Historia de Sebas 3

Una primera humillación pública...castigo terrible sin motivo alguno...¿Pero qué puede hacer el pupilo?...obedecer al Tutor...

La Historia de Sebas 3

Con este nuevo mensaje continúo contándote mi historia. Sigo esperando tus consejos o los de quien pueda ayudarme a entender mi situación y salir de ella. De verdad que estoy desesperado.

Bueno, sigo con la narración: aquel lunes, luego de verme obligado a besarle los zapatos al cabrón para agradecerle, el muy hijo de puta me ordenó que me retirara. Sin dilación me vestí y salí de allí con el mismo entusiasmo de quien es liberado de una cruel prisión luego de años de encierro.

Esa semana y los primeros días de la siguiente transcurrieron sin que nada extraño sucediera.

Durante ese tiempo, cada día de tutoría era para mí una tortura insufrible. Pero poco a poco los castigos que me propinaba Cristian fueron mermando en frecuencia e intensidad, gracias sobre todo a que yo aprendía pronto las reglas que el maldito cabrón quería imponerme.

Desde aquel primer día de tutoría me grabé las tres reglas de oro y traté de cumplirlas a rajatabla:

No cuestionar sus órdenes.

Obedecer.

No hacerlo repetirme sus órdenes.

Me costó un par de palizas el poder acostumbrarme a desnudarme por completo una vez entrábamos en el estudio. Pero al fin me convencí que era mejor quedarme en cueros por mi propia cuenta, y de esa manera me ahorraba una buena cantidad de bofetadas y una generosa ración de azotes.

Me bastaron un par de varazos en mis corvas para aprender que al acercármele debía ponerme de rodillas.

A lo que no me acostumbré tan fácilmente fue a tener que besarle sus zapatos luego de cada castigo o en el momento de retirarme del estudio. Los restos de mi dignidad me impedían tan ignominiosa humillación, pero antes de que terminara la primera semana, esos restos de mi dignidad se disolvieron gracias a la metódica brutalidad que usaba el hijo de puta para amoldarme a sus gustos.

Así que ya para el cuarto día de tutoría, a cada varazo o a cada bofetada, o cuando el hijo de puta me ordenaba retirarme, yo me inclinaba reverente y le estampaba sonoros besos en sus zapatos, recitando cada vez con mas fuerza aquella fórmula sacramental que me enseñara papa y que yo había tenido que expresarle aquel jueves del primer castigo en el despacho de don Jaime:

gracias…gracias por el castigo…Señor…sé…sé que es por mi bien…gracias Señor

A lo que mas fácilmente me acostumbré fue a dirigirme a él llamándolo "Señor" o, cuando al maldito le apetecía, diciéndole "Amo". Por descontado estaba que no podía tutearlo ni llamarlo por su nombre bajo ninguna circunstancia.

Traté de hablar con papá y mamá sobre los crueles y humillantes métodos de Cristian, pero ellos no me hicieron ningún caso. Papá argumentó que mi tutor sólo seguía sus instrucciones, mostrándose satisfecho por aquella severidad que, según mi viejo, daba sus frutos, dado que mis resultados en matemáticas empezaban a mejorar.

Por que en realidad estaba mejorando en esa materia. Sería por el miedo que me inspiraba el hijo de puta, pero sus explicaciones al respecto me resultaban clarísimas y de cada tema que me hablaba yo podía en adelante resolver cualquier problema. El avance era lento, pues el tiempo se le iba al maldito más en apalearme que en instruirme, pero los logros empezaban a ser significativos.

Así transcurrió el tiempo hasta el viernes de la segunda semana, en la que el muy hijo de puta me llevó de sorpresa en sorpresa.

Ese día, tan pronto hubimos entrado en el estudio, empecé a desnudarme como era costumbre. Cristian tomó asiento en el mullido sillón de cuero y me observó complacido mientras me desnudé.

Pero a penas me despojé de mi bóxer, el muy hijo de puta me ordenó sin más:

¡Vuelve a vestirte!

Acostumbrado como estaba ya a no cuestionar sus órdenes y a obedecer cualquier cosa, tomé de nuevo mi ropa y me vestí, quedando de pie ante él con mi uniforme escolar completo, incluida la corbata.

Me contempló por unos instantes y luego me señaló la nevera que había empotrada en una de las paredes laterales del estudio y me ordenó:

Busca allí toda el agua que haya y tráela acá junto con un vaso.

Pensé para mis adentros que el muy hijo de puta tenía una resaca de los mil demonios y que necesitaba beber como caballo para apagarse la sed. Pero eso a mí no me importaba. Me ceñí estrictamente a su orden y reuní en una jarra de casi cuatro litros de capacidad, toda el agua que encontré en la nevera.

Tomé además un pequeño vaso y con esa carga me le acerqué y me puse de rodillas a sus pies como ya lo hacía por costumbre.

No me atreví a ofrecerle la jarra ni el vaso. A fuerza de varazos me había acostumbrado a no hacer nada que no me ordenara el muy hijo de puta. Cuando estaba en su presencia yo no podía tener ninguna iniciativa propia.

Al verme postrado ante él con la jarra y el vaso en la mano, el maldito cabrón se me quedó viendo con una sonrisa burlona y me dijo:

Hoy te voy a enseñar algo de fluidos. No tiene mucho que ver con matemáticas, pero igual te va a servir para física. Además a mí me va a divertir de lo lindo.

Para mí sus palabras eran tan oscuras como una noche sin luna. Pero lo único que me importaba era que no me apaleara. Por lo demás, el maldito podría hablarme de la preñez de las gallinas y yo me mantendría imperturbable.

Vas a tomarte toda el agua de la jarra… – me dijo el maldito sin dejar de sonreírme burlonamente –…puedes hacerlo despacio…pero sin pausa

Aquello me sorprendió enormemente, pero no dejé traslucir mi sorpresa. Repito que mientras no me estuviera apaleando, podía hacer lo que se le diera la gana y a mi no me afectaba demasiado.

Tomé el vaso y lo llené de agua y empecé a beberlo despacio, como él me lo había ordenado. No quería mostrar premura, pues temía que eso me acarreara al menos una bofetada, dado que en esa única ocasión y en todo el tiempo que llevábamos de tutoría, era la primera vez que no estaba blandiendo la maldita vara ante mis ojos.

Observó sonriendo mientras me tomaba ese primer vaso de agua. Luego tomó un libro que solía mantener cerca para leer mientras yo resolvía algún problema. Se arrellanó en el sillón y me ordenó inclinarme un poco para poder descansar sus pies sobre mis hombros y se dedicó a la lectura mientras yo iba tomando vaso tras vaso de agua, con lentitud pero sin pausa, como el maldito hijo de puta quería.

Creo que la forma lenta en como tomaba impidió que sintiera mi estómago lleno. Pero lo que sí no pude evitar fueron las ganas de mear que empezaron a urgirme cuando aún no acababa de beber la mitad del contenido de la jarra.

En esa situación estaba en la terrible paradoja de estar sintiendo unas ganas de mear a cada instante más acuciantes y al mismo tiempo estar bebiendo agua sin poder parar.

Ello me llevó a la disyuntiva de seguir bebiendo despacio como me lo había ordenado Cristian, aguantándome las ganas de mear para tal vez al concluir poder obtener permiso de él par ir al baño. O por el contrario, beber rápido arriesgándome a excitar la furia del maldito cabrón o a terminar lo antes posible para implorarle por piedad que me dejara ir a mear.

Escogí la primera opción, pues tenía todas las razones para estar seguro que al desobedecerlo en lo más mínimo, no sólo me apalearía, sino que me impediría ir al baño a descargar mi vejiga.

Seguí tomando despacio, aguantándome las ganas de mear que se me iban volviendo insoportables, tratando de controlar la respiración y de relajar los músculos de mi abdomen, pero nada me valía.

Y me ponía en situación peor el estar un tanto inclinado, casi sentado sobre mis pantorrillas, con lo cual mi vejiga quedaba presionada comprimiéndose y mermando su capacidad, eso sin contar con que sobre mis hombros descansaba todo el peso de las piernas y los pies del maldito hijo de puta, lo cual apretujaba aún mas mi ya contraída y rebosante vejiga.

Finalmente, al cabo de casi una hora de beber, beber, beber y beber, terminé con la última gota de agua de la jarra. Y aún me quedé ahí, de rodillas sosteniendo el peso de los pies del hijo de puta, clamando al cielo por tener el valor de suplicarle que me dejara ir al baño. No me atreví. El maldito parecía muy concentrado en su lectura y seguro que interrumpirlo me habría valido un paliza.

Para mí los minutos pasaban como si fueran horas. Sentía que la vejiga iba a explotarme, que a cada instante se me escapaba una gota de pis de la polla…me dolía el abdomen y hacía tiempo que había perdido el control de la respiración

Empecé a sudar y me consolé pensando que tal vez de esa forma se aliviara un poco mi vejiga, pero qué va…aquella sudoración no era mas que la reacción de mi cuerpo al estado de angustiosa urgencia en el que me encontraba. Y maldita suerte la mía, el sentir corriendo el sudor por mi frente me recordaba aún mas la terrible y dolorosa llenura de mi vejiga.

No sé cuánto tiempo pasó antes de que el maldito dejara a un lado su libro y empezara a hablarme, aún con sus pies sobre mis hombros:

Bueno… – dijo mirándome y sonriendo con malignidad –…voy a darte tu lección. ¿Recuerdas que te dije que te hablaría de fluidos?

si Señor… – le respondí con un hilo de voz.

Pues verás: fluido es todo lo que fluye…como los líquidos, por ejemplo…como el agua…como la meada…cuando meas está saliendo un fluido de tu cuerpo

Maldita suerte la mía. Preciso debía hablarme de meadas el hijo de puta cuando yo estaba ya casi a punto de hacerme encima…maldito hijo de puta. En ese momento pensé que hubiera sido mejor que me apaleara con la puta vara durante toda la sesión, en vez de tener que aguantar semejante tortura.

Alguna vez habrás sentido muchas ganas de mear… – afirmó sonriendo con malignidad. Y luego continúo sin dejarme responder: Pues habrás notado cuando meas que obtienes un enorme descanso

Maldito hijo de puta…una y mil veces maldito

pues eso se debe a que cuando tu vejiga está llena, se pone al límite…sientes que se te estalla

Hijo de puta, no tenía para qué decirme eso, si en esos momentos yo estaba sintiendo que mi vejiga estallaba…maldito

y cuando meas, a medida que sale tu meo…poco a poco…lentamente…tu vejiga se va aliviando… ¿lo has sentido?

si Señor… – atiné a responderle con los ojos humedeciéndoseme.

y a propósito de meadas…estoy que me meo… – comentó el maldito, como para recordarme mi propia urgencia.

A pesar de todo, su confidencia me alegró. Supuse que si iba a mear él, también podría mear yo. Creí ya muy cercano el momento en el que por fin podría aliviar mi vejiga. Pero el muy cabrón tenía otros planes

aunque creo que podré aguantar un poco mas…mejor terminar la lección… ¿no te parece?

si Señor… – alcancé a responderle con voz trémula.

Después de todo no creo que tardemos mas de media hora

Eso para mi era toda una eternidad. No aguanté más. Con la voz temblorosa y los ojos húmedos de lágrimas, tomé valor y me atreví a suplicarle:

p…por…por…fa…por fa…por favor…Se…Señor

¡¿Qué quieres, retrazado?! – me preguntó en un tono de voz que me aterró.

Intenté explicarle lo que me pasaba, pero sólo logré gaguear algunas silabas inconexas. Entonces se quedo mirándome como con inquietud, luego hizo un gesto de asco, flexionó su pierna derecha plantándome la suela de su zapato en la cara y empujándome hacia atrás y dijo con cierto tono de alarma:

Pareciera que estás enfermo, pedazo de mierda

Casi me caí de espaldas. A esas alturas tenía tal sensación de agarrotamiento en todos mis músculos que parecía que de verdad me habían inyectado un veneno paralizante.

No sé si lo hizo intencionalmente o fue que de verdad se alarmó al verme en semejante estado, el caso es que el muy hijo de puta se levantó de su sillón y se paró a mi lado y me hurgó las costillas con su pie, intimándome para que me levantara:

Levántate pedazo de mierda… ¿o piensas dormitar ahí en mitad de la lección?

Mi respuesta fue única e inesperada, al menos para mí. Quise decirle algo, pero solo logré emitir un quejido lastimero y, aunque me da una enorme vergüenza confesarlo, sentí que mis esfínteres se aflojaron y me mié encima y sin poder evitarlo…aún peor…también me cagué

Maldito hijo de puta…Cristian…maldito…quedé en un estado peor que lamentable. Creo que mi miada tuvo un volumen del doble del agua que había tomado de la jarra…no sólo mi pantalón quedó hecho un asco, sino también mis calcetines se empaparon, al igual que mi camisa y creo que hasta la corbata

Al verme en semejante condición, el hijo de puta soltó una estruendosa carcajada. Le faltaba poco para dejarse caer a mi lado en el suelo y revolcarse de la risa como un gusano…pero su ataque de hilaridad duró mucho menos de lo que yo hubiera esperado.

El ambiente del estudio empezaba a inundarse de un olor nauseabundo, mezcla del aroma de mi meo y de la fetidez del contenido de mis tripas que se habían vaciado junto con mi vejiga. Seguramente ofendido por ese hedor, el muy maldito paró de reírse. Se me quedó viendo como con odio y sin un gesto que me lo advirtiera, voló hacia el escritorio, tomó la vara y se me echó encima sin ninguna compasión.

A la primera andanada de varazos reaccioné y logré ponerme bocabajo, pudiendo de esa manera recibir el castigo en la espalda y en el culo, en donde me hacia mucho menos daño del que me hubiese hecho si llega a darme con la maldita vara en el pecho o en el rostro.

Rugía enfurecido mientras me azotaba sin misericordia y me insultaba de las peores maneras que se le ocurrían a su mente enferma. Yo acusaba el dolor que me provocaban los varazos, pero no me atrevía a proferir ni la mas mínima queja, temeroso de que al trabajo de la vara, el muy hijo de puta fuera a agregarle el trabajo de sus pies y la emprendiera también a patadas contra mi pobre cuerpo.

Debió cansarse de azotarme, porque paró de un momento a otro. Eso no me tranquilizó mucho, pero no iba a pedirle que siguiera azotándome. Más bien me quedé estático, atento a sus movimientos para tratar de adivinar lo que me haría enseguida. Pero nada de lo que yo hubiera imaginado se acercaba ni de lejos al castigo que me impuso el maldito hijo de puta.

Desde el suelo puede ver cómo dejaba de nuevo la vara sobre el escritorio. Eso me tranquilizó enormemente.

De inmediato se acercó a un armario que había empotrado en la pared opuesta a la que estaba adosada la nevera. De allí sacó algo de ropa y se mudó su uniforme escolar. Incluso se cambió sus mocasines por un par de zapatillas y se untó algo de gel para levantarse un poco el cabello.

Yo no tenía ni idea del porqué de su cambio, pero no me importaba mientras me dejara en paz. Y el muy hijo de puta parecía que no se ocuparía mas de mí.

Luego de acicalarse se acercó a donde estaba mi maleta, la tomó y empezó a esculcar en ella hasta que encontró mi billetera. La tomó y se la guardó en el bolsillo de sus vaqueros.

Fue entonces que volvió a acercárseme, haciéndome temblar y encogerme, pues preveía que me venía una nueva andanada de golpes. Pero no fue así.

Se limitó a plantarme su pie izquierdo en la nuca y me preguntó:

¿Traes dinero encima, pedazo de mierda?

Traté de responderle pero las palabras se me quedaban atoradas en la garganta. Solo podía balbucear. Así que el muy hijo de puta supo bien cómo incentivarme: me propinó una fuerte patada por mi costado y me repitió su pregunta.

no Señor…no traigo… – me oí responderle con un hilo de voz.

Sacó de nuevo mi cartera de entre el bolsillo de sus vaqueros, la abrió y tomó un billete y lo tiró al piso cerca de mi cara. Luego volvió a patearme y me explicó lo que quería.

El muy hijo de puta pretendía que me fuera con él a su casa. Y sus intenciones eran negras. Deberíamos viajar en transporte público, en esos autobuses enormes que se llenan de gente hasta casi reventar. El billete que me había arrojado era para que yo pagara mi pasaje. Y en las condiciones en que me encontraba

Mira pedazo de mierda… – me dijo al tiempo que me obsequiaba con una nueva patada –…te vas en el mismo transporte que yo…pero ni se te ocurra acercárseme o dirigirme la palabra…no quiero que vayan a pensar que tengo alguna relación con un cerdo pedazo de mierda como tú

Caí en cuenta de porqué se había cambiado su uniforme. Maldito hijo de puta…la vergüenza que iba a hacerme pasar y la humillación que me haría sentir, no tenía comparación con nada…o al menos eso pensé yo en ese instante.

A patadas me obligó a levantarme del piso y empezó a atizarme palmadas violentas en la cabeza, como arreándome a través del estudio, hasta que salimos al despacho de don Jaime y de allí al pasillo.

Yo clamaba con todas las fuerzas de mi alma para que el colegio estuviera vacío. Y pensé que sería bien fácil que nadie me viera en el estado en que iba, pues no sólo había pasado un gran rato desde la hora de salida, sino que además desde el pasillo adjunto al despacho de don Jaime se podía salir a la calle sin tener que cruzar todo el colegio.

Pero Cristian es un verdadero hijo de puta sin ninguna compasión. No pudo ocurrírsele otra cosa que caminar a través del colegio, teniendo que atravesar el complejo deportivo para alcanzar la calle en un sitio, que para colmo de males, estaba bastante retirado de donde debíamos abordar el autobús que nos llevaría a su casa.

Por todo el camino siguió arriándome con fuertes tortazos en la cabeza e increpándome por mi poca falta de autocontrol, al tiempo que me insultaba y expresaba su asco por el olor que despedía todo yo.

Mi estado mental era tan patético que no me atrevía a proferir la más mínima queja. Más bien me dejaba arrear con total mansedumbre, sin que los fuertes golpes que me obsequiaba el maldito me hicieran tanto daño como el que me causaba el terror de encontrar a algún alumno en nuestro recorrido por el colegio.

No fue hasta que llegamos al borde del complejo deportivo y me percaté que en la cancha de voleibol había un grupo de chicos, cuando me resistí a continuar por donde Cristian me estaba arreando.

Pero claro que no me le enfrenté. No tenía tanto valor. Y menos en el estado moral y físico en el que me encontraba. Más bien fue una súplica desgarrada lo que le lancé para tratar de mover su compasión.

A penas vi al grupo de chicos que jugaban como si nada en el complejo, me angustié terriblemente. No podía dejar que me vieran en el estado en que estaba. Así que sin pensármelo paré mi marcha, giré sobre mis talones y me dejé caer de rodillas ante Cristian.

El cabrón debió sorprenderse por mi actitud o tal vez se la esperaba. El caso es que en vez de golpearme como hubiera sido usual, me miró con cara de asombro y con una sonrisa dibujada en sus labios. Yo no me esperé a que reaccionara.

Acabé de inclinarme y me abracé de sus tobillos para de inmediato empezar a suplicarle que no me obligara a pasar cerca del sitio donde jugaban los chicos. El muy hijo de puta me dejó que le suplicara sin decir nada, pero al cabo de un par de minutos, me atizó un tortazo más fuerte que todos los anteriores, me apartó de una patada y me espetó con tono rabioso:

Te voy a decir algo pedazo de mierda. Y va en serio: si me desobedeces en lo más mínimo, te olvidas de la tutoría.

Me quedé sin argumentos. Maldita suerte la mía…saber que aquella puta tutoría me estaba destruyendo la vida…y al mismo tiempo creer que toda mi triste vida dependía de aquella maldita tutoría.

Acabé de postrarme en el suelo. Y ya sin poder decir nada mas, me dejé arrastrar por el llanto.

El muy hijo de puta no se conmovió para nada. Me atizó una patada por el costado y me intimó a levantarme para continuar con el recorrido.

Al ver mi indecisión volvió a amenazarme con abandonar la tutoría y me recordó que eso implicaba mi salida inmediata del colegio…sus argumentos me convencieron, mas aún cuanto que el hijo de puta los reforzó con otro par de patadas a mis costados.

Me levanté despacio, tratando de contener el llanto, volví a sentir los golpes en mi cabeza y me dejé arrear con la misma mansedumbre del borrego que sabe que va directo al degolladero.

Para mi mayor desgracia, ya antes de que nos acercáramos a donde estaban jugando, los chicos se percataron de nuestra presencia. Y al ver a Cristian que no paraba de atizarme tortazos y de increparme, se nos acercaron en montón.

El muy hijo de puta paró entonces de arrearme y ante mi intento de seguir adelante me ordenó detenerme. Los chicos formaron un círculo entorno nuestro y al ver cómo Cristian seguía golpeándome e insultándome empezaron a preguntar qué pasaba.

Pues que este cerdo, pedazo de mierda se ha meado y se ha cagado encima de su uniforme

Ya todos estaban haciendo gestos de asco y tapándose la nariz, cosa que me avergonzó y me humilló más, si es que eso aún era posible.

Será marrano el idiota – comentó uno de ellos.

Y tan grandote – dijo otro ya en tono jocoso.

Eran media docena de chiquillos de los más pequeños del colegio. El menor tendría como mucho diez años y el mayor tal vez no sobrepasaría de los doce. Pero la expresión de sus rostros ya denotaba un no sé qué que empezó a aterrarme más que las golpizas que me daba Cristian.

No pude evitar soltarme a llorar y ante un enésimo tortazo que me obsequiara el muy maldito en la cabeza, me dejé caer al suelo sobre mis rodillas y me encogí sobre mí mismo hipando por los sollozos.

Mira que el puerco además de cochino es una nenaza… – comentó uno de los chicos.

Y los otros no se hicieron esperar para soltar la carcajada.

En ese momento recibí una patada por las costillas, que casi estoy seguro que no me la propinó Cristian.

Aquello fue como si hubieran roto un dique. De inmediato empecé a sentir golpes por todo mi cuerpo, como si toda aquella pandilla de pequeños hijos de puta se me hubiese echado encima para apalearme.

No encontré mas protección que la que me daban mis propios brazos protegiendo mi cabeza y la que me brindaban mis piernas encogidas sobre mi vientre.

Aquellos pequeños sádicos parecían tan divertidos pateándome, que empecé a creer que me matarían a golpes. Pero entonces sucedió algo que no me esperaba y que de alguna manera le tuve que agradecer al maldito hijo de puta que me había puesto en semejante situación.

¡Ya párenle! – les gritó Cristian.

La lluvia de patadas sobre mi cuerpo empezó a mermar hasta que ya no recibí ni un golpe más. Fue entonces cuando uno de los chiquillos comentó con tono jocoso que sí…que era mejor dejar de patearme, porque con lo asqueroso que estaba todo yo, corrían el riesgo de ensuciarse sus tenis sobre mi uniforme meado y cagado.

Y para qué se dijo más. De inmediato uno de aquellos pequeños hijos de puta empezó a restregar sus zapatillas sobre mí y a ese lo imitó otro y de inmediato todos seis estaban haciendo lo mismo.

Pero en esas otro de aquellos diablos cayó en la cuenta que restregar sus zapatillas sobre mí se las iba a dejar peor de lo que se las hubiera dejado el mero hecho de patearme.

Y justo en ese instante fue que volvió a entrar en escena el maldito hijo de puta de Cristian, para salvar a los chicos de ver sus lindas zapatillas de voleibol pringadas con mi meo y con mi mierda.

Pero si el puerco tendrá alguna parte de su cuerpo pedazo de mierda que no esté meado o cagado… – comentó el maldito.

Pues será su lengua… – respondió uno de los chiquillos.

Y todos se soltaron a reír. Pero uno de los mayorcitos tomó literal el comentario de su compañero. Ya que no iban a poder limpiarse sus zapatillas en mi perdido uniforme colegial, pues lo harían con mi lengua.

Para eso les ayudó Cristian, que sin tener que golpearme ya, con solo ordenármelo, me obligó a empezar a lamerle las zapatillas a todos aquellos pequeños proyectos de hijos de puta.

Claro que no pude hacerlo con el orden y el esmero que hubiera esperado el maldito cabrón, porque los condenados chiquillos empezaron a arremolinarse y cada cual quería que yo le lamiera las zapatillas a él primero y al no lograrlo, los muy sádicos no reparaban en gastos para tratar de aumentar mi eficiencia con la lengua y cada cual me daba un golpe…o dos…o tres…hasta que el concierto de patadas llegó a ser mas cruel que al principio.

De nuevo Cristian debió contenerlos, tal vez temeroso de que los muy hijos de puta llegaran a matarme a golpes, cosa que no hubiera sido imposible, dado el sadismo de aquellos demonios.

Ya controlados los chicos, al hijo de puta le fue fácil establecer un cierto orden. Los hizo formarse en semicírculo a mi alrededor y me indicó cuales zapatillas debía empezar a lamer y con cuales debía continuar.

Para entonces yo era un autómata que no hacía mas que obedecer sin cuestionar ninguna orden, pues por un lado estaba tan degradado en mi dignidad y en mi voluntad, que me consideraba poco menos que un "pedazo de mierda", como me decía el propio Cristian, y por otra parte tenia muy claro que cualquier gesto de insumisión me acarrearía una nueva paliza.

En esas condiciones mi resignación era total. Me apliqué a lamer las zapatillas de cada uno de los chicos, hasta cuando Cristian me indicaba que debía seguir con las del siguiente.

Y lamí a conciencia, sin siquiera cuestionarme sobre si la mierda con la que estaban embarradas las zapatillas de dos de los chicos era mi propia mierda, o si se habían pringado su calzado en otra parte que no fuera mi culo.

Finalmente, y como colofón de aquella terrible humillación, los chicos me obsequiaron todos meando encima de mí, apuntando su chorro de meo hacia mi cabeza, hacia mi espalda, hacia mi pecho, hacia mi cara, para lo cual el propio Cristian iba indicándome qué posición debía adoptar, de tal forma que no quedara ni un centímetro de mi cuerpo que no estuviera empapado del pis de aquellos pequeños hijos de puta.

Claro que aún faltaba un pequeño detalle, pues los muy malditos no podían dejarme ir sin manifestar el asco que les causaba toda mi persona, así que hicieron una pequeña hilera y todos escupieron en mi cara, mientras yo permanecía de rodillas a instancias de Cristian y recibía en mi rostro la saliva o los lapos que aquellos pequeños sádicos me obsequiaban entre risas e insultos. Malditos hijos de puta…pero el peor de todos siempre será Cristian

Concluida aquella puta tortura, me sentí de verdad aliviado cuando Cristian me ordenó que nos fuéramos. Ya no sabía de mi, ni de mi dignidad, ni de mi vergüenza, ni de nada que me hiciera sentirme un ser humano…simplemente era un "pedazo de mierda", como no paraba de repetírmelo el maldito hijo de puta

Al fin salimos del colegio. En ese momento Cristian me ordenó ir delante de él, sin dirigirle la palabra, sin voltearme a verlo, sin hacer ningún gesto con el que los transeúntes pudieran relacionarlo conmigo.

Él iba un par de metros atrás de mí, seguramente divirtiéndose de lo lindo, pues con cada persona con la que nos cruzábamos y que se apartaba de mi camino con gesto de asco, el muy hijo de puta le comentaba:

Al parecer el muy cerdo se ha cagado encima, porque huele a diablos.

Así anduvimos como cuatro calles antes de llegar a la parada del autobús. Las personas que había allí se dispersaron a mi llegada, haciendo muecas con las que manifestaban su repulsa, al tiempo que se cubrían la nariz.

Cuando el autobús llegó, los únicos que lo abordamos fuimos Cristian y yo. No obstante iba lleno, en la siguiente parada todo el mundo se bajó, excepto, claro está, el muy hijo de puta y yo…y él no dudó en aprovechar la soledad en que nos quedamos para degradarme un poco mas escupiéndome e insultándome, ya que no se atrevía a golpearme por el temor de untarse la mano de la asquerosa mezcla de baba, lapos, meo y mierda con que estaba recubierto mi cuerpo de pies a cabeza

Finalmente llegamos a destino. Y entre la parada del autobús y su casa aún debimos andar un par de calles, trayecto que hicimos en las mismas condiciones en que habíamos hecho el recorrido del colegio a donde tomamos el transporte.

Y lo peor de todo era que en su casa me esperaba otra sorpresa peor que cualquier otra que me hubiera dado el hijo de puta en toda esa tarde.

Pero eso te lo contare en el próximo mensaje, pues este ya se ha extendido demasiado y no quiero cansarte ni aburrirte. Te adelanto únicamente que lo que me esperaba en su casa era ver por primera vez a la chica mas linda que yo había contemplado hasta ese momento, algo que me resultó demasiado doloroso, dado el estado en que llegaba.

Por favor, envíame tus consejos o los que puedan hacer llegar a tu correo los que lean mi historia.