… ¿Te das cuenta de lo que dices?... Quererme a mí, a tu madre, como a cualquier otra mujer… ¿Es que no ves que eso es una locura?… Lo que dices, amarme como mujer, es…es… Ni sé cómo decirlo... ¡¡¡ES INCESTO!!!… ¿OYES?... ¡¡¡INCESTO!!!… ¡¡¡INCESTO!!!... Una aberración contra Natura… Contra toda Ley, divina o humana… No ves que eso es una perversión… Sólo los seres degenerados, depravados, caen en eso…
  • No soy un pervertido, ni un degenerado… Y tú lo sabes… Lo único que soy es un hombre enamorado… Enamorado de una mujer… O, es que acaso no eres tú una mujer… Una mujer normal… Iba a decir que como todas, pero no, porque tú eres especial… Especial para mí… Única… Perfecta… Como ninguna otra es ni nunca podrá ninguna otra ser… Eres, para mí, la Perfección Absoluta, hecha mujer…
  • Calla Dani; no quiero escucharte… Es una locura de lo que hablas… Una locura lo que piensas…lo que dices sentir por mí… ¡Soy tu madre, Dani!... Y tú mi hijo… ¿Cómo puedes siquiera pensar así?... No sé…pero creo que debes ir a un médico… A un siquiatra… ¿No comprendes la gravedad de lo que dices?... Acostarnos tú y yo… Follar tú y yo…madre e hijo… ¿No te das cuenta de que seríamos unos depravados?... ¡Follar tú y yo!... ¡Follarte a tu madre!... ¡¡¡A TU MADRE, DANI…A TU MADRE!!! Desde luego estás loco... Estás mal, hijo; muy...muy mal... Eres un amoral… Pensando…sintiendo así…eres un amoral… Un pervertido… ¡Querer follarme!… ¡A mí!... ¡A tu madre…a tu propia madre!... ¡Degenerado!… ¡Amoral!… ¡Pervertido!…

Se levantó, evidentemente furiosa… Pero también íntimamente dolorida; Dani quiso desagraviarla e intentó acercarse a ella, pero Ester le detuvo en seco

  • ¡Quítate de mi vista!… ¿Quieres?

Y Dani se quitó de su vista y de su lado… Ester empezó a andar, a paso vivo, hacia su cuarto, para acabar por echar a correr, sollozando a ojos vistas… Dani se quedó donde estaba… Quiso ir tras ella, pedirle perdón, decirle que olvidara todo, que él también lo olvidaría… Que tuviera confianza en él… Pero no pudo hacerlo; no pudo moverse, quedándose allí como un pasmarote. Pero como un pasmarote lívido, blanco como el papel…y hundido, hecho polvo, anímicamente… Le dolía en lo más hondo el dolor que, sabía, había causado a Ester, a su madre, a la que él quería al lado de su alma, con todas las veras de su ser; de su ser de hijo…de su ser de hombre… Anduvo por el salón, dando vueltas con la cabeza hecha un maremágnum de sombríos pensamientos… Desde luego, había hecho mucho… Muchísimo  daño a su madre, a Ester, a quién, sin duda, más quería en esta vida… Por no decir que quién únicamente quería y, sin duda alguna, la única persona que, en verdad, le importaba

Por fin, desalentado, hecho un guiñapo, se sentó en el sofá, el mismo sofá sonde minutos antes tuviera a su madre, a la mujer que, como tal, más adoraba en este mundo… La única mujer que había querido… ¿Deseándola, como tal mujer? No sabría decirlo… Esa noche, hacía no tantos minutos, desde luego que sí… Sí; sí que la había deseado… Y mucho… Muchísimo, más bien… Antes no; de antes no recordaba haberla deseado… Admirarla, mirarla, complacido, como a la mujer excelsamente guapa, excelsamente bella que era, sí; claro que sí… ¿Espiándola, en el baño, en su cuarto, desnudándose y tal?... Juraría que tampoco, y si no recordaba cosa tan morbosa, era porque tal cosa no había ocurrido… Hasta esa noche… Cuando la tuvo entre sus brazos, abrazándola como entonces la abrazó… Besándola como entonces la besó…Como a una mujer… Como un hombre besa a una mujer… A la mujer amada… Amada hasta lo indecible… Deseada, entonces, hasta lo inmarcesible…

Pero… ¿Amaba a Ester…a la mujer que ella era, y más, mucho más allá, del natural afecto de hijo que le profesaba?... Y no tuvo más remedio que aceptar esa, realmente, dura…durísima realidad… Sí; desde luego que sí…Como hijo de ella la quería hasta más allá de lo decible, pero es que, también y al propio tiempo, como el hombre así mismo él era, amaba a la mujer que era Ester, su madre, la amaba con toda su alma… Inconmensurablemente… Y eso, la consciencia de esa doble manera de querer, amar a su madre, a Ester, la verdad es que en absoluto era, para él, nueva… No; realmente, esa constancia era vieja en él… Pero, ¿de qué manera la había amado hasta entonces, hasta esa misma noche?... ¿Deseándola, como cualquier hombre desea a la mujer que ama?... Francamente, no; el amor de hombre que en él Ester, la mujer que era Ester, despertara, tenía bastante más que ver con el llamado “amor platónico” que con la expresión sexual del amor hombre-mujer… Porque, ¿cómo podía él desear sexualmente a quien, más que seguro tenía, que nunca, nunca, podría ser sexualmente suya?... Pero aquella noche, cuando las barreras biológicas de su íntima consanguinidad, aunque sólo hubiera sido por  un momento, unos instantes, tan sólo, saltaron hechas añicos, todo fue distinto… Diferente…muy, muy diferente…

Aquellos mínimos minutos durante los que los dos, porque a Dani no le cabía la más mínima duda de que ella había sentido hacia él lo mismo… Exactamente lo mismo que a él le dominó respecto a ella, todo varió en él… Para su eterna desgracia… La presa, el “muro de contención” que hasta entonces se había interpuesto entre ellos… Entre él y ella, al menos, obviando esa atracción sexual de hombre enamorado de Ester, permitiendo la normal convivencia madre-hijo, acababa de desmoronarse, quedar arrasado, y para siempre jamás además, liberando, de una vez por todas, las embravecidas aguas de su pasional amor por la única mujer que, en todo el Universo, nunca, nunca, podría ser suya… La única mujer sobre la Tierra que siempre, siempre, le estaría vedada, prohibida… ¿Cómo iban a restablecer él y ella, él, Dani, y ella, Ester, su madre, la normal convivencia materno-filial?... Seguramente que de ninguna forma… Lo pensaba, aterrorizado bastante más que apenado, que, lo más seguro, acababa de perder a su más que querida madre, y de manera irremediable, insoluble por los siglos de los siglos…Nunca más volverían a ser los mismos… Nunca más volvería a darse entre ellos ese trato íntimo, más de cómplices que cosa otra alguna… Esa familiaridad entre ellos, ese estar siempre juntos, confiando ambos, plenamente, el uno en el otro, eso sabía que nunca más volvería…  Que nunca más su madre, su amada madre, volvería a confiar en él… Que ya, “per in sécula, seculorum” ella le temería… Ella se sentiría insegura siempre que estuviera a solas con él

Y eso, esas convicciones, le volvían loco… Loco de pesar… Loco de pena… ¿Cómo…cómo podría vivir ya, desde aquella fatídica noche?... ¿Cómo vivir, sabiendo que, mientras estuvieran juntos, solos, en casa, ella estaría volada, temerosa de él?... ¿Cómo podría volverla a mirar a la cara?... Tendría que marcharse…renunciar a ella, y no sólo como mujer, sino que hasta como madre… había perdido a su madre, a su más, mucho, muchísimo más, que querida madre… Y se preguntaba si así valdría la pena seguir viviendo… Sí; ¿por qué no acabar, de una vez por todas, con todo aquello, poniendo fin a su vida?… Suicidándose, lisa y llanamente… Pero hasta para eso, para atentar contra la propia vida hace falta un mínimo de valor… Y Dani no lo tenía… Al menos, para hacerlo en forma cruenta, arrojándose por una ventana, por la terraza… O cortándose las venas… Le tenía pánico al dolor… Una simple inyección le ponía nervioso, e ir al dentista… Vamos, ni borracho… Ni harto “e vino”, ni “atao” lo llevaría nadie nunca… Si dispusiera de pastillas, de somníferos en abundancia, tal vez… Bueno; sí; a eso sí que se atrevería, pues sería, simplemente, atracarse de píldoras y dejarse morir en paz… Pero no las tenía…

Además, había otra cosa que le quitaba sueño y tranquilidad: Lo que su madre le dijera… Lo que le llamara… De lo que le acusó… ¿Sería, como Ester le llamara, un ser depravado?… Un amoral…un pervertido... Un monstruo... Casi, casi, un demente… Un loco… ¿Sería así, en verdad?... También esa idea le torturaba… La verdad es que él así no se sentía… Pero… No; lo suyo, haberse enamorado de su propia madre, de la hacedora de sus días… Desearla como, indudablemente, la deseaba… Porque la deseaba; deseaba a aquella mujer que era Ester, su madre, como jamás en toda su vida había deseado a mujer alguna… Como sabía, estaba seguro, nunca desearía a ninguna otra mujer… En realidad, nunca, nunca, había deseado a ninguna mujer… A decir verdad, ni siquiera había mirado nunca a ninguna… Como mujer, a ninguna… Nunca, jamás… Sólo a ella, a Ester, y desde casi, casi que entrara en la adolescencia, allá por sus trece, catorce…quince años… Desde entonces, comenzó a verla con ojos de hombre, de macho humano… Pero ya lo sabemos, de manera más bien platónica… La amaba, como hombre sí, pero era eso, amor, sentimiento y la libido en eso en absoluto influía… Al menos, hasta aquella noche… Pero desde entonces…

Dani andaba por la habitación, el salón de la casa, como león enjaulado, sin poder estarse quieto ni un minuto… Y, de pronto, supo que necesitaba tomar algo más fuerte, bastante más fuerte que el agua, los refrescos… Coca Cola y demás… Pero allí, en esa casa, no había alcohol alguno, pues tanto Ester como él mismo, no bebían más que de uvas a peras… De Pascuas a Ramos, como el refranero español dice; es decir, casi de año a año… De manera, que en toda la casa había ni gota alcohólica, a no ser el vino peleón, ese vino peleón, en “tetrabrik”, pura química, sin mezcla de uva alguna, usado por su madre para guisar… Se levantó y fue a la cocina, rebuscando, rebuscando, hasta dar con el, entonces, casi soñado tesoro… Se volvió al salón con tan “preciado” descubrimiento, armado, además, de un vaso; se volvió a sentar en el sofá y escanció en el vaso una generosa cantidad del dorado líquido, se lo echó al “coleto”, como quién dice, de un trago, y a punto estuvo de “cambiar la peseta” ( vomitar ) allí mismo, en pleno sofá… En pleno salón… ¡Dios de Dios!... Aquello era, francamente, infernal, apto sólo para alcohólicos más que necesitados… ¡Dios, y qué asco de “brebaje”!...

Pero consumió lo servido y se puso otro poco más… Y ese poco más entró mejor que lo precedente… perdió la noción del tiempo… ¿Cuánto pasó?... Ni idea… ¿Unos minutos?... ¿Una hora…dos?... ¡Cualquiera sabe!... Desde luego, no una hora, menos, unos minutos… Mejor, dos horas, tres seguramente… Hasta pudiera que más de tres… No mucho más, en todo caso, pero, lo más seguro, que menos de tres horas, al menos, no mucho menos, sí que había pasado y Dani se encontraba ya bastante más tranquilo… Tras aquél segundo servicio de vino, llegó un tercero, pero de ese apenas si tomó un par de sorbos; lo tenía allí, delante de él, el vaso casi lleno, cuando inopinadamente, sin ni de coña esperarla, apareció Ester en el salón; la verdad es que, si no fuera por lo tremendamente “coladito” que Dani estaba por ella, la habría encontrado terrible… Ojerosa, con todo el pelo en desorden, los ojos cuál tambor de La Legión, de desorbitados y rojos, mostrando a la legua que había llorado hasta no poder llorar más…hasta que no le quedaron más lágrimas que derramar… Descalza, con la misma ropa puesta que antes saliera del salón, pero toda arrugada… La blusa más desabrochada que abrochada, si bien los dos botones de abajo, los que, más menos, cubrían su vientre, estaban dentro de sus ojales, cerrando por allí la prenda, lo que no impedía que sus senos casi lucieran al aire, en todo su esplendor, ya que el sujetador seguía tan desabrochado, tan abierto como antes, cuando las manos de Dani acariciaron aquellos senos desnudos…

Se llegó hasta él, para decir

  • Así que tampoco tú puedes dormir… ( Dani apenas le respondió, con un “No” más huraño que otra cosa; luego, Ester prosiguió ) ¿Qué bebes?
  • Pues ya ves… Vino de la más “peleona” reserva… El que usas para guisar
  • ¿Y está bueno?
  • Está asqueroso… Pero a partir del segundo vaso empieza a entrar mejor… Desde entonces ya no parece asqueroso… Sólo imbebible…
  • Pues, ¿sabes?... Creo que también yo necesito tomar algo del brebaje que estás tomando

Y sin más, la mujer se levantó dirigiéndose a la cocina, de donde regresó con un vaso en la mano

  • ¿Me sirves un poco, Dani?

Dani escanció vino en el vaso que su madre le tendía, hasta la mitad, más o menos, y Ester bebió un sorbo más, bastante más largo que corto

  • ¡Uff!... ¡Está infernal!

Pero en diciendo esto, se metió el “campano p’al coleto”, de un solo trago…

  • Sí; tienes razón; el segundo trago entra mejor que el primero… Anda cariño; sírveme otro poquito…
  • ¡Jo, mami!... Ten cuidado… A ver si vas a chisparte…
  • ¡Ja, ja, ja!... No estaría mal… A ver por qué me daba…

Y Ester volvió a meterse otro larguísimo trago para el estómago

  • Decididamente esto sabe a matarratas, pero se deja beber… Siempre que una haya tomado ya algunos tragos…

Ester volvió a reír, y de nuevo pidió más vino… Y se volvió a meter “lingotazo” tras “lingotazo”· p’al cuerpo… Se la veía tremendamente nerviosa, insegura… A todas luces en esos “lingotazos” buscaba un valor que su ánimo le negaba, sistemáticamente… Reía por todo, como si estuviera un tanto “piripi”, y Dani no las tenía todas consigo de que su madre no se estuviera pasando, con tal vinacha, ni se sabe cuántos pueblos… Por fin, Ester se puso un tanto seria… Y, sin mirarle… Sin atreverse a mirarle, dijo

  • Dani… Antes… ¿Decías la verdad?

Dani miró a su madre, extrañado… No quería ni pensar en lo que se le estaba viniendo a la cabeza

  • ¿A qué te refieres?
  • Ya… Ya sabes… A lo de que me quieres… Que me amas… Que estás enamorado de mí…

Dani tomó una gran bocanada de aire… Ahora el que estaba nervioso, y de verdad, era él… Claro, que Ester no lo estaba menos que él… Más bien, más… Mucho más que Dani

  • Sí mamá… Total… Absolutamente… Te amo, mami… Te quiero, te amo con toda mi alma… Lo siento, mamita; lo siento, de verdad que lo siento… Sé…sé que no debía ser así… Que…que, realmente, es un horror… Un horror que un hijo ame…desee a su propia madre… Lo sé mamá; lo sé… Pero no puedo evitarlo… Yo no… No lo quise… Yo no lo elegí… Vino, porque vino… ¿Por qué nos enamoramos?... ¿Acaso decimos, decidimos, amar a alguien…enamorarnos de alguien?... No; eso nos lo dan hecho… Nos lo da hecho la Naturaleza… Nos lo impone… Y a mí me lo impuso… Sin buscarlo… Sin quererlo…

Dani se había ido embalando según hablaba… Apasionándose en su discurso… Y a Ester lo que escuchaba le ponía los pelos de punta… La horrorizaba… Pero, al propio tiempo, ¡Dios y cómo le gustaba!… Cómo le gustaba escucharle… Era como una colegiala, una choquilla, una adolescente, a la que su primer chico se le declarara… Volvió hacia él sus ojos y también ella habló

  • ¿Sabes cariño?... He llorado mucho… Mucho… Mucho… Pero también he pensado… Y mucho… Mucho… Muchísimo… En lo que me dijiste… En que me amabas… Que me querías como un hombre quiere a una mujer… Creo que ya lo sabes… Llevo media vida esperando un hombre… Un hombre que me quiera… Que no sólo venga a mí para follarme… No lo he encontrado, cariño mío… No lo he encontrado… Es terrible… Horrible… Pero, ¿sabes?... Lo he pensado… Me he dicho, me he preguntado si…si… ¡Dios mío, y qué difícil es decirlo!... Porque es horrendo… Me da…me da mucho, mucho, mucho miedo, sólo pensarlo… Pero no puedo dejar de pensármelo… De preguntármelo… Si no…si no… Si no serás tú… Tú, precisamente, mi hijo, ese hombre soñado… Ese Príncipe Azul que, despertándome con un beso, acabe con esa mi pesadilla de no encontrar quién me ame… Quién me quiera

Ya estaba dicho… Ya lo había soltado… Pero entonces Ester se sintió sucia… Abominable… ¿Cómo había podido decir eso?… Decirle tal monstruosidad a su hijo… ¡¡¡A SU HIJO; A SU PROPIO HIJO…EL QUE ELLA PARIÓ!!!… ¿ES QUE IBA A CONSENTIR QUE ENTRARA POR EL MISMO SITIO POR DONDE, VEINTISIETE AÑOS ANTES, VINIERA AL MUNDO?... Pero no pudo responderse a tan tremenda pregunta, pues Dani se lo impidió, tomándola entre sus brazos, abrazándola, besándola… Besándola como un hombre besa a una mujer… A la mujer que ama y, por tanto, desea… ¡Dios, y cómo deseaba en esos momentos Dani a Ester!… A su madre, sí; a su madre adorada… A esa mujer que, como hijo de ella, la quería como más no se podía querer, pero a la que, como hombre él, como mujer ella, amaba como jamás podría amar a mujer alguna…

  • ¡Sí, mamita, sí!... No te quepa la menor duda… ¡Yo, y sólo yo, soy ese hombre!… ¡El hombre que te ama, que te amará siempre!…

Ester temblaba, tremolaba, como hoja azotada por el viento… Como hoja a merced del más violento de los vendavales… Estaba asustada… Muy, muy asustada, con mucho, pero que mucho miedo ante lo que sabía iba a producirse… A qué engañarse, lo deseaba intensamente…como jamás antes deseara “eso”… Pero, también, lo temía… Lo temía más que a un nublado… Más que labrador a pedrisco… Y mientras la besaba, las manos de Dani buscaron los dos únicos botones que cerraban su blusa; los encontraron y los desabrocharon, tras lo cual sus manos, ambas, tomaron la blusa y se la echaron hacia atrás, sacándosela brazos adelante; luego, cuando la blusa yacía ya, de cualquier manera, en el suelo, fue el sujetador el que siguió el destino de la blusa, con lo que los senos, las tetitas de Ester, más grandes que pequeñas, aunque sin exceso alguno…bellas, hermosas, como ellas solas, quedaron libres, al alcance de las manos, los labios y la lengua de Dani, que comenzó por acariciarlas como ella no recordaba que hombre alguno antes se las acariciara… Luego, tras liberar la boca materna de las labiales caricias, fueron las tetitas de la madre las beneficiadas con las filiales caricias, las caricias de su amadísimo hijo en tan sensible lugar.

Ester no sabía si estaba viva o había muerto y ascendido al Paraíso de Todos los Placeres, Juntos, del Universo… Su mente luchaba denodadamente contra tal desmadre y, lo cierto, es que ella quería “escuchar a la razón”…pero su cuerpo, su femenino ser, se revelaba contra lo que la mente razonable le dictaba… Y ya no le faltó más que las manos de Dani reptaran por debajo de su falda, buscando la grutita de las dulces delicias… Ester, entonces, bajo el incentivo de aquellos dedos que manipulaban su interior de mujer, que halagaban su botoncito del placer, se deshacía, se retorcía, dichosa, en placenteros espasmos…

Y pasó lo que tenía que pasar, que la madre llegó al cénit del placer que su hijo, enardecido, le procuraba, eyaculando tumultuosa como serrano manantial… Gimió, jadeó, mordiéndose los labios intentando silenciar los gritos de dicha que fluían, indómitos, a su garganta, pero sólo a medias lo logró, pues no pudo evitar que sus labios exhalaran grititos de gozo infinito

  • Disfruta mamita… Vida mía… Queridita mía… Disfruta, mi bien… Que para eso estoy yo aquí, para proporcionarte toda la dicha, toda la felicidad que tú mereces…

Había llegado el momento…la hora de la verdad; Dani bajó la cremallera de la falda de Ester… De nuevo, la razón de la madre empezó a gritarle: “No se lo consientas…no se lo permitas… Quítatelo de encima… Todavía estás a tiempo… Lo peor, lo más abominable, aún no ha pasado… Defiéndete, Ester… Defiéndete”… Pero, una vez más, su mente, su raciocinio, fue por un lado y su ser femenino por otro… Le dejó y, cuando la falda llegó a la barrera de su culito, apoyado en el asiento del sofá, ella, dócilmente, alzó el culete para que la falda pasara tales “Horcas Caudinas” para acabar en el suelo. Y tras de la falda fue la braguita, la sutil tanguita, la que siguió la suerte de la falda, yendo a parar al santo suelo… Ester quedó desnuda; integralmente desnuda, ante su hijo

  • ¡Dios mío, Ester!... Pero… Pero… ¡Pero qué hermosa…qué bella…qué escultural eres!... ¡Más, mucho más de lo que yo creía…de lo que yo esperaba!...

Sí; Dani la miraba embobado… Anonadado ante tanta belleza… Porque, la verdad, Ester era guapa con ganas… Y de cuerpo, no digamos… ¡Para hacer perder la “chaveta” ( la cabeza ) al más casto, prudente y sesudo varón!

  • No… No me mires así, Dani… Me…me da…me da vergüenza… Mucha vergüenza…
  • ¿Por qué?... ¿Por qué tiene que darte vergüenza?... Deberías sentirte orgullosa… Es…es tu belleza lo que hace que te mire así… Tu incomparable belleza lo que hace que te admire de la manera que te admiro…

Ester no respondió; lo cierto es que estaba halagada, pues a ver a qué mujer no le agrada ser admirada… Ser piropeada… Además, de esa manera tan limpia, tan bonita que su hijo ensalzaba sus femeninas gracias, sin las groserías, las sucias obscenidades, con que los tíos suelen “requebrar” a las mujeres, con palabritas tan lindas como: “Tía “guena”… ¡Hasta que te saliera por la garganta, te “la” metía yo!”… Fue un segundo, o dos, o tres o los que fueran, que vaya usted a saber el tiempo que pasó Dani embelesado ante la soberana magnificencia del cuerpo de su madre… Luego, transcurridos esos instantes, le alargó la mano

  • Ven cariño mío… Bella mía… Ven conmigo…

En Ester se seguían dando todas las dudas del mundo… Su mente, su razón, su humana conciencia, esos conceptos básicos que todo ser humano tiene del Bien y del Mal, de lo Correcto y lo Incorrecto, de lo que es ético y lo que no lo es, luchaban denodadamente en su interior con su sentir de hembra biológica, pero, más que nada, de Hembra Humana… De MUJER, lisa y llanamente… Como mujer le deseaba; deseaba intensamente a su Dani; pero, específicamente, a él, no a otro… Era ese anhelo de amor de hombre que de antiguo la dominada…ese ansia por unirse, permanentemente, a un hombre, indeterminado hasta entonces, que la amara, no que, simplemente, la deseara en eso tan típico del “Si te vi, no me acuerdo”, de la mañana siguiente...

Como sabemos, ella misma había provocado toda esa situación de incongruencias en que ahora se debatía, pues a eso, a entregarse a su hijo, lisa y llanamente, había ido al salón enmascarando su limitada desnudez, ese deseo suyo, en los dos botones que se abrochó en la, más bien, abierta, blusa, “olvidándose”, en cambio, de hacer lo mismo con las presillas del sujetador… Pero bien se dice que “del dicho al hecho hay mucho trecho”, el mismo que de la intención a la ejecución, con lo que a la hora de la verdad, se desinfló, acosada por esa conciencia que, más que severamente, la juzgaba y acusaba ante sí misma. Pero sus ansias de mujer necesitada del amor de un hombre también jugaron su tercio a sexo, pues si bien el sexo no tiene por qué, necesariamente, ser amor, el amor, necesariamente, debe traducirse en sexo

Así que cuando Dani, el hombre que ella sabía necesitaba, necesitaría siempre junto a ella, la requirió a ir con él, y bien que sabía para qué, obediente cuál corderita, se levantó, le dio la mano y le siguió hasta el dormitorio, su dormitorio, el de ella, hasta esa su cama, grande, ancha, de matrimonio…